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sábado, 29 de junio de 2019

¿Una Europa de las mujeres?



Por Dominique Moisi - Periodista Invitado - 27/06/2011



PARÍS - ¿Están las mujeres a punto de convertirse en un motor del cambio político en Europa? En los círculos de expertos en crecimiento económico, la experiencia y el sentido común indican que los avances, la rendición de cuentas y el trabajo denodado comienzan con las mujeres y dependen de ellas. Los microcréditos, por ejemplo, son mucho más eficientes cuando son las mujeres las que los reciben y los amortizan. Tal vez por ser las que tienen a los hijos y deben encontrar los medios para alimentarlos, ahora se ve a las mujeres como los mejores y más decididos “agentes de cambio”.



Ahora, esa afirmación parece tan aplicable a la política europea, como lo ha sido a la economía en ciertas partes de África y Asia.



Los resultados de las recientes elecciones municipales de Italia podrían ser una señal de una dinámica electoral incipiente: fueron las mujeres las que expulsaron del poder con sus votos al partido de Silvio Berlusconi en Milán, ciudad que ha controlado durante mucho tiempo (y sede original de su poder).



No existe una vinculación directa entre ese resultado y el dramático escándalo de Dominique Strauss-Kahn en Nueva York, pero, inmediatamente después de la detención de DSK, mujeres y jóvenes italianos se movilizaron decisivamente para derrotar con sus votos al partido de Berlusconi (encabezado en Milán, irónicamente, por una mujer). Esos votantes no pudieron soportar más la combinación de machismo y vulgaridad, que en tiempos pasados había resultado tan útil al hombre al que los humoristas italianos llaman ahora “Berlus-Kahn”.



Cuando Berlusconi llegó al poder por primera vez, hace diecisiete años, contó con el apoyo de una mayoría de mujeres. No las disuadió, su ambivalente actitud para con ellas (al celebrar por turno su domesticidad tradicional y glorificar su cosificación sexual), pero la sociedad italiana ha cambiado: ahora la mayoría de las mujeres trabajan y ya no están dispuestas a aceptar el anacrónico y escandaloso machismo de Berlusconi.



Los hombres italianos pueden compadecer al envejecido y aislado dirigente, que cada vez se parece más a su efigie en cera en el museo de Madame Tussaud, pero las mujeres italianas (en realidad, las mujeres de todas partes, parece) sólo sienten irritación y humillación ante un hombre tan obsesionado consigo mismo, sus diversos juicios penales y sus vulgares placeres, que parece no tener otro propósito que el de permanecer en el poder el mayor tiempo posible.



Naturalmente, las mujeres no están solas en su oposición a Berlusconi, pero han sido las que han inclinado la balanza en Milán. Son la encarnación de la modernidad, animadas por un anhelo de simple dignidad y respeto.



No están solas en la vanguardia de una nueva Europa de las mujeres. Cuando Islandia cayó en picado en la bancarrota por culpa del irresponsable comportamiento de sus minorías políticas y financieras dirigentes, en su mayoría masculinas, el pueblo de Islandia llegó a la conclusión de que sólo una mujer fuerte y responsable podía solucionar los problemas del país, por lo que eligió a una presidenta.



La profundidad y la gravedad de la actual crisis económica y social en países como Grecia, Portugal y España brindan una oportunidad a las mujeres. Ante lo que muchas de ellas ven como el equivalente de una “guerra económica”, las mujeres están desempeñando un papel cada vez más importante en el mantenimiento de la seguridad financiera de sus familias y cuanto más se generalice esa situación, más mujeres aspirarán a un papel político que refleje su influencia económica.



Naturalmente, el cambio de condición de las mujeres puede no plasmarse inmediatamente en una influencia política cada vez mayor y el resto de Europa podría no seguir nunca el ejemplo de Escandinavia, donde la igualdad entre los sexos ha avanzado mucho más que en ninguna otra parte, pero esa dinámica parecer estar ya en marcha.



Asimismo, independientemente del resultado del juicio de DSK en Nueva York, ese caso podría representar un punto de inflexión en el trato dado a las mujeres en Europa. Es de esperar que las exhibiciones públicas y privadas de machismo dejen de estar consideradas aceptables.



También en el mundo árabe, desde Túnez hasta El Cairo, las mujeres jóvenes han desempeñado un importante papel en el proceso revolucionario. Su ansia de cambio –comprensible, dado el trato recibido por las mujeres en las sociedades musulmanas tradicionales– parece ser una de las principales causas subyacentes de la fuerza del impulso revolucionario en Túnez y Egipto.



Con esto, no quiero decir que “las mujeres” sean una fuerza universal en pro del cambio positivo en Europa y en todo el mundo.



Piénsese, por ejemplo, en Marine Le Pen, la nueva jefa del Frente Nacional de Francia; en Elena Ceaucescu, la sórdida esposa del exdictador rumano; o más recientemente, en Leila Trabelsi, la esposa del Presidente Zine El Abidine ben Ali, que huyó a Dubai con una tonelada y media de oro saqueado del Banco Central.



De lo que se trata simplemente es de que en vista de que tantas personas en tantos países piden un cambio transcendental, la política de igualdad entre los sexos está muy activa en Europa y más allá de ella. La cuestión principal es la de si el número cada vez mayor de mujeres que entran en política hará realidad las perspectivas y los modos de dirección diferentes que muchos votantes (o manifestantes) parecen anhelar ahora.

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