“Siempre me he sentido profundamente viva cuando escribo” Siri Hustvedt, autora estadounidense.
Cada amante de la escritura tiene su razón de serlo, su particular motivación y su propia fuente de inspiración, pero también su personal forma de realizar ese sublime acto de letras íntimo, solitario y placentero, con el que además del propio bien se terminan creando interculturales e intergeneracionales puentes de palabras.
Respecto al modo, la gran pensadora y escritora británica Virginia Woolf afirmaba: “Para escribir, una tiene que combinar la soledad con la inmersión directa en el mundo, la percepción y la recreación de todo lo que se ha percibido”.
A propósito de letras, motivos y métodos, el año pasado el proyecto Escritoras Mexicanas lanzó una convocatoria invitando a que, escritoras tanto profesionales como aficionadas, expusiéramos el motivo que cada una teníamos para escribir. Fue un buen ejercicio de introspección y autorreflexión compartido.
Pensando en las primeras formas de escritura surgidas más de tres mil años antes de la era cristiana, imagino que nacieron por la misma necesidad humana que tenemos hoy en día de materializar a través de la poética y la prosa nuestras ideas, sentimientos, emociones, vivencias negativas y positivas…propias y ajenas, pero también del deseo de dejar huella de nuestra presencia en este mundo.
“Les aseguro que alguien se acordará de nosotras en el futuro”, proféticas palabras dichas por la poeta griega Safo de Lesbos (610-580 a. C.) a sus discípulas en la Casa de las Musas.
La causa, el inicio y el significado de las letras en nuestra vida es diferente para cada una, aunque en el leernos vamos sintiéndonos identificadas con algunas de las particularidades de las otras escritoras.
Para la periodista y autora española Rosa Montero la escritura es su forma no de enseñar, pero sí de aprender y de perderle el miedo a la muerte.
Y otras entre las que me cuento yo, escribimos (además de por otras causas) para vivir…para seguir respirando porque cada palabra plasmada es el aire que oxigena nuestra existencia, y también para sobrevivir al sufrimiento y el dolor que eventual o permanentemente nos arremete con la fuerza de una gigantesca ola.
En abril de 1939 Virginia Woolf escribía: «Y así yo persisto en creer que el impacto doloroso de los conflictos es lo que hace de mí una escritora. Yo adelantaré a guisa de explicación que un conflicto, en mi caso, es inmediatamente después, seguido del deseo de explicarlo. Es el testimonio de una cosa real más allá de las apariencias, y yo la vuelvo real poniéndola en palabras. Es solamente poniéndola en palabras que le doy su completa realidad. Esta completa realidad significa que ha perdido su poder de herirme>>
Hace algunos años al leer esta experiencia de Virginia Woolf, fue que pude entender mejor el enorme alivio que sentí al terminar de redactar mis memorias de infancia y juventud, (Escribir para contar…Memorias de una Mariposa) que, aunque atenuadas por algunos tiempos felices, tuvieron una gran carga de dolor.
Siguiendo con el sentido individual del hacer literatura, vemos que en algunas escritoras el enojo producido por acontecimientos personales y familiares negativos, es el banderazo de salida de su carrera literaria, pienso por ejemplo en el caso de la periodista y autora francomarroquí Leila Slimani, quien afirma haber decidido escribir después del fallecimiento de su padre para reivindicarlo, pero también para vengarse de las injusticias que su familia y ella sufrieron.
Y es precisamente el enojo ante la injusticia, la rabia…el enfado que esta genera, lo que me lleva a los motivos detonantes que escritoras de artículos de opinión como la asesora jurídica, autora, activista y divulgadora feminista marroquí Noor Ammar Lamarty y yo misma, tuvimos y seguimos teniendo para hacer de nuestras letras, la voz que se eleva en defensa de diversas causas sociales, de los derechos humanos y políticos de las mujeres y las niñas de todo el mundo, este sentido de humana hermandad es el origen, el porqué y para qué del activismo escrito que tenemos muchas articulistas, poetas, ensayistas, cuentistas, novelistas y dramaturgas.
En cuanto a la realidad ficcionada,, cito nuevamente a Leila Slimani: «Es jugar con el silencio, es confesar, de manera indirecta, unos secretos indecibles en la vida real.»
Ciertamente sería imposible mencionar en este ensayo, los motivos que cada una tenemos para dedicarnos con amoroso fervor al arte de escribir, sin embargo, soy una convencida de que todas desde el pasado hasta el presente compartimos dos cosas:
La primera es lo que yo llamo “el gen enheduanno”, porque estoy segura de que en nuestro ADN está la herencia genética literata de Enheduanna , (2285-2250 a. C.), la primera poeta de que se tiene conocimiento y la primera persona que firmó sus escritos con su nombre, dando así comienzo hace miles de años en la antigua Mesopotamia, a lo que hoy conocemos como derechos de autor.
Y la segunda cosa que las escritoras tenemos en común es el apasionado amor por los libros. Esos universos de tinta y papel…esos grandes maestros que nos desempañan el pensamiento porque, “Sin claridad no hay voz de sabiduría”, como bien expresó Sor Juana Inés de la Cruz, religiosa y escritora mexicana considerada la Décima Musa y la máxima autora de la lengua española (1651-1695).
Pasando a la percepción lectora de la escritora británica Jeanette Winterson, “Los libros son como puertas que puedes abrir y entrar en otros mundos… y son las alfombras voladoras de las mil y una noches”.
La literatura ha sido y es aliada de las mujeres, porque al ser en mi opinión la más erudita e incondicional profesora que existe,, y el mejor modo de viajar simultáneamente a otros tiempos y a otras realidades, es a la vez un certero medio para la emancipación femenina en el sentido de que cada libro leído expande nuestro conocimiento, capacidad de análisis y reflexión acerca del mundo desigual y violento en el que vivimos.
Pero para cambiar el equivocado orden de las cosas, las mujeres no sólo debemos leer libros, sino también necesitamos seguir escribiéndolos y publicándolos.
“No recuerdo haber leído un libro que no hablara de la inestabilidad de la mujer, será porque fueron escritos por hombres “, escribió Jane Austen, (1775-1817) catalogada como la más grande novelista inglesa.
Los libros generan conocimiento y me atrevo a decir que sin ellos, difícilmente se puede lograr la conciencia emancipatoria que necesitamos para liberarnos y liberar a otras.
Encuentro una magnífica forma de explicar la magia del binomio lectora-escritora en la aseveración de Jeanette Winterson: “somos la escritura que escribimos y la que nos escribe a nosotras”. Es ahí en esta última dónde sé que los libros que leemos y nuestra loca de la casa (como llamaba Santa Teresa de Jesús a la imaginación), se encuentran y se fusionan dando a luz un poderoso y transformador universo de palabras, el cual constituye nuestro sentido de leer y escribir…escribir y leer.
Las mujeres literatas nacemos, pero también nos hacemos pues somos las vidas que vivimos, las vidas que leemos…las vidas que escribimos!.
Galilea Libertad Fausto.
Créditos de la ilustración a quien corresponda.