El pasado 25 de junio (de 2018 )se cumplieron 25 años desde la celebración
de la Conferencia Mundial sobre Derechos Humanos en Viena,
preludio de tantos avances en materia de derechos humanos y
especialmente en los DDHH de las mujeres. Sin embargo, ni siquiera
la ONU celebró este acontecimiento como el cambio paradigmático
que fue. En un momento voy a enumerar muchos de esos logros,
pero antes quisiera contarles cómo fue que logramos ese cambio
porque considero que sólo conociendo nuestra historia de lucha
por nuestros derechos podremos defenderlos para que no nos
sean arrebatados como está ya sucediendo en muchos países.
I Cómo empezó la organización para la Conferencia
Mundial
Cuando a principios de 1990 me enteré de que habría una
conferencia mundial de derechos humanos en 1993, me puse
eufórica. Había utilizado un enfoque de derechos humanos en mi
activismo feminista en América Latina durante casi una década
y pensé que esta conferencia nos brindaría a las feministas otra
oportunidad de trabajar más allá de las fronteras nacionales para
promover los derechos de las mujeres. Como pueden imaginarse,
no todas las organizaciones de mujeres estuvieron de acuerdo
porque les preocupaba que declarar los derechos de las mujeres
como derechos humanos socavaría la especificidad de las
necesidades e intereses de las mujeres y las ONGs tradicionales
de derechos humanos no querían diluir (léase contaminar) el
contenido de los derechos humanos con los problemas de las
mujeres.
Pero para aquellas de nosotros que ya habíamos usado un marco
de derechos humanos en nuestras luchas feministas, nos parecía
que conectar nuestro activismo feminista a la próxima conferencia
era una increíble oportunidad para fortalecer nuestros diversos
movimientos y para demostrar que el Patriarcado estaba
globalizado y que, por ende, para derrocarlo, necesitábamos
un movimiento feminista internacional integrado por una gran
diversidad de movimientos feministas y de mujeres de muchas
partes del mundo.
Una estrategia que se nos ocurrió fue crear una actividad
que permitiera la participación de miles de mujeres diversas:
una campaña de peticiones. Traducida a veinticinco idiomas y
distribuida en más de 120 países, la petición hizo un llamado a los
gobiernos en la Conferencia Mundial de Viena para que incluyeran
los derechos humanos de las mujeres en todas las discusiones de
la conferencia. En el momento en que se completó el proceso de
petición, se habían recogido más de medio millón de firmas y esto
se logró antes de que existiera el correo electrónico o las redes
sociales con las que hoy contamos para informarnos de lo que
está pasando en otras localidades.
Otra estrategia que utilizamos fue la organización de tribunales o
audiencias antes y durante la conferencia. Aquellas de nosotras
que trabajamos en su organización así como en la del gran Tribunal
de Viena sobre Violaciones de los Derechos Humanos de la Mujer
que se realizó durante la Conferencia Mundial misma, usamos
estos tribunales para ilustrar que el tratamiento que la doctrina
de derechos humanos le daba a los abusos contra las mujeres
tenían un sesgo androcéntrico y excluían un amplio espectro de
violaciones de los derechos de las mujeres. Esta estrategia nos
permitió desafiar la distinción público-privado que había sido una
característica definitoria de la teoría y práctica de los derechos humanos hasta ese momento y nos dio argumentos adicionales
para convencer a muchos y muchas activistas que sólo concebían
los derechos humanos desde una perspectiva androcéntrica,
de que la violencia contra las mujeres, así como otros abusos
que sufríamos sólo, mayoritaria o desproporcionadamente las
mujeres, eran de hecho una violación de los derechos humanos
incluso cuando se perpetuaban por actores no estatales en la
esfera privada.
Cuando comenzó la planificación de las reuniones regionales,
nos enteramos de que las reuniones más pequeñas convocadas
por ONGs se designarían oficialmente como “reuniones satélites”
para la conferencia mundial. ¡Esta fue una noticia emocionante
que nos dio más energía para organizarnos! Más aún cuando nos
enteramos de que la reunión regional para América Latina y el
Caribe sería en Costa Rica. Inmediatamente nos dimos a la tarea
de organizar una conferencia satélite sobre los derechos de las
mujeres como derechos humanos antes o durante la Conferencia
oficial regional. Titulada “La Nuestra”, la primera conferencia
satélite de mujeres se celebró en diciembre de 1992 antes de
la conferencia regional con la participación de cincuenta grupos
de mujeres de la mayoría de los países de la región de América
Latina y el Caribe. “La Nuestra” acordó un programa de diecinueve
puntos para su presentación en la reunión regional oficial de LAC
en enero de 1993. Los resultados de La Nuestra se compartieron
en el Foro de ONGs que precedió a la convocatoria del gobierno en
enero y luego se volvieron a compartir con las ONGs de mujeres de
otros grupos regionales. Este documento de 19 puntos estableció
el tono y el contenido de los esfuerzos de promoción global que
hicimos miles de mujeres alrededor del mundo en preparación
para la Conferencia Mundial.
El documento final de “La Nuestra” hace un llamado a la conferencia regional para que reconozca y declare los derechos de las mujeres
como derechos humanos; declara que la violencia contra las mujeres
es una violación de los derechos humanos; pide el nombramiento
de una relatora especial sobre la violencia contra la mujer; pide un
procedimiento de comunicación para la CEDAW, así como otros
mecanismos para recibir quejas y llama a los Estados y a otros a
tomar medidas contra las violaciones de los derechos humanos
de las mujeres. También insta a adoptar nuevas medidas sobre
los derechos y las necesidades de las mujeres con discapacidad,
las mujeres indígenas, las mujeres afrodescendientes y todas
las demás personas que son discriminadas por motivos raciales,
étnicos, culturales, migratorios o de otro tipo. Finalmente, hizo un
llamado para que la conferencia adoptara resoluciones específicas
sobre derechos humanos y para pedir nuevos instrumentos sobre
la trata y la explotación sexual. Y como explicaré en breve, la
mayoría de nuestros esfuerzos dieron frutos.
2
Recordando el contexto.
Aun no siendo humanas y sin haber logrado erradicar en ninguno
de nuestros Estados todas las estructuras económicas, políticas,
culturales y mentales que todavía hoy mantienen la discriminación
contra todas las mujeres, en el siglo pasado las mujeres logramos
el derecho a votar en prácticamente todos los rincones del mundo,
que aunque hoy en día está muy cuestionado debido a que los
procesos electorales nunca han sido realmente democráticos, ha
permitido que algunas pudieran convertirse en parlamentarias,
juezas de las más altas cortes, consejeras de gobiernos, alcaldes,
y hasta jefas de Estado. Y desde que se inició el Patriarcado hace
más de 6 mil años, más mujeres que nunca estamos participando
en el mercado laboral y un número creciente hemos logrado ser
reconocidas como tomadoras de decisiones económicas, aún
dentro de Estados con economías controladas casi exclusivamente
por patriarcas capitalistas. Y, aunque la globalización neoliberal ha
creado más pobreza en muchísimas partes del mundo, las mujeres
hemos logrado que se reconozca que somos las más pobres de
los pobres lo que significa que para eliminarla, es imprescindible
tomar en cuenta las estructuras de género que mantienen y
profundizan la pobreza de las mujeres.
También podemos afirmar que, en casi todo el mundo, más mujeres
recibimos una educación superior, aunque lamentablemente ésta
sigue siendo androcéntrica lo cual nos mantiene ignorantes de
nuestras contribuciones a la sociedad. También nos mantiene
divididas a las mujeres “educadas” de las que no han tenido
ninguna instrucción formal, quienes irónicamente entienden
mejor las estructuras que las oprimen. Y a pesar de que en muchas
de nuestras universidades hay hasta maestrías y doctorados en
estudios de género, pareciera que, en vez de ser un instrumento
para el logro de la igualdad entre mujeres y hombres, muchas de
las múltiples teorías que desarrollan estos estudios universitarios
más bien nos están separando en diferentes bandos dependiendo
de la teoría con la que nos identificamos. A pesar de esto, también
es cierto que, gracias a académicas, investigadoras e historiadoras
feministas, muchas mujeres hemos sido reconocidas como
artistas, humanistas, creadoras, científicas, filósofas, líderes
espirituales, sanadoras, etc. en nuestras comunidades y países.
Los estudios feministas han demostrado que aún sin educación
formal, muchas mujeres deben ser estudiadas y reconocidas por
sus aportes al conocimiento humano. También han demostrado
que no existe una verdad única, que no hay un sujeto universal y
que la Historia con H mayúscula es en verdad la historia de lo que
han hecho ciertos hombres de las clases privilegiadas.
Antes de Viena, los movimientos feministas y los que defendían
derechos humanos trabajaban por separado en sociedades en
las que nuestra discriminación como mujeres estaba invisibilizada
o justificada. En nuestra región, el grueso del movimiento por
los derechos humanos se había enfocado en la lucha contra las
dictaduras o gobiernos represivos y no consideraban que los
derechos de las mujeres fueran parte de su trabajo. Recordemos
que en esos años ni siquiera el movimiento de derechos humanos
tenía mucho acceso al Sistema Interamericano de Derechos
Humanos con lo que menos aún lo tenían las organizaciones de
mujeres, lo que resultaba en que los temas que hoy se consideran
de derechos humanos de las mujeres quedaran fuera de la
consideración del sistema. Similar situación pasaba en el sistema
universal.
Es importante tomar en cuenta que aún sin ser reconocidas como humanas en ninguno de los sistemas de derechos humanos, las
mujeres participamos en todas las negociaciones que crearon
los instrumentos que sentaron las bases para que un día se
reconocieran los derechos humanos de las mujeres, como la
Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948, que este
año cumple 70, la Convención sobre la eliminación de todas las
formas de discriminación racial del 65, el Pacto Internacional de
los Derechos Civiles y Políticos y el de los derechos económicos,
sociales y culturales del 66, así como la adopción de la Convención
sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la
mujer (CEDAW) de 1979, convención que, como explico al principio,
considero la Carta Magna de todas las mujeres aun cuando no era
parte integral del sistema de derechos humanos de la ONU42 .
Y, como ya dije, a pesar de no tener el estatus de humanas, las
mujeres nos auto convocamos para asistir a la Conferencia
Mundial de Derechos Humanos celebrada en Viena en 1993, en
forma masiva y muy estratégica. Gracias a esa movilización por los
derechos humanos nunca antes vista, esta conferencia mundial
declaró que los derechos de las mujeres son derechos humanos
y que la violencia contra las mujeres es un asunto de derechos
humanos.
3
Logros de la Conferencia Mundial
Siempre digo que esta Conferencia Mundial significó un cambio
paradigmático porque después de Viena, las mujeres empezamos
a ser entendidas y a entendernos como seres humanos plenos, no
por todas las personas ni en todos los Estados, pero sí se puede
afirmar que fue el nacimiento del sujeto “mujer” en el derecho
internacional de los derechos humanos y por eso yo siempre he
insistido que fue en 1993 que las mujeres adquirimos el estatus
de “humanas”. Fue gracias a ello que la violencia contra nosotras
empezó a discutirse en esferas gubernamentales y para el 94 se
había creado por primera vez un mecanismo dentro del sistema
de DDHH de la ONU conocido como el “sistema de procedimientos
especiales” cuyo mandato se centra en las causas y consecuencias
de esa violencia: la Relatoría Especial sobre la violencia contra
las mujeres como un nuevo y único procedimiento especial del
Consejo de DDHH dedicado exclusivamente a cuestiones de las
mujeres y que en sus ya más de dos décadas de existencia ha
creado mucha doctrina jurídica que luego ha sido ampliada a
otras situaciones de vulneración de derechos humanos como la
doctrina de la debida diligencia y la de reparaciones.
Entre los muchos logros de la Conferencia misma, está la
recomendación de que se estableciera el cargo de Alto
Comisionado para los Derechos Humanos. Poco tiempo después
de la Conferencia, se creó la Oficina del Alto Comisionado de
la ONU para los DDHH que se ha erigido en una imprescindible
defensora de los derechos humanos en general, pero más
importante aún, de los derechos de poblaciones históricamente
discriminadas que no habían sido suficientemente tomadas en cuenta por la teoría y práctica de los derechos humanos, como
las mujeres, las personas con discapacidad, los pueblos indígenas,
las personas LGBTQ, las y los migrantes, las y los miembros
de minorías discriminadas, entre otras. Con el apoyo de esta
Oficina, la ONU ha establecido un marco jurídico internacional de
derechos humanos dotado de mecanismos internacionales como
el Consejo de DDHH, sus Procedimientos Especiales y el examen
periódico universal (EPU), y los diez órganos creados en virtud de
tratados. Todos constantemente enriquecen la doctrina jurídica
de los derechos humanos que a su vez afecta muchos aspectos
del derecho interno de cada Estado.
Aunque los logros de Viena son muchos, el que más me interesa
destacar aquí es el hecho de que en esa conferencia mundial
se declarara que los derechos de las mujeres son derechos
humanos porque esto tuvo un impacto enorme sobre el concepto
de ser humano que a su vez tuvo y sigue teniendo un impacto
inmenso sobre la doctrina jurídica, los sistemas de administración
de justicia y la legislación, entre otros. Es decir, si antes de esa
fecha los derechos de las mujeres no se consideraban derechos
humanos, no podemos menos que inferir que las mujeres no
éramos plenamente humanas para el derecho internacional de los
derechos humanos y eso significaba que el tratamiento jurídico de
las mujeres y el concepto de igualdad eran muy diferentes a lo que
la doctrina jurídica establece hoy en día en la mayoría de nuestros
países. Sobre este punto volveré en un momento.
Entre otros logros directos de Viena puedo incluir el hecho de que
las mujeres logramos que se aceptara que nuestra convención
necesitaba un protocolo facultativo que permitiera a las mujeres
denunciar la discriminación que habían sufrido. Este protocolo
fue adoptado en el 2000 y hoy en día ha permitido que exista
un cuerpo jurisprudencial sobre los derechos humanos de las mujeres. Además, debemos reconocer que debido a nuestro
nuevo estatus de “humanas” declarado en Viena, el derecho de
las mujeres a la igualdad se empezó a discutir más seriamente
en foros internacionales, regionales y nacionales. Hoy en día, la
igualdad como resultado de la eliminación de todas las formas
de discriminación y no como trato idéntico, se ha establecido
jurídicamente en la mayoría de los Estados, aunque no en la
práctica. Pero lo más importante es que cada vez se entiende
mejor que lograr la igualdad, y no solo declararla, es una obligación
estatal aún para aquellos Estados que no han ratificado la CEDAW.
Gracias a Viena y su declaración de que la violencia contra las
mujeres es un asunto de derechos humanos, al año siguiente
la Asamblea General de la ONU adoptó la Declaración sobre
la eliminación de violencia contra la mujer, que ha servido de
inspiración a tantas leyes sobre la violencia contra las mujeres
en muchas partes del mundo. En el Sistema Interamericano se
adoptó, en 1994, la Convención Interamericana para prevenir,
sancionar y erradicar la violencia contra la mujer, conocida como
la Convención de Belém do Pará. Esta convención es la primera
en su materia gracias a la cual en prácticamente todos los países
de nuestra región se cuenta hoy en día con leyes o reformas al
código penal que la contemplan. Y, a pesar de que hay demasiada
impunidad y mucha resistencia de parte de juezas y jueces para
aplicar las nuevas disposiciones nacionales sobre las violencias
machistas, se está produciendo un cambio en la forma de entender
y tratar a las víctimas de esta pandemia, al menos en la doctrina
jurídica si no en la práctica.
Gracias a los estándares internacionales comprendidos en Belém
do Pará, se reconoce la desigualdad histórica entre hombres
y mujeres y se establece que la violencia se da gracias a esa
desigualdad al tiempo que la genera, todo lo cual dificulta el goce por las mujeres de sus derechos humanos. La convención habla
expresamente de los alcances de la violencia y de la responsabilidad
estatal aún cuando los agresores sean actores no estatales. Tal
vez más importante aún, esta convención ha propiciado que los
movimientos feministas se acerquen al sistema interamericano,
lo que a su vez ha permitido un desarrollo impresionante de la
doctrina y jurisprudencia que define las violaciones a los derechos
humanos de las mujeres.
Entre ellas recordemos el caso de María Eugenia Morales de
Sierra, de Guatemala, sobre discriminación de la mujer en
el Código Civil. Este caso trató por primera vez el tema de los
estereotipos y la calidad de víctimas de colectivos afectados por
leyes discriminatorias. También es importante recordar que hay
una serie de casos sobre violencia sexual en conflictos armados
que declaran que ésta es una herramienta de guerra o tortura y
no un efecto colateral de ellas como se creía; que hay casos sobre
esterilización forzada; sobre el derecho a la salud reproductiva;
sobre discriminación en el mundo laboral y muchos más.
En 1998, CEJIL y CLADEM, dos organizaciones de la sociedad
civil llevaron el caso de María da Penha ante la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos. Este caso es el primero
que interpreta y aplica la Convención Belém do Pará. Debido al
mismo, Brasil cuenta con la Ley María de Penha que abarca la
previsión de implementación de políticas para prohibir la violencia
doméstica y familiar contra mujeres. Es la primera vez que este
tipo de violencia se tipifica como un crimen y una violación de
los derechos humanos en la legislación brasileña. Se define a la
violencia doméstica y familiar como cualquier acción u omisión
basada en el género que le cause muerte, lesión, sufrimiento físico,
sexual o psicológico, y daño moral o patrimonial a las mujeres.
Esto incluye tanto el ámbito de la unidad doméstica definido como el espacio de convivencia permanente, así como el ámbito de la
familia entendida como la comunidad formada por individuos
que tienen ese vínculo y en cualquier relación íntima de afecto
independientemente de la convivencia.
Ya como humanas, miles de mujeres en la Conferencia de El Cairo
de 1994 sobre Población y Desarrollo, logramos que se plasmara
por primera vez en una conferencia internacional el concepto de
derechos sexuales y derechos reproductivos tan indispensables
para la salud y vida de las humanas mujeres. Gracias a El Cairo,
poco a poco el movimiento feminista logró que se estableciera,
al menos en las normas internacionales de derechos humanos,
el estándar según el cual las mujeres pueden acceder a servicios
de aborto, como mínimo, durante el primer trimestre en casos
de riesgo para la vida o la salud, incluida la salud mental; en
casos donde el embarazo es producto de una violación o incesto
o; cuando el feto es inviable. En este último caso, el aborto se
puede llevar a cabo después del primer trimestre si es necesario.
Cada vez más se está contemplando permitir que las niñas y
adolescentes embarazadas puedan interrumpir embarazos no
deseados sin el permiso de sus madres y padres. También ya es un
estándar internacional el que es obligación de los Estados incluir
la educación sexual adecuada para cada edad desde la escuela.
Después de Viena y Cairo, y ya asumiéndonos plenamente como
humanas, la movilización más grande que jamás se había dado
de mujeres de todo el mundo en la Conferencia Mundial sobre
la Mujer de 1995, logró la consolidación de estos progresos y
logros arduos, que se plasmó en un plan completo para promover
el derecho de la mujer a la igualdad: la Plataforma de Acción de
Beijing, lo que a su vez reforzaba la universalidad de los derechos
humanos. Sin embargo, esta universalidad siempre ha sido
cuestionada por múltiples actores entre los que se encuentran os diferentes actores anti-derechos que desde que las mujeres
fuimos declaradas humanas se han unido para combatir esta
idea, no directamente por supuesto, pero alegando que hombres
y mujeres no podemos ser iguales porque tenemos roles muy
distintos que cumplir. Así han tergiversado el concepto de género
que es el que nos permitió argumentar que nuestra anatomía/
biología no debería justificar las múltiples discriminaciones que
sufrimos todas las mujeres y que, por ende, hombres y mujeres
podemos valer igual, aunque seamos diferentes biológicamente.
Otro resultado importante de Viena fue la integración del Comité
CEDAW al sistema de derechos humanos de la ONU que se finalizó
oficialmente en el 2007 cuando la secretaría del Comité pasó a ser
un departamento de la Oficina del Alto Comisionado de Derechos
Humanos y, con ello, se armonizan de manera mucho más
eficiente las recomendaciones de este Comité con los otros nueve
que componen el sistema de órganos de tratados de la ONU.
A pesar de que los grupos anti-derechos se han fortalecido, no
lograron impedir que en el 2010 el Consejo de Derechos Humanos
de las Naciones Unidas, después de años de cabildeo por el
movimiento internacional de los DDHH de las mujeres, estableciera
el segundo mecanismo exclusivo sobre cuestiones de las mujeres
en su sistema de procedimientos especiales, denominado el
“Grupo de Trabajo sobre la discriminación contra la mujer y la
niña” (WGDAWG) como parte de sus mecanismos independientes
de monitoreo y establecimiento de estándares internacionales
de los DDHH en todo el mundo. Este mecanismo, compuesto por
cinco relatoras expertas provenientes de las cinco regiones del
mundo, es el que hoy día tengo el honor de integrar como experta
de la región LAC. Este mecanismo es el producto de que por fin se
entienda que la discriminación contra las mujeres es un fenómeno
mundial y no sólo de países pobres y no “desarrollados”.
De hecho, el trabajo del Grupo de Trabajo ha cubierto a todas
las mujeres, reconociendo que las mujeres no somos un grupo
uniforme. Casi cuarenta años de informes de la CEDAW han
demostrado que existen formas múltiples e interrelacionadas
de discriminación contra las mujeres en todo el mundo, que se
refuerzan y sostienen mutuamente. Todas las mujeres, en nuestra
inmensa diversidad y circunstancias diferentes, nos vemos
afectadas de manera diversa por leyes y prácticas discriminatorias.
Sin embargo, existen aspectos de la discriminación contra nosotras
que son comunes a todas las mujeres y que persisten en todas las
culturas, aunque con diferentes niveles de intensidad e impactos
diferenciados.
A lo largo de los primeros 8 años de nuestro mandato, ha habido
una necesidad de reiterar constantemente, incluso dentro del
sistema de derechos humanos, que las mujeres no somos uno
entre varios grupos vulnerables como muchas veces nos conciben.
Somos la mitad de la población mundial y, en algunos casos,
hasta somos mayoría dentro de los grupos vulnerables, como
por ejemplo entre las personas en situación de pobreza o entre
las víctimas de la explotación sexual. Cuando se entiende que
las mujeres no somos ni un sector ni uno entre muchos grupos
vulnerables o vulnerabilizados, los cambios que se requieren en la
legislación, la jurisprudencia y en las prácticas judiciales se tornan
obvios. El problema es que esto casi nunca se comprende, porque
la mayoría de nosotras/os sigue percibiendo el mundo con lentes
androcéntricos.
4
Pero la discriminación persiste.
Mi experiencia en el WGDAW me ha confirmado que la
discriminación contra nosotras persiste tanto en el ámbito público
como en el privado, en tiempos de conflicto armado como en
tiempos de paz y en todas las regiones. La participación de las
mujeres en la vida política y pública sigue siendo demasiado baja:
en promedio, el 20% de los parlamentarios/as y el 17% de las y
los jefes de Estado o de gobierno y hasta en la ONU misma, la
paridad, indispensable para lograr la verdadera igualdad, sigue sin
alcanzarse y los pocos mecanismos que existen para la defensa y
promoción de nuestros derechos están constantemente en peligro
de desaparecer. Las mujeres seguimos siendo pagadas menos
por un trabajo de igual valor y estamos sobre-representadas en
el desempleo. Las mujeres afectadas por la migración sufrimos
toda clase de vejámenes tanto si son nuestros compañeros los
que emigran como si somos nosotras las que lo hacemos. Las
mujeres estamos sumamente subrepresentadas en el liderazgo
de los órganos decisorios en los sindicatos y cooperativas, así
como en los de las finanzas y el comercio, tales como el FMI y la
OMC.
Aunque, como ya lo mencioné, en la mayoría de los Estados hay
alguna legislación sobre la violencia contra las mujeres, ésta sigue
siendo omnipresente, estimándose que afecta a una de cada tres
mujeres en todo el mundo. En nombre del honor, la belleza, la
moda, la pureza o la tradición, seguimos presenciando cómo tanto
adultas como niñas somos víctimas de femicidios y feminicidios,
muchas veces para “salvar” el honor de las familias. Demasiadas
niñas son sometidas a matrimonios forzados a muy temprana edad y las mujeres seguimos siendo objeto de toda clase de
mutilaciones genitales y modificaciones innecesarias de otras
partes de nuestro cuerpo femenino.
Demasiadas mujeres están siendo privadas de su vida o salud a
través de la negación de sus derechos sexuales y reproductivos.
Cada año, unas 80.000 mujeres mueren como resultado de abortos
inseguros y unas 5 millones de mujeres sufren de discapacidades
debido a negligencia, violencia obstétrica o falta de servicios de
salud reproductiva. Según un estudio reciente de la OMS, las
muertes maternas completamente evitables siguen siendo muy
elevadas en muchos países. Todavía hay Estados en donde el
aborto está totalmente prohibido en todas las circunstancias, aun
cuando la vida de la embarazada corre peligro. En El Salvador,
por ejemplo, hay mujeres encarceladas acusadas de abortar,
pero sentenciadas por homicidio agravado por hasta 40 años,
incluso cuando el aborto fue espontáneo. En algunos Estados
se criminaliza a las mujeres embarazadas fuera del matrimonio,
aunque este embarazo sea producto de una violación sexual.
Y como si eso fuera poco, esos mismos Estados que criminalizan a
las mujeres, no proporcionan, y hasta prohíben, la educación sexual.
Al mismo tiempo, la falta de información y servicios de planificación
familiar para adolescentes y la práctica de matrimonios infantiles
llevan a embarazos tempranos que expulsan a muchísimas
niñas del sistema educativo, limitándoles así el acceso a mejores
empleos y al disfrute de muchos otros derechos. El embarazo y el
parto de las niñas es una de las causas más comunes de muerte
en los países llamados “en desarrollo”, siendo las niñas menores
de 15 años las que enfrentan cinco veces más ese peligro.
Ningún país del mundo ha alcanzado todavía la plena igualdad
sustantiva de la mujer y lo que es peor, todavía persiste la idea de que la igualdad no es necesaria para eliminar las múltiples formas
de discriminación y violencia que sufrimos las mujeres en todas
partes. Es más, en algunos países del mundo se ha instalado la
idea de que la igualdad no es deseable y que más bien debemos
conformarnos con la equidad, la complementariedad o la dignidad,
todos conceptos bellos pero que no incluyen la eliminación de las
múltiples formas de discriminación contra nosotras. El aumento de
todo tipo de fundamentalismos religiosos y la xenofobia creciente
en todos los países gracias a partidos y movimientos políticos
nacionalistas, populistas, o fundamentalistas religiosos ponen en
peligro la existencia de instituciones y movimientos que defienden
los derechos humanos, especialmente los de las mujeres. Las
defensoras de los derechos de las mujeres cada vez encontramos
más peligro para nuestras vidas y menos fondos para realizar
nuestro trabajo a pesar de que por primera vez en la historia
patriarcal empieza a reconocerse la importancia de nuestra labor.
En los últimos años estamos viendo serios retrocesos, a menudo
en nombre de la cultura, la religión o las tradiciones, que amenazan
el duro progreso en el logro de la igualdad de las mujeres. En todas
las regiones del mundo se están viendo intentos para homologar a
las mujeres con la familia, sustituyendo los ministerios o institutos
de la mujer que tanto costaron construir, por ministerios o
institutos de la familia. A veces reformando códigos penales o de
familia que de nuevo restringen a las mujeres al ámbito doméstico
y nos expropian de nuestros cuerpos.
Hasta en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU estamos
presenciando retrocesos cuando Estados miembros proponen
que la protección a la familia sea un valor superior a los derechos
individuales de las mujeres. Si bien la atención y el interés en el
valor de la familia y la protección de la niñez son importantes, no
son ni un equivalente ni un reemplazo de la igualdad de derechos y autonomía de las mujeres. Y, peor aún, sin igualdad dentro de la
familia, es casi imposible que las mujeres podamos gozar de otros
derechos humanos como el derecho a la educación, al trabajo y a
la participación, entre muchos otros.
La protección de la familia debe incluir la protección de los
derechos humanos de todos los miembros individuales de la
familia, especialmente el derecho a la igualdad entre mujeres
y hombres, así como entre niñas y niños. Por eso el WGDAWG
expresó su preocupación de que la resolución sobre la familia
del 2014 no mencionara el derecho de las mujeres a la igualdad
en la familia y esto provocó mucho enojo en ciertos Estados
miembros del Consejo de DDHH. A pesar de que se ha evidenciado
reiteradamente que el reconocimiento del derecho de las mujeres
a la igualdad en la familia es esencial para poder gozar de los
derechos en la esfera pública, estamos viendo cómo esa igualdad,
que era solamente jurídica y no real en la mayoría de los Estados,
hoy día está siendo cuestionada y hasta derogada. Y lo más triste
es que muchas veces son las mismas mujeres las que insisten en
que no les interesa la igualdad.
Otro retroceso enorme se está dando alrededor del concepto
de género que, aunque nunca fue entendido correctamente por
los Estados, hoy está siendo conscientemente distorsionado por
grupos conservadores religiosos pero también por otros grupos
que sin intención de debilitar los derechos de las mujeres, también
han cambiado o debilitado el significado transformador del
concepto. Este concepto, que fue desarrollado para visibilizar a las
mujeres y lograr que se entendiera que la discriminación contra
nosotras no se justificaba en nuestra diferencia biológica de los
hombres, ni era natural o ineludible sino una construcción social,
hoy día algunos grupos más bien lo utilizan para negar la existencia
de la categoría “mujer” en tanto mitad de la población mundial y sin mujeres, no tiene sentido hablar de los derechos humanos de
las mujeres, discriminación contra la mujer, o violencia contra la
mujer, etc.
Ahora, aún en la agencia creada para “avanzar” la condición de
las mujeres, ONU Mujeres, hay quienes propugnan porque se
sustituya la palabra mujer por la de género. Consecuentes con esta
postura, hay personas que siempre habían sido nuestras aliadas,
que argumentan que hablar de mujeres es caer en binarismos o
excluir a las personas trans. Ni el CEDAW ni el WGDAWG excluyen
a las mujeres trans debido a que desde el principio hemos
concordado con la Recomendación General 28 de la CEDAW en
que “La discriminación de la mujer por motivos de sexo y género
está unida de manera indivisible a otros factores que afectan a la
mujer, como la raza, el origen étnico, la religión o las creencias, la
salud, el estatus, la edad, la clase, la casta, la orientación sexual
y la identidad de género.” En el WGDAWG estamos convencidas
que eliminar la palabra mujer y sustituirla por la de “género” es
de nuevo invisibilizar a las mujeres que por siempre estuvimos
desaparecidas del discurso oficial. Además, afortunadamente,
existe un mecanismo especializado sobre la discriminación por
razones de orientación sexual e identidad de género creado
recientemente. Nuestros dos mandatos garantizarán que ni las
mujeres de cualquier orientación sexual o identidad de género
que sean, ni las personas que no se identifican ni con mujeres
ni con hombres sean discriminadas. Sin embargo, la lucha será
ardua, tanto para mantener la palabra “mujer”, que molesta tanto
a algunos, como para mantener nuestros dos mandatos vigentes,
ya que hay muchos Estados que se oponen a nuestra existencia.
Algo que me asusta mucho es la misoginia que ha aflorado en
casi todos los espacios, pero especialmente en los políticos, tanto
internacionales como nacionales. La igualdad entre mujeres y hombres fue un objetivo en las conferencias mundiales de los
90s y tomó bastante protagonismo, pero estamos viendo que casi
todas las propuestas que nos estaban acercando al objetivo de
la igualdad se están desdibujando debido a estrategias muy bien
diseñadas de los grupos anti-derechos que hoy se han fortalecido
en la ONU y que utilizan un lenguaje de derechos humanos
precisamente para destruirlos. La derecha más conservadora
se ha empoderado y decidido a usar el lenguaje de los derechos
humanos para hacer creer a muchas personas que las religiones,
las familias, los padres entre otras entidades, tienen derechos
humanos que están siendo atacados por los derechos sexuales
y derechos reproductivos de las mujeres y niñas y la población
LGBTTI. Estos conservadores quieren hacernos volver a la época
antes de Viena, cuando los derechos de las mujeres no eran
derechos humanos y, por ende, el concepto de igualdad entre
hombres y mujeres ni siquiera se estudiaba en términos de
equivalencia. Y, por supuesto, tampoco quieren reconocer toda
la doctrina que brota de entender que la humanidad es muy
diversa y el hombre heterosexual, adulto y sin discapacidad NO es
el modelo de lo humano. Hay un sector fascista que cada vez es
más escuchado tanto por las clases más desposeídas a quienes
no les ha llegado los beneficios de la igualdad, así como por las
clases más adineradas que ven en esos discursos nacionalistas,
misóginos, racistas, homofóbicos, etc. una manera de mantener
sus privilegios. Es un reto enorme que tenemos que enfrentar.
Recordemos que, en las épocas de las conferencias de Viena, El
Cairo y Beijing, la retórica del Vaticano en las Naciones Unidas
estaba formulada en un lenguaje explícitamente religioso, aunque
no debemos olvidar que fue la Santa Sede quien propuso que se
sustituyera el término igualdad por el de equidad que tuvo tanta
acogida en nuestra región y que ha causado tanto daño. Desde
entonces, la Santa Sede se ha envalentonado y su lenguaje ha cambiado hacia expresiones seculares, citando la dignidad, los
deberes y las responsabilidades para influir en las negociaciones
y en la política internacional. Por ejemplo, la Santa Sede ahora
reclama acuerdos que defiendan la ‘dignidad’ y los ‘derechos’ de
“la pareja compuesta por un hombre y una mujer.”
En su labor de incidencia en la ONU, el Vaticano se ha vuelto más
estratégico en los últimos años refiriéndose frecuentemente a
instrumentos de derechos humanos reinterpretados, como lo
ejemplifica su discurso sobre la familia, que conceptualiza como
natural, patriarcal y heteronormativa. Además, presenta el clamor
por los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres como
una “batalla de derechos” presentando el derecho al aborto
como si estuviera en oposición al derecho a la vida, y oponiendo
el derecho de los y las niñas y jóvenes a una educación sexual
integral contra los “derechos de los padres”
Este discurso sobre la familia también descansa en reforzar
la masculinidad patriarcal, así como la feminidad tradicional.
Y los fundamentalistas religiosos no lo tienen que hacer solos
pues hay todo un gran aparato para reproducirlos. Los medios
de comunicación son clave… series, películas, videojuegos… Y el
modelo del héroe bélico o policial glorifica las virtudes del héroe
que recurre a la violencia como único medio de “proteger” a su
familia, comunidad o nación. Es un modelo poco sostenible si lo
que queremos es una sociedad igualitaria, con justicia y en paz.
Sin embargo, la masculinidad sádica y la feminidad masoquista se
perpetúan, “50 Sombras de Grey” es un ejemplo paradigmático,
pero no el único. Las grandes maquinarias mediáticas
multinacionales como Disney, Sony, Netflix y tantas otras, recrean
una y otra vez, con pequeñas variaciones, los mismos modelos.
Es muy difícil crear imaginarios no sexistas o patriarcales porque
la hegemonía cultural sigue trabajando para reproducir lo mismo.
5
El Backlash
Lo que tenemos ahora es lo que en inglés llaman backlash, una
reacción. Cuando tocamos el estatus quo, a lo mejor durante
un tiempo no hay reacción, pero cuando empezamos a avanzar
socialmente y empezamos a erosionar al patriarcado con el
feminismo, al poco tiempo, como hemos visto, empiezan a sonar
las alarmas simbólicas. No es nada extraño que, en la capital del
mundo globalizado, después de un presidente afroamericano
como Obama, subió un Trump, un “nacionalista blanco” que
tiene sus versiones nacionalistas en muchos de nuestros estados
latinoamericanos. Brasil es un buen ejemplo de que es una
tendencia global: Temer, la bancada evangélica y la destitución
de Dilma, una presidenta socialdemócrata que ha sufrido una
misoginia brutal. En el mes pasado de abril, en Costa Rica, un
país de tradición democrática y sin ejército, nos enfrentamos a
la posibilidad de un presidente evangélico que se considera el
representante de Dios en nuestra tierra y no cree en los derechos
humanos ni en la crisis climática y que a pesar de que prometió
que su primera acción como presidente sería cerrar el Instituto
Nacional de las Mujeres, más de la mitad de quienes votaron por
él fueron mujeres.
Otro motivo de preocupación es el impacto de los grupos antiderechos en discusiones sobre el desarrollo sostenible, como
lo demuestran los logros de estos actores en cuanto a diluir el
impacto de los derechos humanos en la Agenda 2030. En su
primer borrador, el párrafo 19 de la Declaración Política incluía un
fuerte reconocimiento de que la realización de todos los derechos
humanos es el principal propósito del desarrollo sostenible. Allí se afirmaba que la Agenda se proponía “trabajar para asegurar
que los derechos humanos y las libertades fundamentales
sean disfrutadas por todos sin discriminación de ningún tipo,
incluyendo el origen social y otras características”. Gracias al
activismo de los grupos anti-derechos, la Declaración final diluye
este lenguaje para atenuar las responsabilidades de los Estados:
en vez de establecer que éstos están obligados a respetar,
proteger y cumplir los derechos humanos, sustituye la palabra
cumplir por promover. Además, socava la universalidad de los
derechos humanos reduciendo la lista de categorías protegidas
por la cláusula no discriminatoria al eliminar las palabras ‘todos’ y
“otras características”.
A pesar de que la consulta mundial con un amplio espectro de
partes interesadas de todo el mundo fue sin precedentes y que
los ODS están mucho más en línea con los principios de derechos
humanos de universalidad, transparencia, participación, igualdad
y no discriminación y rendición de cuentas que los ODM, éstos
no están siempre fundamentados en el marco internacional de
derechos humanos, marco que como he venido diciendo, nos dio
el estatus de humanas. Las metas no se enmarcan en términos
de estándares internacionales de derechos humanos, y con pocas
excepciones, no se vinculan con los mecanismos internacionales
para la rendición de cuentas. Pero más problemático aún es
que la agenda internacional de desarrollo 2030 incorpora un
marco basado en el mercado -como lo muestra, por ejemplo, el
Objetivo 8 que vincula el pleno empleo y trabajo decente con el
crecimiento económico- que no es coherente con las obligaciones
internacionales de derechos humanos que tienen las naciones de
todo el mundo.
Me parece que el Objetivo 8 nos da pistas para entender que en los
ODS el desarrollo sigue centrado en el mercado y el crecimiento económico. Creo que la crisis climática nos está demostrando que
este tipo de desarrollo no puede jamás ser sostenible y peor si el
pleno empleo y el trabajo decente son degradados en los ODS de
ser considerados derechos humanos fundamentales necesarios
para la dignidad humana a dividendos del crecimiento económico.
Es precisamente el credo del crecimiento económico el que ha
alentado a los gobiernos a abolir muchas de las protecciones
laborales, reducir los salarios y socavar la organización de las y
los trabajadores. En muchos de nuestros Estados, este credo ha
llevado a nuestros Estados a utilizar la violencia y la intimidación
para proteger a los inversionistas a costa de la vida y salud de las
y los trabajadores y hasta han asesinado a quienes se atreven a
defender sus derechos.
Es en este clima que se hacen muchas llamadas para “aumentar
la participación de las mujeres en la economía” y no dejarlas atrás.
Como tales llamadas no tienen en cuenta la posición explotada y
precaria en que se encuentran las mujeres en la economía mundial
actual y los factores estructurales que privan a las trabajadoras de
su dignidad y sus derechos como seres humanos, esas llamadas
son irrisorias.
Especialmente si recordamos que el factor que más contribuye a la
explotación de las mujeres en el lugar de trabajo es la desigualdad
entre mujeres y hombres en la familia, la comunidad y en las leyes.
En un sistema económico globalizado controlado en gran parte
por las grandes transnacionales, estos poderosos actores se han
aprovechado de la discriminación histórica contra las mujeres
para garantizar que seamos una fuente de mano de obra barata
para alimentar sus cadenas de suministro. Es por ello que tanto
los poderes económicos como sus aliados religiosos se unen en la
idea de que no se nos considere plenamente humanas al negarnos
la igualdad sustantiva con los hombres, lo cual sólo es posible a través de considerarnos como iguales en nuestra diferencia mutua
con los hombres.
Pero tal vez donde más se evidencia la misoginia “reloaded” de
nuestros tiempos es la forma en cómo los medios tratan y cómo
la mayoría de la gente nos percibe a las feministas. Las teorías
feministas, que tanto han hecho no sólo por nosotras las mujeres,
sino por la paz, la democracia y la justicia, siguen estigmatizadas
en vez de reconocidas como lo que son: teorías que no sólo nos
abren caminos antes totalmente vedados a las mujeres, sino que
nos muestran otras posibilidades para hacer de nuestro mundo
un lugar más sostenible y feliz. Es desesperanzador que nuestros
sueños, proyectos, preocupaciones y manifestaciones feministas
sean percibidos, cuando lo son, como egoístas, marginales o
superfluos y hasta que nos llamen feminazis cuando defendemos
a las víctimas de las más atroces violencias. No se reconoce que
los mitos que hemos desmontado las feministas han servido para
crear nuevos imaginarios. Que las feministas no nos contentamos
con demostrar nuestras incontestables semejanzas con los
hombres, sino que siempre estamos haciendo evidente nuestras
diferencias con ellos y entre nosotras lo que contribuye a visualizar
y entender la diversidad humana. Tampoco se nos reconoce que
las feministas siempre hemos acompañado a otros movimientos
en sus anhelos de justicia, que luchamos contra el militarismo, la
violencia policial, la apropiación de todos los bienes comunes por
parte de las grandes transnacionales extractivistas, la lesbo, homo
y transfobia, etc. Y, casi siempre, lo hacemos con amor y mucho
humor.
6
Conclusión
Para construir otro mundo posible, un mundo sin discriminaciones
ni violencias de ninguna especie, un mundo soñado tanto por todos
los feminismos diversos, es imprescindible que mantengamos viva
la memoria de Viena para recordarnos que hace apenas 25 años
que las mujeres fuimos declaradas humanas en la Conferencia
Mundial de DDHH en Viena y que en estos pocos 25 años hemos
logrado muchos más avances de los que hoy he podido recordar.
Es importante que conozcamos nuestra historia porque sólo así
sabremos defendernos de los ataques que hoy estamos sufriendo.
No podemos permitir que los grupos anti-derechos nos devuelvan
a los tiempos en que la discriminación contra las mujeres era
considerada natural y ordenada por un Dios celestial. Y no
podemos permitirlo no solo por nosotras, sino por nuestros hijos
e hijas, por toda la especie humana en su maravillosa diversidad y
por el futuro de nuestro planeta.
42 El Comité CEDAW pasó a ser parte integral del Sistema de DDHH de la ONU en el 2007
Este texto esta tomado del libro de Alda Facio Montejo titulado La evolución de los derechos humanos de las mujeres en las Naciones Unidas
Alda nos dice : Este documento ha sido preparado con fines puramente pedagógicos. No pretende ser una historia oficial ni completa de estos años. Resume, desde la perspectiva de una latinoamericana que ha participado en muchos de los eventos que aquí se narran, una breve etapa de la larga historia de la lucha de las mujeres contra el patriarcado que también está dentro de la ONU. Este pedacito de la historia de resistencia y logros de las mujeres no pretende decir que sea dentro de la ONU o en esos años que hayan sucedido los acontecimientos más importantes para el logro de la igualdad y la justicia social para las mujeres de todo el mundo, de todas las razas/etnias, credos, culturas, edades, nacionalidades, capacidades, sexualidades, etc.