Claves feministas
El feminismo surgió en Occidente y se ha ampliado a todo el mundo. Sus claves políticas son la democracia, el saber y la igualdad tanto como la autonomía y la diversidad. Por ello, acceder al feminismo contiene la posibilidad de afinidad con el pensamiento occidental y con otras tradiciones culturales que reivindican el principio de equivalencia humana. En la alternativa que busca eliminar la geografía excluyente por una que incluya todas las tierras y culturas, las feministas han contribuido a que sea éticamente positiva la visión incluyente, igualitaria y respetuosa de la diversidad en todo el mundo, aun en Occidente.
La filosofía política feminista contribuye a la democracia porque desmonta privilegios, purezas, supremacías y el derecho a la dominación, que han sido claves de política la cultura occidental y de otras culturas. El paradigma feminista reivindica hechos del mundo real para convertirlos en derechos universales: la diversidad, la pluralidad y la posibilidad de convivencia entre seres de tiempos, espacios y tradiciones diferentes. El tejido que une la diversidad es el reconocimiento de las semejanzas y la aceptación de las diferencias en pos de convivir y reconocer la equivalencia humana, el derecho a tener derechos específicos, a la equidad y la igualdad de oportunidades para el desarrollo.
Aculturación feminista e identidad
La conciencia feminista reverbera e incide en la memoria a través del viaje histórico de rediseño genealógico y la necesidad de hacer historia de filiación femenina al establecer nexos y conexiones entre las mujeres, sus movimientos y sus logros al valorar el pequeño gesto, el cambio imperceptible pero fundamental. En ese sentido, el feminismo valora a las mujeres y a lo femenino (aun al reconocer sus enajenaciones y al intentar cambios en las mujeres y en lo femenino) y valora lo feminista.
De ahí que los procesos de aculturación feminista que conducen a construir nuestra memoria exigen desmontar la misoginia en la cultura y la subjetividad de cada mujer, para valorar a las mujeres y a lo femenino. Sólo entonces es posible sentir cercanas a mujeres distantes en el tiempo o en el espacio y a su historia como mi historia. Concluir yo soy una mujer y considerar como lo hace María Milagros Rivera, "la historia de las mujeres es la historia" (op. cit.).
El placer está presente en la aculturación feminista. La búsqueda tópica de sentido es la gran experiencia de goce erótico, intelectual y afectivo de mujeres sabias, concienzudas intelectuales (aun aquellas que se definen como manuales) cuya habilidad ha sido develarse y mirar desde otro sitio y en un tiempo comprimido de siglos.
En tanto cultura política, el feminismo reúne infinidad de experiencias político existenciales de mujeres en resistencia, en rebeldía, subversivas o transgresoras (Lagarde, 1998). La mayoría de ellas no ha sido intelectual, no ha sido ilustrada ni siquiera letrada o alfabeta. Por eso, el sentido de su experiencia adquiere trascendencia política cuando se la ilumina desde la perspectiva feminista.
La cultura feminista ha sido creada y vivida por millones de mujeres de carne y hueso de otras generaciones y contemporáneas, aisladas unas, cautivas otras, emancipadas y libertarías otras más. La mayoría no tuvo conocimiento unas de otras o no se reconoció en las otras, y muchísimas no han tenido conciencia identitaria feminista. Desconocemos sus recorridos de vida porque los recursos de la memoria no las registraron, pero las adivinamos porque sabemos que cada lucha, convocatoria o movimiento se sostiene en decenas de miles, sumergidas e invisibles, que viven hasta en sin palabras lo que otras significan. Pero todas son mujeres que al vivir han abierto brechas, cambiado normas y subvertido su mundo inmediato. Con sus acciones cotidianas o excepcionales, trastocan el mundo de la mayoría.
Transmisión y prejuicios
Cada día, las mujeres enfrentamos la problemática de transmitir la experiencia cultural feminista en un mundo hegemónicamente androcéntrico y antifeminista. La formación cultural de la mayoría de las mujeres está basada en la cultura dominante que privilegia las acciones y los hechos masculinos y legitima el patriarcado, que es sesgada e inequitativa al omitir hechos y aportes a la vida social y a la cultura que realizan las mujeres. La formación escolar y universitaria está estructurada en tomo a una visión de la historia y de la ciencia que repite esta concepción genérica mutilante.
La mayoría de las mujeres aprende primero antifeminismo dogmático y desarrolla prejuicios, rechazo, hostilidad y temor ante el feminismo. Por eso, es común que algunas desvaloricen a otras y a lo femenino, o que consideren folclóricas las luchas por la emancipación o propias de otras generaciones. Hay quienes se asumen avanzadas y creen que nunca han sido discriminadas y por ello los afanes feministas no son parte de su universo. El feminismo es rechazado como parte de una cultura particular con afanes hegemonistas o como práctica neocolonial o neoliberal; es dejado atrás también como gran relato y utopía finiquitados en el horizonte posmoderno.
Qué paradoja. El feminismo permite enfrentar el sexismo machista, misógino, homófobo y lesbófobo de la modernidad patriarcal. Sin embargo, ahí están el prejuicio, el pensamiento dual, la lógica formal que antagonizan. Es la hegemonía de la cultura patriarcal a través de filosofías, cosmologías, mitologías e ideologías arcaicas y contemporáneas, sus rituales y su parafernalia. Esta cosmovisión patriarcal está instalada en la cultura y en la subjetividad de cada mujer en grados variados. Sin embargo, las mujeres, objeto de misoginia, no enfrentamos nuestra subjetividad misógina o inventamos cauces excluyentes entre nosotras. La sororidad y el affidamento son planteados como excluyentes, en lugar de concebirlos como una de las dimensiones más radicales del feminismo: la que plantea la equivalencia real entre las mujeres, la valoración y el reconocimiento de la autoridad de cada una. Las resistencias en la aculturación feminista Incluso entre mujeres que se asumen feministas hay resistencias de diversa índole:
Resistencias antiintelectuales. Se expresa como un desplante de ignorancia de género que reivindica lo empírico y lo pragmático frente al estudio, el análisis, la reflexión y el pensamiento crítico. Con ello, aun sin saberlo, quienes se esfuerzan por ser feministas, niegan el saber, la cientificidad, la historicidad y sus conocimientos no dogmáticos imprescindibles, pilares de la cultura feminista. Reivindican, en cambio, otros saberes producto de la observación, la práctica, el empirismo, y reconocen como opuestos y alternativos a saberes tradicionales y esotéricos -dotándolos de mayor valor- y consideran al sentido común como buen sentido. Llega incluso a valorarse en oposición al feminismo la ignorancia convertida en virtud femenina.
La condición ilustrada del feminismo es tan importante que sin ella no sería posible pensar el mundo ya no sólo en femenino, sino en feminista. Tampoco se habría dado la fenomenal confrontación crítica ilustrada con las ideas, las normas, las leyes y la política patriarcales, deconstruidas por las feministas con códigos y lenguajes letrados científicos y filosóficos, y sólo entonces políticos. No habría sido posible guardar y conservar el saber y la historia de las mujeres y menos las historias de la emancipación femenina. La construcción del paradigma teórico-político y ético del feminismo es impensable sin la condición ilustrada de las feministas y de sus obras, sus propuestas, sus agendas políticas, sus leyes. Sin el pensamiento, la sensibilidad y el imaginario moderno no existiría la veta fundamental del feminismo que es la concepción de libertad que sustenta la aculturación feminista.
Resistencias antipolíticas. Su expresión es la reafirmación de género de apoliticidad que apela a una moral femenina virtuosa no contaminada con la política. Abarca a quienes desconfían y recelan de la política por ser ámbito de recreación de dominio, quienes asumen la política como masculina y de los hombres, ajena a las mujeres, hasta quienes la llaman participación social y la consideran mejor que la participación política. La incursión política de las feministas es compleja y se mueve, en efecto, en una dimensión no sólo patriarcal sino masculina. En ocasiones es idealizada por ser política de mujeres, se la supone mejor, éticamente positiva y no peligrosa. Sin embargo, sujetas a jerarquías y poderes idealmente disminuidos y prácticamente reforzados, los enfrentamientos políticos en que se ven envueltas las feministas siguen los cánones de exclusión, rivalidad, y exclusivismo.
Al superarse los conflictos políticos de jerarquía, control, obediencia y otros más, es posible que la política implique la alianza, la suma, la colaboración. A pesar de lograrlo, el mundo y la participación de las feministas en otros espacios produce jerarquías y superioridades entre ellas. Hacer política requiere de las feministas realizar permanentes traducciones, acciones positivas, compensaciones y ajustes entre ellas; establecer mecanismos de confluencia y disidencia, para reconocerse, otorgarse autoridad; y asociarse y aliarse para lograr avances de género y porque reconocen un interés cultural común: contribuir en el desarrollo, el fortalecimiento y la preservación de la cultura feminista.
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