El aislamiento es una de las manifestaciones que encontramos presentes en las relaciones de maltrato. El aislamiento se convierte en un elemento devastador para las
víctimas maltratadas debido a que se mantiene presente a lo largo de la relación abusiva.
Favorece el inicio del maltrato, contribuye a su mantenimiento y dificulta la búsqueda
de ayuda fuera de la relación.
En el II Informe Internacional sobre violencia contra la pareja en las relaciones de
pareja (Sanmartín, 2007) aparecen como factores de riesgo de la violencia de género
la carencia de apoyo social, el escaso apoyo institucional y el reducido grado de
autonomía.
El aislamiento se convierte en una de las formas que el maltratador tiene para controlar
el comportamiento de su víctima. Suele controlar todo lo que hace, con quién
se relaciona, con quién habla, lo que lee y donde va, utilizando, en muchos casos, los
celos para justificar este comportamiento. El testimonio de una víctima refleja claramente
la intencionalidad y las consecuencias de esta conducta controladora:
“Abandoné la universidad. Trabajaba como una mula en nuestros negocios, mientras él pasaba casi todo el día en la cama. Me encontraba aislada emocionalmente, sin contactos con amistades ni familia y acotada por prohibiciones cada vez más exageradas: no podía ni leer libros, ni ver programas en la tele, ni comer pipas, por ejemplo; ni saludar a hombres, ni hablar con mujeres, debía permanecer siempre a menos de tres metros de distancia de su cuerpo. Mi personalidad y mi expresividad estaban inhibidas, ya que no podía mostrarme amistosa con nadie, ni vestirme como deseaba, ni siquiera mirar al frente cuando caminaba por la calle porque me malinterpretaba, desencadenando sus reacciones violentas. Sufría insultos constantes, abusos sexuales, castigos, correazos, palizas... que ya ni me dolían porque la única solución que encontraba para resistir fue hacerme insensible. ¡Aprendí a no sentir! Aprendí incluso a no pensar, porque su control dominaba hasta mis pensamientos, mis ánimos.” (Fundación Ana Bella)
Tal y como afirman Quinteros y Carbajosa (2008) el aislamiento espacial y social
es una modalidad de violencia que estaría incluida tanto dentro del maltrato psicológico como del físico, porque se refiere a todas las prohibiciones que va estableciendo
el maltratador respecto a la libertad de movimiento como a la interacción con otras
personas.
Los mecanismos de acción del aislamiento pueden ser directos o indirectos. El aislamiento
actúa de forma directa cuando el maltratador impide a la víctima, de forma
explícita, el acceso a personas, situaciones y ocupaciones (“no quiero que pases tanto
tiempo con tu madre” “no quiero que vayas a tomar café con esas amigas”, “no quiero
que trabajes fuera de casa”). El aislamiento actúa de forma indirecta cuando el maltratador,
sin necesidad de coartar directamente la voluntad de la víctima, reconduce
el comportamiento de esta utilizando críticas, consejos y chantaje emocional (“tus
amigas son unas frescas e impresentables”, “ese trabajo no te interesa, no te das cuenta
que se están aprovechando de ti”, “yo no puedo ir a casa de tus padres, tu madre
siempre me critica, nunca me ha aceptado”).
Este tipo de violencia suele manifestarse al inicio con formas indirectas de control,
criticando a sus amistades y familiares, remarcando sus defectos, menoscabando sus
actividades.
En estas situaciones la víctima es la que toma la decisión de evitar coincidir
con las personas que provocan animadversión a su pareja produciéndose un proceso
de autoaislamiento. El agresor no se percibe responsable de este aislamiento y
suele argumentar que es ella quien decide no ver a familiares y amistades o acudir a
determinados lugares.
Cuando no son efectivas las formas de control indirecto, el agresor despliega las
formas más directas de prohibición, pero siempre bajo la justificación de que lo hacen
“por el bien de ella”.
El aislamiento social es uno de los factores principales que dificultan la búsqueda de
apoyo fuera de la relación (Rose, Campbel y Kub, 2000). El aislamiento impide a la
víctima compartir sus problemas con otras personas (familia, amigos y compañeros de
trabajo), desarrollar una actividad laboral fuera de casa y contar con un adecuado
grado de autonomía personal. La mujer aislada carece de los referentes adecuados
para comparar su relación con la relación de otras parejas, lo que facilita la normalización
de las conductas abusivas a las que se ve expuesta por parte de su agresor.
El aislamiento provoca el abandono del trabajo y de las amistades y aleja a la mujer
de las fuentes alternativas de apoyo (Grigsby y Hartman, 1997). Como resultado de
este proceso encontramos que las relaciones con el maltratador se convierten en las únicas que mantiene la víctima a lo largo de su vida. El mantenimiento del aislamiento
a lo largo de la relación favorece los niveles de dependencia de la mujer a su pareja,
facilitando considerablemente la cronificación de la relación abusiva.
Finalmente, merece especial atención la relación existente entre los celos que manifiesta
el maltratador y el aislamiento de la víctima. Los celos se han considerado como
uno de los principales factores asociados a la violencia de género. En algunos casos se
atribuye a los celos la justificación del comportamiento del maltratador y, en otros,
que representan una estrategia más para controlar a la víctima. La mayoría de las situaciones
relacionadas anteriormente como responsables del aislamiento se confunden
con reacciones de celos, aunque en realidad lo que subyace no es un temor del maltratador
a una infidelidad por parte de la pareja sino una preocupación a peder el control
sobre lo que ella decida hacer libremente.
http://www.institucionpenitenciaria.es/web/export/sites/default/datos/descargables/publicaciones/Doc_Penitenc_7_Violencia_de_gxnero_Acc.pdf
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