Jean Shinoda Bolen habla de cambios sociales:
Estadounidense de nacimiento, pero nieta de japoneses, Jean Shinoda Bolen vive en California, en una casa sobre una montaña que mira hacia la bahía. "La sencillez de sus líneas y lo despojado de sus espacios es algo muy japonés", explica esta mujer de estructura pequeña con voz clara, vibrante y juvenil. Se le adivina una enorme fuerza interior, esa que la llevó a tener dos hijos, Melody, médica pediatra de treina y pico de años, y André, que murió de una enfermedad cuando tenía 29. Esa determinación también la lleva a repartir sus días entre la escritura de sus libros, más de diez traducidos a más de diez idiomas, su trabajo clínico como psicoterapeuta y sus conferencias alrededor del mundo.
Algunos de esos libros, como Las diosas en cada mujer , Las diosas de la mujer madura y Los dioses en cada hombre, son ya clásicos en el estudio de los arquetipos que se representan en los individuos. Todo eso la convirtió en una especialista en mitología, y en esa condición llegó por segunda vez a la Argentina, ahora para dar una conferencia en la Feria del Libro y para conducir una actividad que ella denomina Círculo de mujeres.
-¿Por qué serán las mujeres las que cambiarán el mundo?
-Creo que una gran mayoría de mujeres trae un deseo de paz y de cuidado de los más jóvenes. Vienen dispuestas a aportar a la humanidad dos energías poderosas y transformadoras: la maternal, con su ternura, y la de la hermandad, con su equidad. Pero no creo que todas las mujeres traigan ese potencial de cambio, porque las mujeres más tradicionales o patriarcales no están involucradas en este proceso. Esta modificación significa un cambio de paradigma en la relación entre hombres y mujeres, el pasaje de una relación de dominación a una relación entre iguales. Algo que se viene dando en el mundo y que hace falta estimular para que siga fortificándose.
-En este contexto, ¿qué papel cumplen los círculos de mujeres que usted insta a formar?
-Un círculo de mujeres digno de confianza tiene un centro espiritual y una poderosa capacidad de transformar a las que lo constituyen. Funcionan, además, como grupos de apoyo, como plataformas de lanzamiento desde las cuales emprender los cambios con los que se sueñan. Cumplen un papel importante en este proceso de cambio del que hablamos porque es una manera de llevar conciencia de forma viral al resto del mundo. Es precisamente lo que los grupos de apoyo de mujeres hicieron en los años 70 en Estados Unidos. Sostuvieron a sus pares para que hicieran lo que cada una de ellas quería y necesitaba, y en menos de una década las mujeres cambiaron tanto? Con las comunicaciones actuales, ¡cuánto más pueden hacer unas mujeres por otras, aunque estén separadas por océanos! Por eso digo que para salvar el mundo las mujeres deben reunirse.
-¿Cómo activarán este cambio los círculos de mujeres?
-En muchos círculos hay, además de mujeres, muchos varones trabajando. Son espacios que aportan una experiencia extraordinaria de equidad. Son círculos cuyo centro es la sabiduría y la compasión, y es precisamente este tipo de organización la que logrará un cambio en la conciencia y en la clase de relaciones que unen a hombres y mujeres. Estos círculos trabajan para que mejoren las personas que los conforman, para que mejoren los pueblos en los que están? A la IV Conferencia Mundial de la Mujer realizada en 1995 en Pekín asistieron 50.000 mujeres. A la próxima, si Estados Unidos la auspiciara, podrían asistir 100.000.
-En su libro Mensaje urgente a las mujeres usted afirma que es tiempo de que el mundo reconozca que necesita de la sabiduría femenina . ¿A qué sabiduría se refiere?
-Me parece que las mujeres, desde muy jóvenes, tenemos conciencia de que no lo controlamos todo. La menstruación, el embarazo, la menopausia, son procesos que nos llevan a reconocer que somos más que conciencia y deseo, que estamos conectadas con los ciclos de la luna y de las mareas. Incluso nuestra menstruación se acompasa a la de otras mujeres si convivimos con ellas. La sabiduría femenina es una sabiduría de interconexión. Desde chicas aprendemos la noción y tenemos la experiencia de la interdependencia, y esto es exactamente lo que el mundo precisa comprender: si lastimamos una parte del planeta, todo el planeta sufre y nosotros con él. Si una persona ejerce violencia sobre otra, toda la humanidad sufre. Si un chico muere de hambre, morimos con él. No hay forma de sustraerse aun cuando creamos que podemos hacerlo. Esa es la sabiduría que las mujeres pueden aportar.
-¿Cómo se relaciona esta idea de cambio planetario con el trabajo que hizo estableciendo la relación entre diosas mitológicas y la energía femenina?
-Si una mujer tiene un talento y puede desarrollarlo durante su vida se siente satisfecha por haber podido desplegarlo. Si una mujer tiene una fuerte impronta maternal y puede tener hijos, es enormemente feliz pariéndolos y criándolos. Si a otra mujer le gusta subir montañas y no siente la necesidad de ser madre, pero vive en una cultura en la que no tenerlos es inaceptable, ella biológicamente podrá ser madre, pero tal vez no vivirá su maternidad como un deseo propio, sino como una respuesta a una obligación social. Cada vida tiene un sentido y las mujeres que pueden contactar con los patrones internos descubren por qué algunas cosas les costaron tanto o por qué lucharon tanto por otras. Cuando una mujer sabe qué diosas son las fuerzas dominantes dentro de ella, adquiere autoconocimiento sobre la fuerza de ciertos instintos, las prioridades y también las posibilidades de encontrar un propósito personal a través de las elecciones que realiza.
-¿El siglo XXI olvidó a alguna diosa en particular?
-Nuestro siglo tendría que redescubrir a Hestia, la diosa del hogar. Nuestra cultura parece más interesada en lo que se ve que en el ser de una persona, pero Hestia es una diosa de la interioridad . Es la que nos enseña la habilidad de encontrar la paz y la serenidad sin esperar que alguien la provea. Es la diosa con quien queremos estar cuando anhelamos tener tiempo para estar solas, cuando la soledad es un santuario. El fuego simbólico de Hestia es el centro espiritual o la presencia interior que ilumina y acoge el cuerpo y la mente. Pero Hestia desaparece en una cultura competitiva. Hace poco, conversando con un grupo de amigas les pregunté si, de poder elegir, preferirían envejecer y volverse sabias o bien mantenerse por siempre jóvenes. Algunas en broma, y otras no tanto, eligieron la segunda opción. ¿Por qué nos cuesta tanto aceptar perder la lozanía? Es que envejecer significa aceptar el cambio y las pérdidas, por lo tanto es lógico que haya resistencias. Pero si además de ver nuestra cara con arrugas y constatar que los hombres ya no se dan vuelta a mirarnos podemos celebrar nuestros aspectos sabios y compasivos, entonces comprenderemos que cedemos algo para ganar otras cosas. Y a medida que el tiempo pasa, si una es sabia o tiene suerte se descubrirá valiosa por cosas que tienen que ver con su profundidad y que no se ven cuando entra en una sala, pero allí están, brillando en su interior.
28 de abril de 2009
No hay comentarios:
Publicar un comentario