En los últimos tres siglos, con énfasis durante el siglo XX, se ha ampliado la experiencia de las mujeres con transformaciones en la cotidianidad y en el sentido de la vida. A ello han contribuido los esfuerzos para erradicar la reclusión de las mujeres, al lograr su movilidad territorial y su participación económica, social y política. La educación y el acceso a la cultura moderna científica e ilustrada han permitido eliminar la especialización de género con la incursión de las mujeres en oficios, trabajos y actividades, así como con la apertura de esferas vedadas.
Dichas innovaciones constituyen la base de una comunicación inédita entre las mujeres y de acciones políticas colectivas para cambiar el mundo y la propia condición de género. Nada de esto sucedería sin la reflexión crítica y la voluntad de las mujeres.
Al ser tocadas por esta profunda conmoción vital, las mujeres hemos tenido un profundo impacto social y cultural a través de acciones políticas y de luchas para eliminar condiciones opresivas de vida. La búsqueda ha estado regida por las promesas utópicas de la modernidad, marcada crítica y radicalmente por el feminismo. Entre la vivencia personal y compartida y la trascendencia política han mediado la reflexión, la afectividad y el pensamiento críticos y discordantes, generadores de nuevos enfoques e interpretaciones, investigaciones, conocimientos y teorías sobre el significado del hecho político para nosotras.
Caracterizan al feminismo los deseos, los anhelos y los afanes de las mujeres por entender el mundo desde nuestra propia experiencia y subjetividad, por transformarlo y cambiar la propia vida. El impulso feminista de las mujeres ha sido fuente creadora de una dimensión democratizadora de la historia contemporánea sin la cual la modernidad como la conocemos no existiría.
La cultura feminista, basada en la visión del mundo y en los movimientos políticos feministas, es la contribución civilizatoria personal y colectiva más importante fraguada políticamente y realizada por las mujeres en la historia.
Nunca antes del surgimiento del feminismo en diferentes países, las mujeres se habían identificado, reconocido y agrupado con fines políticos de género ni habían hecho política desde su propia condición en la magnitud y con la incidencia lograda en esta era.
El hecho político feminista ha sido contundente y su impulso e impacto signan la identidad de millones de mujeres de culturas, países y generaciones diversas, en distintos momentos, diseminados a lo largo de tres siglos. A pesar de que en ese transcurso no todas las mujeres han sido implicadas en él, el feminismo ha marcado de manera compleja a distintas sociedades e incidido en las desigualdades de género y en la mejora de las oportunidades de desarrollo y participación de las mujeres. En las sociedades más influenciadas por el feminismo, la vida es más abierta y participativa y tiende a relaciones equitativas entre mujeres y hombres.
Sin el feminismo viviríamos bajo una densidad oscurantista y opresiva patriarcal que abarcaría la vida toda. Pero el feminismo ha contribuido a desvalijar al patriarcado y, a pesar de que vivimos en sociedades con diversos grados, estilos e historias patriarcales, el feminismo ha contribuido a abrir fisuras y a extender alternativas sociales, culturales y políticas de tal magnitud que, hoy en día, su impacto forma parte de la configuración de las democracias más avanzadas.
El feminismo se ha traducido en calidad de vida para las mujeres, la cual, para concretarse, ha requerido de la ampliación del proyecto social con sentido solidario. La presencia y las contribuciones de las mujeres han favorecido avances económicos en la producción y la distribución ampliada de bienes y recursos, la generación de oportunidades sociales, de opciones educativas y políticas; la crítica feminista del mundo se ha concretado en alternativas al desarrollo, con el diseño y el impulso de transformaciones sociales, económicas y jurídicas e incluso en avances científicos y culturales.
De manera simultánea, aunque no automática, y con enormes conflictos, se ha propiciado la creciente presencia y participación política, económica, social y cultural de las mujeres. Sin ellas no se habría producido el mejoramiento social ni el progreso de género, es decir, el avance en la eliminación de las formas y las condiciones de la opresión y la construcción de alternativas sociales de convivencia genérica equitativa entre mujeres y hombres.
Los movimientos feministas han impulsado cambios de creencias y de mentalidades. En los ámbitos de influencia de la cultura feminista se despliegan formas de pensamiento crítico, se incrementan procesos de secularización cada vez que se eliminan poderes religiosos sobre la subjetividad de las mujeres y sobre las normas que constriñen sus vidas. Con ello se abren paso tendencias a eliminar creencias y normas dogmáticas.
El feminismo se ha nutrido del pensamiento científico y, al mismo tiempo, sus exigencias críticas han propiciado el desarrollo científico así como el pensamiento filosófico.
Las intelectuales, las académicas, las científicas y las artistas feministas han generado nódulos epistemológicos, nuevos problemas para las ciencias, la filosofía y las humanidades, han producido conocimientos diferentes sobre viejos problemas y han planteado nuevos problemas y formas de pensarlos. Al invalidar verdades dogmáticas han abierto mecanismos y esferas de innovación en los lenguajes y las representaciones simbólicas, en los discursos y las formas de expresión de lo reprimido y prohibido, lo imaginado y experimentado. Esta renovación y elaboración cultural ha sido cauce del surgimiento constante de nuevos deseos y la ampliación de exigencias y expectativas vitales.
Por todo ello, el feminismo es una dimensión política radical de la modernidad. Su método ha sido la crítica, la rebeldía, la subversión, la trasgresión creadora de alternativas paradigmáticas. Ha creado rupturas sustantivas con la vida social moderna tan profundas que cimientan un nuevo paradigma civilizatorio basado a su vez en un nuevo paradigma de género en proceso.
Texto de Marcela Lagarde y de los Ríos
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