Los reiterados
argumentos para negarse a reconocer que las mujeres tenemos el derecho a
decidir sobre nuestro cuerpo, amerita agregar una nueva reflexión sobre el
tema.
Las que
abogamos por el derecho al aborto, legal, seguro y gratuito, defendemos la vida
de miles de mujeres que mueren por realizarse un aborto clandestino. Hace varios
años que la consigna educación sexual para decidir, anticonceptivos para no
abortar y aborto legal para no morir fue reclamada desde los Encuentros
Nacionales de Mujeres. Aplaudimos la Ley de Educación sexual y procreación
responsable y lamentamos que haya quedado en los papeles por falta de una
verdadera política pública desde los ámbitos de educación y salud.
¿Qué encubre el
derecho a decidir con el derecho a reprimir-oprimir?
El rol materno asumido
y adjudicado como tarea principal tiene una vieja historia, argumentado de
múltiples maneras, como el instinto maternal, el instinto de servicio para
justificar tareas de enfermerías y docentes, etc.
Simone de Beauvoir (1949) hablaba de una razón profunda:
Desde
la antigüedad prácticas anticonceptivas, generalmente para el uso de las
mujeres: pociones, supositorios, tampones vaginales; pero eran un secreto de
las prostitutas y los médicos, quizá el secreto fuera conocido por las romanas
de la decadencia, a las que los satíricos reprochan su esterilidad. Sin embargo “La razón profunda que en el origen de la historia consagra a la mujer al trabajo doméstico
y le impide que tome parte en la construcción del mundo es su sometimiento a la función generadora. Entre las hembras animales
existe un ritmo del celo y de las estaciones
que economiza sus fuerzas; por el contrario, entre la pubertad y la
menopausia la naturaleza no limita las capacidades de gestación de la mujer.
Algunas civilizaciones prohíben las uniones precoces; se suelen citar las
tribus indias en las que se exige un reposo de al menos dos años para las
mujeres entre cada parto; pero en su conjunto, durante muchos siglos la fecundidad
femenina no se ha regulado. Existen o, la Edad Media las ignoró; no encontramos
indicio alguno de ellas hasta el siglo XVIII”.
Remitiéndonos
a aspectos históricos, es importante tener en cuenta en el paso del derecho
materno al paterno: mientras la producción de medios de subsistencia se hallaba
aún en los estadios inferiores y sólo satisfacía deseos muy simples, la
actividad del hombre y la mujer era esencialmente la misma. Pero con la
creciente división del trabajo no sólo aparece la separación de los trabajos,
sino también la del oficio. La pesca, la caza, la ganadería, la agricultura,
requieren conocimientos especiales y en mayor medida aún la fabricación de
herramientas y aperos[1]
que pasaron a ser preferentemente propiedad de los hombres. El hombre, que ocupaba el primer plano en
esta evolución se convirtió en el verdadero señor y propietario de estas
fuentes de riqueza.
Simone
de Beauvoir afirma
La
maternidad relegaba a la mujer a una posición particular y
estuvo en el origen de una división del
trabajo que se basaba en la división de los sexos. Los hombres participaban
de las expediciones guerreras, arriesgando su vida, por esta razón en “la
humanidad la superioridad no la tiene el sexo que engendra sino el
que mata.
A finales del siglo XIX, August Bebel, en un estudio histórico
sobre la opresión de las mujeres sostenía que existe una correspondencia
particularmente estrecha y orgánica entre la participación de la mujer en la
producción y su situación en la sociedad y que el orden estatal, tenía diversas
expresiones según la cultura de la que procedían. Veamos algunos ejemplos que
señalaba:
Los judíos actuaron de modo opuesto a los
hábitos de los romanos de la época imperial en el sentido de dejar que cada vez
aumentasen más el celibato y la falta de hijos. La mujer judía no tenía derecho
a elegir, el padre decidía quién iba a ser su marido, pero el matrimonio era un
deber que ella cumplía fielmente. El Talmud aconseja lo siguiente: “Cuando tu
hija alcance la edad casadera, regálale la libertad a uno de tus esclavos y
cásala con él”. Cumplían el mandamiento: “Fructificad y multiplicaos”.
La conquista del reino judío
y de Jerusalén por los romanos tuvo por consecuencia la destrucción de la
independencia nacional y engendró entre las sectas ascéticas de aquel país que predicaban el advenimiento de un nuevo reino que, que
traería la libertad y la felicidad para todos.
Esta oposición al reino
romano la encarnó Cristo y luego surgió el cristianismo. Como provenía del
judaísmo, que sólo conocía la falta de derechos de la mujer y presa de la
noción bíblica de que ella era la causante de todo mal, predicaba el desprecio
de la mujer, la abstinencia y la destrucción de la carne, que tanto pecaba en
aquellos tiempos, indicando con sus expresiones de doble sentido un reino
futuro que unos interpretaban como
celestial y otros como terrenal que traería justicia y libertad.
Se reconoce el papel de las
mujeres en el proselitismo del cristianismo, esperando su liberación. Algunos
ejemplos: Fue Clotilde la que indujo a Clodoveo, rey de los francos, a que
aceptase el cristianismo. Fueron Berta, reina de Kent y Gisela, reina de
Hungría, las que introdujeron el cristianismo en sus países.
Sin embargo el cristianismo
expresa en su doctrina el mismo desprecio que las otras religiones, pues éste
le ordena ser la sierva obediente del hombre y prometerle obediencia en el
altar.
Los sectores
conservadores avalan esta doctrina y sus comentarios no contemplan en ningún
momento a los seres humanos en sus condiciones de vida concretas.
La propuesta del aborto legal, seguro y gratuito, forma
parte de una vasta experiencia de luchas del movimiento de mujeres y su
intensificación en estos últimos años, para enfrentar problemas como la
violencia doméstica, la trata de personas, los derechos sexuales y
reproductivos, el acoso sexual y por la igualdad de oportunidades en el ámbito
laboral.
La particularidad de este año, fue la consigna
del 8 de marzo:
Basta de ajuste y despidos. Aborto legal ya
El “derecho a
la vida”, como proponen los sectores conservadores se transforma en “derecho a
la muerte”, ante la negativa a prevenir la muerte
de mujeres por aborto clandestino.
Para concluir, reconocemos una historia de
dominación, sometimiento y resistencias de distinto orden. A la opresión
siempre se opuso la rebelión. La lucha constante del movimiento de mujeres, es
parte del sentir y pensar de miles de personas que desean subvertir el orden
establecido.
Ester Kandel 20 de
abril de 2018
Bibliografía
Bebel, August, La mujer en la sociedad, Pasado y presente, Ediciones
Estudio, 1981.
Engels, Federico. Origen de la familia, la propiedad privada y
el Estado, Editorial Claridad, 1974.
Kandel, Ester, Herencia,
matrimonio, familia y maternidad, Parte I y II, Argenpress,
octubre-noviembre, 2013
Simone de Beauvoir, El segundo sexo- V. 1 – Los hechos y los mitos, Ediciones Gallimard,
1999
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