De la inclusión social a la justicia económica
Cabe, entonces, preguntarse cuál es el papel de la educación superior para construir sociedades con mayor justicia económica. Sin duda, las transformaciones más profundas de las sociedades se asientan y sostienen en la transformación de sus sistemas educativos. En este marco, es fundamental el rol de la educación superior como espacio de generación de nuevos conocimientos. La investigación y la innovación derivadas de ella son parte constitutiva del sistema de educación superior. Una sociedad que innova permanentemente genera nuevos conocimientos y, a la par, construye nuevas formas de relacionamiento social.
Por otra parte, el acceso a la educación, en sí mismo, aporta al ejercicio de derechos y a una mayor justicia económica, más aún si se considera el rol liberador del proceso educativo.
De ahí la importancia de contar con políticas para la generación de conocimientos públicos y comunes para el Buen Vivir. El conocimiento es un instrumento para la emancipación social, para vivir y convivir bien. No puede haber emancipación sin una revolución de las ideas; de ahí el rol cuestionador y crítico de la educación superior.
Sin embargo, no siempre los centros de educación superior están en la vanguardia de los procesos de transformación de sus sociedades. El poder cumplir o no este rol innovador que debería ser parte sustancial del sistema educativo depende también de las condiciones sociales, económicas y políticas en las que se desenvuelven los centros de educación superior.
En el Ecuador, como en la gran mayoría de países de América Latina, durante la larga y triste noche neoliberal, las universidades fueron corporativizadas y respondieron a los intereses del mercado. Se privatizó el conocimiento. La educación dejó de ser un derecho para convertirse en una mercancía más. Los centros de educación superior dejaron de responder a las necesidades sociales. La investigación desapareció y el rol innovador de las universidades fue casi nulo. Al perder el rol fundamental de generar conocimiento, el sistema educativo superior perdió calidad. Lo administrativo suplantó a lo académico.
Las universidades se convirtieron en centros de élite, muy alejados de la sociedad y sus demandas sociales, científicas y tecnológicas. Lejos de innovar y generar pensamiento crítico, la mayor parte de centros de educación superior pasaron a reproducir el pensamiento dominante y a convertirse en baluartes para el sostenimiento de un sistema donde la justicia económica no tenía cabida.
Las universidades reprodujeron la “dominación masculina” (Bourdieu, 1998) naturalizando y universalizando las desigualdades, y se convirtieron en los representantes más ilustres de un sistema patriarcal y elitista. En su propia estructura interna, pese a que cada vez existía una mayor matrícula femenina, la participación de mujeres entre docentes y cuerpos directivos era mínima.
En el Ecuador, entre 1992 y 2006, en pleno apogeo del neoliberalismo, se crearon 45 universidades. Es decir, el Ecuador casi triplicó el número de universidades existentes, y pasó de tener 26 universidades en 1992, a 71 en 2006. Sin cumplir con los mínimos niveles de calidad, muchas de estas universidades fueron pequeños negocios que generaron una verdadera estafa
académica para sus estudiantes.
Ana María Larrea Maldonado
Secretaría Técnica para la Erradicación de la Pobreza
Ecuador
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