Las mujeres nos preguntamos porque ese menosprecio a nuestra persona, porque esos valores machistas que impregnan la sociedad? Porque ese pretender permanentemente pensar que somos menores de edad y negarnos el derecho a a gestionar nuestras vidas
La respuesta esta en la educación que se dio o se nos quito :
Traemos de fray Luis de León el ensayo La perfecta casada, dada la repercusión del mismo hasta entrados en el siglo XX. En un gran número de bibliotecas particulares se hallaba la obra como símbolo de identidad del modelo que la buena casada tenía que seguir:
Como son los hombres para lo público, así las mujeres para el encerramiento; y como es de los hombres el hablar y el salir a la luz, así dellas el encerrarse y encubrirse”.
“así la buena mujer, cuanto para de sus puertas adentro, ha de ser presta y ligera, tanto para fuera dellas, se ha de tener por coja y torpe”.
“¿Por qué les dió a las mujeres Dios las fuerzas flacas, y los miembros muelles, sino porque los crió, no por ser postas, sino para estar en su rincón asentadas?”.[...] Y pues no las dotó Dios ni del ingenio que piden los negocios mayores, ni de fuerzas las que son menester para la guerra y el campo, mídanse con lo que son y conténtense con lo que es de su suerte, y entiendan en su casa y anden en ella, pues las hizo Dios para ella sola”.
“Se desenfrenan más que los hombres y pasan la raya mucho más y no tiene tasa ni fin su apetito. Y [...] si comienza a destemplarse, se destemplan sin término, y son como un pozo sin suelo, que nada les basta, y como una carcoma, que de continuo roe, y como una llama encubierta, que se enciende sin sentir por la casa y por la hacienda, hasta que la consume. [...] si dan en golosear, toda la vida es el almuerzo y la merienda, y la huerta y la comadre, y el día bueno; y, si dan en galas, pasa el negocio de pasión y llega a increíble desatino y locura, porque hoy un vestido y mañana otro, y cada fiesta con el suyo; y lo que hoy hacen, mañana lo deshacen, y cuanto ven, tanto se les antoja. [...] y todo nuevo, y todo reciente, y todo hecho de ayer, para vestirlo hoy y arrojarlo mañana”.
“Lo que aquí decimos mujer de valor; y pudiéramos decir mujer varonil, como Sócrates acerca de Jenofón, llama a las casadas perfectas, así que esto que decimos varonil o valor [...] Quiere decir virtud de ánimo y fortaleza de corazón, industria y riqueza, y poder y aventajamiento, y finalmente, un ser perfecto y cabal en aquellas cosas a quien esta palabra se aplica. Y todo esto atesora en sí la que es buena mujer, y no lo es si no lo atesora”.
“Y pues no las dotó Dios ni del ingenio que piden los negocios mayores, ni de fuerzas las que son menester para la guerra y el campo, mídanse con lo que son y conténtense con lo que es de su suerte, y entiendan en su casa y anden en ella, pues las hizo Dios para ella sola.
Los chinos, en nasciendo, les tuercen a las niñas los pies, por que cuando sean mujeres no los tengan para salir fuera, y porque, para andar en su casa, aquellos torcidos les bastan. Como son los hombres para lo público, así las mujeres para el encerramiento; y como es de los hombres el hablar y el salir a la luz, así dellas el encerrarse y encubrirse”.
“Así como la Naturaleza [...] hizo a las mujeres para que encerradas guardasen la casa, así las obligó a que cerrasen la boca. Y como las desobligó de los negocios y contrataciones de fuera, así las libertó de lo que se consigue a la contratación, que son las muchas pláticas y palabras. Porque el hablar nace del entender[...]; por donde, así como a la mujer buena y honesta la naturaleza no la hizo para el estudio de las ciencias ni para los negocios de dificultades, sino para un solo oficio simple y doméstico, así les limitó el entender, y por consiguiente, les tasó las palabras y las razones. [...] Su hermosura es el hablar escaso y limitado [...] Cuenta Plutarco que Fidias, noble escultor, hizo a los elienses una imagen de Venus que afirmaba los pies sobre una tortuga, que es animal mudo y que nunca desampara su concha; dando a entender que las mujeres, por la misma manera, han de guardar siempre la casa y el silencio”.
“El aderezo de la mujer y su hermosura es el hablar escaso y limitado. [...] El estado de la mujer, en comparación del marido, es estado humilde, y es como dote natural de las mujeres la mesura y vergüenza”
“Por más áspero y de más fieras condiciones que el marido sea, es necesario que la mujer le soporte y que no consienta por ninguna ocasión que se divida la paz. ¡Oh, que es un verdugo! ¡Pero es tu marido! ¡Es un beodo! Pero el ñudo matrimonial le hizo contigo uno. ¡Un áspero, un desapacible! Pero miembro tuyo ya, y miembro el más principal. [...] naturaleza y estado pone obligación en la casada, como decimos, de mirar por su casa y de alegrar y de cuidar continuamente a su marido, de la cual ninguna mala condición dél la desobliga”.
“El ser honesta [...] es como el ser y la substancia de la casada. Porque si no tiene esto, no es ya mujer, sino alevosa ramera y vilísimo cieno, y basura la más hedionda de todas y la más despreciada. [...] Porque no es honesta la que no lo es y parece”. (P. 90-91) Pero esto no basta: “A la castidad cristiana no le basta ser casta, sino parecer también que lo es”
“Que sean prudentes [...] y que sean honestas, y que amen a sus maridos, y que tengan cuidado de su casa”
“No sé yo si hay cosa más monstruosa y que más disuene de lo que es, que ser una mujer áspera y brava. [...] Mire su hechura toda, y verá que nació para la piedad. [...] Y no piensen que las crió Dios y las dio al hombre sólo para que le guarden la casa, sino también para que le consuelen y alegren. Para que en ella el marido cansado y enojado halle descanso, y los hijos amor, y la familia piedad, y todos generalmente acogimiento agradable”.
“Mucho se engañan las que piensan que mientras ellas [...] duermen y se descuidan, cuidará y velará la criada, que no le toca y que al fin lo mira todo como ajeno. Porque si el amo duerme, ¿por qué despertará el criado? Y si la señora, que es y ha de ser el ejemplo y la maestra de su familia, y de quien ha de aprender cada una de sus criadas lo que conviene a su oficio, se olvida de todo, por la misma razón, y con mayor razón, los demás serán olvidadizos y dados al sueño [...] ha de entender [la casada] que su casa es su cuerpo, y que ella es el alma dél, y que, como los miembros no se mueven si no son movidos del alma así sus criadas, si no las menea ella, y las levanta y mueve a sus obras, no se sabrán menear”.
“Tomen la rueca y armen los dedos con la aguja y el dedal, y cercadas de sus damas, y en medio dellas, hagan labores ricas con ellas, y engañen algo de la noche con este ejercicio, y húrtense al vicioso sueño, para entender en él, y ocupen los pensamientos mozos de sus doncellas en estas haciendas, y hagan que, animadas con el ejemplo de la señora, contiendan todas entre sí, procurando de aventajarse en el ser hacendosas”.
“Plutarco escribe que en Roma a todas las mujeres, por más principales que fuesen, cuando se casaban y cuando las llevaba el marido a su casa, a la primera entrada della y como en el umbral, les tenían, como por ceremonia necesaria, puesta una rueca, para que lo primero viesen al entrar de su casa, les fuese aviso de aquello en que se habían de emplear en ella siempre”.
La mujer es necesaria para el trabajo y el incremento del patrimonio del marido. ¿Con quién es equiparada de acuerdo con el desempeño de su trabajo, de sus funciones?: “Por donde dice bien un poeta que los fundamentos de la casa son la mujer y el buey: el buey para que are y la mujer para que guarde”. (P. 93) Este destino de la casada es repetido en muchos momentos: “El fin para que ordenó Dios la mujer, y se la dió por compañía al marido, fue para que le guardase la casa”. (P. 158) La buena guarda de la casada y madre se concreta en dos recomendaciones: que sea hacendosa y que no sea costosa. La esposa perfecta ha de ser hacendosa para que su producción sea abundante:
“De lo que en ella [su casa] parece perdido hace dinero, y compra lana y lino, y junto con sus criadas lo adereza y lo labra, y verá que, estándose sentada con sus mujeres, volteando el huso en la mano y contando consejas [...] se teje la tela, y se labra el paño, y se acaban las ricas labores, y cuando menos pensamos [...] sale de allí el abrigo para los criados, y el vestido para los hijos, y las galas suyas, y los arreos para el marido, y las camas ricamente labradas, y los atavíos para las paredes y salas, y los labrados hermosos, y el abastecimiento de todas las alhajas de casa, que es un tesoro sin suelo. [...] [La] buena casada no encomendó este cuidado a alguna de sus sirvientas y se queda ella regalando con el sueño de la mañana descuidadamente en su cama, sino que se levantó la primera, y que ganó por la mano al lucero, y amaneció ella antes que el sol, y por sí misma y no por mano ajena, proveyó a su gente y familia, así en lo que habían de hacer como en lo que habían de comer”. (Pp. 108-109)[5]
La esposa perfecta habrá de incrementar el patrimonio del marido a través de su propia laboriosidad. Desde el punto de vista de la moralidad, se hace una apología de las labores como sello de la identidad femenina frente a la ociosidad, madre de todos los vicios, que se prolongará hasta finales del siglo XIX y comienzos del XX.[6] Por otra parte, las casadas habían de servir de modelo de virtud a la clase menos privilegiada; tampoco podían ser costosas, de ahí que se les solicite la restricción del consumo:
“No ha de ser costosa ni gastadora la perfecta casada porque no tiene para qué lo sea [...] porque lo que toca al comer, es poco lo que les basta, por razón de tener menos calor natural, y así es muy feo en ellas ser golosas o comedoras. Y ni más ni menos, cuando toca el vestir, la naturaleza las hizo por una parte ociosas, para que rompiesen poco, y por otra aseadas, para que lo poco les luciese mucho. [...] que aunque el desorden y demasía, y el dar larga rienda al vano y no necesario deseo es vituperable en todo linaje de gentes, en el de las mujeres, que nacieron para sujeción y humildad, es mucho más vicioso y vituperable”. (Pp. 94-95)
Más adelante, fray Luis de León recurre a la autoridad de Dios para su propósito de convencer:
“Señala aquí Dios vestido sano, más no dice los bordados que se usan agora, ni los recamados, ni el oro tirado en hilos delgados. Dice vestido, más no dice diamantes ni rubíes; pone lo que se puede tejer y labrar en casa, pero no las perlas que se esconden en el abismo del mar. Concede vestidos, pero no permite rizos, ni encrespos, ni afeitados”. (Pp. 84-85)
La restricción en el consumo se extiende también a lo relacionado con el arreglo personal y al ocio. Tres cosas son exigidas a la mujer: que sea trabajadora, que vele y que hile. La ociosidad ha de ser evitada, ya que esta la conduciría a cuanto se quiere evitar: “Si la casada no trabaja, ni se ocupa en lo que pertenece a su casa, ¿qué otros estudios o negocios tiene en que se ocupar? [...] Forzado es que [...] dé en ser ventanera, visitadora, callejera, amiga de las fiestas [...] parlera, chismosa”. (P. 118) Otra de las consecuencias de que la mujer no esté ocupada en las tareas de la casa es que pierda el tiempo en adornarse y pintarse, actividades radicalmente condenadas por nuestro escritor, quien dedica gran número de páginas a tratar de convencer a las mujeres de que han de desterrar estos vicios de sus vidas: “Grandes vicios son los del comer y beber; pero no tan grandes, con mucha parte, como la afición excesiva del aderezo y el afeite. [...] el afeitarse y el hermosearse hace a las mujeres rameras y a los hombres hace afeminados y adúlteros”. (P. 138, 140) Finalmente recurre a la autoridad del Señor: “porque sin duda le ofenden las que se untan con unciones de afeites, las que se manchan con arrebol sus mejillas...” (P. 141)
M. Ángeles Cantero Rosales
(Universidad de Granada)
http://www.um.es/tonosdigital/znum14/secciones/estudios-2-casada.htm
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