Quizá porque no soy madre sí me sorprende mucho ver como
hay mayores que se desconciertan al ver actitudes machistas en parejas de
adolescentes y jóvenes. Creo, que cegadas
por el amor que sienten a sus hijas e hijos estas personas piensan que las nuevas generaciones vienen
mejor “de serie”. Y claro, eso no es así. El ser humano es el mismo ahora y
hace mil años.
Y nosotras leímos a Blancanieves y a Cenicienta y
ellas, las jóvenes de hoy también. Así, por ejemplo, el
estudio “La socialización desde Disney. La figura de la mujer
en los clásicos” evidencia el efecto socializador que estas películas
tienen y cómo influyen en que niñas y
niños asuman sus roles sociales. Los
cuentos les enseñarán cual “debe ser” su papel en la vida y así, van
viendo natural algo que quizá no lo es.
En esos cuentos las mujeres son princesas, bellas, sumisas, pasivas, miedosas dependientes,
irracionales, débiles, inferiores… Los hombres son príncipes, de escala social superior, cultivan cuerpo
y mente y utilizan la violencia para conseguir que el bien triunfe. Ella anhela un hombre en el que encontrar
el amor, su media naranja, que le apartará de esa vida desgraciada que,
sin él, le habría tocado vivir. Ella
esperará a tener la suerte de ser la elegida porque el papel activo lo tendrá
él.
Por eso, puede que entre otros, Disney
tenga la culpa de que las chicas sigan soñando con un príncipe azul y que las mujeres sigan mitificando la figura
masculina, buscando en ella cariño y protección. Mientras, los chicos aprenden
que tienen que ser fuertes, protectores, valientes y, también, violentos. Y ambos
que, por supuesto, el objetivo de la
existencia, es tener pareja. En otro
caso, por algo será.
El otro día, por San Valentín,
leí un excelente artículo en que nos señalaba cómo todos los cuentos acababan
en aquello de “fueron felices y comieron perdices” pero no explican qué ocurría
después, si la pareja compartía las tareas domésticas, si se respetaban, si cuando
ya no había belleza/juventud se seguían atrayendo,… y es que es muy probable
que si basamos nuestra existencia en este amor romántico, desigual, la cosa no acabe
bien.
Es por eso que estaría bien enseñar a nuestros
jóvenes a que el amor
no puede estar basado en la necesidad ni en el miedo a la soledad. Que ha de ser
generoso, entre iguales, no posesivo. Porque quien te quiere no necesitar
controlar todo lo que haces, ni te chantajea ni te amenaza. Que no es amor si
te prohíbe. Que más celos no es más amor. Que si no hay alegría y felicidad en
una relación, la ruptura evita males mayores. En definitiva, que el amor debe
ser parecido al poema de Agustín García Calvo, Libre te quiero.
20130319 -Pilar de la Paz. Experta en
género e igualdad.
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