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miércoles, 18 de noviembre de 2015

El aislamiento espacial y social como forma de violencia



El aislamiento es una de las manifestaciones que encontramos presentes en las relaciones de maltrato. El aislamiento se convierte en un elemento devastador para las víctimas maltratadas debido a que se mantiene presente a lo largo de la relación abusiva. Favorece el inicio del maltrato, contribuye a su mantenimiento y dificulta la búsqueda de ayuda fuera de la relación. 

En el II Informe Internacional sobre violencia contra la pareja en las relaciones de pareja (Sanmartín, 2007) aparecen como factores de riesgo de la violencia de género la carencia de apoyo social, el escaso apoyo institucional y el reducido grado de autonomía. 

El aislamiento se convierte en una de las formas que el maltratador tiene para controlar el comportamiento de su víctima. Suele controlar todo lo que hace, con quién se relaciona, con quién habla, lo que lee y donde va, utilizando, en muchos casos, los celos para justificar este comportamiento. El testimonio de una víctima refleja claramente la intencionalidad y las consecuencias de esta conducta controladora:
“Abandoné la universidad. Trabajaba como una mula en nuestros negocios, mientras él pasaba casi todo el día en la cama. Me encontraba aislada emocionalmente, sin contactos con amistades ni familia y acotada por prohibiciones cada vez más exageradas: no podía ni leer libros, ni ver programas en la tele, ni comer pipas, por ejemplo; ni saludar a hombres, ni hablar con mujeres, debía permanecer siempre a menos de tres metros de distancia de su cuerpo. Mi personalidad y mi expresividad estaban inhibidas, ya que no podía mostrarme amistosa con nadie, ni vestirme como deseaba, ni siquiera mirar al frente cuando caminaba por la calle porque me malinterpretaba, desencadenando sus reacciones violentas. Sufría insultos constantes, abusos sexuales, castigos, correazos, palizas... que ya ni me dolían porque la única solución que encontraba para resistir fue hacerme insensible. ¡Aprendí a no sentir! Aprendí incluso a no pensar, porque su control dominaba hasta mis pensamientos, mis ánimos.” (Fundación Ana Bella) 


 Tal y como afirman Quinteros y Carbajosa (2008) el aislamiento espacial y social es una modalidad de violencia que estaría incluida tanto dentro del maltrato psicoló­gico como del físico, porque se refiere a todas las prohibiciones que va estableciendo el maltratador respecto a la libertad de movimiento como a la interacción con otras personas. 

Los mecanismos de acción del aislamiento pueden ser directos o indirectos. El aislamiento actúa de forma directa cuando el maltratador impide a la víctima, de forma explícita, el acceso a personas, situaciones y ocupaciones (“no quiero que pases tanto tiempo con tu madre” “no quiero que vayas a tomar café con esas amigas”, “no quiero que trabajes fuera de casa”). El aislamiento actúa de forma indirecta cuando el maltratador, sin necesidad de coartar directamente la voluntad de la víctima, reconduce el comportamiento de esta utilizando críticas, consejos y chantaje emocional (“tus amigas son unas frescas e impresentables”, “ese trabajo no te interesa, no te das cuenta que se están aprovechando de ti”, “yo no puedo ir a casa de tus padres, tu madre siempre me critica, nunca me ha aceptado”). Este tipo de violencia suele manifestarse al inicio con formas indirectas de control, criticando a sus amistades y familiares, remarcando sus defectos, menoscabando sus actividades.

 En estas situaciones la víctima es la que toma la decisión de evitar coincidir con las personas que provocan animadversión a su pareja produciéndose un proceso de autoaislamiento. El agresor no se percibe responsable de este aislamiento y suele argumentar que es ella quien decide no ver a familiares y amistades o acudir a determinados lugares. Cuando no son efectivas las formas de control indirecto, el agresor despliega las formas más directas de prohibición, pero siempre bajo la justificación de que lo hacen “por el bien de ella”. 

El aislamiento social es uno de los factores principales que dificultan la búsqueda de apoyo fuera de la relación (Rose, Campbel y Kub, 2000). El aislamiento impide a la víctima compartir sus problemas con otras personas (familia, amigos y compañeros de trabajo), desarrollar una actividad laboral fuera de casa y contar con un adecuado grado de autonomía personal. La mujer aislada carece de los referentes adecuados para comparar su relación con la relación de otras parejas, lo que facilita la normalización de las conductas abusivas a las que se ve expuesta por parte de su agresor. El aislamiento provoca el abandono del trabajo y de las amistades y aleja a la mujer de las fuentes alternativas de apoyo (Grigsby y Hartman, 1997). Como resultado de este proceso encontramos que las relaciones con el maltratador se convierten en las únicas que mantiene la víctima a lo largo de su vida. El mantenimiento del aislamiento a lo largo de la relación favorece los niveles de dependencia de la mujer a su pareja, facilitando considerablemente la cronificación de la relación abusiva. 

Finalmente, merece especial atención la relación existente entre los celos que manifiesta el maltratador y el aislamiento de la víctima. Los celos se han considerado como uno de los principales factores asociados a la violencia de género. En algunos casos se atribuye a los celos la justificación del comportamiento del maltratador y, en otros, que representan una estrategia más para controlar a la víctima. La mayoría de las situaciones relacionadas anteriormente como responsables del aislamiento se confunden con reacciones de celos, aunque en realidad lo que subyace no es un temor del maltratador a una infidelidad por parte de la pareja sino una preocupación a peder el control sobre lo que ella decida hacer libremente.

http://www.institucionpenitenciaria.es/web/export/sites/default/datos/descargables/publicaciones/Doc_Penitenc_7_Violencia_de_gxnero_Acc.pdf

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