Estamos en el mes de la mujer y hoy más que nunca el arte está dándole rostro nombre y voz, a las vivencias y violencias cotidianas de las mujeres y las niñas, a sus sentires pensares sentires y necesidades.
Desde principios del siglo XXI pero sobre todo en la última década, el arte feminista le ha devuelto al bordado a mano el protagonismo y la utilidad como herramienta política que tuvo para las sufragistas inglesas, quienes estratégicamente decidieron transferir el uso doméstico de la costura llevándolo de lo femenino a lo feminista, confeccionado bandas, banderas y pancartas con leyendas bordadas a favor de los derechos civiles de las mujeres.
Fue precisamente en marzo de 1912 que decenas de ellas como miembras de la Unión Social y Política de las Mujeres, fueron encarceladas por manifestarse en la vía pública rompiendo ventanas para exigir el voto femenino, durante su estancia en prisión tuvieron la habilidad y la valentía para esquivar la estricta vigilancia, atreviéndose a bordar sus nombres en un pañuelo como muestra simbólica de resistencia a la reprensión y a las diferentes torturas a las que eran sometidas.
Mucho tiempo atrás en el Tapiz de Bayeux bordado en Francia en el siglo XI, las mujeres dejaron memoria de los maltratos que padecían a mano de los hombres, y de los sufrimientos por los que pasaban.
La práctica del bordado que era mixta ya existía en la época babilónica y desde donde emigró al resto del mundo, sin embargo, en el caminar del tiempo fue perdiendo su categoría de arte siendo relegado a simple entretenimiento doméstico para mujeres, permaneciendo así durante siglos.
A propósito de esta feminización de la costura, recuerdo que para las niñas y adolescentes de los años sesenta y setenta del siglo pasado, era algo muy común ver a nuestras abuelas tías y mamás con aros agujas y ganchos en mano, cosiendo en punto de cruz servilletas de cocina y manteles de comedor o tejiendo prendas grandes de vestir, chambritas y cobijitas para bebés propios y ajenos, incluso algunas de nosotras aprendimos a hacerlo pero más como un pasatiempo de ocasión, y no precisamente como una manifestación artística con perspectiva de género como comenzamos a hacerlo posteriormente.
Pero ya sea como una actividad recreativa o como instrumento de denuncia social, el bordado y las mujeres siempre hemos ido de la mano en la historia, y es a través de nuestra habilidad en el arte del hilado, hilvanado, cosido, remendado, tejido etc. que de forma individual y colectiva literal y metafórica (en el caso de la palabra hablada y escrita) como nos hemos expresado y como hemos ido dejando nuestras huellas.
El feminismo nos ha permitido desarrollar una mente crítica, y por ende la capacidad de análisis para entender el estado patriarcal de una serie de cosas que como género nos han afectado en el pasado y que nos siguen afectando hoy en día.
Las diferentes formas de arte se transforman y nos transforman como parte de una sociedad estructuralmente patriarcal, y el bordado feminista desde la diferencia la diversidad y la desigualdad se emancipa y crea un lenguaje textil de alto impacto.
Desde principios del siglo XXI mujeres de todo el mundo hemos venido rescatando este arte del ámbito doméstico, reivindicando a través de él nuestro histórico pasado de opresión y de invisibilidad, expresando de este modo también nuestro hartazgo de las atroces violencias de género que seguimos sufriendo, en este sentido colectivos como Hilando Vidas en España, Bordando Feminicidios en México y Tejiendo Feminismos en Argentina son una gran muestra de ello.
En esta cuarta ola del feminismo entre hilos estambres y telas no solamente nos expresamos, rebelamos, denunciamos y resistimos, sino que además nos acompañamos, cuidamos, apoyarnos, apapachamos y sanamos unas a otras porque como bien dice nuestra querida maestra Marcela Lagarde: “¿qué sería de nosotras las mujeres… sin la presencia y la ayuda de las otras mujeres?”
Galilea Libertad Fausto
Créditos de la fotografía a quien corresponda.
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