La subyugación de las mujeres fue un proceso global, con impactos globales; no obstante, no fue vivida de formas iguales por todas. La colonización, la esclavitud, el racismo y el clasismo hizo que experimentáramos de maneras distintas este proceso y que sus impactos también fueran diferenciados. La dominación de las mujeres se vivió de formas mucho más brutales y tuvo consecuencias mucho más profundas en los cuerpos y vidas de las mujeres racializadas, empobrecidas, lesbianas, trans, de las colonias, de las periferias, entre otras.
Desde la pluralidad de los cuerpos han sido construidas las múltiples opresiones del sistema patriarcal del colonialismo, del racismo, la misoginia, lesbofobia y entonces es sobre los cuerpos donde habitan ahí todos los efectos de estos sistemas de opresión (Cabnal, 2020).
En América del Sur, el sometimiento que se generó con base en el discurso de la degradación humana de los indígenas permitió su explotación y la de su fuerza de trabajo y su sometimiento. En el caso de las mujeres, estuvo marcado por prácticas misóginas: en Europa, pretendían despojarlas de su poder y limitarlas al espacio privado. No obstante, en América la resistencia de las mujeres fue fundamental para el mantenimiento de las costumbres, tradiciones y para las resistencias a la colonización. Sin embargo, no se puede negar que en estos territorios también se utilizó el terrorismo de Estado y la violencia como instrumento político contra las mujeres para lograr su degradación social y la expropiación de su trabajo y de sus decisiones en el ámbito de la sexualidad y la reproducción.
En el caso de las poblaciones negras que fueron esclavizadas, la racialización de la división del trabajo y la jerarquización racial de la vida se impuso mediante mecanismos coercitivos. Estos rompieron los lazos comunales y sociales e instauraron categorías de sujetos y sujetas explotadas, generando “desde arriba una sociedad segregada y racista” (Federici, 2015: 166).
Es claro que existe una continuidad entre la expropiación y el despojo de las poblaciones americanas, población africana esclavizada y de las mujeres europeas durante la transición al capitalismo, que confirma el carácter estructural de la violencia como forma de instauración capitalista. En estos procesos, la caza de brujas se utilizó de igual forma, como una estrategia para “infundir terror, destruir la resistencia colectiva, silenciar a comunidades enteras y enfrentar a sus miembros entre sí. También fue una estrategia de cercamiento” (Federici, 2015: 289. Énfasis añadido).
Sin embargo, las condiciones de explotación del trabajo en cada lugar del mundo se encuentran marcadas por una nueva división internacional del trabajo, donde la división racista y sexual del trabajo, se articula como mecanismo de despojo y expropiación de determinadas poblaciones. En este sentido, es fundamental mirar cómo la geopolítica, la política sexual y la política racista articulan sistemas para mantener las desigualdades y opresiones. En el caso de las mujeres concretamente, se da también a través de la experiencia situada de las múltiples opresiones y se vive de modos diferenciados de acuerdo con sus condiciones sociales.
DE LA HOGUERA A LA CÁRCEL Criminalización de mujeres por aborto, parto y complicaciones obstétricas: un continuum de violencias y una nueva forma de cacería de brujas Ana Vera
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