Los orígenes conceptuales de lo que llamamos hoy “economía del cuidado”
Lo que hoy conocemos como “economía del cuidado” en la región tiene su origen en el llamado “debate sobre el trabajo doméstico”.
En este debate, que se desarrolló durante los años 70s, se buscó comprender la relación entre el capitalismo y la división sexual del trabajo, con una clase privilegiada (los maridos) y una clase subordinada (las amas de casa) (Gardiner, 1997; Himmelweit, 1999). El trabajo doméstico se pensaba así como un requerimiento del capitalismo (o complementariamente, de los varones, que “explotaban” a sus mujeres) que debía ser abolido (Himmelweit, 1999). Este esfuerzo por incorporar al trabajo doméstico en conceptualizaciones de origen marxista se realizó, sin embargo, a expensas de dejar fuera del análisis las formas de familia que no se correspondían con el arquetipo de varón proveedor-mujer cuidadora, desconociendo también el trabajo realizado para las generaciones futuras de
trabajadores, en la crianza de los niños y
niñas (Molyneux, 1979).
Más adelante, se entendió al “trabajo
reproductivo” como aquel “necesario”
para reproducir la fuerza de trabajo, tanto
presente como futura (Benería, 1979; Picchio,
2003). La definición del contenido del trabajo
reproductivo no difiere de la de trabajo
doméstico (“las tareas relacionadas con la
satisfacción de las necesidades básicas de
los hogares, relacionadas con la vestimenta,
la limpieza, la salud, y la transformación
de los alimentos” [Benería, 1979: 211]). Sin
embargo, ya no era necesario abolirlo, sino
entender que su desigual distribución en
términos de género se encuentra en el origen
de la posición subordinada de las mujeres, y
de su inserción desventajosa en la esfera de
la producción. El énfasis, entonces, estaba
puesto sobre todo en “visibilizar los costos”
para las mujeres que la provisión de este
trabajo reproductivo traía aparejados.
Como en el debate sobre el trabajo doméstico,
la perspectiva es agregada o “sistémica”:
a través del trabajo reproductivo, los
hogares (y las mujeres en ellos) sostienen el funcionamiento de las economías al asegurar
cotidianamente “la cantidad y la calidad” de la
fuerza de trabajo (Picchio, 2003: 12). Debido a
que se realiza “más allá” de la esfera mercantil
(es decir, sin que medie pago por él), el
trabajo reproductivo se torna “invisible” para
las mediciones estándares de la economía,
lo que refuerza su baja valoración social. Es
en respuesta a esta invisibilidad que surge
el proyecto de “contabilizar el trabajo de
las mujeres” mediante su incorporación a
las cuentas nacionales, cristalizado en la
Plataforma para la Acción de Beijing (Benería,
2003). Este es también el origen de los
esfuerzos para medir el trabajo reproductivo
a través encuestas de uso del tiempo2 en
los países en desarrollo, y en nuestra región
(Esquivel et al, 2008).
En los últimos quince años ha habido un
desplazamiento conceptual “del trabajo al
cuidado”, parafraseando el título del libro
editado por Susan Himmelweit (2000) que
recorre esta evolución. En la literatura sajona,
la “economía del cuidado” enfatiza la relación
entre el cuidado de niños y adultos mayores
brindado en la esfera doméstica y las
características y disponibilidad de servicios de
cuidado, tanto estatal como privado (Folbre
[2006]; Himmelweit [2007]; Razavi [2007]
En estas conceptualizaciones, el “trabajo de
cuidado” es definido como las “actividades
que se realizan y las relaciones que se
entablan para satisfacer las necesidades
materiales y emocionales de niños y adultos
dependientes” (Daly y Lewis, 2000: 285,
énfasis agregado). La materialidad de este
trabajo es sólo una de las dimensiones de
la “relación de cuidados”, que acepta, además
elementos motivacionales y relacionales. El
énfasis en el cuidado reconoce su origen en
aportes filosóficos sobre la “ética del cuidado”,
como los de Joan Tronto (1993) y también en
conceptualizaciones feministas que ubican al
cuidado como una característica central de los
regímenes de bienestar (Daly y Lewis, 2000).
Al definir al trabajo de cuidados “más
específicamente (que al trabajo reproductivo),
poniendo el énfasis en el proceso de trabajo
más que en el lugar de la producción (hogares
versus mercado)” (Folbre, 2006: 186), la
economía del cuidado extiende las fronteras
del trabajo reproductivo para analizar
también cómo el contenido de cuidado de
ciertas ocupaciones, usualmente feminizadas,
penaliza a los trabajadores y trabajadoras que se
desempeñan en ellas (ver los trabajos editados
por Razavi y Staab, 2010). Estos estudios han
mostrado que en los sectores proveedores de
cuidado, como educación, salud, y también
el servicio doméstico -sectores donde las
mujeres se encuentran sobrerrepresentadas y
donde persiste la idea de que las mujeres están
“naturalmente” dotadas para proveer cuidadoslos
salarios tienden a ser menores (a igualdad
de otras características) que en otros sectores.
http://www.americalatinagenera.org/es/documentos/Atando_Cabos.pdf
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