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viernes, 21 de junio de 2019

Necesitamos un compromiso real con las víctimas



“Se acercó a la cristalera de la cafetería y con los nudillos la golpeó con fuerza para atraer nuestra atención. Las dos nos giramos al mismo tiempo y nuestras miradas se posaron en un tipo bajito, de pelo negro y con cara de enfado que apuntaba con el dedo a mí amiga para después señalar la esfera de su reloj. No me dio tiempo a preguntar si le conocía, pues había comenzado a llorar  y balbuceaba palabras que yo no entendí. Nunca había vivido una situación como esa y no tenía muy claro lo que debía hacer, pero la obligué a mirarme y cogiendo su cara con mis manos le pregunté “¿es ese?”, ella afirmó con la cabeza y se levantó de la silla “¿dónde vas” le dije? “A hablar con él”, contestó. La miré a la cara y pude observar el miedo en sus ojos. “No, no debes salir a verle, no estás bien y no lo voy a permitir”, le contesté, “saldré yo y le preguntaré que quiere. Tú quédate aquí”

Salí a la calle y le busqué con la mirada. Había cruzado a la otra acera, me acerqué a él y le pregunté qué pasaba, cuál era el motivo por el que se había dirigido con aquellos gestos hacia nosotras. Mientras miraba hacia el suelo me contestó “a ti no tengo que decirte nada, dile a ella que salga”. “No saldrá”, le contesté, “vete de aquí si no quieres tener problemas”. Levantó la cabeza y con mirada desafiante me dijo “¿tú sabes con quien estás hablando?” (en aquel tiempo el tipo era una persona con cierta relevancia social) “No, no sé con quién estoy hablando, ni me interesa saberlo”, contesté. “Lárgate”, me dijo, “voy a hablar con ella”. Cruzó la calle. Intenté impedirle el paso, pero se adelantó. Abrió la puerta del local y se dirigió hacia ella, pero un amigo común se lo impidió, invitándole a abandonar el local. Me acerqué a ella y la observé. Estaba sentada con las manos en las rodillas intentado parar el temblor que la dominaba, y ésta vez sí entendí lo que me dijo “por favor, déjame hablar con él, si no lo hago no sé lo que hará”. “No”, le contesté, “se marchará ahora mismo si no quiere tener problemas”. Las personas que nos acompañaban hicieron de barrera para impedir que se acercara, pero ante su insistencia el amigo común le retó “o te vas ahora mismo o llamo a la policía”. Y se fue.

Al día siguiente nos desplazamos al aeropuerto. Durante el trayecto nos dimos cuenta que un coche nos seguía, era él. Mi amiga comenzó a llorar y dirigiéndose a mí me dijo “no le conoces, no me va a dejar en paz”. Unos kms antes del aeropuerto conseguimos esquivarlo, o eso creíamos, pues cuando llegamos nos estaba esperando. Cuando  salíamos del coche, él se dirigió a mí y me dijo “te voy a denunciar por secuestro. No puedes impedir que hable con ella”. “Sí”, le contesté, “si puedo, de hecho lo estoy haciendo”. Se acercó a la ventanilla y la llamó. Ella permanecía acurrucada en el asiento, seguía llorando y pude observar como su cuerpo temblaba. Entré en el coche y la abracé.  Mi compañero se acercó a él y le pidió que se fuera. Yo seguía intentando tranquilizarla, pero reconozco que la situación me preocupaba. Pasado un tiempo y tras darse cuenta de que no iba a permitirle hablar con ella, abandonó el lugar.

Unos días después recibí la visita de la Guardia Civil para comunicarme que el tipo había interpuesto una denuncia contra mí, por secuestro. Unos días después recibí otra denuncia, esta vez del juzgado de Avilés, por el mismo motivo. Unos días después comencé a recibir llamadas anónimas (pude demostrar en el juicio que las llamadas procedían de su móvil, aunque la jueza no las admitió como prueba) Unos días después observé que su coche estaba aparcado a escasos metros de mi casa (he olvidado decir que el tipo tenía varias armas y que entrenaba a diario en una playa de la zona…) Así durante años, muchos. Años en los que tanto yo como el resto de mi familia, estuvimos en su punto de mira, años en los que la intranquilidad y el miedo se adueñaron de nuestras vidas, porque el acoso al que nos sometió no cesó hasta que la justicia le condenó (muchos años después y tras varias denuncias de otras mujeres)

Tengo que reconocer que en aquellos momentos no fui consciente de que me había convertido en objetivo de aquel tipo, ni de la situación de peligro en la que me había colocado enfrentándome a él. Como buen maltratador, no podía consentir que nadie le arrebatase a su presa, una presa que, golpeada psicológicamente durante años, carecía de fuerza para revelarse contra su situación, pero que ahora tenía a su lado una guardia pretoriana capaz de todo para protegerla. En casos como éste, la familia y las amistades son vitales para ayudar a salir de la cárcel, en la que están encerradas, a las víctimas de violencia machista, y en algunos casos, como lo fue en éste, conseguir salvarle la vida

El asesinato de dos mujeres, dos hermanas, ocurrido en Aranjuez hace unos días, ha traído éste desgraciado recuerdo a mi memoria. En el caso de Aranjuez, el hombre culpaba a sus excuñadas de su separación, su exmujer se había ido a refugiar a casa de sus familiares y por eso decidió matarlas. En mi historia, el maltratador quiso impedir que yo ayudase a su víctima, pero no lo consiguió
Nuestro compromiso para con la erradicación de la violencia machista, tiene que ir mucho más allá de las buenas palabras, del cómodo minuto de silencio y de las triviales expresiones de condena hacia el maltratador. Nuestro compromiso debe ser ejemplar para con las víctimas, víctimas a las que el agresor ha despojado de toda autoestima para convertirlas en objetos útiles sobre los que descargar su ira, sus frustraciones y su poder”
Aurora Valdés

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