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domingo, 3 de marzo de 2019

El androcentrismo y sus consecuencias



 El androcentrismo, que significa literalmente "centrarse en el varón", supone la consideración, probablemente a nivel inconsciente, de que el varón es el patrón, el modelo, la norma de todo comportamiento humano. El androcentrismo se ve reflejado en frases como: 

 Uno de los grandes logros de la Revolución Francesa fue el sufragio universal 

cuando en realidad el derecho al voto era disfrutado sólo por los hombres -y no todos, pero ciertamente no por las mujeres. El androcentrismo normalmente presupone además que el receptor de cualquier tipo de texto es masculino, es decir, se dirige a un oyente o a un lector, como el ejemplo siguiente, tomado de un comentario hecho por el presentador de un telediario en enero de 1996: 

 Si al llegar a casa no encuentra a su mujer, sepa que hoy han empezado las rebajas. 

en el que, aparte de la consideración (sexista) de las mujeres los únicos seres con afán consumista que aprovechan las rebajas, claramente se están dirigiendo sólo a los telespectadores ¡y casados! (androcentrismo). Algo parecido ocurre con el anuncio aparecido en varios diarios en octubre y noviembre de 1999: 

“Crónica del siglo XX”: Desayune con Einstein, suba al Everest a mediodía y acuéstese con Marilyn (El País, noviembre 1999) 

donde, a no ser que una sea lesbiana, resulta ardua la tarea de identificación con la oferta publicitaria. 


 El androcentrismo, pues, se basa en dos reglas fundamentales: 

1) Toda persona es del género masculino, a no ser que se especifique lo contrario. Como consecuencia, "varón" y "ser humano" son términos sinónimos; y también lo son "masculino" y "universal". Esta regla opera fundamentalmente a través del uso del masculino como presunto universal (los notarios, para referirse a hombres y mujeres al frente de una notaría, los vascos, para hablar de mujeres y hombres naturales de Euskadi). Se trata de una regla que hace que nuestra mente vea, antes que nada, varones en las personas nombradas en masculino para designar su clase, función, oficio, profesión o situación social (Secretario General, Directores, dramaturgo, fundador, pacientes, conductores...). Como veis, y deseo dejar bien claro, no se trata de una regla gramatical, esto es, de la "estructura" de la lengua, sino una interpretación pragmática de la misma. La regla llega a impregnar nuestro imaginario de tal modo que cualquier masculino (presuntamente universal) crea en nuestra imaginación imágenes masculinas. Los seres nombrados en la frase:  

 Cansados, llegaron los tres al pueblo. 

pueden perfectamente ser dos mujeres y un caballo, pero la imagen que ese masculino crea en nuestro pensamiento es la de tres seres del sexo masculino.  

La utilización del masculino para referirse, tanto a mujeres y hombres en un sentido genérico, como a varones únicamente, tiene, entre otros, el problema de ambigüedad y falta de exactitud, como creo que ilustra la frase: 

Los alumnos de Primaria ocupan siempre el centro del patio; las alumnas utilizan los bancos 

porque podríamos preguntarnos si las niñas juegan en el centro, y si los bancos están en el patio o en el aula. Las frases en masculino nos obligan a seguir pendientes de juicio, escuchando con el fin de que el contexto o una aclaración posterior especifique a quién o quiénes se están refiriendo.  

  La segunda regla del androcentrismo, consecuencia de la práctica anterior, es que: 


2) las mujeres quedan borradas de la lengua. El uso del masculino hace que se tienda a pensar en varones únicamente, como hace Joaquín Vidal en: 

 "Selectividad": Miles de muchachos se están jugando en estos momentos su futuro. Sin haber hecho la mili siquiera... (Joaquín Vidal. El País 11 de junio 1991) 

Esta ausencia logra que cuando se visibilizan las mujeres sea para revelarse como una desviación de la norma masculina, una excepción, una derivación del masculino o resultado de su dependencia de él, como ejemplifican las entradas de edil y edila del Diccionario de la Real Academia. Estas entradas demuestran que se otorga al masculino la cualidad de universal, lo que no necesita especificarse como particular, convirtiendo así a lo femenino en lo diferente, lo excepcional en la participación política o social, que sí debe especificarse. 

edil. (Del latín aediles). m. .... Concejal. Miembro de un ayuntamiento. 
edila. f. Concejala. Mujer miembro de un ayuntamiento. 

 Lo que esta definición nos descubre es que el masculino se ha apropiado de todo el espacio semántico (Miembro de un ayuntamiento), y que debemos abrir un huequito aparte o crear una subcategoría (Mujer miembro...) para que ella tenga sitio. A veces no se consigue, y cualquier nombre masculino que, teniendo su femenino, pretenda figurar como inclusivo, primeramente oculta a las mujeres, para luego mostrarlas explícitamente subordinadas y excluidas, como en la frase siguiente, tantas veces citada: 

 Los nómadas se trasladaban con sus enseres, mujeres y niños, siguiendo la caza.  


 La psicología ha estudiado las consecuencias para la identidad femenina de este proceso de exclusión de la lengua, de no ser nombradas, de estar semi-escondidas en la formas masculinas. Parece que la imposición del uso obligatorio y automático del masculino causa en las mujeres la negación de sí mismas, un proceso de alienación y de pérdida de identidad. No resulta difícil imaginar que esto es plausible: debe tener implicaciones psicológicas el hecho de que toda niña o mujer se vea obligada a interpretar por el contexto si se están o no refiriendo a sí misma cuando dicen en el aula "los niños", cuando hablan de "los vascos", de los "muchachos que se examinan de Selectividad", etc., etc. 

Uno de los fenómenos más graves de discriminación lingüística radica en un aspecto gramatical que articula tanto el castellano como otras muchas lenguas y que consiste en el uso del género masculino como neutro. Es decir, utilizándolo como si abarcara masculino y femenino. Esta regla, que como el resto de reglas gramaticales que se han dictado, no es de orden natural, eterno e inmutable, sino un claro reflejo de la visión androcéntrica del mundo y de la lengua; normalmente se transmite en los textos que se manajan constantemente, otorgando carta de naturaleza a uno de los ejes vertebradores del androcentrismo más claros, constantes y habituales en la lengua: el que refuerza la presencia del género/ sexo masculino y causa la desaparición del género/ sexo femenino. 

Este fenómeno tiene todo tipo de repercusiones, por ejemplo, que las mujeres tengamos un lugar provisional en la lengua: Primero la niña aprenderá que se dirigen a ella llamándola "niña", por tanto si oye frases como "los niños que terminen pueden ir al recreo, permanecerá sentada en su pupitre contemplando impaciente la tarea concluida en espera de que una frase en femenino le abra las puertas del ansiado recreo. Pero estas frases no suelen llegar nunca, es más probable que la maestra diga al advertir que ha terminado: "Fulanita, he dicho que los niños que hayan terminado..." y si sigue sin darse por aludida, entonces le explicará que cuando dice "niños" se está refiriendo también a las niñas. Pero si incurre en el error de creer que la palabra "niño" concierne por igual a los dos sexos, pronto verá frustradas sus ilusiones igualitarias. La hilaridad de sus compañeros ante su mano alzada le puede hacer comprender, bruscamente, que hubiera sido mejor no darse por aludida en frases del tipo: "Los niños que quieran formar parte del equipo de fútbol que levanten la mano". En casos como éste, la maestra suele intervenir recordando: "He dicho los niños", ante lo cual la estupefacta niña pensará: "¿Pero no había dicho los niños?". «La niña debe aprender su identidad sociolingüística para renunciar inmediatamente a ella. Permanecerá toda su vida frente a una ambigüedad de expresión a la que terminará habituándose, con el sentimiento de que ocupa un lugar provisional en el idioma, lugar que deberá ceder inmediatamente cuando aparezca en el horizonte del discurso un individuo del sexo masculino, sea cual sea la especie a la que pertenezca» (Montserrat Moreno, Cómo se enseña a ser niña: el sexismo en la escuela. Barcelona: Icaria, 1986). 

 El efecto del masculino genérico refuerza las formas masculinas, y el uso del masculino universal produce imágenes mentales masculinas, como han demostrado inequívocamente experimentos en los que se hacía ilustrar a jóvenes frases del tipo: 

 Los romanos vivían en villas. 
 Los egipcios tenían profundos conocimientos de las técnicas de fabricación de tejidos. 

que fueron representadas sistemáticamente con dibujos que mostraban a varones, y eso a pesar de que las frases se refieren a actividades - casa y tejer - estereotípicamente femeninas. Aparentemente, hay una explicación psicolingüística y cognitiva para ello: según parece, la realidad androcéntrica se impone en cierto modo durante el proceso de adquisición de la lengua durante la niñez a través de los mecanismos del masculino genérico. Una criatura aprende primero el significado masculino y femenino de una palabra, el proceso de generalización es posterior, y con éste vendría la utilización genérica del masculino. Eso produce a nivel cognitivo una interpretación primeramente masculina de cualquier forma masculina, antes que genérica. Es como si el significado masculino invadiese la memoria, empujando, por así decirlo, el sentido genérico -y el femenino, claro. Por ello he afirmado antes que el masculino ocupa la mayor parte del espacio semántico, dejando poco sitio para el femenino. En ese sentido, y como expresara Julia López Giráldez, «la enseñanza-aprendizaje de la lengua es un proceso de doma mediante e1 cual las mujeres/niñas aprendemos a no ser nombradas y a expresar esta ausencia de sí mismas con naturalidad, reprimiendo las preguntas sobre la pertinencia de este hecho (no estar)». Por volver al diagrama del principio, dado que el lenguaje es el medio por el cual se transmite y comunica el pensamiento, al estar nuestra sociedad construida sobre estructuras de carácter patriarcal, es inevitable que el lenguaje transmita y comunique, como lo hace, "tácticas" patriarcales, es decir la invisibilidad, la exclusión del género femenino y el manifiesto afán de que el género femenino esté implícito, a la hora de hablar y escribir, en el género masculino. Lo peor es que a través de las generaciones, el pensamiento patriarcal ha ido infiltrándose en el lenguaje y se ha transmitido por esta vía hasta hacer invisible a las mujeres, y lo más grave, hasta hacer que las propias mujeres nos mimeticemos y hablemos de nosotras mismas en masculino, como por ejemplo: "nosotros", "uno cree", "uno mismo", "todos". «Hemos aprendido a pensarnos como ausentes, y lo que no es nombrado tiene una categoría diferente, subordinada, dependiente de lo nombrado. O, peor aún, no existe».  

 Como explica el folleto editado por Emakunde, "El lenguaje, más que palabras", «El proceso de simbolización de la realidad tiene unas implicaciones importantes en el desarrollo de la identidad personal y social. Los niños (varones) son siempre nombrados, son los protagonistas de las acciones y cuentan con modelos de referencia con los que se pueden identificar. Esto tiene repercusiones en su autoconcepto y autoestima y, en ocasiones, les genera una "sobreidentidad", se creen capaces de hacer cualquier cosa sin valorar los riesgos. Las niñas, sin embargo, no son nombradas; en raras ocasiones son protagonistas de las acciones y no disponen, a través del lenguaje, de modelos con los que identificarse. Las consecuencias de esta invisibilización, exclusión o subordinación pueden tener reflejo en una menor autoestima y en la creación de una "subidentidad"». 
MERCEDES BENGOECHEA Universidad de Alcalá Miembro de NOMBRA, Comisión asesora sobre lenguaje del Instituto de la Mujer
http://www.upm.es/sfs/Rectorado/Gerencia/Igualdad/Lenguaje/sexsismo%20y%20androcentrismo%20en%20texto%20administrativos.pdf

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