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sábado, 22 de noviembre de 2014

Patricia

La realidad del aborto en el Ecuador es cotidiana, los casos están allí, esperando ser conocidos en una suerte de revictimización para las mujeres que los cuentan, pero que en todo caso sirve para sensibilizar y no olvidar. 


A continuación un  testimonio real, vigente y revelador de la situación ecuatoriana:

“-No abuelito, no otra vez, me haga eso…
Patricia era una niña de 14 años, de pronto dejó de hablar y sus tías no pudieron arrancarle una palabra. Sospecharon que estaba embarazada, pues había dejado de menstruar.
Sus tías, se habían hecho cargo de esta niña y de sus dos hermanos, sus padres estaban en España.
Patricia estaba embarazada y había que hacer algo. Le hicieron un aborto en un sitio clandestino, y al despertar de la anestesia general que le pusieron, dijo: No abuelito, no otra vez, no me haga eso, quiero a mi mami, quiero a mi mami…”
La crueldad de la migración ha dejado sin protección a miles de niñas/os y adolescentes que quedaron en manos de familiares, vecinos, etc., que en muchas ocasiones no los respetaron y abusaron de ellas/os. “En el Ecuador en el año 2008 se presentaron 10.672 denuncias por delitos sexuales en la Fiscalía, de ellos aproximadamente 300 casos tuvieron sentencias.
Un 21% de niños, niñas y adolescentes del Ecuador han sufrido alguna vez abuso sexual.”

La sospecha sobre la sexualidad femenina: causas de la culpa, el silencio y la vulnerabilidad sexual de las niñas Nancy Carrión S*

Ante los síntomas de Patricia, lo primero que piensa su familia es un embarazo causado a partir de una sexualidad activa. La sospecha (duda) familiar sobre su capacidad para conducirse correctamente y dar cuenta de sus actos, les lleva a solucionar el problema con un aborto provocado sin diálogo con ella. Sin pasar necesariamente por una experiencia como la de Patricia, cotidianamente mujeres, niñas, jóvenes y adultas, estamos expuestas a una permanente sospecha y (pre)juicio social que dice de nosotras ser incapaces de conducirnos correctamente, mirándonos como un peligro, provocadoras de desorden y caos en el mundo de la sexualidad humana.
En otros casos, “puta”, “zorra”, “loca”, son epítetos comunes para referir a una mujer en atención a su sexualidad, cuando es activa. Cuando no es así, fácilmente podemos encontrar cualquier calificativo que denote una pasividad cómplice de la mujer. En todo caso, el supuesto es el mismo: los hombres no saben controlar su sexualidad y, por lo tanto, somos las mujeres las responsables de cuidar el orden sexual del mundo, la reproducción humana y el correcto comportamiento de ellos. Si   somos acosadas, violadas o agredidas sexualmente, no faltará alguien que de algún modo nos señale como culpables o cómplices. La desconfianza sobre nuestra sensatez y buena conducta (sexual o no) atraviesa también las relaciones entre nosotras: mujeres que dudamos de nuestras amigas, compañeras, hermanas, sobrinas, madres o hijas.
En nuestro país, al menos el 49% de violaciones en menores de edad (de las cuales el 90% son mujeres) son cometidas por familiares o personas cercanas a la víctima1. Sin embargo, en el caso de Patricia, como en muchos otros, sobre el violador no hubo sospecha alguna. Sobre ella sí. Pocas niñas pueden tener la valentía de hablar de una experiencia de violencia sexual si implica acusar a alguien con quien han tenido algún vínculo de afecto, con más razón si saben que al hacerlo serán señaladas, criticadas y culpadas, mientras el agresorserá defendido o justificado. La cercanía física y afectiva del agresor, sumadas a esta generalizada sospecha y desconfianza social sobre la sexualidad femenina (también aprendido por las niñas), aumentan su vulnerabilidad al máximo.
La sobrecarga de responsabilidad otorgada a las mujeressobre el orden y correcto funcionamiento de la sexualidad humana es una de las columnas másfuertes que sostiene el patriarcado. Atraviesa la intimidad de nuestras casas y las calles que recorremos o habitamos todos los días; la sensibilidad de nuestros cuerpos sexuados tanto como la cultura que construimos. Liberar de responsabilidad a los hombres, mientras construimossospechas que pre-juzgan la sexualidad de cada mujer como “provocadora” de la brutal violencia sexual o cualquier otro comportamiento masculino, es concederles a ellos la posibilidad de violentarnos mientras destruyen el proyecto vital de una de nosotras y los vínculos de afecto o entrañamientos políticos entre todas. Asíse construye y legitima el Patriarcado.

Vigilando nuestros cuerpos:
sujetas a la sexualidad patriarcal

Cuando la madre de Patricia migró a España, pidió a su hermana “chequear” a la niña que ya estaba menstruando, puesto que podía quedar embarazada. Para la familia, esto significaba una gran responsabilidad. Otro episodio común en la vida de las mujeres: la preocupación de otros por nuestro crecimiento y maduración sexualse centra en nuestra capacidad reproductiva, cuando la sexualidad —lo sabemos todos- es mucho más amplia. Para las mujeres, entrar en la adolescencia es, entre otras cosas, convertirnos en objeto preciado (carne fresca, apetecida por muchos) y a la vez de peligro (ingenua y vulnerable frente a la sexualidad compulsiva y violenta de otros)
que la gente, todavía responsable de nosotras, debe vigilar. Cuidar a una niña en la edad de Patricia significa en gran medida ver que no tenga relaciones sexuales con nadie, puesto que difícilmente podría mantener el control de la situación y sus consecuencias. Madres, padres y familiares en general cuidan de este modo a las jóvenes con la mejor intención, incluso por la conciencia cierta de un mundo violento con las mujeres.

Pero, ¿de qué modo y en qué momento de la vida se supone debe aprender una mujer sobre las complejas relaciones de poder que implica la sexualidad heteronormada? ¿Sola?, ¿cuando haya tenido suficientes experiencias propias, así como tropiezos, para aprender de ellas? En la historia de Patricia nadie tuvo la capacidad y sensibilidad suficiente para dialogar con ella sobre sus síntomas y el malestar que manifestaba en silencio. En la historia de muchas otras tampoco hubo nadie que, en la curiosidad y confusión de la adolescencia, nos haya hablado de la vida en las complejas dimensiones de la sexualidad: el placer, el erotismo, el amor.
Lo que sí nos han dicho son advertencias que muestran a la sexualidad como algo de lo que debemostemer: “los hombressólo buscan a las mujeres para satisfacerse sexualmente”, “si te acuestas con un hombre y te embaraza, no esperes a que se haga responsable de tu hijo”, “cada mujer conquistada es un trofeo que prueba la hombría del varón”, etc. Y aunque hay mucho de cierto en esto, por la estructura machista que atraviesa a los hombres, las prevenciones generalmente no abordan las enormes posibilidades de que seamos agredidas sexualmente por un familiar o persona cercana, cosa que como ya hemos visto es bastante común. De esta manera, mujeres y hombres aprendemos que el lugar de nosotras en la sexualidad es el de un objeto, sujetas a la sexualidad patriarcal. Hay muchos ejemplos que confirman esto. Hombres de mi generación (y también algunas mujeres), aprendiendo de anteriores, han formado su erotismo en base a la pornografía. El modelo se reproduce ahora mismo en la socialización de los más jóvenes a través de música como el regaeton, la publicidad sexista y otros medios. En éste se combina la violencia masculina y la sumisión femenina con el placer sexual de ambos.
Concebida así, la sexualidad se convierte en un impedimento cultural para que las mujeres podamos construirnos como sujetos plenos, ya no solo en la sexualidad. La experiencia erótica es, como dice Audre Lorde, una fuente de información y poder transformador y liberador, asentado en un plano profundamente femenino y espiritual, que nos permite vivir a plenitud la vida en todas sus dimensiones. Romper el sistema de violencia estructural hacia las mujeres nos exige una atención de la sexualidad femenina, en cualquiera de sus etapas, desde la posibilidad erótica de construcción como sujetos. Para hacerlo posible, nuestra sexualidad no debe ser chequeada, sino acompañada, dialogada con otras, madres, hermanas, tías, abuelas, amigas, compañeras todas en la difícil construcción de las posibilidades de liberación de este esquema patriarcal de sexualidad.

Engaños que matan: a los hombres agresores se protege
para no causar daño a las mujeres de su entorno.

Cuando descubren que el embarazo de Patricia era causa de de violaciones recurrentes de su abuelo, la primera respuesta familiar fue: “mentira”, “cómo va a ser mi papá violador”. Y acuerdan guardar silencio para evitar sufrimiento a la abuela, esposa del violador, e incluso a la madre de Patricia.
Aunque todas y todos sepamos que la violencia sexual contra niñas y niños se ejerce por personas cercanas a la víctima, a cualquiera le cuesta aceptar que su abuelo, padre, hermano, amigo, compañero, novio, esposo, hijo, nieto o sobrinos, cualquiera de los hombres que amamos, pueda violar a una mujer, más aún si se trata de una niña ¿Pero por qué nos parece tan raro, si el erotismo porno que prima en nuestra sociedad es lo más cercano a una violación?, ¿no hemos naturalizado culturalmente la violencia sexual de los hombres sobre las mujeres, a tal punto que cuando se presenta no sabemos cómo responder y preferimos callar, en un acto de condescendencia cómplice?
Tal vez el silencio de la familia de Patricia y de la sociedad en general frente a estos casos se deba al sentimiento/conciencia de haber sido reproductor(a) del patrón del que sale: la sexualidad heteronormada en el erotismo porno.
No sería raro que alguien tenga la astucia de decir “el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”, intentando disolver la necesaria discusión de los disímiles niveles y formas de responsabilidad de unos y otras. Quien viola a una mujer o –en una situación menos desigual y grave de poder- la acosa tiene una responsabilidad mayor, desde cualquier punto de vista que la de ella.
El que la sexualidad masculina se construya como relación de dominación y violencia sobre las mujeres, nos implica, por supuesto, pero no con el mismo nivel de responsabilidad.
Que su capacidad de placer radique en la posibilidad de vulnerarnos y que debamos además hacernos cargo del resultado (un embarazo no deseado o malestares físicos y emocionales, incluso la culpa por lo sucedido) es una situación de injusticia que debemos transformar.
Proteger con el silencio o de otras maneras a un violador no cuida a las mujeres de su entorno de ser lastimadas, sino que nos vulnera a todas, disolviendo la necesidad imperiosa de construir y alimentar entre nosotras vínculos de solidaridad que puedan funcionar como estrategia de autodefensa compartida o acompañada entre mujeres y erradicación de la violencia sexual. Por eso, la relación entre nosotras es un asunto urgente que debemos asumir.
Terminar con la costumbre de abandonarnos unas a otras o traicionarnos a nosotras mismas por proteger o justificar a los hombres que amamos, es un asunto de sobrevivencia. Enfrentar la desconfianza que ha colocado entre nosotras ese esquema patriarcal de sexualidad es, por lo menos, desestabilizar ese sistema construido sobre nuestra dominación y opresión. ¿Qué rol queremos jugar las mujeres en este escenario?, ¿el de objetos de una historia perpetuada de dominación sexual?
Desde la esperanza de la praxis feminista, preferimos una sexualidad liberada de los esquemas sexuales de los patriarcados porno. Si los patriarcados aparecen en casa, tejamos el feminismoahí, con la confianza y amor entre mujeres”



*Socióloga, integrante de la Casa Feminista de Rosa y la Asamblea de Mujeres Populares y Diversas del Ecuador.
file:///C:/Users/t2003/Downloads/derechos-reproductivos.pdf
http://www.fundaciondesafio-ec.org/pdf/Libro%20decisiones%20cotidianas%20ARTS.pdf

https://www.fundaciondesafio-ec.org/_files/ugd/8313b8_1712bd4f29e14cc8a7b6d3724dabe78c.pdf

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