La realidad del aborto en el Ecuador es cotidiana, los casos están allí, esperando ser conocidos en una suerte de revictimización para las mujeres que los cuentan, pero que en todo caso sirve para sensibilizar y no olvidar.
A continuación un testimonio real, vigente y revelador de la situación ecuatoriana:
“-No abuelito, no otra vez, me haga eso…
Patricia era una niña de 14 años, de pronto dejó de hablar y sus tías no pudieron arrancarle una palabra. Sospecharon que estaba embarazada, pues había dejado de menstruar.
Sus tías, se habían hecho cargo de esta niña y de sus dos hermanos, sus padres estaban en España.
Patricia estaba embarazada y había que hacer algo. Le hicieron un aborto en un sitio clandestino, y al despertar de la anestesia general que le pusieron, dijo: No abuelito, no otra vez, no me haga eso, quiero a mi mami, quiero a mi mami…”
La crueldad de la migración ha dejado sin protección a miles de niñas/os y adolescentes que quedaron en manos de familiares, vecinos, etc., que en muchas ocasiones no los respetaron y abusaron de ellas/os. “En el Ecuador en el año 2008 se presentaron 10.672 denuncias por delitos sexuales en la Fiscalía, de ellos aproximadamente 300 casos tuvieron sentencias.
Un 21% de niños, niñas y adolescentes del Ecuador han sufrido alguna vez abuso sexual.”
La sospecha sobre la sexualidad femenina: causas de la culpa, el silencio y la vulnerabilidad sexual de las niñas Nancy Carrión S*
Ante
los
síntomas
de
Patricia,
lo
primero
que
piensa
su
familia
es
un
embarazo
causado
a
partir de
una
sexualidad
actíva.
La
sospecha
(duda)
familiar
sobre
su
capacidad
para
conducirse
correctamente
y
dar
cuenta
de
sus
actos,
les
lleva
a
solucionar
el
problema
con
un
aborto
provocado
sin diálogo con ella. Sin pasar necesariamente por una experiencia como la de Patricia, cotídianamente mujeres, niñas, jóvenes y
adultas, estamos expuestas a una permanente sospecha y
(pre)juicio social
que
dice
de
nosotras
ser
incapaces
de
conducirnos
correctamente ,
mirándonos
como
un
peligro,
provocadoras
de
desorden
y
caos
en
el
mundo
de
la
sexualidad
humana.
En
otros
casos,
“puta”,
“zorra”,
“loca,
son
epítetos
comunes
para
referir
a
una
mujer
en
atención a
su
sexualidad,
cuando
es
actíva.
Cuando
no
es
así,
fácilmente
podemos
encontrar
cualquier
calificativo
que
denote
una
pasividad
cómplice
de
la
mujer.
En
todo
caso,
el
supuesto
es
el
mismo: los
hombres
no
saben
controlar
su
sexualidad
y,
por
lo
tanto,
somos
las
mujeres
las
responsables de
cuidar
el
orden
sexual
del
mundo,
la
reproducción
humana
y
el
correcto
comportamiento
de ellos. Si somos acosadas, violadas o agredidas sexualmente, no faltará alguien que de algún modo nos
señale como
culpables
o
cómplices.
La
desconfianza
sobre nuestra
sensatez
y
buena
conducta (sexual
o
no)
atraviesa
también
las
relaciones
entre
nosotras:
mujeres
que
dudamos
de
nuestras amigas,
compañeras,
hermanas,
sobrinas,
madres
o
hijas.
En
nuestro
país,
al
menos
el
49%
de
violaciones
en
menores
de
edad
(de
las
cuales
el 90%
son
mujeres)
son
cometidas
por
familiares
o
personas
cercanas
a
la
víctima.
Sin
embargo,
en
el
caso
de Patricia,
como
en
muchos
otros,
sobre
el
violador
no
hubo
sospecha
alguna.
Sobre
ella
sí.
Pocas niñas
pueden
tener
la
valentia
de
hablar
de
una
experiencia
de
violencia
sexual si
implica
acusar a alguien con quien han tenido algún vínculo de afecto, con más razón si saben que al hacerlo serán señaladas, criticadas y culpadas, mientras el agresor será defendido o justificado. La cercanía fisica
y
afectiva
del
agresor,
sumadas
a
esta
generalizada
sospecha
y
desconfianza
social
sobre
la sexualidad
femenina
(también
aprendida
por
las
niñas),
aumentan
su
vulnerabilidad
al
máximo.
La sobrecarga de responsabilidad otorgada a las mujeres sobre el orden y correcto funcionamiento de la sexualidad humana es una de las columnas más fuertes que sostiene el patriarcado. Atraviesa la
intimidad
de
nuestras
casas
y
las
calles
que
recorremos
o
habitamos
todos
los
días;
la
sensibilidad
de
nuestros
cuerpos
sexuados
tanto
como
la
cultura
que
construimos.
Liberar
de
responsabilidad a los hombres, mientras construimos sospechas que pre‐juzgan la sexualidad de cada mujer como
“provocadora”
de
la
brutal
violencia
sexual
o
cualquier
otro
comportamiento
masculino, es concederles
a
ellos
la
posibilidad
de
violentarnos
mientras
destruyen
el
proyecto
vital
de
una
de nosotras y los vínculos de afecto o entrañamientos políticos entre todas. Así se construye y legitima el
Patriarcado
Vigilando
nuestros
cuerpos: sujetas
a
la
sexualidad
patriarcal
Cuando
la
madre
de
Patricia
migró
a
España,
pidió
a
su
hermana
“chequear”
a
la
niña
que
ya
estaba menstruando,
puesto que
podía quedar embarazada. Para la familia,
esto significaba una gran responsabilidad. Otro episodio común en la vida de las mujeres: la preocupación de otros por nuestro crecimiento y maduración sexual se centra en nuestra capacidad reproductiva, cuando la
sexualidad
—lo
sabemos
todos‐
es
mucho
más
amplia.
Para
las
mujeres,
entrar
en
la
adolescencia es, entre otras cosas, convertirnos en objeto preciado (carne fresca, apetecida por muchos) y
a
la
vez
de
peligro
(ingenua
y
vulnerable
frente
a
la
sexualidad
compulsiva
y
violenta
de
otros) que la gente, todavía responsable de nosotras, debe vigilar. Cuidar a una niña en la edad de Patricia significa
en
gran
medida
ver
que
no
tenga
relaciones
sexuales
con
nadie,
puesto
que
dificilmente podría mantener el control de la situación y sus consecuencias. Madres, padres y familiares en general
cuidan
de
este
modo
a
las
jóvenes
con
la
mejor
intención,
incluso
por
la
conciencia
cierta
de un
mundo
violento
con
las
mujeres.
Pero, ¿de qué modo y en qué momento de la vida se supone debe aprender una mujer sobre las complejas relaciones de poder que implica la sexualidad heteronormada? ¿Sola?, ¿cuando haya tenido suficientes experiencias propias, así como tropiezos, para aprender de ellas? En la historia de Patricia nadie tuvo la capacidad y sensibilidad suficiente para dialogar con ella sobre sus síntomas y el malestar que manifestaba en silencio. En la historia de muchas otras tampoco hubo nadie que, en la curiosidad y confusión de la adolescencia, nos haya hablado de la vida en las complejas dimensiones de la sexualidad: el placer, el erotismo, el amor.
Lo
que
sí
nos
han
dicho
son
advertencias
que
muestran
a
la
sexualidad
como
algo
de
lo
que
debemos temer: “los hombres sólo buscan a las mujeres para satisfacerse sexualmente”, “si te acuestas con
un
hombre
y
te
embaraza,
no
esperes
a
que
se
haga
responsable
de
tu
hijo”,
“cada
mujer
conquistada es un trofeo que prueba la hombría del varón”, etc. Y aunque hay mucho de cierto en esto,
por
la
estructura
machista
que
atraviesa
a
los
hombres,
las
prevenciones
generalmente
no abordan
las
enormes
posibilidades
de
que
seamos
agredidas
sexualmente
por
un
familia o
persona
cercana, cosa
que como
ya
hemos
visto
es
bastante común.
De esta
manera, mujeres
y
hombres aprendemos que el lugar de nosotras en la sexualidad es el de un objeto, sujetas a la sexualidad patriarcal. Hay muchos ejemplos que confirman esto. Hombres de mi generación (y también
algunas
mujeres),
aprendiendo
de
anteriores,
han
formado
su
erotismo
en
base
a
la
pornografia.
El
modelo
se
reproduce
ahora
mismo
en
la
socialización
de
los
más
jóvenes
a
través
de música como el regaeton, la publicidad sexista y otros medios. En éste se combina la violencia masculina
y
la
sumisión
femenina
con
el
placer
sexual
de
ambos.
Concebida
así,
la
sexualidad
se
convierte
en
un
impedimento
cultural
para
que
las
mujeres
podamos construirnos como sujetos plenos, ya no solo en la sexualidad. La experiencia erótica es, como dice
Audre
Lorde,
una
fuente
de
información
y
poder
transformador
y
liberador,
asentado
en
un
plano
profundamente
femenino
y
espiritual,
que
nos
permite
vivir
a
plenitud
la
vida
en
todas
sus dimensiones. Romper
el
sistema
de
violencia
estructural
hacia
las
mujeres
nos
exige
una
atención de la sexualidad femenina, en cualquiera de sus etapas, desde la posibilidad erótica de construcción como sujetos. Para hacerlo posible, nuestra sexualidad no debe ser chequeada,sino acompañada, dialogada con otras, madres, hermanas, nas, abuelas, amigas, compañeras todas en la difícil construcción
de
las
posibilidades
de
liberación
de
este
esquema
patriarcal
de
sexualidad.
Engaños
que
matan:
a
los
hombres
agresores
se
protege para
no
causar
daño
a las
mujeres
de
su
entorno.
Cuando descubren que el embarazo de Patricia era causa de de violaciones recurrentes de su abuelo, la primera respuesta familiar fue: “mentíra”, “cómo va a ser mi papá violador. Y acuerdan guardar
silencio
para
evitar
sufrimiento
a
la
abuela,
esposa
del
violador,
e
incluso
a
la
madre
de Patricia.
Aunque
todas
y
todos
sepamos
que
la
violencia
sexual
contra
niñas
y
niños
se
ejerce
por
personas cercanas
a
la
víctíma,
a
cualquiera
le
cuesta
aceptar
que
su
abuelo,
padre,
hermano,
amigo,
compañero, novio, esposo, hijo, nieto o sobrinos, cualquiera de los hombres que amamos, pueda violar a una mujer, más aún si se trata de una niña ¿Pero por qué nos parece tan raro, si el erotísmo porno
que prima
en
nuestras
sociedad
es es
lo
más
cercano
a
una
violación?, ¿no
hemos
naturalizado culturalmente la violencia sexual de los hombres sobre las mujeres, a tal punto que cuando se presenta
no
sabemos
cómo
responder y
preferimos
callar,
en
un
acto
de
condescendencia
cómplice?
Tal
vez
el
silencio
de
la
familia
de
Patricia
y
de
la
sociedad
en
general
frente
a
estos
casos
se
deba al
sentímiento/conciencia
de
haber
sido
reproductor(a)
del
patrón
del
que
sale:
la
sexualidad
heteronormada
en
el
erotísmo
porno.
No sería raro que alguien tenga la astucia de decir “el
que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”,
intentando
disolver
la
necesaria
discusión
de
los
disímiles
niveles
y
formas
de responsabilidad
de
unos
y
otras.
Quien
viola
a
una
mujer
o
en
una
situación
menos
desigual
y
grave
de poder‐
la
acosa
tíene
una
responsabilidad
mayor,
desde
cualquier
punto
de
vista
que
la
de
ella.
El que la sexualidad masculina se construya como relación de dominación y violencia sobre las mujeres,
nos
implica,
por
supuesto,
pero
no
con
el
mismo
nivel
de
responsabilidad.
Que
su
capacidad
de
placer
radique
en
la
posibilidad
de
vulnerarnos
y
que
debamos
además
hacernos
cargo
del
resultado
(un
embarazo
no
deseado
o
malestares
fisicos
y
emocionales,
incluso la
culpa
por
lo
sucedido)
es
una
situación
de
injusticia
que
debemos
transformar.
Proteger
con
el
silencio
o
de
otras
maneras
a
un
violador
no
cuida
a
las
mujeres
de
su
entorno
de ser lastimadas, sino que nos vulnera a todas, disolviendo la necesidad imperiosa de construir y alimentar
entre
nosotras
vínculos
de
solidaridad
que
puedan
funcionar
como
estrategia
de
autodefensa
compartida
o
acompañada
entre
mujeres
y
erradicación
de
la
violencia
sexual.
Por
eso,
la relación
entre
nosotras
es
un
asunto
urgente
que
debemos
asumir.
Terminar
con
la
costumbre
de
abandonarnos
unas
a
otras
o
traicionarnos
a
nosotras
mismas
por proteger
o
justificar
a
los
hombres
que
amamos,
es
un
asunto
de
sobrevivencia.
Enfrentar
la
desconfianza
que
ha
colocado
entre
nosotras
ese
esquema
patriarcal
de
sexualidad
es,
por
lo
menos, desestabilizar ese sistema construido sobre nuestra dominación y opresión. ¿Qué rol queremos
jugar
las
mujeres
en
este
escenario?,
¿el
de
objetos
de
una
historia
perpetuada
de
dominación
sexual?
Desde
la
esperanza
de
la
praxis
feminista,
preferimos
una
sexualidad
liberada
de
los
esquemas sexuales
de
los
patriarcados
porno.
Si
los
patriarcados
aparecen
en
casa,
tejamos
el
feminismo ahí,
con
la
confianza
y
amor
entre
mujeres”
Nancy Carrión S
Cómo se viven los derechos reproductivos en Ecuador: escenarios, contextos y circunstancias
*Socióloga, integrante de la Casa Feminista de Rosa y la Asamblea de Mujeres Populares y Diversas del Ecuador.
file:///C:/Users/t2003/Downloads/derechos-reproductivos.pdf
http://www.fundaciondesafio-ec.org/pdf/Libro%20decisiones%20cotidianas%20ARTS.pdf
No hay comentarios:
Publicar un comentario