Empoderamiento tiene que ver con agencia y elecciones relevantes En la literatura sobre las mujeres y el desarrollo se han utilizado diversos conceptos para referirse a determinadas dimensiones del empoderamiento o como indicadores aproximados de los resultados de tales procesos, desde el pionero estatus de las mujeres hasta algunos más actuales como control sobre recursos, poder de negociación, fortalecimiento de capacidades o autonomía.
Sin embargo, lo que distingue al concepto empoderamiento de otros similares es la agencia, es decir, la consideración de que son las propias mujeres las que deben protagonizar el proceso de cambio en sus propias vidas. Este elemento es tan relevante en la definición del empoderamiento que si, en un determinado contexto se mejoraran notablemente los indicadores de la equidad de género pero las mujeres no fueran protagonistas activas de ese cambio sino simples receptoras de los resultados del mismo, no podría decirse que ha habido empoderamiento (Malhotra 2002).
La importancia que el discurso del empoderamiento asigna a la agencia de las personas conecta este planteamiento por un lado, con los enfoques de desarrollo “de abajo hacia arriba” que enfatizan la participación e inclusión social, y por otro, con la idea de agencia humana que sustenta el paradigma del desarrollo humano, según la cual las personas son capaces de definir sus propios intereses y se perciben a sí mismas con derecho a realizar aquellas elecciones que resultan relevantes para sus vidas.
Sen (1999) ha enfatizado el papel de la agencia en la búsqueda del bienestar humano al señalar que “cualquier intento práctico de mejorar el bienestar de las mujeres ha de basarse en la agencia de las propias mujeres para conseguir ese cambio”. Sen valora muy positivamente que los movimientos de mujeres actuales comiencen a prestar atención a los aspectos relacionados con la agencia -en contraste con su anterior dedicación exclusiva a los temas del bienestar y el 23 malestar de las mujeres- porque considera que “la agencia puede desempeñar un importante papel en la erradicación de las inequidades que reducen el bienestar de aquellas”. También ha relacionado el empoderamiento de las mujeres con su papel como agentes activos del cambio señalando que “aspectos como la capacidad para obtener ingresos, tener derechos de propiedad o saber leer y escribir, contribuyen positivamente a reforzar la voz y la agencia de las mujeres a través de su independencia y del aumento de su poder”.
Entre las investigadoras feministas del desarrollo, Kabeer es una de las que más consistentemente ha integrado los aspectos de agencia en su visión sobre el empoderamiento, al considerar que su núcleo central es la capacidad de elegir. La definición que ella hace del empoderamiento como “expansión de la habilidad de las personas para hacer elecciones vitales estratégicas, en contextos donde tal habilidad les había sido negada previamente” (1999) contiene varios elementos significativos:
a) Se sustenta en la idea del poder como habilidad para hacer elecciones, lo que significa que cuando no se logran las propias metas porque existen restricciones, fuertemente asentadas, a la capacidad de elegir, estamos ante una manifestación de desempoderamiento.
b) Resalta que sólo se empoderan aquellas personas que previamente tenían negada la capacidad de hacer elecciones, lo que descarta a la gente poderosa, que realiza muchas elecciones en sus vidas, pero nunca antes estuvo desempoderada.
c) Enfatiza que las elecciones ahora accesibles deben ser aquellas que resultan decisivas para vivir la vida que cada persona desea vivir, lo que descarta aquellas otras que pueden ser importantes para la calidad de la propia vida pero no definen sus parámetros fundamentales.
d) Por último, la capacidad de elegir implica necesariamente que existen alternativas a lo elegido, que se puede elegir de otra manera, lo que vincula pobreza y desempoderamiento pues, a menudo, los requerimientos de la sobrevivencia pueden implicar la ausencia total de alternativas de elección. Kabeer ha planteado que “las elecciones que reflejan las desigualdades fundamentales de una sociedad, infringen los derechos básicos de los otros o devalúan sistemáticamente su autoestima, no son compatibles con esta noción de empoderamiento”.
Debido al fuerte peso que la noción de elegir tiene en su visión del empoderamiento, su utilización requiere tomar en consideración: a) las condiciones en que se elige, diferenciando las elecciones realizadas en un contexto donde existen más alternativas, de aquellas otras que carecen de alternativas o implican un alto coste; b) las consecuencias de las elecciones, distinguiendo las elecciones sobre aspectos vitales de aquellas otras que se realizan en torno a temas secundarios; y c) el potencial transformador de la elección, diferenciando las elecciones que cuestionan o desestabilizan las desigualdades sociales de aquellas otras que simplemente expresan o reproducen tales desigualdades.
Estas acotaciones a la noción de elegir buscan poner de relieve que las relaciones sociales de poder condicionan no solo la capacidad de elegir que tiene la gente, sino también el tipo de elecciones que realiza. Esta diferenciación es importante porque se tiende a asumir que el ejercicio del poder conduce inevitablemente a hacer elecciones que mejoran el bienestar propio, lo que puede no ser cierto en el caso de muchas mujeres que se comportan de maneras que reflejan, al mismo tiempo que refuerzan, su posición subordinada. Así, por ejemplo, aceptar su discriminación en el reparto familiar de recursos, tener muchos hijos para contentar a sus maridos aunque con ello pongan en riesgo su salud, promover la mutilación genital de sus hijas o discriminarlas en el acceso a la comida y la salud, son comportamientos de las mujeres que demuestran que estas no siempre realizan elecciones que mejoran su bienestar o el de sus hijas.
De sus análisis sobre los procesos de empoderamiento de las mujeres, Kabeer (1999) ha deducido que el proceso de cambio que lleva a que personas o colectivos carentes de poder se empoderen requiere la combinación de tres elementos interrelacionados: recursos, agencia y logros. En este esquema, la agencia expresa la habilidad de las personas para utilizar los recursos a su alcance, a fin de lograr unos resultados valiosos en términos de la vida que desean vivir. Los recursos son definidos en un sentido amplio e incluyen tanto los materiales como los recursos humanos y sociales que fortalecen la habilidad de la gente para elegir cómo quiere vivir. Todos ellos son factores posibilitadores del empoderamiento que se adquieren mediante una diversidad de relaciones sociales en la familia, la comunidad, el mercado y el estado. Importan tanto los recursos asignados en el presente como los que se pueden reclamar o esperar a futuro en función de las reglas que definen la distribución de recursos en la sociedad, las cuales pueden ser consideradas recursos sociales intangibles porque al permitir o negar a determinados colectivos el acceso a recursos, les están marcando las fronteras de lo que pueden y no pueden elegir. La agencia es la habilidad de una persona para definir sus propias metas y actuar para conseguirlas. Aunque su expresión más habitual es el poder de decisión sobre los temas que afectan la propia vida, la agencia es más que una acción observable porque incluye también el sentido de agencia, es decir, el significado, la motivación y el propósito que cada cual otorga a sus acciones. La agencia puede ser ejercida individual o colectivamente, y aunque a menudo adopta la forma de participación en la toma de decisiones dentro y fuera del hogar, en otras ocasiones puede expresarse como negociación, manipulación, subversión y resistencia, e incluso de maneras más intangibles como la reflexión y el análisis. Basándose en las distinciones de Sen entre “libertad positiva” y “libertad negativa”, Kabeer ha relacionado la agencia con las distintas formas del poder, señalando que aquella tiene un significado positivo, en tanto puede ser vista como capacidad para definir las propias elecciones vitales y perseguir las propias metas (poder “para” o libertad positiva), pero también un sentido negativo si se entiende como capacidad de imponer las metas propias sobre otros en contra de sus deseos (poder “sobre” o “libertad negativa”). Además, el poder puede operar incluso en situaciones en las que aparentemente nadie toma decisiones, debido a que las normas sociales tienden a asegurar que se producen ciertos resultados sin que haya ningún aparente ejercicio de agencia, aparte del cumplimiento de dichas normas. Es por ello que un análisis de cómo la gente realiza elecciones debe de tomar en cuenta también la inercia, es decir el no tomar decisiones. En este sentido, Agarwal (1997) considera que no cuestionar las discriminaciones sufridas puede ser una forma de “adhesión estratégicamente calculada a las normas y prácticas sociales que niegan a las mujeres la posibilidad de elegir”, en tanto que Kabeer (1999) ha señalado que “elegir no elegir puede ser también un ejercicio de agencia, característico de quienes aún no han logrado una conciencia crítica sobre los profundos niveles de la realidad en que se asienta el orden social de género”. 26
En sus intentos de medir el empoderamiento, Kabeer ha señalado tres ámbitos donde se expresan, y se pueden evaluar, los cambios en la agencia de las mujeres: la participación en la toma de decisiones, la movilidad en el ámbito público y la violencia masculina. Respecto al primer ámbito, la participación en la toma de decisiones, la autora señala que la agencia de las mujeres mejora notablemente cuando estas tienen una voz importante, si no determinante, en las decisiones sobre aspectos críticos de sus vidas y/o sobre temas que les fueron vetados en el pasado. Esto implica que para considerar la participación en la toma de decisiones un indicador de agencia, debe prestarse atención no sólo al acto de decidir sino también a la trascendencia de las áreas sobre las que se decide y al grado de involucramiento que se tiene en el proceso decisorio.
Efectivamente, a la hora de analizar la agencia de las mujeres es necesario huir de visiones dicotómicas sobre cómo se reparte entre los géneros el poder de decidir, resumidas en la idea de que, en una sociedad con dominio masculino, los hombres toman todas las decisiones y las mujeres ninguna. En las sociedades actuales es más común encontrar una división jerarquizada de las tareas decisorias tanto en el hogar como en la comunidad, de modo que ciertas decisiones son reservadas a los hombres en su condición de jefes de hogar o agentes del desarrollo comunitario y otras son reservadas a las mujeres en tanto madres o vecinas. Por lo general, las principales decisiones económicas y políticas son reservadas a los hombres mientras que las mujeres juegan un papel más significativo en las decisiones económicas de menor trascendencia o en las relacionadas con el cuidado de personas dependientes.
También es importante diferenciar el nivel de involucramiento que las personas tienen en el proceso de decidir, pues no es lo mismo “participar en” que “tener la última palabra sobre”. Igualmente, hay que distinguir entre la “función de decidir” (sobre cómo se asignan los recursos del hogar, por ejemplo) y la “función de gestionar” cómo se lleva a cabo la decisión adoptada. Es común que las mujeres tengan la última palabra en decisiones de poca trascendencia o relativas a temas que les han sido asignados en función de sus roles o responsabilidades femeninas; así mismo, es común encontrarlas en las tareas de gestión de las decisiones adoptadas por los hombres en la comunidad o las agrupaciones políticas.
El segundo ámbito tiene que ver con la movilidad de las mujeres en los espacios públicos, y es particularmente útil para evaluar los avances en la agencia de las mujeres en sociedades con una rígida segregación física de los géneros y donde la movilidad femenina en las esferas públicas está sujeta a normas muy restrictivas. Un buen punto de partida para este análisis es evitar las visiones dicotómicas del espacio (público/privado) y considerarlo más bien como un “continuum de localizaciones que va desde los lugares aceptables hasta los no aceptables para mujeres no acompañadas” (Kabeer 1999). También es importante distinguir entre aquellos lugares a los que las mujeres pueden acceder sin transgredir las normas culturales que pautan sus desplazamientos, de aquellos otros cuyo acceso les implicará cambios en relación a prácticas del pasado, porque estos eran considerados lugares prohibidos o inadecuados para ellas. Es evidente que el acceso rutinario y masivo de las mujeres a estos últimos refleja un avance en la agencia de las mujeres, al tiempo que muestra su capacidad de realizar elecciones que tienen mayor potencial de transformación del orden de género vigente. El tercer ámbito, por último, guarda relación con la violencia masculina, definida como “la habilidad de los hombres para recurrir a la fuerza física a fin de imponer sus propias metas o impedir que las mujeres logren las suyas” (Kabeer 1999).
Asumiendo que la violencia masculina es una expresión del poder de los hombres sobre las mujeres, que tiene lugar en el marco de relaciones interpersonales pero recibe legitimación y apoyo estructural, las evidencias muestran un doble patrón de comportamiento: por un lado, los datos cuantitativos sugieren que las mujeres de mayor edad, con hijos varones, con nivel educativo o que aportan ingresos al hogar tienen menos probabilidad de ser golpeadas por sus maridos que las jóvenes, sin hijos varones, educación o ingresos propios. Por otro, investigaciones cualitativas muestran que la violencia masculina parece exacerbarse cuando las mujeres acceden a créditos, lo que indicaría que los hombres “no siempre aceptan amablemente las intervenciones que desestabilizan el balance de poder en el hogar y que los procesos de empoderamiento pueden a veces implicar un aumento de la violencia masculina porque cuestionan el estatus quo del poder de género”.
Es por ello fundamental diferenciar las situaciones en que la violencia de los hombres es una afirmación del poder masculino sin que medien cambios en las mujeres, de aquellas otras donde la violencia es un intento de afirmar el poder masculino en respuesta a cambios en la agencia de las mujeres. Comprender los factores que conducen a los hombres a ejercer violencia contra las mujeres no está reñido con condenar esta, y puede ayudar a ir más allá de la ecuación “hombre violento-mujer víctima” para reconocer que en algunas situaciones la violencia masculina puede ser una respuesta a la agencia y la afirmación de sus derechos por parte de las mujeres.
Los logros son los funcionamientos valiosos que las mujeres obtienen como productos de sus procesos de empoderamiento. La selección de qué logros han de ser considerados como resultados efectivos del empoderamiento no es sencilla, porque en cada sociedad existen normas y pautas culturales que establecen los límites específicos de la actuación de las mujeres, pero si no hay logros significativos en términos de bienestar, igualdad legal, seguridad económica, estatus o posición socio-política de las mujeres, quedará la duda de si realmente los recursos y la agencia utilizados han producido empoderamiento.
La literatura sobre medición del empoderamiento ha propuesto diversos indicadores para evaluar los logros alcanzados, desde la salud de los hijos y el uso de anticonceptivos hasta la libertad de movimientos, la autonomía financiera o el cuidado de la propia salud. Sin embargo, es importante distinguir entre los funcionamientos que únicamente reflejan una mayor eficacia en el desempeño de los roles tradicionales, de aquellos otros que indican que la agencia de las mujeres ha contribuido a reducir las desigualdades existentes en los funcionamientos de ambos géneros. Kabeer enfatiza que “los logros deben ser evaluados por su implicaciones transformadoras en relación a la desigualdades de género encarnadas en las rutinas establecidas”.
Mosedale (2003) se ha basado en estas consideraciones para definir el empoderamiento como el “proceso por el cual las mujeres redefinen y extienden lo que es posible para ellas hacer y ser, en situaciones donde ellas habían tenido restricciones, en comparación con los hombres, para ser y hacer lo que desean”. Esta autora plantea que, aunque esta definición está cercana a la de Kabeer, presenta dos ventajas adicionales: por un lado, visibiliza que el desempoderamiento de las mujeres es un asunto de género (es su identidad de género femenina lo que las desempodera, tanto en el hogar como en los espacios públicos); por otro, enfatiza el hecho de que cuando unas mujeres logran expandir las fronteras de lo que les es permitido, estas se expanden no sólo para ellas sino para todas las mujeres en general, tanto las actuales como las futuras.
Clara Murguialday Martínez
https://www.vitoria-gasteiz.org/wb021/http/contenidosEstaticos/adjuntos/es/16/23/51623.pdf
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