Toda revolución nace de un cambio social previo
Las modificaciones culturales, tecnológicas y demográficas generaron el caldo de cultivo de los levantamientos que, desde principios de año, alcanzan a una decena de países árabes.
"Las revoluciones no fueron políticas e ideológicas, sino ciudadanas. En los últimos 40 años, el mundo árabe sufrió una gran evolución social. Antes, la tasa de fecundidad era de 7 a 8 hijos por mujer, y ahora bajó a 2,2 hijos por mujer en Marruecos y menos aún en Túnez o en otros países. Esto implica la individualización de las sociedades y a una nueva concepción de la organización familiar, que rompe incluso con la endogamia, el casamiento entre integrantes de una misma familia -en especial primos-, que bajó del 35% al 15% durante estas cuatro décadas", describió Pierre Conesa.
El especialista francés fue uno de los principales disertantes del coloquio internacional Las revoluciones árabes y la nueva geopolítica mundial. La actividad fue organizada recientemente por la edición cono sur del mensuario Le Monde Diplomatique, y reunió a una docena de los principales estudiosos de esa región en la Capital Federal.
El concepto de que toda revolución es consecuencia de un cambio social anterior está sostenida en otras cifras que aportó Conesa. Los matrimonios se producen cada vez a mayor edad (el promedio ronda ahora los 26 a 27 años), en una sociedad mayormente joven, educada y alcanzada desde hace tiempo por revoluciones culturales e informáticas (gran incidencia tuvieron el surgimiento del canal Al Jazeera, que apoyó abiertamente las revueltas, y el auge de internet).
"La primavera árabe mató al socialismo militarizado, que se asentaba sobre tres características: el principio de unidad tanto nacional como hacia el líder, que excluía al multipartidismo y a la diversidad étnica; la insistencia sobre la independencia, porque la región había pasado de la colonización otomana a depender de las potencias occidentales; y la declamación de un progresismo que elevaba el nivel de vida de la población, con un modernismo laico y no religioso", describió el experto, principalmente acerca de los procesos en Túnez, Egipto y Libia, aunque con alcance a otros países en la zona.
Conesa remarcó que el culto al jefe como personalidad extraordinaria tenía características dinásticas y hereditarias, que generaron un creciente malestar: "ese líder estaba rodeado de un entorno depredador, potenciado por un modelo económico estatizado y de gran corrupción, que se agudizó con el aumento de la pobreza y del desempleo por la aplicación de las políticas restrictivas del gasto público ordenadas por el FMI".
Esos recortes implicaron la pérdida de puestos de trabajo estatal y la privatización de empresas públicas con despidos de miles de personas, que no pudieron acceder a un empleo privado por la ausencia de inversiones.
Conesa señaló que para contener la dinámica interna en las sociedades árabes levantadas, desde el Estado regía el concepto del enemigo interior, lo que llevaba a una fuerte presencia represiva de las fuerzas de seguridad y militar, y a estrategias de censura que fueron sorteadas por el uso de los celulares y de las redes sociales a partir del desarrollo de las nuevas tecnologías.
- ¿Se puede transferir la recuperación de la individualidad a la organización de un modelo nuevo de Estado?
- Es muy difícil. Uno puede evaluar las transformaciones demográficas, pero no se puede medir cómo una colectividad decide, en un momento particular, pasar de una demostración social a una revolución como las que se viven hoy. No sabemos en qué instante preciso se produce.
- ¿No forma parte de una evolución lógica?
- No hay, exclusivamente, racionalidad en los movimientos políticos. Hay otros elementos que inciden, que llevan a decisiones políticas irracionales, como la orden de Nicolas Sarkozy de participar en la operación en Libia: no se basó en un plan general neoimperialista coordinado con Berlín y con Washington, sino en que hay elecciones en Francia el próximo año.
- ¿Hay problemas de liderazgo?
- Son difíciles de entender las transformaciones del individuo cuando llega al poder. Un alto funcionario se rodea de gente que sólo le dice que tiene razón y que sabe todo de todo; deja de consultar a los expertos y se aísla de la realidad hasta transformarse en un minidictador de su oficina. Después de décadas de conducir los destinos de Libia, Muamar Gaddafi se levantaba cada mañana y decidía qué hacer. Ahora hay que crear otra cosa.
- ¿En el orden internacional imperan las decisiones políticas de corto plazo, por intereses coyunturales como el de Sarkozy?
- Cuando el mundo atravesaba la Guerra Fría, estábamos obligados a realizar un análisis estratégico antes de dar cada paso. Pero después de 1991 (la desaparición de la Unión Soviética), no hay más enemigos ni paralelismos. Se puede decidir actuar en un país y en otro no, aunque las situaciones sean similares. En Estados Unidos, a las autoridades le preocupa más lo que pasa dentro de sus fronteras que en las cuestiones internacionales. El 50% de los miembros del Senado norteamericano no tienen pasaporte ni conocen ningún país del extranjero.
- ¿Occidente entiende plenamente las revoluciones en curso en la región árabe?
- La diplomacia occidental no entiende al mundo árabe, aplica un doble estándar, porque antes sostenía los regímenes que hoy repudia. No hay un modelo democrático claro que se piense adoptar, no hay líderes democráticos, renovación de clases dirigentes ni proyectos. Se quiere la democracia pero, al mismo tiempo, que se aplique la sharia, la Ley islámica; si se lo hace, se excluye a un sector social, porque es una norma religiosa y eso no es tolerancia.
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