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domingo, 11 de octubre de 2020

Desvelando sesgos androcéntricos en las Ciencias del Comportamiento y la Salud 3/10



Una de las tareas de la perspectiva de género es desvelar los múltiples sesgos sexistas de la visión exclusivamente masculina de la ciencia. Así, al repasar no ya sus antecedentes en la antigüedad, sino los inicios de las ciencias modernas desde un punto de vista no androcéntrico, encontramos en todas ellas patrones comunes de categorización de las mujeres. Se trata de creencias arquetípicas sobre las características femeninas, que las sitúan siempre en el polo negativo al compararlas con la visión masculina. Dada la limitada extensión del presente trabajo, me limitaré a un pequeño repaso por dos de las ciencias que más han influido en la identidad tradicional y en la salud de las mujeres, la Psicología y la Medicina.


Las mitologías de mayor calado en nuestra sociedad occidental, la griega y romana, fueron las principales promulgadoras de la visión patriarcal deponiendo definitivamente prehistóricos e hipotéticos matriarcados. De cuidadoras y juveniles -siguiendo el modelo de las Normas de la mitología germánica-, pasaron a ociosas, seductoras, frívolas, celosas, malignas y temibles, como las viejas Parcas que cosían y cortaban las redes de la vida a su antojo. Observándose también esta transmutación patriarcal de valores en las diversas religiones que mostraron una imagen no ya negativa -como Eva culpable del destierro del paraíso simplemente por su sed de saber, por comer del árbol de la ciencia, razón además por la que sus descendientes femeninas tuvieron que ser excluidas del acceso a la educación-, sino ni siquiera viable, por ej. en la religión católica, el modelo de madre virgen7.


Estas creencias, fueron transmitidas de generación en generación a través de mitos, leyendas y cuentos plagados de estereotipos8, con los que los pioneros comulgaron sin pararse a poner siquiera en duda su verosimilitud pues, la visión negativa de las mujeres, estuvo durante siglos tan arraigada en el saber popular, que ni siquiera la ciencia fue capaz de sustraerse a ella.


Por el contrario, se construyó a imagen y semejanza del hombre estrictamente hablando, no de la humanidad en sentido genérico. Ello en el mejor de los casos pues, cuando hablaron de las mujeres, los "maestros" dijeron cosas que a día de hoy nos harían cuanto menos reír. Por ejemplo, Juan Huarte de San Juan (15291588), médico y patrón laico de la Psicología en España, escribió en 1575 en su famosa y única obra "El examen de los ingenios para la ciencia":


[...] con haberla hecho Dios con sus propias manos y tan acertada y perfecta en su sexo, es conclusión averiguada que sabía mucho menos que Adán. Lo cual, entendido por el demonio, la fue a tentar, y no oso ponerse a razones con el varón temiendo su mucho ingenio y sabiduría. [...] la razón de tener la primera mujer no tanto ingenio, le nació de haberla hecho Dios fría y húmeda que es el temperamento necesario para ser fecunda y paridera y el que contradice el saber, y si la sacara templada como Adán, fuera sapientísima, pero no pudiera parir [...]


El problema fundamental es que esta obra se tradujo a varios idiomas y sirvió de referente, pese a haber sido escrita por un médico, no solo para la Medicina y la Neurología, sino también para el desarrollo de la mayoría de las ciencias socioeducativas, especialmente la Psicología diferencial, la Pedagogía y la Sociología. Y sobre todo que, al constituirse la Psicología en la ciencia especializada en el análisis de la conducta humana, proporcionó el respaldo formal a las múltiples creencias irracionales y estereotipadas sobre la naturaleza femenina, que tan negativas consecuencias tendrían sobre las mujeres.


Un par de siglos después, uno de sus continuadores, Franz Joseph Gall (17581825) padre de la frenología y de los estudios sobre localizaciones cerebrales de las distintas funciones humanas, defendió junto con sus sucesores la relación entre el cerebro y el cráneo femenino, y su menor capacidad intelectual y moral, algo que igualmente atribuyó a personas de otras etnias y clases sociales y también a los criminales.


Concepción Arenal (1820-1893) pionera del feminismo español, dedicó en 1869 todo un capítulo de "La mujer del porvenir"9 a argumentar y desmontar punto por punto las tesis de Gall. Entre otras cosas escribiría que, en la mayor parte de las facultades, las mujeres son iguales a los hombres, empezando la diferencia intelectual solo donde empieza la de la educación, constatando que los maestros de primeras letras no hallan diferencia en las facultades de los niños y las niñas, y si las hay es a favor de estas, más dóciles por lo común y más precoces.


También Herbert Spencer (1820-1903) filósofo, psicólogo y sociólogo británico, fundador de la filosofía evolucionista y uno de los más ilustres positivistas de su país, siguiendo la estela misógina de Huarte de San Juan, no dudaba en aquellos mismos años al afirmar que las mujeres muestran una perceptible deficiencia en dos facultades, la intelectual y la emocional, que son el resultado final de la evolución humana, la capacidad de razonamiento abstracto y la que es la más abstracta de las emociones, el sentimiento de la justicia. Y ello porque procreación e intelecto eran incompatibles para él, razón por la que las mujeres no debían estudiar, pues además al parir su mente se degradaba progresivamente.


En este ambiente, las primeras universitarias de todo el mundo lo tuvieran bien difícil, como la propia Concepción Arenal que cuentan las crónicas que, para poder entrar en la Facultad de Derecho sin que le pusieran inconvenientes, se cubría con una capa de hombre. Tuvieron problemas sobre todo para que reconocieran su valía y en consecuencia la de sus trabajos de investigación. Inicialmente no les permitían el acceso a la formación superior, teniendo que estudiar en los primeros colleges, liceos o institutos femeninos, considerados de segunda categoría, para después poder acceder a las aulas universitarias como simples oyentes, o en condiciones especiales. Muchas hubieron de permanecer solteras, porque a las casadas les resultaba complicado compaginar el matrimonio con la vida académica o profesional, al carecer de apoyo social; a algunas no les reconocieron jamás el doctorado, o lo hicieron al cabo de los años, cercana ya su jubilación y la gran mayoría, solo han podido ser conocidas a la luz de sus maestros, sus padres o sus maridos. Pero todas defendieron la igualdad de las mujeres y su derecho a la educación, demostrando que las diferencias no eran por tener minusvalía alguna, sino por el modelo paradójico -frágil e infantil pero resistente y responsable a la vez- perpetuado durante siglos como único ideal femenino.


Algunas psicólogas pioneras se rebelaron contra la imagen que la ciencia oficial mostraba acerca de la naturaleza y las capacidades de las mujeres. Tal es el caso de Helen Bradford Thompson Wooley (USA 1874-1947), que en 1900 defendió una brillante tesis doctoral -calificada cum laude- en la que mostraba experimentalmente que las diferencias psicológicas entre hombres y mujeres son socioeducativas. También Julia Jessie Taft (USA 1882-1960) consideró que el carácter femenino era una respuesta a las expectativas sociales que recaían sobre las mujeres desde su infancia, entendiendo que lo que movía a las feministas de la época no era solo reivindicar el derecho al voto, sino fundamentalmente el conflicto que sufrían, obligadas a vivir en un sistema medieval que dificultaba sus deseos de emancipación.


Leta Stetter Hollingworth (USA 1886-1939), presentó en 1916 enla Universidad de Columbia su doctorado titulado Funcional Periodicity, en el que contrastaba las habilidades mentales y motoras de mujeres durante el periodo menstrual y fuera de él, con las de hombres, no encontrando evidencia alguna de un ciclo de debilitamiento femenino, tal y como se mantenía en la época.


Desde la perspectiva psicodinámica Helene Deutsch (Polonia 1884-USA 1982), pese a analizarse con Freud y serle siempre discípula fiel, superó sus tesis falocéntricas señalando que la famosa "envidia del pene" tiene realmente su origen en la distinta valoración cultural de hombres y mujeres, en la que los varones resultan siempre favorecidos. Igualmente Karen Horney (Hamburgo 1885-Nueva York 1952), en su "Psicología Femenina" afirma que la envidia a la maternidad es la clave para entender el temor de los hombres hacia las mujeres, que se disfraza y proyecta inventando en ellas la envidia del pene. En 1941 fue expulsada de la Sociedad Psicoanalítica de Nueva York.


Más recientemente, Carol Gilligan, en su obra de 1982 In a different voice: psychological theory and women's development,10 difiere de la interpretación de Lawrence Kohlberg (1927-1987) sobre el desarrollo moral, explicando que él -desde una perspectiva masculina- no entendió a las adolescentes que, lejos de flaqueza moral, tenían unos principios más elaborados, aunque distintos a los de los chicos: la ética femenina del cuidado frente a la masculina del cumplimiento de normas abstractas. Las chicas piensan de forma diferente pero, no por tener menor capacidad de razonamiento moral, sino porque se preocupan más por los demás, porque tienen mayor capacidad emocional y porque son más sensibles y por ello privilegian las responsabilidades hacia las personas, por encima de abstractos deberes.


Carol Gilligan es la impulsora de la llamada ética del cuidado, femenina, contextual y responsable frente al ser humano desde una visión global y no solo normativa de la moral, frente a la ética masculina de la justicia mucho más individual, formal, reglada y abstracta. En 1997 fue nombrada profesora de Estudios de Género en Harvard en donde, hasta 1963, no habían reconocido el doctorado a ninguna mujer.


Las cuidadoras y sanadoras de la antigüedad lo tuvieron todavía peor que las psicólogas puesto que, no solo les arrebataron sus saberes tradicionales produciéndose una apropiación masculina del conocimiento con la creación de las primeras universidades, sino que para más inri, mientras ellos eran considerados sabios, aproximadamente 200.000 mujeres que habitualmente poseían algunos conocimientos médicos básicos, fueron acusadas de brujería, terminando la mitad de ellas asesinadas en la hoguera.


El Malleus Maleficarum, un exhaustivo libro sobre la caza de brujas, escrito originalmente en 1486 pero decenas de veces reeditado, se usó como manual indispensable para facilitar la labor:


La mujer es un enemigo adulador y secreto. Y si decimos que es más peligrosa que una trampa, no queremos decir una trampa de cazador, sino diabólica. Pues los hombres no son atrapados sólo por sus deseos carnales, cuando ven y escuchan a las mujeres [...] cuando se dice que su corazón es una red, se está hablando de la malicia insondable que impera en sus corazones. Y sus manos son como cuerdas para atar, pues cuando la ponen sobre cualquier criatura para embrujarla siempre logran sus propósitos con la ayuda del demonio.


Durante siglos, la medicina consideró el cuerpo de las mujeres por extensión del masculino, realizando sus ensayos clínicos solo con hombres. Y en la actualidad siguen existiendo conflictos de género, por ej. entre médicos y enfermeras, que tienen en las atribuciones estereotipadas a unos y otras su principal salvaguarda. Así a una doctora en enfermería se la valora menos que a un enfermero de su mismo nivel y menos que a un varón licenciado en medicina, y siempre cuesta más pagar por sus servicios a una enfermera porque -pese a la profesionalización de los cuidados-, estos siguen siendo considerados atenciones femeninas que las "buenas mujeres" siempre regalaron.

Ana Guil Bozal
Universidad de Sevilla (España)
Grupo de investigación HISULA

Dra. en Psicología Social, Universidad de Sevilla, España, Grupo de Investigación PAIDI HUM-219 "Género y Sociedad del Conocimiento", integrante del grupo de investigación HISULA de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia. Email: anaguil@us.es

http://www.scielo.org.co/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0122-72382016000200013


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