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martes, 19 de febrero de 2013

Libre te quiero


                                  
Quizá  porque  no soy madre sí me sorprende mucho ver como hay mayores que se desconciertan al ver actitudes machistas en parejas de adolescentes y jóvenes. Creo,  que cegadas por el amor que sienten a sus hijas e hijos estas personas  piensan que las nuevas generaciones vienen mejor “de serie”. Y claro, eso no es así. El ser humano es el mismo ahora y hace mil años.

Y nosotras leímos a Blancanieves y a Cenicienta y ellas, las jóvenes de hoy también. Así, por ejemplo, el estudio “La socialización desde Disney. La figura de la mujer en los clásicos” evidencia el efecto socializador que estas películas tienen y cómo influyen en que  niñas y niños asuman  sus roles sociales. Los cuentos les enseñarán  cual  “debe ser” su papel en la vida y así, van viendo natural algo que quizá no lo es.

En esos cuentos  las mujeres son princesas, bellas,  sumisas, pasivas, miedosas dependientes, irracionales, débiles, inferiores… Los hombres son príncipes,  de escala social superior, cultivan cuerpo y mente y utilizan la violencia para conseguir que el bien triunfe.  Ella anhela un hombre en el que encontrar el amor, su media naranja, que le apartará de esa vida desgraciada que, sin él,  le habría tocado vivir. Ella esperará a tener la suerte de ser la elegida porque el papel activo lo tendrá él.

Por eso, puede que entre otros, Disney tenga la culpa de que las chicas sigan soñando con un príncipe azul y  que las mujeres sigan mitificando la figura masculina, buscando en ella cariño y protección. Mientras, los chicos aprenden que tienen que ser fuertes, protectores, valientes y, también, violentos. Y ambos que, por supuesto,  el objetivo de la existencia,  es tener pareja. En otro caso, por algo será.

El otro día, por San Valentín, leí un excelente artículo en que nos señalaba cómo todos los cuentos acababan en aquello de “fueron felices y comieron perdices” pero no explican qué ocurría después, si la pareja compartía las tareas domésticas, si se respetaban, si cuando ya no había belleza/juventud se seguían atrayendo,… y es que es muy probable que si basamos nuestra existencia en este amor romántico, desigual, la cosa no acabe bien.

 Es por eso que estaría bien enseñar a nuestros jóvenes a que el amor  no puede estar basado en la necesidad ni en el miedo a la soledad. Que  ha de  ser generoso, entre iguales, no posesivo. Porque quien te quiere no necesitar controlar todo lo que haces, ni te chantajea ni te amenaza. Que no es amor si te prohíbe. Que más celos no es más amor. Que si no hay alegría y felicidad en una relación, la ruptura evita males mayores. En definitiva, que el amor debe ser parecido al poema de Agustín García Calvo, Libre te quiero.

20130319    -Pilar de la Paz. Experta en género e igualdad.

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