El sostén o también conocido como brassiere, fue diseñado en el
siglo IXX, con el objetivo de crear un dispositivo capaz de brindar soporte al
pecho femenino, este invento, posteriormente fue patentado en 1889 por la
francesa Herminie Cadolle, siendo en 1913 el momento en que se inicia la
comercialización a pequeña escala de los sostenes en Estados Unidos, con la
neoyorquina Mary Phelp Jacobs.
Pero no seria hasta la entrada de Estados Unidos en la Primera
Guerra Mundial que el sostén cobraría significativa importancia en la vida de
las mujeres, el proceso bélico fue el evento que marco la ruptura de las mujeres
con el corsé y la necesidad de transitar hacia otra forma de estilizar el cuerpo
femenino, pues el gobierno hizo un llamado a las mujer a donar sus corsé
metálicos, recopilándose 28.000 toneladas de metal, con las cuales se
construyeron 2 naves de guerra.
A partir de ello, esta pieza de uso femenino es introducida y
comercializada por el mercado capitalista desde un esquema fordista de
producción masiva, popularizándose además a través de la industria del cine, en
la cual las mujeres mediante el uso de los sostenes se mostraban voluptuosas,
seductoras, pues este permitió a las mujeres estilizar la figura, mostrar sus
redondeces y realzar los senos, es decir, el brassiere, se estableció dentro de
la industria del entretenimiento como un medio para moldear la morfología
femenina, imagen que la mayoría de las mujeres quisieron imitar.
De este modo, el sostén contribuyó al establecimiento de patrones
de belleza y criterios de valoración del cuerpo femenino, creó las condiciones
para la fetichización del cuerpo de la mujer, así como, la sexualización y
erotización del pecho, representando además una alternativa para levantar y
exponer los senos, pero también para crear la ilusión de poseer más volumen en
los senos del que en realidad se tenía.
Pero este proceso de institucionalización del sostén y su
progresiva masificación marcó también el inicio de una cultura del sostén,
cargada de moralidad, represión, estigma, prejuicios y concepciones sobre el
cuerpo femenino, se introduce la noción de pudor y la necesidad de preservarlo,
así como, la reputación e integridad física y moral de las mujeres ante la
mirada lasciva y el despertar del deseo sexual incontenible de los
hombres.
Desde esta perspectiva, el sostén, se definió como el medio más
efectivo para la ocultación de la naturaleza femenina, comprendida como
provocativa y seductora desde la mirada patriarcal. Esta cultura del sostén
moralizada, estaría cargada de nociones morales proporcionadas por la iglesia y
la religión, en la cual se sancionó y condenó el cuerpo de la mujer, como
pecaminoso, hechicero, capaz de arrastrar por medio de sus encantos a los
hombres al pecado, tal como lo hiciera Eva con Adan en el paraíso.
El sostén se erigió como símbolo de la opresión patriarcal sobre el
cuerpo de las mujeres, cumpliendo no solo la función social de establecimiento
de cánones de belleza y valoración del cuerpo femenino, sino además la función
moralizante y sancionadora de ese cuerpo y su sexualidad; los movimientos
contraculturales de los años 60, representados con los hippies, beats,
feministas, entre otros, se harían consciente de ello, e iniciarían la críticas
a este instrumento alienante de la feminidad.
Es allí donde emerge el mito mediático de la “quema de sostenes”,
la cual nunca tuvo lugar, y el cual fue creado a partir de la protesta de
mujeres feministas en el Miss América celebrado en Atlantic City en 1968,
episodio en el que arrojaron sostenes y zapatos de tacón alto a la basura, al
ser considerados como instrumentos de tortura; no obstante, este mito cobraría
fuerza a lo largo de la historia del siglo XX y con el cual se buscó neutralizar
el impacto de la crítica.
Pese a ello, en nuestras sociedades contemporáneas, se mantiene aún
una cultura del sostén que propaga los valores victorianos de la sexualidad y el
cuerpo, donde, al no uso del sostén, le son atribuidas concepciones eróticas y
poco decorosas, el no uso del sostén en las sociedades modernas genera rechazo,
condena, crítica, sanción, burla y estigma, pues el pecho femenino ha sido
convertido en tabú, en símbolo de vergüenza.
Por ello, y siguiendo a la feminista australiana Germaine Greer
quien declaró en la década de los 60 que “el brassiere es una invención
absurda”, se hace necesario desmitificar y desprejuiciar el cuerpo femenino,
desarticular y revertir la moralización impuesta por el sostén, al dejar de
usarlo, hecho que se constituye como un acto liberador.
Socióloga Esther Pineda G
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