Lo primero que hizo fue morirse; morir es una cosa extraña al comienzo de las
vidas, pero de cualquier modo había que hacerlo y siempre es un fastidio
mantener ahí las tareas pendientes, con su zumbido incómodo que no deja
escuchar nada. Claro, después los malentendidos, que si ésta no era mi
profesión, que si me equivoqué de marido... un lío. Por eso era mejor comenzar
con las incomodidades burocráticas y los trámites agónicos. Listas las
molestias, luego de muerta, pasó a la vida y se concentró.
Compitió durante unos años con sus
propias marcas persiguiendo un sueño, se equivocó mil veces. La vez mil y una,
lo consiguió. Para entonces, no recordaba de quién era el sueño ni en qué
consistía. De modo, que encontró al azar motivos loables de los que nadie
discute, como proteger caracoles de la llovizna en abril, y emborracharse.
Las amigas le duraban mucho, hasta la
madrugada, pero al amanecer el día le golpeaba insistente el cristal del balcón.
Lo dejaba entrar y hacía el amor con desgana, prometiéndose una vez y otra que
correría la cortina la próxima vez que trasnochara.
Pero lo olvidó luego, y quedó
embarazada de un bebé hermoso como todos los hijos del sol. Brillante y cálido.
Un bebé de sol. Y lo amó con instinto lamiéndole la cara y el cuello después de
amamantarle largamente, y lo instruyó en defenderse de las bestias, los
descerebrados y los bancos. De ahí le vino el volverse más madre. Adoptó un
perro. Cuando una ha parido un sol, es fácil amar el mundo. Rodearse de
animales perdidos que vagan sin fe por el casco urbano, exiliarse de los
límites cortantes de la lógica y la costumbre.
Sin embargo la inercia estira, desteje
y anuda. La mujer probó también a tener un trabajo normal, por saber lo que
era, el horario fijo, la rutina del suicidio circular y estático, que empieza donde
acaba, con su sermón impecable de responsabilidad y logro. Competición. Hay que
hacerlo mejor, es necesario aunque no sirva de mucho. Un trabajo anodino le
sirvió de identidad para ser una más, o una menos, según se mire. Pero el suicidio la convenció poco, otros lo llamaron
tiempo, crisis, o cosas de la edad.
Por fortuna había novelas, lienzos y
música. Un poco allá, los locos
organizaban cursos en los que era fácil redefinirse. Desdecirse de una. No dudó
en inscribirse. Aprendió nociones de acupuntura de la casa, del cuerpo y del
espíritu. Danzas derviches, levitación del aura, pintura decorativa, bricolaje…
Encontró por azar una pizca de amor. Lloró
un día que su amante le regaló margaritas. Pensaba que eso de las flores era
sólo para los muertos. Al marcharse el amor la hirió sin pretenderlo. Una
mentira piadosa. La mujer no sabía que podía mentirse de forma tan precisa.
Al poco lloró otra vez por las
margaritas. Morir en vano. Y se abrazó a un árbol. Sintió el inmenso latido del
tronco y de todo lo vivo. El sol, los
hijos del sol, las madres de los hijos del sol, los perros de las madres de los
hijos del sol. Volvió a casa. Besó a su perro y colocó una foto de sí misma en
la entrada del salón. Recordó un viejo sueño que volvía a importarle. Echó raíces,
se volvió paisaje. Nube ligera, luz
Salomé Chulvi
www.narrativadora.blogspot.com
http://heroinas.blogspot.com.es/2013/01/salome-chulvi.html
HERMOSO, CERTERO Y PROFUNDO nos dice nuestra amiga Nila !
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