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domingo, 29 de mayo de 2022

Las mujeres pacifistas y la I guerra mundial 1/3

 


Traemos este maginifico articulo de Carmen Magallón publicado en la revista Mientras tanto, Barcelona,  en 2014. que nos invita a reflexionar sobre como nuestras antecesoras trabajaron por la Paz . Su titulo es "Una voz disidente en la I Guerra Mundial: el Congreso de La Haya y WILPF"[1]


Introducción

En 2014 se cumplieron cien años del comienzo de la I Guerra Mundial, la llamada Gran Guerra.  En sentido estricto, la guerra no afectó al mundo en su totalidad, por lo que llamarla ‘mundial’ no deja de ser una expresión más del etnocentrismo de europeos y norteamericanos acostumbrados a considerarse el ombligo del mundo, pero sí fue un inmenso desastre que produjo millones de muertos. En medio de la catástrofe, un grupo de mujeres se opuso a la barbarie. Cuando todavía sus países no les reconocían el derecho a voto, más de mil mujeres se reunieron en La Haya para pedir el fin de la guerra, la mediación de los países neutrales y la creación de un foro internacional en el que pudieran dirimirse los conflictos entre países sin recurrir a las armas. Fue a finales de abril de 1915. Mientras las efemérides de la oficialidad académica de hoy, salvo honrosas excepciones, apenas se dan por enteradas de estas disidencias, en muchas de nosotras crece la convicción de la importancia de su recuperación para la historia transmitida.

Dos Conferencias Internacionales de Paz, gubernamentales, se habían celebrado en La Haya, en 1899 y 1907, pero la I Guerra Mundial se llevó por delante muchos de los acuerdos adoptados. Hace cien años,  los líderes  seguían con inercia la locura histórica de resolver los conflictos a garrotazos, cada vez con garrotes más sofisticados. La mayoría de  muchachos llamados a los frentes como carne de cañón todavía consideraban glorioso lo que se había acuñado como ‘morir por la patria’: habían sido socializados para incluir en su identidad la respuesta a la llamada guerrera. Por su parte, las mujeres, también las feministas, se dividieron ante la guerra. Fueron muchas las que colaboraron en tareas de apoyo y animaron a los hombres a pelear. Pero también fueron muchas las que rechazaron la guerra, generando una voz disidente.  La distinta socialización y marginación del ámbito público proporcionaba a las mujeres una base para pensar diferente. Todavía sin derecho a voto y por tanto sin responsabilidad en la toma de decisiones, ajenas al viejo paradigma del poder político, no se sentían responsables de la línea de acción decidida por los líderes: disponían de libertad para pensar de otro modo, sus prioridades arraigaban en otro paradigma. Esta libertad de pensamiento y acción tuvo una brillante plasmación en la voz que surgió en el Congreso de La Haya. Y aunque no todas conformaron esta voz disidente, porque ni los hombres son un bloque ni lo son las mujeres, las que acudieron a La Haya en 1915  representaban a una parte significativa del sufragismo organizado mundialmente.

Este artículo habla sobre ese episodio, subraya la voluntad y decisión del grupo que fundó la Women’s International League for Peace and Freedom de incidir y transformar la política internacional. Un empeño que, cien años más tarde, aún sigue vivo. Apunta también algunos ecos y reacciones de mujeres españolas.

El Congreso Internacional de Mujeres, La Haya, 1915

Era abril de 1915. A 167 Kilómetros hacia el Norte, en Ypres, se estaba librando una batalla, la segunda en la zona. Fue en esa ciudad donde se utilizaron por primera vez diversos gases químicos como arma de guerra (clorina, gas mostaza), armas inhumanas donde las haya por los innecesarios sufrimientos que provocan antes de producir la muerte y cuya utilización fue prohibida por la comunidad internacional[2]. La imagen de soldados con máscaras antigás nos traslada inevitablemente a los escenarios y sufrimientos de aquella guerra. Más de 100.000 fueron los muertos. En medio de las obvias dificultades para viajar en tiempos de guerra, representantes de distintas organizaciones y mujeres individuales de 12 países, se pusieron en camino y lograron llegar a La Haya.

En 1914, la International Woman Suffrage Alliance (IWSA), en nombre de doce millones de mujeres de 26 países, había lanzado un manifiesto llamando a la conciliación y el arbitraje pero más tarde suspendió la reunión que tenía previsto realizar en Berlín, en Junio de 1915, negándose su presidenta, Carrie Chapman Catt, a convocar ninguna otra. Fue Aletta Jacobs,  presidenta de la organización sufragista holandesa y primera doctora en Medicina de su país quien ejerció de impulsora principal del Congreso de La Haya. En sus memorias,  Jacobs cuenta cómo su primera reacción ante la guerra había sido organizar ayuda para la subsistencia de la gente, ayuda humanitaria, y cómo en un momento se preguntó: “Si aliviamos las consecuencias de la guerra, ¿no estamos contribuyendo a su continuación, al horror y la degradación que causa?”[3]. Dispuesta a iniciar otra línea de acción, escribió a la Junta y a las presidentas de las organizaciones afiliadas a la IWSA en todo el mundo, proponiendo la realización de un congreso internacional de mujeres en un país neutral, porque “en estos tiempos de guerra y odio creciente entre naciones, nosotras las mujeres tenemos que mostrar que, al menos, somos capaces de mantener nuestra mutua amistad y solidaridad”[4]. La mayoría de la Junta de la Alianza consideró la propuesta un disparate y sugirió esperar a que la guerra acabara.  Finalmente, la IWSA, como organización, no apoyó la realización del congreso. 

Pese a todo, el Congreso de la Haya puede considerarse fruto del sufragismo, tanto por quienes fueron sus organizadoras como por su contenido. En febrero de 1915, Jacobs se reunió en Amsterdam con cuatro belgas, cuatro alemanas y cinco británicas, mujeres destacadas dentro de la IWSA, tanto de países en guerra como neutrales; un grupo organizador que contó también con Mia Boissevain, Rosa Manus, Jeanne Van Lanschot Hubrecht, Cor Ramondt Hirschmann y Hanna van Biema-Heymans de Holanda. Según Jacobs: “El talento y la energía de estas mujeres hizo posible que, a pesar de todas las dificultades, los retrasos del correo, las cartas confiscadas, censuradas o perdidas, en apenas dos meses organizáramos una conferencia internacional …”[5].

El aliento sufragista fue patente también en las condiciones requeridas para participar en el congreso. Había que estar de acuerdo con dos puntos previos: uno, que las disputas internacionales deben gestionarse por vías pacíficas y dos, que el voto había de extenderse a las mujeres. En estos puntos latía la convicción de que el voto de las mujeres conduciría a una paz permanente.

Finalmente, fueron 1136 mujeres procedentes de doce países, las representantes de distintas organizaciones que participaron en el congreso. Había sufragistas y sindicalistas de varios países, laboristas británicas, mujeres de organizaciones tan diversas como las Trabajadoras Agrícolas de Hungría, la Liga para la protección de los Intereses de los Niños de Holanda o la Asociación de Mujeres Abogadas de Estados Unidos.[6] Viajar en medio de la guerra no fue fácil. El barco con las cuarenta y siete delegadas de los Estados Unidos, el Noordam,  fue detenido en Denver y casi no llega a la apertura. En él viajaban Jane Addams la reformadora social que en 1931 recibiría en Nobel de la Paz; la profesora de Economía en Wellesley, Emily Green Balch, premiada también con el Nobel de la Paz en 1946, y Alice Hamilton, pionera de la medicina industrial.  De Inglaterra, 180 mujeres estaban preparadas para asistir pero el Gobierno inglés sólo había dado permiso a 25. Finalmente el tráfico en el Mar del Norte se cerró y ninguna de ellas pudo llegar.  La escocesa Chrystall MacMillan y la inglesa Kathleen Courtney, que estaban ya en Holanda, junto a Emmeline Pethick-Lawrence que venía de los Estados Unidos con el grupo del Noordam representaron a aquél país. El informe final cuenta que se vivió con emoción la llegada de las delegadas belgas, que habían recibido un permiso del Gobernador alemán en Bélgica, un viaje penoso pues el último  tramo tuvieron que hacerlo a pie. Además de Estados Unidos e Inglaterra, los otros diez países que enviaron representantes de organizaciones varias fueron: Alemania (28 delegadas), Austria (6), Bélgica (5), Canadá (2), Dinamarca (6), Hungría (10), Italia (1), Noruega (12), Suecia (16) y Holanda (alrededor de un millar). Hubo hombres y mujeres, observadores y visitantes, hasta alcanzar 1500 participantes. Así mismo, se recibieron más de 300 mensajes de apoyo, individuales y de organizaciones, de Argentina, India, Brasil, Bulgaria, Finlandia, Francia, Portugal, Polonia, Serbia, Rumania, Rusia, Suiza, Sudáfrica y también de España.

El Congreso se realizó del 28 de abril al 1 de mayo de 1915, presidido por Jane Addams.  La ceremonia de apertura tuvo lugar en el  Gran Salón del Dierentium del Jardín Botánico de La Haya, con mayor cabida que el Palacio de la Paz, y las tres lenguas oficiales fueron el inglés, el francés y el alemán. Para el debate se especificó que no se entraría en las responsabilidades nacionales de la guerra en marcha ni en cómo debería regularse la guerra en el futuro. Este último punto significaba un desmarque de las conferencias de paz gubernamentales celebradas en 1899 y 1907, que se habían enfocado en gran medida a ‘humanizar’ la guerra. Ahora, las convocantes de La Haya subrayaban así su crítica radical a las confrontaciones armadas, negándose a entrar en disquisiciones regulatorias.

El distanciamiento del paradigma de la política al uso, que según Clausewitz incluía la guerra como la política por otros medios, se fue plasmando a lo largo del Congreso. Como ejemplo, las intervenciones de Jane Addams mostraron que es posible concebir y vivir de otro modo valores y nociones que han conducido a los pueblos a la confrontación armada. Addams habló de las que habían viajado y atravesado fronteras de países en guerra, calificando su actitud y decisión de heroísmo –otro tipo de heroísmo-, habló del conflicto innecesario entre patriotismo e internacionalismo –otro tipo de patriotismo- y de la importancia, para el logro de unas relaciones internacionales más justas, de aportaciones que pueden parecer menores, como la protesta de este congreso, o más lentas, como las debidas a juristas, filósofos y escritores –Grotius, Kant, Tolstoi…-, todos ellos tachados en su tiempo, dijo, de cobardes y soñadores, por poner la ley por delante de la fuerza.[7]


Carmen Magallón (2014) “Una voz disidente en la I Guerra Mundial: el Congreso de La Haya y WILPF”, Mientras tanto, Nº. 122-123, pp. 57-71.



[1] WILPF son las siglas de Women’s International League for Peace and Freedom, la organización que nació en el Congreso de La Haya, aunque hasta 1919 no tomó este nombre. Inicialmente se llamó International Committee of Women for Permanent Peace (ICWPP).

[2] El uso de las armas químicas se prohibió tras esa guerra (Protocolo de Ginebra, 1925). Previamente, en la I Conferencia Internacional de Paz de La Haya, convocada por el Zar Nicolás II en 1899, se había aprobado la “Declaration on the Use of Projectiles the Object of Which is the Diffusion of Asphyxiating or Deleterious Gases”. Bastante más tarde, en 1993, se firmó el tratado internacional que prohíbe no sólo el uso de armas químicas sino también su desarrollo, producción y almacenaje. El tratado entró en vigor el 29 de abril de 1997.

[3] Aletta Jacobs (1996) Memories. My Life as an International Leader in Health, Suffrage, and Peace. The Feminist Press at the City of New York (edited by Harriet Feinberg), p. 81. Mi traducción.

[4] Ibíd., p. 82.

[5] Ibíd., p. 83.

[6] Mary Nash (2004) Mujeres en el mundo. Historia, retos y movimientos. Madrid, Alianza.

[7]Report of the International Congress of Women, The Hague, 1915. Accesible en http://archive.org/stream/berichtrapportre45wome/berichtrapportre45wome_djvu.txt


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