Los negociantes de juguetes saben muy bien que quien adquiere un juguete para regalar tiene siempre presente el sexo del niño, tan es verdad que a la genérica pregunta: “Quisiera un juguete adecuado para un niño de dos años”, responden: “¿Para un niño o para una niña?”. Existen, es verdad, juegos por así decir neutros, es decir, considerados como adecuados para niños de ambos sexos, y son en general los compuestos de materiales no estructurados, como los infinitos tipos de construcción, mosaicos, rompecabezas, ensamblajes, materiales maleables como la plastilina y similares, colores para dibujar y pintar, instrumentos musicales, etc. (aunque las trompetas y los tambores, por ejemplo, son considerados como instrumentos exclusivamente masculinos). Cuando se entra en el campo de los juegos compuestos de elementos perfectamente identificables y estructurados, la diferenciación se hace neta. Para las niñas existe una vastísima gama de objetos miniaturizados que imitan utensilios domésticos, como jueguitos de cocina y de toilette, maletín de enfermera acompañado de termómetro, vendas, inyectadoras y esparadrapo; ambientes interiores, como baños, cocinas completas, con aparatos electrodomésticos, salones, cuartos, cuarto de recién nacido; juegos completos para coser y bordar, plancha, servicio de té, aparatos electrodomésticos, cochecitos pmuñecas y la serie infinita de muñecas con su vestuario. Para los varoncitos lo que se le ofrece es completamente diferente: medios de transporte terrestre, naval y aéreo de todas las dimensiones y de todos los tipos; naves de guerra, portaaviones, misiles nucleares, naves espaciales, armas de todas clases, desde la pistola de cowboy perfectamente imitada hasta ciertos siniestros fusiles-ametralladoras que son solamente diferentes de los verdaderos por su menor peligrosidad; espadas, sables arcos y flechas; un verdadero arsenal militar.
Entre estos dos grupos de juegos no hay lugar para
las opciones tolerantes, para la cesión. Ni siquiera el padre
más ansioso por seguir las inclinaciones y deseos del hijo
en la elección de los juguetes, consentirá en el caso, de
que éste se lo pidiese, de adquirir un fusil-ametralladora
para la niña o una vajilla de platos y vasos para el varón.
Le será imposible, lo vivirá como un sacrilegio.
Por otra parte, la diferenciación en los juegos
impuesta a los varones y a las hembras es tal, que los gustos
“particulares” en cosas de juego después de la edad de
cuatro-cinco años, comienzan verdaderamente a significar
que el niño o la niña no han aceptado su rol y que por tanto
algo no ha funcionado.
Aun cuando se trata de juegos «neutros», es decir,
adaptados para los niños de ambos sexos, la intención de
que sean usados más por los varones que por las hembras,
o viceversa, resulta a menudo evidente por las ilustraciones
que adornan las cajas y los envoltorios. Típico de esto son
las construcciones en plástico Lego, sobre cuyas cajas
aparecen exclusivamente varoncitos que construyen
rascacielos, torres, tanques armados, casas, etc. La misma
marca Lego, sin embargo, ha puesto en venta cajas
especiales de construcciones para niñas en las cuales, para
variar, están contenidos los elementos adecuados para
construir ambientes interiores para la cocina,
comprendiendo nevera, lavadora, lavaplatos, también
salones, baños, cuartos, y así por el estilo. En este caso
obviamente, la imagen del niño sobre la caja desaparece
para dejar el lugar a la de la niña, la futura esposa-madre
consumidora. Desde hace un tiempo, sobre el envoltorio
de una conocida marca de patatas fritas, aparece el dibujo
estilizado de una niña y la precisión “para las niñas”. En el
dorso del envoltorio el discurso es más explícito: “¡Niñas!:
Esta confección contiene un juguete-sorpresa. Pueden
encontrar: ollitas, servicios, cazuelitas, ganchos para el
cabello, brazaletes, anillitos, polveras, peines, planchas,
cochecitos, muñequitas y tantos otros juguetes simpáticos”.
Las dos direcciones básicas para la educación de las niñas
son perfectamente respetadas en la lista de los juguetes
ofrecidos: el cuidado de la casa y el cuidado de la propia
belleza. Sobre el envoltorio correspondiente para los
“varones” se puede leer: “¡Muchachos!: Esta confección
contiene un juguete-sorpresa. Pueden encontrar: soldaditos,
aviones, tanques armados, modelos de autos antiguos y de
naves; el juego de la pulga, pistola de resorte, pitos, trenes,
distintivos de equipos de fútbol y tantos, tantos otros
simpáticos juguetes”. Es decir, todo siguiendo la norma.
Los padres sostienen que los niños escogen
espontáneamente los juguetes adaptados a su sexo,
manifestando tendencias muy precisas. Es muy común ver
un niño delante de una vitrina de un negocio de juguetes,
insistir hasta la crisis histérica para obtener que los padres
le compren un automóvil, un aeroplano o un fusil. A
menudo los padres se niegan aduciendo variadas razones
(cuesta mucho, ya tienes otros, etc.) pero no por
considerarlos inapropiados para él. La fijación del niño se
instaura por tanto en la certeza de que aquél es un juguete
permitido y luego sigue una serie infinita de propuestas y
de ofertas propias de aquel tipo de juguete y una serie igual
de largas negaciones a la demanda de juegos diversos. La
obstinación del niño para obtener justamente aquel juguete
no es sino una ulterior pseudo-elección entre las elecciones
ya operadas a priori por los adultos. El adulto, en efecto,
antes o después cede ante estas insistencias infantiles,
mientras es mucho más raro que lo haga cuando la
insistencia se basa sobre elecciones consideradas
equivocadas.
He escuchado a un niño de aproximadamente cinco
años que seguía a la madre al supermercado, insistir durante
todo el trayecto de la compra para que le compraran un
jabón para lavar la ropa. “¿Pero cuándo hago yo el lavado?”,
preguntaba el niño con tenacidad. “Tú no puedes hacerlo”,
le respondía la madre inflexible; “tú eres un varón”. “Pero
yo quiero lavar con el jabón”, insistía el niño y la madre ni
siquiera le respondía, hasta que el niño se fue hasta un
estante, tomó un pedazo de jabón y lo puso en el carrito.
La madre encolerizada lo devolvió a su puesto y lo regañó
severamente. El niño en ese momento comenzó a llorar de
rabia. Pero la madre se mantuvo firme. Ciertamente después
de un rechazo tan significativo e inapelable, aquel niño no
probará más pedir el jabón para lavar, orientará sus
demandas hacia otros objetos que habrá aprendido a
reconocer como aceptados.
Una joven mujer me contaba que se acordaba
perfectamente todavía del agudo sentimiento de culpa que
sintió cuando, a los siete años, había sorprendido a su madre
lamentarse con una amiga de que a ella no le gustaba jugar
con las muñecas; desde aquel momento en adelante se
esforzó por hacerlo, deseosa de corresponder a cualquier
costo a las expectativas de la madre, de ser aprobada por
ella y de complacerla, pero continuaba prefiriendo los
juegos de movimiento. He tenido la ocasión de observar amenudo, en las guarderías donde se deja al niño la libre
elección entre juguetes, objetos y actividad, que las niñas
juegan tanto como los niños con automóviles, aeroplanos,
naves, etc., hasta alrededor de los tres años. He visto niñas
de 18-20 meses pasar horas y horas sacando de un saco de
tela una serie de pequeños automóviles, aviones,
helicópteros, naves, trenes, alinearlos sobre la alfombra y
desarreglarlos con el mismo placer y la misma
concentración que los varoncitos. De la misma forma se
pueden observar niños que pasan la mañana lavando,
limpiando mesitas, puliendo los zapatos.
Más tarde este fenómeno desaparece: los niños ya
han aprendido a pedir el juguete “justo” porque saben que
el “equivocado” les será negado.
Una maestra de preescolar, particularmente sensible
a estos problemas, me refería que cuando había llevado a
clase un juego de tornillos, pernos, destornilladores, etc.,
una niña excitada y con la cara roja por la alegría se había
posesionado del juego, pero mientras se dirigía hacia una
mesita con el tesoro apenas conquistado, un varoncito de
aproximadamente cuatro años, se le había precipitado
encima buscando quitarle el juego. La maestra había
intervenido diciendo que él lo tendría más tarde, cuando la
niña hubiese acabado de usarlo, y el niño había reaccionado
diciendo: “¡Si es mío, es un juego de varones!”. La maestra
aclaró que no existían juegos para varones y juegos para
hembras, sino que todos los juegos eran iguales y todos
los niños podían hacerlos.
El niño quedó estupefacto,
mirando a la maestra como si fuera una loca, y dio vueltas
lentamente alrededor de la niña, con un aire profundamente
perplejo, que indicaba el estado de ánimo de
quien ha asistido a la violación de una ley
considerada como inapelable y por lo
que no quedaría en paz. Sería deseable
que violaciones similares se
produjeran más a menudo, ya sea de
parte de los padres, como de parte
de los maestros. Si la maestra no
hubiera aclarado su punto de vista,
ambos niños hubieran recibido la
confirmación de todo lo que ya
sabemos a propósito de los
juguetes para varones y hembras
y de todo lo que esta
discriminación comporta, pero la
niña hubiera quedado mortificada
y vuelta a empujar a su condición
de inferioridad y el niño habría
obtenido la confirmación de su
superioridad.
ELENA GIANINI BELOTTI
http://www.redalyc.org/pdf/356/35601318.pdf
No hay comentarios:
Publicar un comentario