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sábado, 28 de abril de 2018

Historias de mujeres contadas por mujeres

Millones de familias sueñan con tener una casa y ser respetadas en su dignidad. Para que su deseo se haga realidad hay que creer en la economía solidaria y orientar la política a través de una sociedad civil organizada


Lo único que quería era una casita para quedarme con mis hijos". Ese era el deseo manifestado por Rosa, una joven de 28 años y madre de tres hijos, que hace ocho meses ocupaba un antiguo hotel de lujo, abandonado hace más de 11 años en una gran ciudad brasileña. Con la voz atrapada en la garganta y con una mirada que transmitía indignación y tristeza, Rosa contó que su familia, como muchas otras, fue obligada a salir de la granja en la que vivían después de que los grandes propietarios tomasen las tierras para cultivar caña de azúcar, destinada a la producción de biocombustibles. Cuando llegó a la ciudad, empezó a trabajar como asistenta por 30 reales (algo menos de 10 euros) al día. Aun lavando ropa los fines de semana el dinero era insuficiente para pagar la habitación de cuatro metros cuadrados en un barrio de chabolas y, a la vez, pagar por la comida.


"Empecé a participar del Movimiento por la Vivienda para ver si consigo una casita para mis hijos. Pero mire, doctora", me decía, "¡sufrimos muchas humillaciones! Este edificio, que hoy es del Gobierno, llevaba 11 años cerrado. Estaba sucio y abandonado. Llegamos aquí, lo limpiamos todo; no hay desorden. Cada familia ocupa una habitación. Nos organizamos para limpiar las zonas comunes y nos reunimos en el mayor de los salones para discutir formas de llegar a un acuerdo de financiación con el Gobierno que podamos pagar. Pero nos tratan como a criminales. Durante la madrugada, la policía entró y nos dijo, sin presentar ninguna documentación, que teníamos que salir. Entraron en las habitaciones, rompieron nuestras cosas, nos llamaban 'vagabundos' delante de nuestros hijos y encima aporreaban y amenazaban con disparar a quien osase pedir respeto".

La historia de Rosa se repite en la vida de millones de familias en Brasil y en muchos otros países. Pese a los avances tecnológicos, el creciente número de países en vías de desarrollo económico y las convenciones y tratados de derechos humanos, varios estudios hacen notar que la desigualdad económica y social ha crecido en todo el mundo.



¿Cómo le explicamos a Rosa que, pese a su situación, el país en el que vive está entre las primeras potencias económicas del mundo, un país en donde desde hace casi 30 años sus ciudadanos y ciudadanas viven bajo un régimen democrático y en el que el derecho a la vivienda está asegurado por los tratados internacionales de derechos humanos firmados y ratificados por su propio Gobierno?

Pese a los avances tecnológicos, el creciente número de países en vías de desarrollo económico y las convenciones y tratados de derechos humanos, la desigualdad económica y social ha crecido en todo el mundo

Rosa perdió a un hijo por no poder acceder a un tratamiento médico, no tiene casa, y es tratada como una criminal por el simple hecho de luchar por su derecho a la vivienda. Además, Rosa sabe que, en su cordial país, cada año más de 50.000 personas mueren víctimas de homicidio. También perdió a uno de sus hermanos, ejecutado por la policía. Asimismo, sabe que otros líderes comunitarios que, como ella, luchan por una vivienda o por el derecho de trabajar la tierra, han sido amenazados de muerte, detenidos y asesinados sin recibir justicia alguna. Solo quiere una casita para vivir con sus hijos.

¿Cómo le explicamos a Rosa que el diputado al que ayudó a salir elegido, cumpliendo con su papel de ciudadana, irá a usar su posición para defender los intereses de las empresas que financiaron su campaña electoral, olvidándose del bien común de la sociedad? ¿Cómo explicamos que cantidades enormes de dinero público destinado a la sanidad, la educación, vivienda y seguridad se pierden en los desagües de la corrupción?

Puede que sea la hora de tener una conversación algo más seria y decir a Rosa que para que pueda ver hecho realidad su deseo de una vivienda para sus hijos hay una deconstrucción que hacer. Debemos darnos cuenta que la democracia y los derechos humanos son incompatibles con el sistema capitalista y las políticas neoliberales. Ese sistema no se sostiene sin la explotación de los trabajadores y sin la concentración de la renta. En ese sistema, la democracia es una mentira y los derechos humanos no pasan de ser una utopía. Las instituciones públicas acaban sirviendo a los intereses de las grandes corporaciones que financian las campañas políticas. La verdadera democracia solo es posible si es capaz de asegurar la inclusión social y económica.

Hace falta valor y osadía para romper con las trampas de las políticas neoliberales que se presentan con la cara del consumismo, de la manipulación de los medios, de la reducción del Estado y de las privatizaciones. Hay que creer en los proyectos de economía solidaria y alternativa, en los medios de comunicación libres y democráticos y orientar la política a través de las demandas de los movimientos sociales y de la sociedad civil organizada. Es el camino para que el deseo de Rosa y de millones de familias de tener una casa para vivir y ser respetados en su dignidad pueda hacerse realidad.
Valdênia Aparecida Paulino Lanfranchi es una activista defensora de los Derechos Humanos en Brasil.  Traducción de Thiago Ferrer.

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