Entre la voz propia y privada de las mujeres y el espacio público hay una distancia milenaria y altos costos a pagar; tanto el relato oral como la literatura clásica y moderna dan cuenta de que en la patriarcal estructura del silencio, el código del poder y con ello el de la palabra siempre ha tenido rostro masculino, mientras que el código de la reclusión y el silenciamiento ha tenido y tiene rostro de mujer.
Ya en “La Odisea” de Homero, (Siglo VIII a.C.), Penélope Reina de Ítaca es públicamente avergonzada al ser callada por su adolescente hijo Telémaco cuando este le dice: “Madre cállate! Y vete de regreso a tu habitación a ocuparte de tus cosas, que la palabra es asunto de hombres!!”. Por su parte Antígona en la tragedia de Sófocles (441 a.C.), paga con su vida el expresar públicamente su voluntad y desafiar la tiránica ley de Creonte Rey de Tebas.
En la antigua Grecia y Roma la voz pública de las mujeres era equiparada con el mugir de las vacas y con el ladrar de los perros, algo no humano y no digno de ser escuchado.
En consonancia con la desvalorización del habla pública de las mujeres, Pitágoras y Jean Jacques Rousseau aseguraban respectivamente:
“«Toda mujer que se muestra se deshonra.» «Una mujer en público siempre está fuera de lugar, desplazada». Mientras que el apóstol Pablo decía: “Las mujeres deben guardar silencio durante las reuniones de la iglesia. No es apropiado que hablen. Deben ser sumisas, tal como dice la ley. Si tienen preguntas, que le pregunten a su marido en casa, porque no es apropiado que las mujeres hablen en las reuniones de la iglesia”…”No permito que una mujer enseñe o asuma autoridad sobre un hombre; ella debe estar tranquila [callada]”.
Y si las ideas opiniones y deseos de ellas no han sido tomados en cuenta, mucho menos sus deseos sufrimientos y vejaciones. Existen relatos de que en la antigüedad a las mujeres que intentaban denunciar el haber sido violadas, el propio agresor les cortaba la lengua.
Simbólicamente equivale a lo mismo el acto de cerrar las cuentas en redes sociales, acosar, amenazar y golpear a las que están dando testimonio de la violencia de género ya sea relatando en primera persona, segunda, o simplemente como activistas creadoras de espacios.
El pasado viernes 4 de abril fue cerrada una vez más la cuenta de Instagram de la periodista, escritora y activista feminista española Cristina Fallarás, cuenta en la que desde agosto de 2023 bajo el hashtag #SeAcabó, no se pronuncia la voz de ella, sino la de millones de mujeres hispanohablantes relatando la violencia sufrida, especialmente la violencia sexual.
Ya anteriormente en abril de 2018, esta periodista había lanzado en su cuenta de Twitter el movimiento hashtag #Cuéntalo, en tan sólo dos semanas hubo tres millones de mujeres contando la forma en la que fueron acosadas, abusadas y/o violadas. Con esta indignada y empática iniciativa, Fallarás le dió la oportunidad a las víctimas de contar su propia experiencia, o la de aquellas que no sobrevivieron para contarla. De ese movimiento revolucionario surgió en 2019 el libro: Ahora contamos nosotras.
Cristina se encuentra entre la voz privada y la voz pública de un incontable y creciente número de mujeres, su cuenta es el medio a través del cual ellas pueden hablar de los horrores que la sociedad como parte de un engranaje patriarcal no quiere escuchar, cerrar la cuenta de esta periodista no es un intento de callar a una, sino de callar a todas.
Estos repetidos cierres más las constantes amenazas y francas agresiones tanto en redes como en persona contra Cristina Fallarás, en cuanto que ella es el rostro visible, la cara pública, el canal de denuncia y narración de toda la violencia sexual existente que el sistema de dominación pretende eliminar; me llevan a la conclusión de que en ese sentido las cosas no han cambiado tanto en la larga línea del tiempo.
Sin embargo, las mujeres sí que hemos cambiado nuestra posición ante lo impuesto y movido nuestro lugar de enunciación. En el hartazgo de los muchos palos recibidos hemos buscado y rescatado nuestra propia voz que ha ido de singular a plural, forjando así una desobediencia bien organizada que rompe el mandato de silencio.
En este siglo las mujeres estamos haciendo que los vientos de la tecnología y las redes sociales soplen a nuestro favor, para hablar, escribir, denunciar, narrar-nos masivamente mediante imparables movimientos sociales en contra del acoso sexual, el abuso sexual y la cultura de la violación, tales como: hashtag Mee too, hashtag Cuéntalo y hashtag Se Acabó!.
Con este último, Cristina Fallarás ha logrado recopilar (a riesgo de su propia vida) el archivo más grande de la historia con testimonios de violencia sexual en contra de las mujeres; y continúa poniendo la cara y el cuerpo por delante para aumentarlo y salvaguardarlo. Parte de esos desgarradores testimonios se encuentran en el libro que ella publicó en noviembre de 2024 con el título: NO PUBLIQUES MI NOMBRE.
Las mujeres necesitamos valor para narrarlo, Cristina necesita valor para recopilarlo-publicarlo, y la sociedad (especialmente abusadores y violadores) necesita valor para leerlo!.
Las mujeres resistimos, narramos y creamos una memoria colectiva contra la impunidad y el olvido!!.
Galilea Libertad Fausto.
Créditos de la ilustración: Cuadernos Anagrama, y Siglo Veintiuno Ediciones.
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