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jueves, 14 de julio de 2022

III Ganar poder para cambiar la realidad (el poder “para”)



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 En su sentido más general, el poder es la capacidad de producir un efecto, “la energía que causa un cambio o impide que este ocurra” (Eyben 2004). El poder “para” se refiere al potencial que toda persona tiene de definir su propia vida. Se trata de un poder creativo que estimula la capacidad de actuar en pos de los propios intereses y ampliar los límites de lo que es alcanzable para una persona; se expresa en la habilidad de las personas para reconocer sus necesidades y darse cuenta de que tienen capacidad de incidir en sus circunstancias para lograr una situación más favorable para ellas. 

Este tipo de poder tiene que ver con la agencia y está en la base del enfoque de capacidades de Sen, quien afirma que la gente no es libre cuando no tiene el poder de hacer elecciones sobre sus vidas. El poder “para” de un colectivo se refleja en su capacidad para llevar adelante estrategias de movilización en torno a sus prioridades autodefinidas, así como en el ejercicio de un tipo de liderazgo que galvaniza el entusiasmo y la acción colectivos. 

 Para acceder a esta dimensión política del empoderamiento las mujeres han de actuar colectivamente en la arena pública, tomando parte en todos los ámbitos donde se toman decisiones relevantes para ellas y sus colectivos de pertenencia, con el objetivo de transformar las estructuras que sostienen la desigualdad de género. Se trata de una participación social y política que no se reduce a “estar oyendo a otros” sino que busca dar a conocer sus intereses y promover su propias agendas reivindicativas, poner en marcha estrategias para modificar leyes y políticas, aportar y defender sus visiones y alternativas a los problemas generales, construir liderazgos feministas fuertes y diversos… en definitiva, incidir políticamente para que las instituciones públicas orienten sus actuaciones hacia el logro de la equidad de género. 

Algunas experiencias de organizaciones de mujeres muestran que “una vez que se reconocen las dimensiones políticas más amplias de la subordinación de género y se actúa sobre ellas, el empoderamiento de las mujeres se puede convertir en algo tan desestabilizador para el orden social como formas más convencionales de políticas de oposición” (Kabeer 1998). En este sentido, no debe perderse de vista el papel contradictorio del estado en el proceso de empoderamiento de las mujeres pues al tiempo que brinda ciertas condiciones que habilitan a las mujeres a movilizarse en torno a sus propias necesidades, deja de ser un aliado confiable cuando estas movilizaciones entran en conflicto con otros intereses institucionales. También debe tenerse en cuenta que el incremento del número de mujeres que ocupan cargos en las instituciones políticas no se traduce, automáticamente, en mayor empoderamiento de las mujeres. Como plantean Oxaal y Baden (1997), “las medidas para aumentar la cantidad de mujeres representantes necesitan ser acompañadas de medidas para mejorar la calidad de la participación… Las mediciones cuantitativas de la participación de las mujeres en la política son inadecuadas como indicadores del empoderamiento de las mujeres y se necesita prestar más atención a cómo evaluar cualitativamente el empoderamiento de las mujeres a través de los sistemas políticos”. 

La capacidad de incidencia política es la prueba de fuego del empoderamiento político de los colectivos sociales. La incidencia política ha sido definida como “los esfuerzos planificados de la ciudadanía organizada para influir en las políticas y programas públicos por medio de la persuasión y la presión ante organismos gubernamentales, organismos financieros internacionales u otras instituciones. Es un proceso fluido, dinámico y multifacético… dirigido a generar influencia sobre las personas que tienen el poder de decisión en asuntos de importancia para un grupo en particular o para la sociedad en general” (Miller 2000). 

Actuaciones denominadas incidencia política, defensa o cabildeo (términos usados para traducir el término advocacy), forman parte ya del repertorio de trabajo habitual de las organizaciones de mujeres y movimientos feministas del Sur que, desde las Conferencias de El Cairo y Beijing, han demostrado una enorme  capacidad para poner en marcha diversas estrategias dirigidas a influir en procesos de toma de decisiones a nivel local, nacional e internacional, expresando así su empoderamiento colectivo en el terreno de lo público-político. 

 La sistematización del trabajo de numerosas organizaciones de mujeres en Africa, Asia y América Latina, sugiere que el trabajo de incidencia política se organiza alrededor de la resolución de un problema por medio de un cambio en las políticas públicas y requiere un análisis profundo del ambiente político, una comprensión del problema concreto y una propuesta coherente para su solución. Las estrategias utilizadas incluyen, entre otras, el uso de los medios para formar opinión pública, el cabildeo con los que toman decisiones y los líderes de opinión, la organización de una base de apoyo, la investigación, la formación de coaliciones, la promoción de liderazgos fuertes y diversos, etc. 

La concientización sobre la desigualdad de género forma parte inseparable del trabajo de incidencia pues, para que las mujeres puedan participar en procesos políticos reclamando sus derechos, primero tienen que reconocerse como actoras sociales titulares de derechos, lo que no es fácil de lograr si no han cuestionado la naturalidad de su subordinación o no han aprendido a identificar sus deseos y necesidades. Como objetivo final, el trabajo de incidencia persigue poner en la agenda política las reivindicaciones de las mujeres, pero las estrategias usadas para lograrlo –organización, participación, movilización, etc.- contribuyen además a fortalecer las organizaciones de mujeres y a promover una cultura política más democrática e inclusiva. 

En el trabajo del desarrollo, incorporar esta dimensión política a las estrategias para el empoderamiento de las mujeres es requisito para que este sea sostenible a largo plazo. Sólo aquellas estrategias capaces de imaginar a las mujeres actuando en el ámbito de las prioridades políticas, y dispuestas a proveerlas de los recursos necesarios para cuestionar esas prioridades e invertirlas a su favor, pueden lograr que las mujeres participen más allá del nivel del proyecto e incidan en el programa más amplio de elaboración de políticas, de modo que sus intereses estratégicos se conviertan en una influencia duradera sobre la orientación del desarrollo. 

 Confrontar las múltiples formas en que opera el poder “sobre” es el reto último de todo proceso de empoderamiento colectivo. VeneKlasen y Miller han sistematizado las diversas estrategias de participación e incidencia políticas usadas para influenciar y retar las diferentes expresiones del poder, tomando en cuenta que  este opera tanto de maneras obvias y visibles como tras los telones del escenario. 

 Las tres caras del poder como dominio señaladas por Lukes constituyen los parámetros de referencia a la hora de construir los poderes en positivo que reclama el enfoque del empoderamiento, como se muestra en el siguiente esquema




 Clara Murguialday Martínez 



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