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sábado, 17 de octubre de 2020

Epistemologías del punto de vista 5/10




La epistemología feminista del punto de vista surge con Nancy Hartsock13 que reutiliza el término -que ya empleara Marx refiriéndose al punto de vista del proletariado-, para denominar la visión diferente que tienen las mujeres para comprender algunos aspectos de la realidad, por el hecho de estar situadas en una posición marginal respecto a la "visión perversa" de quienes ostentan posiciones de poder; punto de vista feminista que no es dado, sino alcanzado, pues entiende que la experiencia reproductiva y de crianza de las mujeres constituye una unión cuerpo-mente y con la naturaleza, que las posiciona privilegiadamente -incluso respecto al proletariado, que sólo tiene una actividad instrumental con el trabajo- para abogar por el cambio social, desde el análisis de la división sexual del trabajo. Análisis que se encuentra a su vez influido por la teoría de las relaciones objetales de Nancy Chodorow14, Dorothy Dinnerstein15 y Jane Flax16, que explican el desarrollo diferencial de niñas y niños, al tenerse que distanciar estos últimos de la madre para adquirir su identidad oposición a lo femenino.


Según Susan Hekman17 el declive del marxismo, la emergencia del feminismo de las diferencias y la influencia de corrientes posmodernas y posestructuralistas, hacen perder preponderancia a estos planteamientos a partir de la década de los 90 a finales del siglo XX. Pero Hartsock18 sigue defendiendo la analogía con el proletario fundamentada en la división sexual del trabajo institucional, e igualmente la necesidad de conocer y comprender las relaciones de poder para cambiarlas y crear sociedades más justas. Por eso los sujetos relevantes no pueden ser individuales, sino grupos y colectivos en constante construcción y transformación, pues la noción de punto de vista feminista tiene carácter político, de ahí su privilegio epistémico sobre la base de criterios éticos, que ella considera tan potentes como los reclamos epistémicos.


También Dorothy Smith19 y Hilary Rose20 se enmarcan en los inicios de las teorías del punto de vista, proponiendo concederles el protagonismo no tanto a las feministas, como a las mujeres en general.


Dorothy Smith, había de hecho retomado con anterioridad el término marxista del punto de vista para referirse a la perspectiva de las mujeres como sujetos subyugados que son, proponiendo además la disolución de la jerarquía sujeto/objeto de conocimiento, para conferirle tanta autoridad a quien investiga como a quienes participan en la investigación. Igualmente, observó la división sexual del trabajo: lo doméstico y el cuidado femenino y considerado por los varones como algo natural e instintivo, lo que les proporciona a ellos tiempo para dedicarse a la abstracción y la conceptualización, dejando a las mujeres alienadas de su propia experiencia encarnada y al margen de la sociedad. La "conciencia bifurcada" de las sociólogas como ella -que están en la posición dominante de los varones pero que son a la vez dominadas, no viendo reflejada por tanto su experiencia en el punto de vista masculino-, es la clave del cambio al situarlas en una posición privilegiada para crear un nuevo conocimiento, muy distinto al de la ciencia masculina en la que ellas no pueden verse representadas21.


Realmente la idea de "conciencia bifurcada" como motor del cambio no es nueva, pues ya la encontramos en algunas psicólogas pioneras. Tal es el caso de Julia Jessie Taft (USA 1882-1960).


Efectivamente, ya en el siglo XIX Taft -que trabajó la identidad con uno de los padres de la psicosociología, George Herbart Mead- planteó que lo que movía a las feministas no era solo reivindicar su derecho al voto, sino especialmente el conflicto que sentían al estar obligadas a vivir en el ámbito doméstico en un sistema medieval, que dificultaba sus deseos de emancipación. Y llegó a estas conclusiones trabajando con dos grupos de mujeres bien distintos, intelectuales y prostitutas, encontrando un potencial de progreso en la "conciencia bifucarda" que ambas tenían -a caballo entre su educación femenina en la ética del cuidado, y el mundo racionalista e individualista masculino en que se desenvolvían-, lo que las situaba en una posición privilegiada para buscar la integración y el ajuste en sus vidas, algo igual a lo que podrían hacer también los varones.22


Volviendo a Smith, ella entiende que los grupos de autoconciencia del movimiento feminista de los 70 -que bajo el slogan "lo personal es político" comenzaron a sacar a la esfera pública y a la agenda política problemas como por ej., la violencia doméstica-, en gran medida continúan siendo magníficos pilares de la reivindicación de la experiencia como fuente de conocimiento.


Hilary Rose23 desarrolla también una epistemología feminista postmarxista, pero en su caso partiendo de las ciencias naturales, de la división sexual del trabajo y de la consideración del trabajo asistencial de las mujeres, todo ello como elementos claves para la creación de un nuevo conocimiento científico y tecnológico -al margen de la ciencia aniquiladora, contaminante, capitalista, patriarcal, de hombres blancos burgueses, heterosexuales y con poder en las sociedades industrializadas-, que al unir mano, mente y corazón, permitiría a la humanidad vivir en armonía con la naturaleza, incluida la propia naturaleza humana.


Según Rose las críticas al positivismo fueron ciegas al sexo al no explicar que la ciencia tradicional, además de burguesa era también masculina, obviando la división generizada del trabajo científico, o la explicación al porqué trabaja tan frecuentemente beneficiando a los varones. Considera así mismo que la exclusión de las mujeres de la ciencia no es tanto producto de la ideología, como del hecho de que los hombres tienen interés en subordinarlas también dentro del sistema de producción científica. De ahí la importancia de resaltar el pensamiento y la práctica de las científicas, que difiere en su forma de vincular actividad manual y emoción, ya que procede de la unión de la mano, el cerebro y el corazón.


Carol Gilligan, promulgadora de la ética del cuidado y a quien ya hemos mencionado, mostró igualmente la moral diferencial de las mujeres. También el llamado feminismo de la diferencia, propone modos de proceder o estilos cognitivos distintivos de las mujeres, que se asemejan a las teorías del punto de vista. Sara Ruddick24 por ej., habla de un pensamiento materno relacionado con las labores asistenciales, que no pretende que sea verdadero ni absoluto, ni justificarlo científicamente, ni encuadrarlo en la teoría de las relaciones objetales -por considerarlas portadoras de los valores de la sociedad occidental-, pero que sí ve como un punto de vista feminista que, pese a haber sido silenciado, distorsionado y tachado de sentimental, merece respeto.


La perspectiva psicodinámica de Evelyn Fox Keller25 analiza -volviendo a la teoría de las relaciones objetales- cómo el vínculo entre objetividad y dominación que las feministas han percibido, no es intrínseco a los propósitos de la ciencia, ni siquiera a la ecuación entre conocimiento y poder, sino mas bien a los significados particulares que se asignan tanto al poder como a la objetividad.


En sus estudios sobre identidad se centra en cómo niños y niñas se distancian de la madre de manera diferente, siendo para ellos un proceso doble: primero de autonomía de la madre en la que biológicamente no pueden convertirse, luchando por tanto en no convertirse tampoco socialmente en ella y después, identificándose con la autoridad paterna para superar la ansiedad que les genera su soledad. Las niñas también tienen que separarse de la madre para evitar fundirse con ella, pero se identifican con ella para convertirse en seres similares, poseedoras de un poder socialmente deslegitimado y desmentido. Los niños se convierten por tanto en hombres con dificultades para amar y las niñas en mujeres con dificultades para ser autónomas y dedicarse a actividades masculinizadas como la ciencia. Se trata de asimetrías en la crianza que desembocan en la edad adulta en que los varones diferencien sujeto y objeto, reproduciendo el modelo predominante en la ciencia.


Como consecuencia de estas limitaciones, sugiere una concepción dinámica de la autonomía que permita la suspensión temporal de los límites entre el "mí" y el "no mí" -requisito básico para cualquier experiencia empática-, reconociendo el vaivén entre sujeto y objeto como un prerrequisito tanto para el amor como para el conocimiento. Se trataría de transformar las mismas categorías de femenino y masculino y en correspondencia, las de mente y naturaleza. Con ello la ciencia se convertiría en una actividad más humana que no emanaría solo de los varones, sino de un proyecto que incluya a ambos géneros.


Como estamos viendo, realmente las teorías del punto de vista -pese a sus antecedentes marxistas comunes- no son homogéneas pues, si bien la mayoría reclama el privilegio epistémico, unas lo sitúan en el punto de vista de las mujeres o las madres, otras en el de las feministas, mientras que otras -como veremos a continuación- lo complementan con la visión de quienes viven otras situaciones de opresión además del sexo, como la raza o cualquier otra situación social desventajada.


En este ambiente, la publicación del libro de Sandra Harding, Ciencia y Feminismo26, supuso todo un hito en su intento de unión de todas ellas, contribuyendo además a su mayor difusión; siendo un planteamiento que, sin llegar a ser postmoderno -ya que Harding como buena feminista no admite el relativismo- supuso toda una crítica a la modernidad. Su propuesta de "objetividad fuerte" -para poder aprehender la diversidad de situaciones y experiencias de las mujeres- es precisamente una respuesta a las críticas postmodernas y postcoloniales, al situarse a mitad de camino entre quienes optan por sustituir al sujeto masculino de investigación y quienes abogan por multiplicar los puntos de vista.


Harding analiza cómo los posicionamientos feministas frente a la ciencia han evolucionado desde el reformismo a la revolución, de buscar construir una mejor ciencia a reivindicar la transformación de sus fundamentos mismos y de las culturas que los engendran, proponiendo una revisión de los trabajos feministas especialmente de los que abordan los procesos de discriminación de las mujeres en la ciencia, por ej. las barreras que impiden su acceso a las ingenierías, o su mayor productividad científica; explicaciones que tendrían que ir más allá del demostrado "techo de cristal", profundizando en la división generizada del trabajo y en lugar de la ciencia en la elaboración de los símbolos de nuestra cultura.


Considera que las teorías no reflejan de igual forma a las mujeres que a los hombres, al no haber servido sus experiencias de base ni de referente para la emergencia de problemas de investigación, siendo por el contrario reflejo particular de los varones occidentales, burgueses, blancos y heterosexuales. Para conseguir una ciencia sucesora, subraya la importancia de los diferentes planteamientos alternativos feministas que -en el seno de su inestabilidad y sus tensiones-, provocan la reflexión y el debate, que son precisamente el gran recurso de la filosofía de la ciencia para aumentar las posibilidades de encontrar una mejor propuesta epistemológica.27


Más adelante28 observará que, si bien las teorías feministas del punto de vista pueden llegar a producir un conocimiento menos distorsionado de las mujeres, ello no es suficiente, siendo necesario un conocimiento con bases o fundamentos más firmes, lo que ella llama una "objetividad fuerte". Tampoco las propuestas de objetividad libre de valores, o el abandono de toda objetividad dando paso al relativismo absoluto, son posiciones aceptables pues ofrecen una noción convencional de objetividad excesivamente débil, razón por la que habría que incrementar o fortalecer los estándares de objetividad. Por eso, -asumiendo que la ciencia es socialmente situada y que el problema es determinar qué posiciones generan conocimientos más objetivos, contando con recursos conceptuales para admitir una completa exposición de las formas en que las ciencias participan de dichas relaciones sociales-, tendríamos que aprehender más sobre el orden natural y social, comenzando por las situaciones de las mujeres en culturas, clases y razas oprimidas o devaluadas, pues los proyectos feministas tienen un claro compromiso con la democracia.


Ana Guil Bozal
Universidad de Sevilla (España)
Grupo de investigación HISULA

Dra. en Psicología Social, Universidad de Sevilla, España, Grupo de Investigación PAIDI HUM-219 "Género y Sociedad del Conocimiento", integrante del grupo de investigación HISULA de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia. Email: anaguil@us.es

http://www.scielo.org.co/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0122-72382016000200013

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