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domingo, 24 de junio de 2012

El reparto de las tareas domésticas sigue siendo muy desfavorable para las mujeres



El tiempo disponible: como es bien sabido, se observa, estudio tras estudio, que el reparto de las tareas domésticas sigue siendo muy desfavorable para las mujeres, sean éstas amas de casa o asalariadas. En otros países, los datos no son más alentadores: en conjunto, los padres pasan cuatro veces menos tiempo con sus hijos que las madres "y ni tan siquiera se sienten obligados con respecto a ellos", tal y como relata Elisabeth Badinter, quien cita seis de los libros más relevantes publicados en los EE. UU. e Inglaterra en los años ochenta (Badinter, 1993: 204). Con todo, se pueden hacer algunos matices: si bien el sexo es lo que determina quién realiza el trabajo doméstico, el nivel de estudios contribuye eficazmente a suavizar la división sexual del trabajo en el hogar (Izquierdo, 1988), pero la variable más decisiva no es tanto la categoría del marido como la de la mujer (Alberdi, 1995: 201): sólo la hipogamia (casarse con alguien con una posición social o económica más baja.) de la mujer le permite contar con un mayor poder de negociación en el seno de la pareja y lograr así alguna distribución más equitativa de las tareas domésticas.


Aún en países con un desarrollado estado de bienestar y a pesar de los contrastados avances de las mujeres nórdicas, los estudios acerca de las que se dedican a la política siguen mostrando que, mientras que para los varones en parecida situación la familia parece ser un apoyo, para las mujeres políticas la familia continúa siendo una carga extra, por muy gozosamente que se vivan las relaciones afectivas. Por ejemplo, en cuanto las mujeres nórdicas lograron feminizar la política tendieron a suprimir las comidas de trabajo y las reuniones de todo tipo, formales o informales, en horarios incompatibles con las obligaciones familiares (Dahlerup,1993). 


Un índice de la difícil compaginación entre ambas esferas parece desprenderse, al menos en el caso español, del predominio de mujeres solteras o separadas, así como de mujeres sin hijos, entre las que, al menos hace algunos años, se dedicaban a la política. Por el contrario, la inmensa mayoría de los varones tenía hijos por muy extensa que fuera su dedicación a los asuntos públicos (Nevado, 1993: 26). Como señala Anna Freixas, la familia tradicional ha sido el soporte necesario para el acceso masculino a las esferas del poder –la mujer, o trabajaba en el ámbito doméstico o, en el mejor de los casos, subordinaba su carrera a las necesidades del marido- (Freixas, 2004). El contar con el firme soporte del cónyuge –en este caso en el ámbito profesional- ha constituido, a su vez, y como ya hemos comentado, una ventaja para las mujeres españolas pioneras en las lides profesionales o de la política. Pero lo más frecuente es no contar con este apoyo, como bien ha quedado reflejado en la composición del gobierno de la nación constituido paritariamente tras el triunfo socialista de marzo de 2004: mientras que todos los ministros menos uno estaban casados y tenian hijos (que van desde uno a cinco hijos, hasta un total de veintidós), de las ocho ministras, tres estaban solteras, dos habian estado casadas pero ya no lo estaban y las tres restantes se hallaban en ese estado. De entre las casadas sólo suman cinco hijos (Arce García, 2004). De este modo, y frente al modelo tradicional encarnado por el varón, las ministras citadas representan la modernidad, los nuevos modelos de vida y de familia de nuestro país que esconden tras de sí con demasiada frecuencia la incompatibilidad entre familia y función pública para las mujeres (Freixas, 2004).


Con esto queremos señalar que, con harta frecuencia, la que ha llegado al umbral del puesto directivo ya presenta un perfil de disponibilidad temporal que le permite una dedicación importante a la empresa, demostrada ya normalmente en su trayectoria anterior. Sin embargo, el discurso dominante por parte de los colegas masculinos sostiene lo contrario, poniendo por delante la supuesta falta de tiempo de las mujeres, discurso que por dominante aparece como de sentido común aunque la realidad desmienta el dato. De la supuesta falta de compromiso con la empresa se achaca, por extensión, una especial dificultad para generar confianza en los colegas y respeto en los empleados, pero ello no parece sino ocultar, por inconfesable, lo que subyace a esta desenfocada percepción: la no aceptación del mando femenino (Callejo et al., 2004: 46).


En cualquier caso, solteras o casadas, las mujeres se ven envueltas en relaciones de "doble vínculo". Según cuentan Callejo y Martín Rojo en un trabajo en el que se recogen las opiniones de altos ejecutivos sobre el acceso de las mujeres a los altos cargos en la empresa, las "promocionables" o "que llegan" -las mujeres no madres: las solteras, divorciadas, viudas- son las que provocan la mayor agresividad -tachadas de feas, antipáticas, putas, solitarias- porque cuestionan los dominios tradicionales del hogar presidido por la mujer y del trabajo presidido por el varón; las "no promocionables" y que "no llegan" porque se "autoexcluyen" "son a menudo ridiculizadas ( ), pero son en realidad las que se prefieren puesto que no cuestionan la división tradicional del espacio, por mantener un lugar central en el hogar y 'ayudar' al varón con su sueldo" (Callejo y Martín Rojo, 1994/95: 66-68)
Raquel Osborne

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