Inicié este escrito con la
intención de hablar acerca del sobresaliente y arduo trabajo que realizan
algunas de mis compatriotas mexicanas dentro de mi comunidad, sin embargo, un
indignante acto en contra de una de ellas (a la que llamaré Marisela) cambió mi
enfoque trasladándolo de una forma de reconocimiento, a un medio para seguir
denunciando las violencias que sufren mis hermanas latinas o no, en la
pesadilla en la que se convirtió para ellas el “sueño americano” debido a su
condición no sólo de mujeres, de pobres, a veces de analfabetas, sino también y especialmente en su condición
de inmigrantes indocumentadas.
(Y antes de continuar me
detengo un momento para mencionar a las que en el trayecto hasta aquí fueron
secuestradas, desaparecidas, violadas, vendidas, y un momento en memoria de las
que han sido asesinadas en su intento por llegar a la Unión Americana).
Entre la comunidad de latinas
radicadas en Estados Unidos solemos hablar de la serie de renuncias,
obstáculos, retos, memorias y nostalgias que pasamos viviendo en este país
sobre todo en términos del idioma y la cultura, de los difíciles agregados que
significa para alguien carecer de la documentación legal para hacerlo, tales
como la dificultad para conseguir empleo, tener que aceptar salarios demasiado
bajos, el no acceso a cobertura médica,
y en muchos estados la imposibilidad para obtener identificación oficial válida
y licencia de conducir, también la poca o nula retribución anual de nuestros
impuestos, el no poder adquirir
préstamos universitarios y becas, créditos bancarios, propiedades, etcétera.
Sin embargo, aún entre
nosotras nos cuesta mucho trabajo hablar de la serie de abusos y violencias de
las que somos objeto cotidianamente al interior de nuestra casa por parte de
nuestra pareja. En la cultura hispana continúa existiendo la ley no escrita en
papel, pero si en la psique femenina, del silencio, del aguante y de la
resignación, acompañada de la peligrosa idea de que “la ropa sucia se lava en
casa” sin que nadie más pueda verla o enterarse.
Pienso en los muchos años de
sufrimiento y silencio de algunas de las mujeres víctimas de violencia
doméstica a las que he tenido la oportunidad de acompañar y ayudar de alguna
forma en mi labor feminista. Por ejemplo,
“Carmen” que sufrió depresión postraumática durante más de un año,
después de un aborto espontáneo que tuvo, debido al desgaste de su matriz por
los nueve hijos anteriores que ya había tenido, ya que su marido además de
agredirla física y sexualmente también le prohibía el uso de métodos anticonceptivos.
Recuerdo también a “María” que
perdió al hijo que esperaba, fue por desnutrición y exceso de quehaceres y
cuidados, pero también por negligencia del hospital que ignoró los primeros
síntomas de aborto relegándola a la sala de espera, en un claro acto de discriminación
por su apariencia indígena y por no saber hablar inglés. (Su esposo la
golpeaba, le prohibía ir a tomar clases para aprender el idioma y cualquier
otra cosa).
Lo que me lleva al presente
con el caso de “Marisela” quien la semana pasada venciendo la vergüenza y el
miedo, finalmente pudo romper el silencio confiándoles a sus compañeras de
trabajo que su marido le pega constantemente, que estaba embarazada pero que
desde hacía días tenía sangrado vaginal después de la anterior golpiza que él
le dió, rápidamente una de ellas la llevó a la clínica pero fue tarde porque terminó perdiendo el bebé que
esperaba.
Su compañera y ahora amiga
está proporcionándole apoyo e información de los diferentes recursos que
existen en el estado de Indiana, y específicamente en nuestra comunidad para
mujeres maltratadas independientemente de su estado migratorio, programas de salud
física y emocional, ayuda alimentaria y económica para ellas y sus hijas/os,
albergues seguros en donde pueden ir a vivir temporalmente, asesoría jurídica,
y la posibilidad de obtener la residencia legal como víctimas de violencia.
Ayudas que Marisela agradece nerviosamente, pero que dice no necesitar
asegurando que ya todo está bien.
El camino hasta la salida de
esta penosa y peligrosa situación será largo, una mujer tarda mucho tiempo en
reconocer que está siendo víctima de violencia intrafamiliar, y las
estadísticas muestran que no se separa definitivamente de su abusador hasta después
del séptimo intento de dejarlo, las separaciones y reconciliaciones pueden
darse durante años especialmente cuando hay hijos de por medio.
El tener hijos pequeños y/o
menores de edad hace que muchas mujeres acepten y callen el maltrato de que son
víctimas, por no romper el núcleo familiar y por miedo a perderlos en una corte
debido a su condición de inmigrantes indocumentadas, lo que las pone en un
grado mayor de vulnerabilidad haciéndolas sentir atrapadas en lo que perciben
como un callejón sin salida, principalmente cuando su pareja es residente legal
o peor aún si es ciudadano americano.
Estos abusadores suelen
aprovechar su posición de ventaja manteniéndolas sometidas y violentadas de
muchas formas, bajo amenaza de reclamar la custodia total de sus hijos/as, y de
reportarlas al Departamento de Migración para que sean deportadas a su país de
origen.
(Situación de abuso de poder,
maltrato y temor que también padecen algunos hombres-padres que son
indocumentados, quienes al igual que estas mujeres son víctimas de violencia de
pareja).
Pero volviendo al terreno
femenino, con frecuencia es visto, aunque ignorado, el hecho de que esta
desventaja legal es a menudo aprovechada por empleadores y jefes que acosan a
sus trabajadoras, convirtiendo sus jornadas laborales en un infierno de manoseo
abuso y violación sexual, o despidiéndolas cuando se niegan a complacer sus
deseos.
He conocido y tratado casos
así, mujeres jóvenes muchas de ellas criadas aquí en Estados Unidos, en su
mayoría bilingües y con buen grado de escolaridad, conscientes de su situación
de víctimas, pero con la desventaja de ser pobres y de no tener documentos
legales de residencia.
En cuanto al común denominador
que comparten “Carmen” “María” y “Marisela”, es que son indígenas mexicanas,
inmigrantes indocumentadas, pobres, analfabetas, y que en su cultura y su
religión no se abandona al esposo bajo ninguna circunstancia, aunque en eso les
vaya la vida.
Por desgracia todavía son
muchas las mujeres en circunstancias iguales o similares, y otras en
condiciones particulares totalmente diferentes a las anteriores, pero que igual
aún no logran salir de los múltiples cautiverios que las atrapan (educativos, familiares,
religiosos, geográficos, sociales, culturales, psicológicos, emocionales,
románticos, económicos, legales etc.).
Y no sólo aquí en Estados
Unidos sino alrededor de todo el mundo, especialmente en países como México en
donde diariamente once mujeres son víctimas de feminicidio en su mayoría a
manos de su ex pareja o pareja sentimental. (Aunque el gobierno actual lo niegue).
Estados Unidos cuenta con
diferentes leyes y programas de ayuda para las mujeres y sus familias que son
víctimas de abuso sean residentes legales o no, sin embargo, aunque esto es muy
importante y beneficioso no es suficiente para la eliminación de la violencia
de género. Se necesita atacar el problema desde sus raíces que son el
patriarcado y el machismo incrustado en la familia, educación, religión, y
cultura, pero también en el modus operandi de los gobiernos de derecha y de
izquierda, para no perder los privilegios que este sistema de dominación sobre
las mujeres les ha dado desde siempre.
La inmigración forzosa ya sea
legal o ilegal, no sería necesaria si cada país invirtiera más en la
eliminación de la pobreza, la inseguridad, la violencia, la delincuencia, y el
crimen organizado. Y si las grandes potencias dejaran de fabricar y surtir armas
a propios y ajenos, si además dejaran de promover deliberadamente guerras en
otras naciones. También otra historia sería si los organismos internacionales
hicieran y lograran más en la defensa de los derechos humanos en general, y en
particular en los derechos de las mujeres, niñas y niños.
De ahí la gran importancia del
actual movimiento feminista a nivel mundial en todas sus ramificaciones,
integrado por mujeres comprometidas que no cesamos de denunciar las violaciones
desigualdades y violencias, mujeres feministas que persistimos en enfrentar a
gobiernos demandando la creación de estructuras, políticas, leyes,
instituciones, programas sociales, y modelos educativos basados en la igualdad
de género.
El día que en nuestros países
de origen haya educación, vivienda segura, atención a la salud, oportunidades
de empleo, y seguridad para todos y para todas dejará de existir la inmigración
por necesidad, y el día que en las
escuelas primarias medias y superiores se implante la pedagogía violeta,
y en las familias e Iglesias se deje de dar una formación patriarcal y
machista, entonces dejará de haber desigualdad, abuso de poder, violencia y
sometimiento dentro y fuera de las casas…dentro y fuera de la tierra natal de
cada quien!
Galilea Libertad Fausto.
Créditos de la ilustración a
quien corresponda.
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