A pesar de los compromisos asumidos por la comunidad
internacional para trabajar por la educación básica universal, la situación
actual es insostenible:
- 121
millones de niños y niñas no van a la escuela.
- 150
millones de niños y niñas la abandonan antes de haber aprendido a leer y
escribir.
- 872
millones de adultos son analfabetos.
Millones de niños y niñas de todo el mundo reciben una
educación deficiente, que no se adapta a sus necesidades y no les proporciona
las capacidades ni los conocimientos básicos para la vida adulta. Esta situación
se concentra en los países en vías de desarrollo, sobre todo en África
subsahariana, y afecta de manera especialmente aguda a los colectivos más
vulnerables: las niñas, las minorías étnicas y los habitantes de las zonas
rurales.
Según la
UNICEF , un 47% de los niños abandonan la escuela por
presiones en sus casas, dado que su trabajo es imprescindible para la
supervivencia familiar.
En Asia, trabajan tres de cada cinco niños, y en África
lo hace uno de cada tres.
Existen países que concentran porcentajes muy elevados de
personas que no saben leer ni escribir, por ejemplo, tan sólo en África hay 42
millones de personas analfabetas, de los 125 millones que hay a nivel mundial.
En este continente, la explotación laboral del menor es de un 41% frente al 21%
de Asia y 17% de Latinoamérica. El deterioro educacional causado por esta
situación es dramático: en un país como Chad, un alumno tarda, en caso de
terminar la primaria, el triple de años que un coetáneo en el mundo
desarrollado.
¿Qué
pasa con las niñas?
De los 121 millones de menores que no van a la escuela, 65 millones son niñas; 600 millones de mujeres en todo el mundo no saben leer ni escribir; las mujeres tienen un 60% más de riesgo de analfabetismo que los hombres. Muchas niñas no van a la escuela o la abandonan muy temprano por motivos socioculturales y económicos (bodas, embarazos precoces, obligaciones familiares, miedo de los padres a las agresiones, alto coste de la educación...). La situación de las niñas se vuelve aún más intolerable si tenemos en cuenta los enormes beneficios sociales que pueden lograrse a partir de la educación femenina: reducción de la mortalidad infantil, control de la natalidad, mejora de la salud de la población o mayor participación en iniciativas políticas y de desarrollo.
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