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viernes, 29 de noviembre de 2013

Qué soy yo y qué es el hombre



Los estudios sobre masculinidades vienen ganando terreno en el gran paraguas conceptual que abrieron las feministas en los ’60. Desde los Men studies que empezaron en esa década hasta la actualidad, donde el concepto de varón se redefine y delinea a la luz del recrudecimiento de la violencia machista, hay un trecho de preguntas y reflexiones que vale la pena ser revisado: ¿cuáles son los límites del poder masculino? ¿Cómo se revierte la enorme influencia del patriarcado en un sistema de oferta y demanda? ¿Cuándo van a reformularse aquellas premisas de crianza que mandan valentía al varón y vulnerabilidad a la mujer? Especialistas, encuestas y reflexiones en torno de un área que crece en la academia y el territorio.


“Con esfuerzo y dedicación, el hombre va consiguiendo tener cosas en su vida: su casa, su auto, su mujer, hasta que tiene a su hijo y ahí no tiene más nada.” Así empieza la publicidad de Walmart del último Día del Padre. Un papá joven y canchero que se ve desafiado por un varón de pocos años a que todo (lo material) le pertenece: así repite el primogénito de esta familia blanca y prolija: “mío, mío, mío” hasta que la mamá/adorno lo manda con un regalito a abrazar al padre y éste le pregunta, sorprendido, “¿mío?” y se alegra de que algo, por fin, es para él. No le alcanzaban la casa, el auto y la mujer que reza el aviso como sus posesiones, y el remate alude a ese despojo que sufre el hombre (¿y la mujer no?) cuando paterna: “para que algo vuelva a ser de él” dice el slogan.

Hay varias revelaciones culturales en esta obviedad que resulta del sistema generado por el libre mercado para vender sus productos: la publicidad es siempre la trampa por la que mirar el mundo con una lente tan aumentada que asusta, aunque lamentablemente ya esté naturalizada. Roles, estereotipos y violencias cotidianas se infiltran en la estructura que manda chicas lindas versus chicas feas, hombres ganadores versus perdedores y familias perfectas versus suciedad, descontrol y desorden (y todas tienen un golder retriever dorado para dar cuenta de su amor por lo bello). Basta comprobar el éxito de la serie Mad Men para entender más capas de esta cebolla: en cada reunión con los grandes clientes se comprende una época (el siglo XX, sobre todo de posguerra) y se vislumbra la génesis de eso que ahora, y muy de a poco se está empezando a revisar: el paradigma de la masculinidad. En Mad Men, un hombre llamado Don Draper falsea su identidad para empezar de nuevo como creativo publicitario, aturdido por su infancia tremenda (es hijo de una prostituta que muere al dar a luz) y atravesado por la experiencia de la guerra, por la que pasó sin pena ni gloria pero con mucha sed de revancha por tanta infelicidad y paso en falso. Y algo de eso consigue al reinventarse como macho perfecto, brillante y playboy, que engaña a todos y todas y consigue la impunidad gracias al proverbio agotador que hace funcionar la maquinaria: business are business parece decir el dueño de la agencia Sterling Cooper cuando se entera de que Don no es su verdadero nombre y el relato de su pasado dista mucho de lo conocido. ¿A quién le importa? Si Don es inteligente, consigue grandes cuentas, está casado con una modelo, tiene hijos rubios y se acuesta con las clientas que hay que conservar. “No siento nada” pone en palabras su jefe cuando muere su anciana madre y ése parece ser el lema de estos hombres neoyorquinos que tan bien pintan una época que dejó este fuerte legado: la mujer en casa y el hombre en los asuntos importantes.

Afortunadamente, mientras eso estaba pasando, las mujeres ganaban otros terrenos que empezaron a despuntarse desde las universidades y llenaron el espacio público con consignas de libertad. Las “perfectas amas de casa” se desdibujaban en esa imaginería del suburbio al lado de las mujeres de carne y hueso que se negaban a cumplir ese rol. El feminismo serpenteó un largo camino desde entonces, pero los llamados Men studies siempre tuvieron su pequeño caudal de producción, hasta hace aproximadamente dos décadas que no paran de crecer exponencialmente. La identidad femenina era una silueta brumosa que había que definir antes de perder en un anuncio de electrodomésticos, pero la masculina no venía dada por default: es el esfuerzo en repensar sus límites lo que, muchas y muchos, descubrieron como clave para volver a pensar el género desde su raíz. De otro modo, no se explica el aumento de los femicidios, la falta de políticas públicas para garantizar la equidad de género y la inclusión de diversidades sexuales y el rígido mandato del relato hegemónico sobre qué es ser mujer y qué varón.
  Por Flor Monfort

http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-8104-2013-06-21.html

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