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martes, 12 de julio de 2022

II Ganar poder junto con otras (el poder “con”)

 

Esta forma de poder tiene que ver con la acción colectiva: es un poder que multiplica los poderes individuales al asumir que un grupo actuando coordinadamente logra más que las personas aisladas. Se expresa en la capacidad de un colectivo para presentar una solución común a sus problemas, permitiendo que todas las potencialidades se expresen en una agenda grupal que también se asume individualmente (Deere y León 2000). 

 La necesidad de construir redes y alianzas entre las personas pobres es aún más imperiosa en el caso de las mujeres porque su capacidad asociativa es su principal recurso para enfrentar una subordinación que tiene connotaciones también colectivas. En este sentido, Mosedale (2003) ha recalcado la importancia de que las mujeres tengan la oportunidad de transitar del “yo” al “nosotras” en su análisis de sus condiciones de vida, para construir una identidad colectiva que, según Kabeer (1998), “sostiene la mayoría de las estrategias de empoderamiento de las mujeres”. 

 La importancia de esta dimensión identitaria proviene del hecho de que la habilidad de las mujeres para lograr que sus intereses estratégicos sean tomados en cuenta será mayor cuanto más sólida sea la organización que ellas han construido alrededor de sus necesidades prácticas. 

Ahora bien, la conciencia del “nosotras” no surge espontáneamente sino que requiere la existencia de relaciones entre las mujeres y la reflexión conjunta en torno a sus vivencias de la feminidad. La conciencia de formar parte de un sujeto colectivo se construye con la subjetividad individual y con la empatía hacia las experiencias ajenas, y su expresión más clara es que deja de tener sentido el ente abstracto “la mujer” para que cobren sentido “las mujeres” en tanto sujetos concretos y diversos. Pero, dado que no hay una única manera de ser mujer -son  muchos los factores que tiñen la experiencia personal: edad, opción sexual, lugar de residencia, condición laboral, nivel de ingresos, pertenencia étnica, discapacidades visibles, experiencia política, creencias religiosas-, la forma en que se integra la diversidad femenina tiene un papel relevante. La construcción de identidad colectiva no puede anular la pluralidad, subordinar unas experiencias a otras, poner la opresión de género por encima de todo o buscar una esencia intangible que iguale a todas las mujeres. Por el contrario, requiere capacidad para reconocer e integrar las experiencias particulares, así como voluntad política para diseñar actuaciones alrededor de las necesidades e intereses de los distintos colectivos femeninos. 

 Para afianzar la identidad colectiva es necesario crear estructuras organizativas que puedan sostener la energía y entusiasmo femeninos. El surgimiento de numerosas organizaciones de mujeres ha sido el fenómeno sociopolítico más pujante en las últimas tres décadas en todo el mundo. Estas adoptan la forma de “grupos de base” (integrados por mujeres de una misma comunidad generalmente reunidas en torno a sus necesidades prácticas), asociaciones de afiliación masiva en ámbitos rurales y urbanos, grupos feministas centrados en la reflexión, difusión o intervención política, organizaciones dedicadas a la promoción y el desarrollo de las mujeres, entidades “paraguas” de ámbito local, regional o nacional, redes continentales e incluso plataformas de alcance mundial. La capacidad para crear, sostener y ampliar sus propias organizaciones es uno de los indicadores centrales del empoderamiento de las mujeres. 

Lo que Evans (1979) ha denominado “condiciones para el desarrollo de una identidad colectiva insurgente” resume los entornos necesarios para que las mujeres se empoderen colectivamente: 
 a) espacios sociales donde ellas puedan sentirse valoradas y seguras; 
b) modelos alternativos proporcionados por mujeres que rompen pautas de sumisión o pasividad; 
c) ideas que expliquen las causas de la opresión, justifiquen la rebeldía e imaginen un futuro radicalmente distinto; 
d) respuestas sociales a su nueva identidad que fuercen a cada mujer a confrontar las creencias heredadas, y 
e) una red que permita expandir las nuevas visiones y activar un movimiento social.
 
Todo esto es, precisamente, lo que encuentran las mujeres en las organizaciones del movimiento social de mujeres y, en particular, en los grupos feministas. En el campo del desarrollo, Nussbaum ha analizado las posibilidades de cambio que pueden crearse mediante la construcción de colectividades femeninas locales y ha alertado sobre los negativos efectos que puede tener para el desarrollo económico ignorar las tradiciones de solidaridad femenina y de pertenencia grupal que existen en muchas sociedades. Describiendo las estrategias adoptadas por algunas organizaciones sociales y programas gubernamentales de Bangladesh e India, Nussbaum (2002) ha sostenido que: “Si los que trabajan por el desarrollo proceden asumiendo (en forma típicamente occidental) que las familias nucleares son las unidades primarias de la solidaridad personal y que las mujeres se relacionan con otras mujeres primariamente como integrantes de parejas heterosexuales, resultan ignoradas las tradiciones de solidaridad femenina y de pertenencia grupal, a menudo muy productivas para el desarrollo económico”. 

Los estudios sobre el potencial empoderador de la alfabetización han llevado a Stromquist (1997) a plantear que, para las mujeres, la principal puerta de entrada a los procesos de empoderamiento es su organización colectiva. Salir de casa y participar en algún tipo de iniciativa grupal o empresa colectiva que sea exitosa es útil para que las mujeres desarrollen un sentido de capacidad que incrementa su autoestima y autonomía, siendo el factor clave la existencia de un grupo pequeño y cohesionado donde se dé una identificación estrecha entre sus integrantes. Stromquist ha sistematizado el proceso de empoderamiento como una cadena de eventos que comienza con la participación de las mujeres en un grupo pequeño que realiza actividades de generación de ingresos, de apoyo mutuo en necesidades básicas o de mejora de servicios comunitarios, y a través de las cuales las mujeres obtienen experiencias valiosas que potencian su autoconfianza y sus habilidades de liderazgo. La reflexión colectiva sobre sus condiciones de vida les permite una mejor comprensión de las estructuras que afectan sus existencias cotidianas y les motiva a actuar en el ámbito público-local, lo que fortalece su sentido de competencia personal y mejora sus capacidades de negociación de las relaciones familiares. El diagrama siguiente presenta la secuencia teórica de eventos en el proceso de empoderamiento


Clara Murguialday Martínez 

https://www.vitoria-gasteiz.org/wb021/http/contenidosEstaticos/adjuntos/es/16/23/51623.pdf


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