El primer tipo de poder que las mujeres han de lograr es el que surge del interior de ellas mismas. El poder interno ha sido definido como “la fortaleza espiritual y la singularidad que reside en el interior de cada persona y que nos hace verdaderamente humanos” (CCIC 1994). Adquirir esta fortaleza es un proceso individual y subjetivo, que comienza con la toma de conciencia sobre la propia situación y sus causas, trae consigo un aumento de la autoestima y de la confianza en la propia valía, y proporciona a las mujeres un sentido de control sobre sus propias vidas.
Este nivel de empoderamiento se considera imprescindible para que las mujeres mejoren su agencia y para que las ganancias de poder en otros ámbitos de sus vidas sean sostenibles; también se ha señalado que dota a las mujeres de la capacidad para percibirse a sí mismas como aptas para ocupar los espacios donde se toman la decisiones, condición previa para poder ocuparlos efectivamente.
La construcción de esta fuerza interior resulta aún más necesario si se tiene en cuenta cómo las mujeres interiorizan los modelos dominantes de feminidad (“Sin necesidad de armas, violencia física o restricciones materiales… sólo con una mirada, una mirada escrutadora que cada mujer interioriza hasta el punto de convertirse en su propia auto-vigilante...” decía Foucault) y cómo la violencia de los hombres condiciona su experiencia al internalizar el control masculino hasta el punto de creer que se merecen los golpes o que carecen de opiniones propias.
Las estrategias para construir poder interno brindan a las mujeres la oportunidad de revisar sus vidas desde otros puntos de vista distintos a los que organizan su cotidianeidad, revelando lo que tienen de socialmente construidas y compartidas las experiencias aparentemente individuales. Es a partir de aquí que se producen profundos cambios en la manera en que las mujeres valoran las cualidades de la feminidad que han asumido como propias, pasando a entenderlas como productos de una particular socialización que les acarrea desventajas sociales. Estas transformaciones subjetivas son más sostenibles cuanto más positiva sea la imagen que la sociedad les devuelve a medida que ellas van cambiando, pues difícilmente puede fomentarse la autoestima de las mujeres si el prototipo social predominante sigue devaluando la feminidad.
Los cambios en la identidad y subjetividad femeninas suelen darse en el marco de procesos largos y a menudo se expresan de maneras contradictorias. Las mujeres modifican sus comportamientos a partir del cuestionamiento de los estereotipos de feminidad y masculinidad, pero también en función de cómo evalúan sus posibilidades de mejorar sus condiciones de vida y del análisis de los costes que están dispuestas a asumir por cada cambio que lleven adelante. Esto explica que sus creencias sobre las relaciones de género y el ser mujer se modifiquen a mayor velocidad que sus conductas y actitudes, y que sus sentimientos sobre sus propios cambios sean confusos y a veces contradictorios, porque en ellos inciden las respuestas que reciben de su entorno las cuales, a menudo, son opuestas a tales transformaciones.
Las estrategias para generar poder interno han de dotarlas. tanto, de herramientas para que comprendan sus propios procesos de cambio y mejoren sus habilidades de negociación (consigo mismas y con otras personas), de modo que puedan manejar el ritmo de sus cambios a la vez que mantienen las relaciones que para ellas son importantes.
El nivel subjetivo y personal del empoderamiento fue ampliamente abordado por las promotoras feministas en los años ochenta, cuando enriquecieron la educación popular con metodologías específicamente diseñadas para que las mujeres analicen sus propias experiencias y comprendan cómo se mantiene y reproduce su situación subordinada. Los espacios privilegiados para generar estas reflexiones son los “talleres”, cuyo desarrollo combina elementos de los grupos de autoconciencia feminista con aquellos propios de la educación popular. Los talleres ofrecen a las mujeres un espacio de encuentro con otras para que, desde el intercambio de experiencias y la reflexión colectiva, se den cuenta de que su vivencia personal está inscrita en un contexto social y puedan superar la sensación de aislamiento e inadecuación, asumiéndose como parte de un colectivo cuyos malestares tienen causas estructurales. “A partir de un estado de impotencia que se manifiesta en un sentimiento de ‘yo no puedo’, el empoderamiento contiene un elemento de confianza colectiva en sí mismas que tiene por resultado un sentimiento de ‘nosotras podemos’” (Dighe y Jain 1989).
Diversas autoras han analizado el trabajo de las organizaciones de base que aplican estas metodologías en su trabajo con las mujeres y resaltan que su principal aporte es poner a disposición de estas una diversidad de recursos intangibles (habilidades analíticas, solidaridad, entornos confiables y seguros) y de herramientas (capacitación y educación, comunicación e información, construcción de redes de apoyo, apoyo a la formación de grupos autónomos) que contribuyen a que las mujeres refuercen su sentido de individualidad, tomen conciencia de su subordinación y asuman la responsabilidad sobre sus propias decisiones y sus vidas.
De su estudio sobre numerosas ONG asiáticas comprometidas con el empoderamiento de las mujeres, Batliwala (1997) ha concluido que la reflexión colectiva sobre la subordinación femenina es la principal puerta de entrada a los procesos de empoderamiento.
Aunque identifica otros enfoques habitualmente usados por las ONG (caracterizados por atribuir la falta de poder de las mujeres a su pobreza y vulnerabilidad económica), esta autora considera que la concientización es el camino más adecuado porque el empoderamiento requiere, en primer lugar y sobre todo, que las mujeres comprendan los complejos factores que generan su subordinación y se movilicen para enfrentarlos. Su enfoque combina tres elementos:
a) La capacitación de género. Es la herramienta principal pues facilita el proceso de revisión crítica de los mensajes interiorizados sobre la feminidad que conduce a una nueva conciencia sobre las propias capacidades y prioridades.
b) La actuación de las agentes externas. Son activistas que asesoran a las mujeres en su acceso a informaciones y conocimientos nuevos para que desarrollen un pensamiento crítico hacia la ideología y las instituciones que sostienen la desigualdad de género.
c) La formación de grupos de mujeres. Dado de los cambios radicales no son sostenibles si se limitan a unas pocas personas, es necesario crear las condiciones para que las mujeres rompan su aislamiento individual y se organicen en colectividades estables desde las que impulsan estrategias de cambio que impactan más allá de sus relaciones cercanas.
Batliwala ha descrito este enfoque como un conjunto de acciones concatenadas que comienzan con el entrenamiento de las agentes de cambio en habilidades de capacitación y movilización. En un segundo momento, las activistas animan a las mujeres a que reserven un tiempo y un espacio para sí mismas (“talleres”) en donde pueden mirarse de una forma nueva, refutar concepciones erróneas, desarrollar una autoimagen positiva y reconocer sus fortalezas. En un tercer momento, las mujeres constituyen grupos estables en los que, con ayuda de las agentes externas, discuten y priorizan los problemas a resolver, adquieren habilidades para tomar decisiones y ejercer liderazgos, y acceden a recursos educativos o económicos que incrementar su autonomía y agencia.
Finalmente, a medida que se consolidan, los grupos de mujeres comienzan a reivindicar el acceso a recursos y servicios colectivos, tratan de influenciar sobre los legisladores para que cambien leyes, aprenden a negociar con otros actores sociales y administraciones públicas y, en ocasiones, llegan a crear servicios alternativos (guarderías, escuelas de adultas, centros de atención a mujeres víctimas de violencia, sistemas cooperativos de ahorro y crédito) que mejoran sus condiciones de vida. Mediante estos procesos las mujeres ponen las bases para conquistar nuevos derechos, controlar recursos valiosos (incluidos sus propios cuerpos) y participar igualitariamente en las decisiones de la familia y la comunidad.
Clara Murguialday Martínez
https://www.vitoria-gasteiz.org/wb021/http/contenidosEstaticos/adjuntos/es/16/23/51623.pdf
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