El desarrollarse como persona supone adquirir una serie de rasgos socialmente deseables. Dichos rasgos vienen precedidos por construcciones socioculturales que, por no explícitas, son reproducidas sin ser conscientes de ello. En este sentido, los libros de texto no hacen más que mostrar aquellas imágenes que son normas y valores de una sociedad determinada que supuestamente han de guiar nuestra conducta sobre modelos sociales de lo que significa ser hombre o mujer, encontrándonos, pues, con una serie de valores que a lo largo de la historia se han ido definiendo como esencias de lo «viril» y de la «feminidad». Dichas esencias han impregnado todas las áreas del conocimiento humano, de las que tampoco se ha librado la escuela, dando lugar a la edición de una serie de manuales escolares contaminados por elementos sexistas.
La existencia de diferencias en cuanto a la valoración de comportamientos, actitudes y valores que se atribuyen a uno y otro sexo pueden perpetuarse y reforzarse si en los libros de texto se siguen mostrando, a través de las ilustraciones, contenidos y lenguaje, el androcentrismo que refuerza el dimorfismo sexual, al fomentar una visión del mundo que excluye o infravalora al colectivo femenino y que, por el contrario, revaloriza los modelos históricamente asociados al sexo masculino. Es, por tanto, necesario adoptar una actitud crítica hacia la composición de libros de texto que, bajo el paraguas de la neutralidad, no hace más que encubrir el androcentrismo que impregna la sociedad.
La necesidad de neutralizar esta realidad pasa por fomentar el rol de profesorado-intelectual; en términos gramscianos dichos docentes llevarían a cabo su actividad desvelando la ideología patriarcal que pueden sustentar los textos, analizando cómo se construyen desde los manuales escolares las relaciones de género, los discursos ocultos y explícitos sobre los roles sexuales o el sentido de los estereotipos que se transmiten, pudiendo tomar así una parte activa en cuanto al tipo de educación que se está transmitiendo. Desde esta perspectiva de profesorado-investigador/a sería necesario realizar análisis sobre los sesgos sexistas que reproducen los libros de texto. Para ello hemos de atender a ciertos aspectos de los textos escolares que representan estereotipos sexistas, como por ejemplo: los discursos o imágenes que hablan de las mujeres y de los varones desde posiciones jerarquizadas que pretenden legitimar una visión patriarcal de la sociedad, de la relación que se establece entre los sexos y del papel que deben desempeñar, representando a las mujeres como madres y esposas, con características, supuestamente naturales, con cualidades biológicas específicas para el cuidado de los otros, al mismo tiempo que expresan juicios de valor que presentan al varón como eje central de todo acontecimiento social.
Se ha realizado un gran esfuerzo en analizar los modelos que se transmiten en la escuela a través de las imágenes y del lenguaje en los libros de texto, con el objeto de desvelar los estereotipos sexistas que los niños y niñas van aprendiendo a través de los modelos que se representan y de la invisibilización de la que son objeto las niñas al no verse representadas en el lenguaje icónico de los textos escolares. Existe sexismo en los textos escolares cuando se muestran imágenes y alusiones a varones y mujeres de manera desigual, cuando la representación del orden simbólico femenino está discriminado por su escasa aparición en los diferentes manuales. Hemos de recordar que esta situación no representa la realidad, ya que las mujeres, en la vida real, representan el 50% de la población en cualquier sociedad, comunidad, etnia, etc.
En investigaciones tan recientes como la de la profesora Blanco (1999) se constata cómo la presencia femenina sigue estando infrarrepresentada en los textos escolares, de tal suerte que sólo 10 de cada 100 personajes aparecidos en los textos consultados son femeninos. Se hace referencia, al mismo tiempo, al número de mujeres identificadas individualmente, en la que se han encontrado 255 frente a 2.468 varones, en la nada despreciable cantidad de casi 5.000 páginas de libros de texto que se utilizan habitualmente en las escuelas actuales.
Realizando un análisis de las características de los personajes se ha podido apreciar cuáles son los modelos sociales que se muestran a través de los manuales escolares. Hacemos alusión a dichas características dentro de lo que Michel (1987) denomina «referencia social» según la cual podemos percibir cuáles son las características estáticas de los personajes femeninos y masculinos que aparecen reflejados en los textos escolares. Hemos recogido las características que encontramos más significativas para analizar el sexismo, estas son: el estado civil, la condición familiar, la profesión y la edad.
El estado civil es una manera de representarse en la sociedad, y puede revelar un importante aprendizaje en cuanto del modo más apropiado de ser hombre o mujer. Este parámetro nos muestra la existencia de desigualdades sexuales ya que en los libros de texto suele aparecer representado el colectivo femenino adscrito al matrimonio, mientras que desconocemos el estado civil del varón, cuando este aparece en los mismos textos. Se identifica mayoritariamente a las mujeres en su función de esposas, en oposición a los varones que no se les atribuye claramente ningún estado civil y, por lo tanto, su rol social (en lo referente al estado civil) no estaría tan fuertemente dirigido. Unida a esta referencia social y muy relacionada con ella es la identificación de la mujer en su condición de madre y/o esposa.
Es poco frecuente encontrarse con un libro de texto en que los varones se signifiquen por su situación de padres y/o esposos, lo cual lleva a fomentar una idea equivocada y parcial de los intereses diferenciados que muestran los varones con respecto a las mujeres, al mismo tiempo que crean un orden simbólico en las nuevas generaciones delimitado y estereotipado en función de su género. Estos ejemplos muestran la gran carga de representación simbólico-moral, en la que se presenta a la mujer como el personaje con mayor capacidad natural para desempeñar adecuadamente dichas funciones sociales. Se configura así un fuerte componente de legitimidad socio-biológica diferenciada que fundamenta ideas ciertamente estereotipadas de las funciones sociales que desempeñan y han de desempeñar mujeres y varones. Otra de las características que define la desigualdad sexual en los libros de texto escolares es la referida a la profesión. Los varones, en casi la totalidad de las ocasiones, son definidos en relación a una profesión remunerada, mientras que en el caso de las mujeres no siempre es así: en un gran número de veces, a éstas no se las relaciona profesionalmente sino a través de las tareas domésticas, no existiendo equidad simbólica a este respecto. Tanto desde el análisis cuantitativo como del cualitativo, en lo referente a la actividad profesional se señala que, cuando aparecen mujeres representadas a través de un modelo profesional, éste suele estar relacionado con actividades denominadas como «femeninas», tales como enfermera, peluquera, azafata…, por oposición a los varones, que se representan en oficios primero, mucho más variados y, segundo, estereotipados como «masculinos», como por ejemplo: albañil, ejecutivo, juez, camionero, futbolista… En el caso de que aparezcan mujeres representadas en trabajos significados como «masculinos» a veces se les añade algún tipo de simbología que nos devuelve la imagen de mujer en su condición de madre-esposa-cuidadora, por ejemplo, una médica rodeada de niños y niñas en actitud cariñosa, mientras que un médico aparecería en situaciones más formales y más «profesionales». Este tipo de imágenes no sólo son negativas para el colectivo de mujeres, sino también de varones en cuanto que limita su propia imagen al no verse representados en actitudes más emotivas, reduciendo la posibilidad de que los chicos se expresen también a través del rico mundo de los sentimientos.
Otra de las referencias sociales que podemos encontrar en los libros de texto, en relación con el género, es el relativo a la edad, de tal suerte que tal y como demuestra el estudio llevado a cabo por Nuria Garreta y Pilar Careaga (1987), los personajes que se muestran en la adolescencia o en la vejez casi no tienen representación en los manuales escolares, pero cuando aparecen son mayoritariamente pertenecientes al sexo masculino. La imagen de la adolescencia, siendo una etapa tan importante en el desarrollo personal, no parece tener interés para el mundo educativo, pero menos aún si a ésta va unida la referencia sexual de lo femenino, punto en el que entonces queda casi relegada al olvido, lo mismo que ocurre con la vejez.
La calidad de los libros de texto, en términos democráticos, sólo es asumible si se aumenta la diversidad de los modelos sociales en ellos expuestos. En este caso, la introducción en los mismos de los modelos femeninos, en paridad de condiciones que los masculinos, haría efectivo, por lo menos, uno de estos principios democráticos. Mientras los textos sigan primando el modelo masculino como el mejor y más deseable y el único a tener realmente en cuenta, los niños y niñas perderán una parte fundamental de su desarrollo como personas, al verse limitados y limitadas en sus funciones sociales. Los manuales escolares han de recoger el mundo de lo femenino y lo masculino, dando un tratamiento equilibrado de su presencia, protagonismo, aportaciones, posibilidades y requerimientos intentando no caer en el androcentrismo que impregna gran número de ellos, que son utilizados diariamente en las aulas y que muestran prejuicios y sesgos sobre la realidad femenina, fomentados a través del carácter científico de los manuales escolares. Asegurar que exista un porcentaje similar entre los modelos de mujeres y varones supondrá una riqueza para las futuras generaciones, que aprenderán de primera mano la equidad de género como algo incuestionable.
Los libros de texto son un medio irrenunciable para conocer cuál es la representación simbólica sobre la configuración femenina y masculina que se está ofreciendo al alumnado, futuros actores y actrices sociales que podrán modificar o reproducir el modelo social que se les presenta. Conocemos, a través de los mismos si perviven los estereotipos de género sobre lo que es ser varón y mujer y su representación de la función social que realizan, así como su capacidad para dicha realización. Los libros de texto no sólo se enriquecerán con un tratamiento no androcéntrico en los términos arriba señalados; además hay que realizar análisis sobre la propia ciencia que se representa en los mismos, saber cómo se valora la centralidad masculina del punto de vista social desde las distintas disciplinas que se desenvuelven en los centros educativos. Hay que comenzar a asumir el androcentrismo científico con los mismos esfuerzos realizados para visibilizar el desigual tratamiento y valorización de lo masculino y femenino en el lenguaje iconográfico.
Ana Sánchez Bello, Universidade de A Coruña