El enorme crecimiento del movimiento feminista a nivel mundial, y los importantes avances que este ha logrado en las últimas dos décadas en materia de los derechos, desarrollo e integración de las mujeres a los diferentes espacios públicos, hacen que por lo menos en los lugares a donde ha llegado el conocimiento y la práctica del feminismo, se justifique el decir que el presente siglo es el siglo de las mujeres.
“Surge el liderazgo femenino y la creación de múltiples espacios políticos por las mujeres, especialmente de feministas. Se amplía la participación política y la incidencia femenina en el mundo mediato e inmediato. La presencia de las mujeres en los ámbitos propios y en los que tradicionalmente eran masculinos, y la resignificación ideológica y política (jurídica, mítica) de las mujeres y de lo femenino, hace que el mundo se feminice”, nos dice la feminista, antropóloga, etnóloga y académica mexicana Marcela Lagarde en su texto: Identidad Femenina.
Millones de mujeres seamos o no feministas nos beneficiamos de igual forma de esta parte de la feminización del mundo actual, y digo de esta parte porque a este suceso lo acompaña algo que para la opinión de muchas no es tan celebrable ni beneficioso. Me refiero a la desfeminización de las mujeres, no en el sentido clínico por el que algunas optan, ni a la justa y urgente desfeminización de la crianza y educación de los hijos, los quehaceres del hogar y los cuidados de enfermos y ancianos en la familia .Hablo de la pérdida de ciertos aspectos o de la totalidad de la identidad femenina en pos de la igualdad.
A este respecto como a tantos otros, la literatura siempre oportuna y generosa me ayuda a ejemplificar de una manera más simple esta controversial cuestión:
<A sus cuarenta y cuatro años, la mujer que protagoniza esta novela se ha convertido en un auténtico «hombre» de negocios: gana doscientos mil euros al año y ha modelado su cuerpo, su tiempo, su lenguaje y hasta sus relaciones sexuales para conseguir tener tanto poder como un hombre, ser aceptada en sus círculos, ganarse su total confianza y convertirse, por fin, en uno de ellos.. echa la vista atrás y comprende que su éxito profesional es también el resultado de una monstruosa transformación personal>. ((Reseña publicitaria de la novela El último hombre blanco, Nuria Labari, 2022).
Esta es la experiencia de muchas mujeres en el todavía patriarcal mundo académico, laboral, profesional, político, empresarial, periodístico etc.. Las mujeres y sobre todo su feminidad siguen siendo mal vistas, su ingreso permanencia y ascenso en estos espacios depende sí, de su conocimiento capacidades y experiencia, pero también en mucho depende del grado de mimetización que ellas estén dispuestas a tener con el comportamiento masculino en la estructura patriarcal.
De ahí que no sean pocas las que por presión y coacción, o por conveniencia y comodidad e incluso hasta por convicción y decisión propia, terminan haciendo a un lado su yo femenino y feminista asumiendo una mentalidad y desempeño totalmente masculino, vertical y jerárquico en donde el pacto de hermandad entre mujeres no tiene lugar.
La “igualdad” que ese mundo androcéntrico ofrece a las mujeres es una especie de contrato no escrito, en el que ellas se comprometen a convertirse en uno de ellos a cambio de permitirles cohabitar en los altos mandos y recibir todos los beneficios que esto implica. Es en esa aceptación-conversión de ellas en donde los beneficios del feminismo y del patriarcado se unen lastimosamente, y es en esa seudoigualdad que muchas mujeres queriendo o sin querer van perdiendo su identidad propia.
Y cuando hablamos de nuestra identidad estamos hablando de raíces familiares, sociales y culturales, pero también de feminidad, ideas, ideales, convicciones, conocimientos, gustos, y pasiones, todo lo cual no debería verse comprometido ocultado o excluido en el camino hacia nuestra autoconstrucción de mujeres fuertes y exitosas. Tampoco a la hora de asumirnos como feministas.
En una ocasión escuché decir a una compañera en un juego de preguntas y verdades, que los placeres culposos a los que había tenido que renunciar como militante feminista eran su pasión por vestirse elegante y femenina, y leer novelas románticas.
Personalmente no pienso que la lucha feminista requiera que renunciemos a los aspectos que nos gustan de nuestra feminidad, creo que a efectos reales los gustos personales son en realidad irrelevantes a nuestro activismo.
“Feminismo y feminidad no se excluyen mutuamente. Es misógino sugerir lo contrario. Por desgracia, las mujeres han aprendido a avergonzarse y disculparse de los intereses que tradicionalmente se consideran femeninos, cuentos como la moda y el maquillaje”, dice la escritora y feminista nigeriana Chimamanda Ngozi.
Decir que una auténtica feminista no puede andarse con feminidades emocionales ni de ningún tipo, es un estereotipo patriarcal que lamentablemente muchas mujeres feministas y no feministas dan, por cierto.
La periodista escritora y activista libanesa Joumana Haddad, dice algo muy interesante a este respecto en su libro Yo maté a Sherezade: Confesiones de una mujer árabe furiosa.
…” ¿no es la desfeminización de las mujeres el acto de rendición por excellence ante el chantaje de los hombres y su visión superficial de la entidad femenina?”.
Cada una tendremos nuestra propia respuesta a esta interrogante.
En cuanto a la feminización del mundo de la que nos habla Marcela Lagarde, es sin duda el necesario inevitable e imparable proceso para el avance de la humanidad, no obstante, la masculinización del pensar y hacer de una mujer y su pasar por encima de otras mujeres para lograr sus objetivos, no debe y no puede ser la piedra de obstáculo en el camino de esta evolución.
Creo en una feminidad propia, pensada, elegida y disfrutada, pero sobre todo en una feminidad que va más allá del arreglo personal y los gustos, me refiero a una feminidad llena de affidamento y sororidad genuina,
Porque al l final del día nuestra convicción, filosofía, ética y compromiso feminista no depende de que tan más o que tan menos femeninas seamos,lo que si es indispensable es que que nuestra lucha antipatriarcal, anticapitalista, anticlasista y antirracista ya sea que la hagamos o no en tacones altos vestidos rosas y moños en el pelo, esté vacunada contra las astutas argucias del sistema patriarcal.
Cierro citando de nuevo a Joumana Haddad: “Tenemos que ganar nuestras batallas por nosotras mismas, sin condiciones, alteraciones, acuerdos o cesiones de lo que nos constituye como mujeres. Ésta es, en mi opinión, la nueva Feminidad árabe, y hasta la nueva Feminidad Universal que necesitamos hoy”.
Galilea Libertad Fausto.
Créditos de la ilustración a quien corresponda.
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