“Es la hora inaugural de la historia
para las mujeres del mundo.
Es la hora de las mujeres”.
(Raymond Robins, Sindicalista Norteamericana
Congreso de la National Women`s Trade Union League 1917)
En la organización socio-cultural de la que somos partícipes, la historia de la humanidad que nos ha sido presentada, ha sido una historia unidimensional, donde las mujeres, su presencia, sus experiencias, han sido ignoradas, irreconocidas y excluidas durante los diferentes periodos del complejo societal; por ello, es posible afirmar que la historia ha sido relatada desde una perspectiva androcéntrica, universalizadora de la historia de los hombres como una historia de la humanidad, y donde incluso la limitada historia de las mujeres de la cual tenemos noción ha sido abordada desde una concepción androcéntrica.
Las mujeres reconocidas en la historia han sido aquellas masculinizadas, es decir, aquellas cuya acción estuvo condicionada por prácticas y conductas históricamente monopolizadas por los hombres, pues, en una organización sociocultural de tipo patriarcal, androcéntrica y falonarcicista, solo la masculinización de la mujer justificaría su participación en el relato histórico, no siempre celebrada y fundamentalmente sancionada.
Así, las mujeres a lo largo de la historiografía han sido concebidas como anónimas, o en caso de estar presentes será como objetos de la historia, sin embargo, pese a los intentos del patriarcado por ocultar y descalificar la participación de las mujeres en los diferentes momentos y escenarios socio-culturales, el feminismo orientaría sus esfuerzos a la vindicación de las mujeres como sujetos de la historia mediante la recopilación de testimonios, relatos, archivos, correspondencias, panfletos, actas de sesiones, lista de miembros, entre otras.
Estos hechos en su conjunto tendrían como objetivo “restablecer las mujeres en la historia, acabar con su exclusión y concederles a ellas, a sus acciones y pasiones el estatuto de objetos dignos de historia” (Rodriguez, 1997, p. 17). No obstante, estos intentos por vindicar y reconocer una historia de las mujeres no ha gozado de legitimidad, por el contrario han sido desestimados, excluidos y sus argumentos descalificados.
La historia de las mujeres encontrará detractores, quienes argumentarán que una historia de las mujeres es innecesaria pues ésta se encuentra contenida en la llamada historia de la humanidad, la cual en realidad es la historia de los hombres, blancos, heterosexuales y poseedores de recursos económicos. La historia de las mujeres tendrá unas especificidades que refieren a su participación en los procesos, ámbitos y situaciones, pero también como dicha participación o ausencia es relatada por ellas, como son vivenciados y experimentados los procesos socio-políticos por las mujeres, que efectos han tenido estos en sus vidas, entre otros.
Pero el tratamiento dado por parte del feminismo a la historia de las mujeres, se orientaría a su abordaje desde la recopilación y estudio de las ideas desarrolladas y mantenidas sobre la mujer, emanadas de pensadores hombres desde una lógica androcéntrica, es decir, se ha considerado historia de las mujeres la forma en que filósofos y otros autores han pensado, escrito y manifestado sobre las mujeres, razón por la cual tenemos una historiografía feminista que reproduce las opiniones misóginas que los hombres han transmitido a lo largo del proceso histórico social.
No obstante, este tratamiento dado a la historia de la mujer desde el feminismo, puede argumentarse en la necesidad de comprender esas ideas que dominaron el pensamiento a lo largo del proceso histórico social y que direccionaron la presencia o ausencia de las mujeres en los diferentes hechos y episodios socio-políticos desarrollados en un tiempo y espacio determinado, pues:
Solo analizando, y reconstruyendo, genealógicamente, las interrelaciones poder/saber que ha dado lugar a las concepciones de <<la mujer>> podremos a la vez develar la genealogía patriarcal de muchos discursos supuestamente neutros y universales, y adentrarnos en la recreación-fabulación de una genealogía propia que legitime nuestra imagen y nuestra palabra. (Rodriguez, 1997, p. 10-11)
Sin embargo, este abordaje tendría como consecuencia la prolongación y continuidad de la invisibilidad de las mujeres en la historia, el desconocimiento de la participación y/o ausencia de las mujeres en procesos históricos específicos, el rol que desempeñaron en estos, como así mismo, los efectos, transformaciones, e influencia de la tradición desencadenados en los espacios privados y públicos, definidos como escenarios por excelencia de realización de lo social.
No obstante, así como estos discursos misóginos y androcéntricos limitaron y coartaron la activa participación de las mujeres en los espacios públicos, y promovieron la ocultación deliberada de aquella presencia de las mujeres que si tuvo lugar en lo público, así mismo, estos discursos desarrollados por mujeres y en menor medida por hombres en favor de la vindicación de los derechos de la mujer, motivaron la participación activa de estas en los espacios que por tradición le fueron negados.
Entre ellos podemos reconocer la emergencia de la Querelle des femmes (Querella de las mujeres) como corriente del pensamiento orientada a develar las inequidades a las que se encontrasen expuestas las mujeres, así mismo, el uso público de la razón de las mujeres en los salones, donde:
De manera informal, se reunían las personalidades vinculadas al poder y a la cultura del momento y debatían, bajo el pretexto del entretenimiento, cuestiones importantes e interesantes. El salón más conocido fue el de la marquesa de Ramboullet que, por los años veinte del siglo XVII, abría sus puertas en parís, en una rica mansión cerca del Louvre. Curiosamente en los salones, un mondo clásico, galante y refinado, eran las mujeres las anfitrionas, las que organizaban estos encuentros de la elite social, intelectual y artística como si ésta fuera, y en realidad lo era, la única posibilidad que tenían de acercarse al poder y a la cultura. (Rodriguez, 1997, 94)
Aunada a la experiencia de las mujeres en estos salones, las primeras organizaciones de mujeres de orientación feminista organizadas para defender los derechos de la mujer emergerían en la década de 1790, posterior a la explosión social manifiesta en las revoluciones americana y la revolución francesa, es decir, la organización de las mujeres no se produce de manera aislada, por el contrario, se alimenta de los procesos e ideas de revolución desarrollados en su escenario social.
De esta manera, la lucha de las mujeres desde una perspectiva feminista puede ubicarse tiempo-espacialmente con la Declaración de los Derechos de las Mujeres, elaborada y presentada por Olympe de Gouges, por la cual fuese ejecutada en 1793, hecho que pone de manifiesto las limitaciones, renuencia y coacción impuesta a la participación de las mujeres en los espacios públicos.
Tras la emergencia de este documento revolucionario y desafiante de las normas y tradición androcéntrica hasta el momento imperante, las asociaciones, clubes y lugares de reunión para las mujeres que se organizaron inspirados en los ideales de libertad, igualdad y fraternidad, serían disueltas por decreto, al ser sus demandas de igualdad de derechos en lo político, lo educativo y lo laboral consideradas amenazas al orden social impuesto y al poder patriarcal.
Ahora bien, la participación de la mujer en lo público no puede describirse como una participación única e indivisible, por el contrario, si bien se le denomina “participación de las mujeres” de manera general y abstracta, esta participación tendría particularidades dadas por un tiempo-espacio específico, la pertenencia de la mujer a una clase social, religión, preferencia sexo-afectiva, raza o etnia, ubicación geográfica, postura política, entre otros elementos capaces de condicionar-modificar dicha participación; por ello, asumir la participación de las mujeres desde un único lugar contribuiría a invisibilizar la diversidad de mujeres y sus experiencias.
En el caso específico que nos ocupa, sería de las condiciones de clase y la tenencia de recursos que emergerían dos facciones de la lucha por los derechos de la mujer, pues no todas las mujeres tuvieron acceso a estos discursos producidos desde las élites; las consumidoras de estos discursos fueron las mujeres burguesas que se desenvolvían en los espacios donde se discutían asuntos políticos, como los clubes y donde el discurso pudo calar a sus vidas y ser identificado con su experiencia, desde la cual se promoviera su acción social. Entre ellas podemos identificar:
Las sufragistas, mujeres pertenecientes a las clases media y alta, con acceso a la educación y al discurso de emancipación emanada de las filosofas y pensadoras por la vindicación de la mujer, las sufragistas asumieron que mediante el reconocimiento de las mujeres en la constitución y el otorgamiento del derecho al voto se alcanzaría consecuentemente la igualdad perseguida en los distintos ámbitos de la vida social.
Estas mujeres denominadas sufragistas se organizarían en una pluralidad de organizaciones, en diversos países del mundo, entre ellas el Congreso Internacional por los Derechos de las Mujeres (Paris, 1878), Congreso Feminista Internacional (Paris, 1896), Congreso Internacionaal sobre las Condiciones y los Derechos de las Mujeres (1900), Conseil National des Femmes Francaises (1901), Women`s Social and Political Union (1903), National Union of Women`s Suffrage Societies (NUWSS) que contaría con 480 sociedades y 53.000 mujeres afiliadas. Union Francaise pour le Suffrage des Femmes (1909), National Women Suffrage Asociation (NAWSA), Union Francaise pour le Suffrage de Femmes (1914), Woman`s peace party (WPP) que contrarian con 25.000 afiliadas. Woman`s Section of Navy League (1916) que declaro 1.000.000 afiliadas.
No obstante, esta lucha de las mujeres pertenecientes a las clases altas, su la búsqueda de obtención de derechos civiles, al voto, y el trabajo femenino generó reacciones sociales significativamente negativas, principalmente el temor o paranoia social a la masculinización de la mujer, el cuestionamiento, la sanción moral y la hostilidad, al vincular a la mujer y sus intentos de emancipación a la inmoralidad, la homosexualidad o perversión de la sexualidad.
Las sindicalistas y huelguistas, mujeres proletarias, obreras, pertenecientes a las clases más desposeídas, que al no tener acceso a los discursos filosófico-políticos de emancipación femenina producidos en el seno de la burguesía,ni a la herencia de los clubes femeninos, su participación en lo público sería tardía, al igual que la toma de conciencia de su situación de excluidas.
En el contexto de industrialización capitalista, la mujer fue incorporada masivamente y convertida en proletariado femenino, por ello, para las proletarias, contrario a las mujeres pertenecientes a las clases altas, la motivación real de participación y lucha político-social en el espacio público emerge entonces como respuesta a la explotación a la cual estarían sometidas, como así mismo, las condiciones de pobreza, pauperismo, la feminización de la explotación y las condiciones de vida y de trabajo sub humanas; hechos en su conjunto que motivarían la organización de proletarias en sindicatos, en los cuales frente a la desatención de sus demandas de vindicaciones de orden laboral y salarial, la huelga se erigió como el instrumento de protesta por excelencia.
Estas mujeres se organizarían en distintos lugares del mundo en organizaciones como: Las Mujeres del Partido Laborista (1907), Groupe de Femmes Socislistes, entre otras.
Ahora bien, estas organizaciones de mujeres, ya fuesen sufragistas o sindicalistas huelguistas, su participación en lo público se manifestaría no solo frente a la situación de la mujer, intentarían participar en otros espacios, en apoyo o rechazo a candidaturas políticas, como así mismo, la definición de posturas frente a los procesos bélicos, que no serían ajenos a ella y su realidad social, entre ellas Clara Zetkin, quien en la Conferencia Internacional celebrada del 26 al 28 de marzo de 1915 condenaría vehementemente la guerra capitalista.
Así mismo:
Del 28 de abril al 1 de mayo de 1915, 800 Holandesas, 28 Alemanas del grupo de Anita Augspura, 47 Norteamericanas, 16 Suecas, 12 Noruegas, 2 Canadienses, 1 Italiana, 3 Belgas y 3 Inglesas protestan contra la guerra y discuten, mucho antes de los 14 puntos de Wilson, las condiciones de paz futura y permanente: arbitraje obligatorio, respeto por las nacionalidades, educación pacifista de los niños y también sufragio femenino. (Duby, 1993, p. 88)
No obstante, en este contexto, la manifestación de posturas políticas contrarias al pensamiento y poder dominante desencadenaría la prohibición del uso público de la palabra a las mujeres, ejemplo de ello sería Luise Zietz responsable de la Organización Nacional de Mujeres.
Sin embargo, la organización de mujeres en grupos de presión política tuvo severas dificultades pues estas al no poseer derechos políticos formales, pero tampoco informales, es decir al ser sancionadas moralmente por sus intentos de emancipación no podían constituirse en grupos y organizaciones políticas concretas.
Además de ello, la organización de mujeres estaría significativamente fracturada al no compartir los mismos principios ni perseguir los mismos objetivos; la lucha de las mujeres obreras, proletarias, organizadas en la facción de sindicalistas y huelguistas, tendrían como objetivo y propósito la regulación del trabajo, principalmente el trabajo fabril donde serían explotadas con más énfasis las mujeres, pues como sostendría Mabel Atkinson en 1914: Las mujeres de clase obrera, a diferencia de las mujeres de clase media, no se sentían excluidas del trabajo, y que no pedían el derecho a trabajar, sino más bien, la protección contra la interminable carga de trabajo.
Por su parte, el feminismo sufragista se preocuparía por la obtención del voto, pues la supervivencia para las mujeres de su clase no sería un problema, por lo cual ignorarían la experiencia femenina de la pobreza y la explotación asalariada; el feminismo sufragista, feminismo burgués, obvió la situación de sus compañeras, la feminización de la pobreza y la explotación despiadada que experimentasen, la cual, las llevase inclusive a la mendicidad y a instituciones benéficas para poder sobrevivir.
Es en este contexto que los cambios y modificaciones en la situación de la mujer no pueden ser solo atribuidos a la lucha feminista expresada específicamente para esa época en el sufragismo y el sindicalismo, por el contrario se articularon e influenciaron por episodios históricos específicos, entre los cuales podemos considerar la primera guerra mundial, en la cual se dio masivamente un proceso de feminización de la mano de obra para sustituir el ausentismo masculino producto del desplazamiento bélico.
Cabe aquí entonces preguntarnos: ¿Tuvo realmente el feminismo y sus intentos de emancipación real incidencia en la cotidianidad de las mujeres y su inserción masiva al trabajo remunerado, o por el contrario puede adjudicarse al proceso bélico? ¿Pudo más el ideal nacional y el llamado a sustituir a los hombres en los puestos de trabajo que el llamado feminista?
Culminada la primera guerra mundial se genera un proceso de desmovilización de las mujeres, se promueve, incita y motiva el retorno al hogar, la devolución de los puestos de trabajo a los hombres que regresan al combate, se exalta la feminidad, “perdida” de la mujer asalariada durante el proceso bélico.
Así mismo, antes de la segunda guerra mundial el sufragio femenino solo se había concedido en Australia, Finlandia, Nueva Zelanda, Noruega, Dinamarca, Holanda y la Unión Soviética, en 1918 se otorgó en Suecia, Gran Bretaña, Austria, Alemania en 1918 mediante Decreto del Consejo de Representantes del pueblo, en 1919 es aprobada en el senado de Estados Unidos la 19ª enmienda, la cual sería ratificada en los 36 estados restantes a lo largo de 14 meses, y 1920 Canadá.
Pero, ¿Coincidió el reconocimiento del sufragio femenino con el proceso de desmovilización femenina generado por el fin del proceso bélico? ¿Responde entonces la concesión del voto femenino a un mecanismo de silenciar y neutralizar la lucha de las mujeres y lograr un pacífico retorno al hogar?
Bibliografía
Giddens, Anthony. (2000) Sociología. Alianza Editorial, Madrid.
Duby, Georges & Perrot Michelle. (1993) Historia de las mujeres. Tomo 5, El siglo XX. Taurus, Buenos Aires.
Rodriguez, Magda. (1997) Mujeres en la historia del pensamiento. Editorial Anthoropos, Barcelona.
Socióloga Esther Pineda G.
estherpinedag@gmail.com