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miércoles, 4 de junio de 2014

La jerarquía eclesiástica y su alejamiento de la realidad de la mujer (II /4)


Seguimos con el pensamiento de los padres de la iglesia y el efecto en la vida de las mujeres, lo tomamos del libro de Uta Ranke Heinemann  “Eunucos para el reino de los cielos”  de la Editorial Trotta . Madrid, 1994.  Nos interesa resaltar el fragmento en el que consagra la virginidad de María.


La sobrevaloración rigurosa del celibato y de la abstinencia frente al matrimonio se da ya en la corriente estoica y alcanza su culmen en el ideal cristiano de la virginidad.
El estoico Séneca, dice (…): «El amor por la mujer de otro es vergonzoso, pero también es vergonzoso amar sin medida la propia mujer.
Nada hay más degenerado que amar la propia esposa como si fuera una mujer adúltera. Todos los varones que afirman unirse a una mujer para tener hijos por amor al estado o al género humano deberían, al menos, tomar ejemplo de los animales y no destruir la descendencia cuando el vientre de sus mujeres se redondea.
 Nos recuerda que Juan Pablo II (f 2005) habló también del adulterio con la propia mujer.

Los estoicos del siglo I son, pues, los padres de la encíclica de la píldora publicada en el siglo xx. Musonio (coetáneo de Seneca) rechaza expresamente la contracepción. Partiendo de este principio, se pronuncia igualmente contra la homosexualidad. El acto sexual sólo tiene sentido si es un acto procreador.
El acto conyugal queda delimitado y ceñido al ámbito del placer carnal sin posibilidad de integrarlo en otra categoría, pues pesa sobre él la desconfianza que acecha toda tendencia a la satisfacción de los sentidos. La concepción de que el acto conyugal deba ser un acto procreador y que, si no es así, hay que verlo desde la categoría negativa de placer y, en modo alguno, desde la categoría del amor, ha marcado honda y duraderamente al cristianismo.
Fue San Jerónimo (f 419/420), padre de la Iglesia, quien proporcionó esta fundamentación bíblica a la ascesis sexual en su texto sobre la vida de Tobias , que se salvaría de la muerte por mantenerse sin relaciones con su esposa los tres primeros días de casados (pág. 19)
Nos cuenta como “el obispo de Amiens y el párroco de Abbeville cobraban una tasa a los jóvenes esposos que no deseaban atenerse a las tres noches de Tobías, sino que querían unirse maritalmente ya desde la primera noche. (pág. 16 s)
Las últimas resonancias de esta concepción del matrimonio en cuanto comunidad que tiene como finalidad esencial la procreación se suprimieron en el derecho canónico sólo en 1977: para que el matrimonio sea válido ya no es necesario, desde entonces, que el varón sea capaz de procrear, basta que sea capaz de realizar el acto sexual.
 A la idea de que no hay otra posibilidad de acercamiento permitido por Dios, que no sea bajo el matrimonio y con el fin de la procreación se añade la culpabilización de la mujer como ser tentador, impuro e incompleto.
El concepto de los padres de la iglesia es tan lejano a la mujer que el modelo que nos propone, la madre de Dios lo desnaturaliza haciéndola virgen.  Se sirve para intentar demostrar esta insensatez de un fragmento que apuntamos: El correspondiente texto dice así: «La comadrona salió de la gruta, se encontró con Salomé y dijo a ésta: "¡Salomé, Salomé! Tengo que hablarte de un espectáculo que jamás había tenido lugar con anterioridad. Una virgen ha dado a luz, cosa que la naturaleza no permite". Salomé replicó:
"¡Vive el Señor, mi Dios, que si no meto mi dedo y examino el estado de ella no creeré que una virgen ha parido". Salomé entró e... introdujo un dedo para explorar a María. Emitió un grito de dolor y exclamó: "¡He tentado al Dios vivo y mi mano cae destruida por el fuego!". Oró al Señor, y he aquí que un ángel del Señor se presentó delante de Salomé y le dijo: "El Señor Dios ha escuchado tu súplica. Acércate, toca al niño y se producirá la curación". Salomé lo hizo así, quedó curada como había pedido, y salió de la cueva» ( pág 313 y 314 )
Sorprende lo poco conocido del texto para la importancia de lo que sustenta. También nos indican que María dio a luz sin dolor para diferenciarse del resto de las mujeres.
Sorprende también como quieren plantear virtudes a María, pero con limitaciones: Tomás de Aquino: «Es indudable que la Virgen bienaventurada recibió de forma sobresaliente el don de la sabiduría» (S. Tb. III, q. 27 a. 5 ad 3).(…) «ella poseyó el uso de la sabiduría en la contemplación, pero no el uso de la sabiduría respecto de la enseñanza»
¿Pero cuáles eran las características del resto de las mujeres?
La difamación de las mujeres en la Iglesia tiene como fundamento la idea de que las mujeres son algo impuro en relación a lo sagrado. Según la estimación clerical, las mujeres son personas de segunda clase. Clemente de Alejandría (f antes del 215) escribe: «|en la mujer| la conciencia de su propia naturaleza tiene ya que provocar en ella sentimiento de vergüenza» (pág. 119) 
Es tremendamente impactante el desconocimiento y horror que a los padres de la Iglesia les proporcionaba la menstruación y su sangre:
Los judíos y los paganos de la antigüedad estaban convencidos de que la sangre de la menstruación tenía un efecto letal. Para Filón el efecto venenoso del flujo daña el semen hasta el punto de impedir la concepción. El romano Plinio (f 79 d.C), cultivador de la ciencia de la naturaleza, prohibe las relaciones con la mujer que tiene la regla porque los niños concebidos en tal momento son niños enfermos, tienen la sangre infectada o nacen muertos
Los grandes teólogos del siglo XIII, como Alberto Magno, Tomás de Aquino y Duns Scoto, condenan la relación durante el menstruo como pecado mortal en atención a las consecuencias desastrosas que padecerían los hijos. Bertoldo de Ratisbona (f 1272), el predicador más célebre del -siglo xiii, afirmaba con toda claridad ante sus oyentes: «Los hijos concebidos en ese tiempo no te darán ninguna alegría porque o estarán poseídos por el demonio o serán leprosos o epilépticos o jorobados o ciegos o contrahechos o mudos o idiotas o tendrán una cabeza deforme como un mazo
En Occidente la actitud fue más moderada. El papa Gregorio Magno (f 604) no prohibió a la menstruante entrar en la iglesia o recibir la comunión, pero alabó a las que no lo hicieran. Él retenía que la menstruación es la consecuencia de una falta. Dice así: «No se debe prohibir a la mujer entrar en la iglesia. Ni se la debe prohibir acercarse a la sagrada comunión en el tiempo de la regla. Pero hay que alabar a la mujer que, movida por un gran respeto, no lo hace.

La menstruación se presenta como un impedimento fatal para que la mujer pueda acceder al ministerio eclesiástico. Teodoro de Balsamón, (.), escribía en el siglo xii: «En otros tiempos, las leyes de la Iglesia autorizaban la ordenación (consagración) de las diaconisas. Estas mujeres tenían acceso al altar. Pero reparando en su impureza mensual, se las excluyó del culto y de su ministerio en el santo altar.


1. Uta Ranke Heinemann  “Eunucos para el reino de los cielos”  de la Editorial Trotta . Madrid, 1994

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