Confirmación del año 1973, el 27 de Marzo, ordenada por el Obispo de Zamora |
En nuestra porción de mundo, que por otra parte ha tenido influencia en el mundo todo, los valores judeocristianos han primado y sido base de las construcciones culturales.
Nos indica Uta Ranke Heinemann1,
teóloga alemana, como, basándose en varios filósofos de la antigüedad la iglesia
Católica ha tomado la sexualidad como un gran pecado, un gran pecado para toda
persona pero sobre todo para la mujer, del que difícilmente podría ser
perdonada.
Como
comienzo nos indica un veredicto reciente : “En
la audiencia del 14 de julio de 1981, el tribunal de la ciudad de Hamburgo,(…),
condenó a Henning V., redactor jefe de una revista satírica, a pagar una multa
pecuniaria (…)por ofensa a las convicciones religiosas y ultraje a las
instituciones de la Iglesia. El tribunal razonaba así su sentencia: «La fe
cristiana, que es fe en la persona de Jesucristo… ( …) Afirma también que
Jesucristo es el redentor y que su vida es inmune a todo pecado y placer». (…)
el tribunal decidió «en nombre del pueblo» que Jesús era un redentor
completamente ajeno al placer” (…) “Todo parece indicar, pues, que las
autoridades jurídicas están de acuerdo con la antigua doctrina católica según
la cual no hay placer sexual sin pecado.” (pág. 9)
Hacemos notar que nos estamos refiriendo a
1981.
La aversión de Jesús al placer tuvo también sus consecuencias en la
imagen que los teólogos se formaron del resto de las mujeres. Si exceptuamos
aquellas que dedican su vida a la búsqueda (…) de la virtud de la virginidad, a
las demás hay que colocarlas en un plano de inferioridad porque no sirven más
que para traer hijos al mundo. Ahora bien, la procreación es impensable
sin el acto sexual, es decir, procrear es impensable «sin quedar manchadas por
el semen del varón». Desde esta perspectiva, el rechazo de Jesús al placer
tuvo igualmente su influencia nefasta en el matrimonio cristiano, inculcándole
desconectar, en lo posible, el placer y amenazándole, no pocas veces, con los
castigos del infierno si no se atenía a ello.
Cabe
apuntar que en nuestra España de 40 años con Franco no había, prácticamente,
otra opción que el matrimonio cristiano y que la influencia de estas ideas se
ampliaba a miles de colegios de monjas y curas y a los distintos institutos
públicos queriendo generar unos valores determinados en la juventud española
La aversión de Jesús al placer tuvo repercusiones, antes que nada, en la
vida marital de su madre: Jesús, ya desde antes de nacer, impone determinadas
condiciones a María para que pueda llegar a ser su madre (pág. 9)
Estos valores no fueron inventados por los
cristianos:
La hostilidad hacia el placer, la desconfianza hacia la sensualidad y el
pesimismo sexual es más bien una herencia recibida de la Antigüedad y que el
cristianismo ha contribuido en buena medida a conservar hasta nuestros días.
Se cuenta, por ejemplo, que Pitágoras (siglo VI a.C.) aconsejaba mantener
las relaciones sexuales en invierno, en modo alguno en verano, con moderación
en primavera y otoño; de todos modos, en cualquier estación del año que se
practique siempre sería nocivo para la salud. Y cuando se le preguntaba
cuál sería el momento más propicio para el amor, respondía: «Cuando uno quiere
perder fuerza» (Diógenes Laercio, Las vidas de los filósofos, VIII). También Sorano de Efeso (siglo II d.C),
médico del emperador Adriano, considera la continencia duradera como un factor
de buena salud y, según él, sólo la procreación justifica la actividad
sexual. Describe las consecuencias nocivas de todo exceso cometido al margen
de la procreación.
Michel Foucault (f 1984), en su obra Historia de la sexualidad, analiza
estos pensadores de la Antigüedad. A su parecer, la valoración estimativa de la
actividad sexual ha evolucionado hacia una negatividad creciente a lo largo de los
dos primeros siglos del cristianismo(…) Esta
limitación de la actividad sexual que se da en los dos primeros siglos del
cristianismo recibe su impulso del estoicismo, la corriente filosófica (…)que
domina aproximadamente desde el año 300 a.C. hasta el 250 d.C. (…)Sexualidad
y matrimonio llegan a ser uno y lo mismo.
Mientras los filósofos griegos concedían, en general, al placer una
importancia considerable dentro del ideal de la vida humana, los estoicos,
abandonaron esta concepción. Rechazaron la tendencia al placer. (pág.
14)
Esta aversión a la satisfacción tuvo una consecuencia (…): la actividad
sexual quedó enmarcada dentro del espacio interno del matrimonio.
Dada la desconfianza que rodea el deseo de placer y la satisfacción
carnal, se pone en cuestión el estado matrimonial y se exalta la vida célibe. El
matrimonio se presenta como una concesión a quienes no pueden contenerse, como
una transigencia con el placer de la carne en favor de aquellos que no pueden
prescindir de la satisfacción de los sentidos.
1.
Uta Ranke Heinemann “Eunucos para el
reino de los cielos” de la Editorial
Trotta . Madrid, 1994
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