“Quien te viera dijera: “Es solo una.” …Pero cuando yo te veo siento el amor y el apoyo de miles y entonces sé que no eres sólo una”.
Hace algunos días durante una conversación de grupo de la
que fui parte, una hija le dijo a su madre estas emotivas y significativas
palabras luego de que ella se disculpara, por no poder hacer mucho más para
ayudarla en sus batallas diarias.
En ocasiones no nos damos cuenta de lo tanto que nuestra
sola presencia puede beneficiar a alguien, y no estamos conscientes de toda la
fortaleza que transmitimos estando, escuchando…acompañando.
Hablando de nosotras las mujeres, a menudo muchas tenemos la
sensación de que lo que hacemos por la o las otras no es suficiente, que el
tipo de ayuda que damos en tiempos de necesidad como hija, progenitora, hermana,
amiga, compañera etc, no sirve de mucho.
Yo misma alguna vez me he sorprendido experimentando este
sentir y pensar en mi papel de mamá, amiga, activista feminista, o en cualquier
otro de los aspectos de la mujer que soy, especialmente cuando no puedo ir más
allá en mi aporte debido a todas las limitaciones que mi condición de
enfermedad y discapacidades físicas me imponen.
Algunas puede que tengan otro tipo de limitantes en su deseo
de ayudar, pero probablemente a todas en un momento dado nos llegue a producir
la misma sensación de insuficiencia.
De ahí que es tan importante recordar y recordarnos unas a
otras que diariamente vamos tejiendo la red de mujeres que nos sostiene, en
donde cada madeja de estambre y cada puntada es necesaria y útil.
Si no podemos no sabemos o no tenemos los recursos
necesarios para ayudar a resolver el problema de alguien, y lo único que
hacemos es escucharla está bien, a veces eso es todo lo que una mujer necesita
y de cualquier manera, una buena escucha es el principio y parte esencial de la
solidaria labor de apoyo.
El entramado femenino que constituimos y a la vez elaboramos
todas para acompañarnos, expresarnos y fortalecernos es rico y diverso.
Existen mujeres luz cuya sola presencia tiene la capacidad
de iluminarnos aún en la oscuridad más profunda de nuestros problemas. Otras
con el don de ser mujeres guía que con su innata madurez psicológica y
afectiva, nos muestran una perspectiva más amplia de lo que somos, de los demás
y de lo que sea que estemos pasando.
También hay mujeres brújula que nos ayudan a ubicarnos, a
reencontrarnos cuando nos extraviamos a nosotras mismas. Otras son mujeres
abrazo, sostén, vitamina, grúa, mujeres compañía que lo mismo están presentes
en la cima que en el suelo permaneciendo ahí, hombro con hombro hasta que nos
volvemos a poner de pie y si no podemos nos levantan y si no pueden, nos toman
de la mano…se acuestan en el lugar donde estamos caídas esperando con paciencia
y genuina empatía mientras nos transmiten su fuerza.
En el universo femenino también están las mujeres fe
esperanza y certeza, que nos recuerdan que a cada noche le sigue el día, que
fuimos creadas con la fuerza interior para superar lo que sea y salir adelante
como lo hemos hecho antes, y como lo haremos después porque la vida está hecha
de subidas y bajadas, de cuestas arriba y cuevas oscuras, pero haciéndonos ver
en todo momento que de cada una vamos saliendo más fuertes.
Del mismo modo existen las mujeres semilla que nos
reconectan con nuestras raíces divinas, con las de nuestras ancestras y con las
de la madre naturaleza recordándonos nuestra verdadera esencia sabia e
intuitiva, pienso por ejemplo en mis queridas maestras Germana Martin, Clarissa
Pinkola Estés y Jean Shinoda Bolen.
Y por supuesto las mujeres medicina, médicas herbolarias,
ginecólogas y parteras. Sanadoras generacionales que nos invitan y enseñan a
compartir experiencias, desahogarnos, escucharnos y acompañarnos para
fortalecer y sanar nuestro interior y el vínculo que nos une a todas.
Quizá somos una de estas mujeres dotadas con dones
especiales brindándolos generosamente a aquellas que nos rodean, para su
bienestar y la solución de sus problemas, o quizá no poseemos ninguno de estos
talentos extraordinarios, pero igual intentamos ayudarlas desde y con lo que
tenemos.
Y aquí es donde muchas podemos llegar a sentirnos frustradas
e insuficientes, cuando la magnitud y la complejidad de la situación que
atraviesa alguna de nuestras iguales súpera nuestras posibilidades,
capacidades, conocimientos y recursos.
Es entonces cuando debemos ser realistas entendiendo que la ayuda es un
proceso que se compone de diversas partes, y que en cada una se necesita una
persona específica.
En las diferentes problemáticas de desigualdad carencias
necesidades abusos y violencias que padecemos las mujeres (unas más que otras
dependiendo de la dificultad del contexto del que provienen y en el que viven),
requerimos de una red sorora que incluya la ayuda de familia, amigas, médicas, psicólogas, abogadas, sociólogas,
círculos de saberes femeninos, y grupos de apoyo para mujeres violentadas, así
como de acompañamiento espiritual, y también muchas veces de apoyo económico.
Por otro lado, es necesario que quienes nos dedicamos al
apoyo de mujeres en situaciones de vulnerabilidad y abuso, ya sea como
trabajadoras sociales, facilitadoras, asesoras de recursos, terapeutas o
consejeras tenemos la responsabilidad y el deber de estudiar, de tener la
preparación académica y emocional debida para realizar eficazmente nuestra
labor, en colaboración siempre con las demás profesionales que su caso
requiera.
Es este conocimiento el que también nos permite tomar la
distancia emocional y mental que necesitamos para no crear vínculos de apego y
de dependencia, para saber cómo proceder o no proceder en cada situación.
Capacitarnos y actualizarnos en el área transicional que desempeñamos en el
proceso de apoyo, nos da el bagaje para proporcionar oportuna y acertadamente a
nuestras mujeres las herramientas que realmente necesitan.
Así que si somos mujeres ayudando a mujeres ya sea como
familia, amigas, activistas sociales, feministas y/o profesionales
especializadas en determinadas áreas, etc., despojémonos de la errónea idea de
no ser de suficiente ayuda y la culpa que a esto le sigue.
Recordemos que acompañar no es solucionar el problema en individual, es una labor colectiva en la que algunas aportamos de una forma y otras de otra manera, pero ninguna contribución es poca incluso un abrazo en silencio y un hombro en el que llorar, puede hacer la diferencia. ¡No minimicemos nuestro apoyo ni el de las demás, en el proceso de ayuda todas somos importantes!
Galilea Libertad Fausto.
Créditos de la ilustración a quien corresponda.
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