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jueves, 17 de agosto de 2017

Soy más que mis manos. Los diferentes mundos de la mujer en la maquila.


Empezaré reconociendo el aporte metodológico que brindan las historias de vida para reconstruir las trayectorias laborales y cotidianas de las mujeres que participan en buena medida en la economía fronteriza en Tamaulipas con su labor en las maquiladoras, al igual que en aquellos lugares de México en donde se han localizado tales fuentes de empleo. Son estas historias las que permiten acceder a los rincones de la intimidad que muestran los sentimientos, esperanzas, temores y aflicciones de esas mujeres que comparten tantas cosas y que, de alguna forma, influyen en su manera de concebir y desarrollar el trabajo.

Considero que la ciencia social no se hace desde el exterior de quienes actúan o independientemente de ellos. Es necesario rescatar su propia perspectiva: su palabra y vida subjetiva individual. Las y los sujetos individuales y colectivos son sociales y mueven este ámbito, así que lo que existe de social interesa a nuestra mirada. Si penetramos en sus escenarios, pensamientos, ilusiones, deseos y palabras, es para rescatarlos y, si es posible, para hacer transitar lo social hacia una condición más digna. Quien entra a un lugar de la cultura o de la intimidad no debe hacerlo para ultrajarlo, corromperlo, sino para volverlo más humano, mínimamente para entenderlo en sus motivos y motores como lo instaura la perspectiva weberiana.

Las historias que rescatan Cirila Quintero y Javier Dragustinovis, tratan de la vida de cuarenta mujeres; de aquéllas que han invertido buena parte de su tiempo y existencia en un proyecto económico regional vinculado directamente a la economía internacional como es la maquila. Son historias de quienes han dejado la juventud –algunas desde los quince años–, con esperanza de mejorar la calidad de vida y sobre todo la salud. Mujeres que han renunciado a sus sueños de estudiar, de compartir los mejores momentos al lado de hijos y familia, al goce del tiempo libre, a vivir en condiciones diferentes.

Lo que el libro nos muestra es que las manos de las mujeres de la maquila en Tamaulipas fabrican balastras, juguetes, motores, volantes de automóviles, overoles, batas de médicos, partes eléctricas, entre otros productos. Son las mismas manos que limpian la casa, cambian pañales, bañan niños, atienden maridos, lavan ropa, preparan comida y a veces realizan otras labores para obtener un ingreso extra.

Así se mueven las manos de las mujeres que han venido a formar parte de las cifras que hablan del incremento de la participación femenina en la fuerza de trabajo en México, que se aceleró dramáticamente durante los últimos veinte años del siglo pasado en todos los rangos de edad y distintos estados civiles.

A ello se suma que la disminución en la tasa de fecundidad de las mujeres les permite dedicar más tiempo a sus labores extradomésticas, ya que ocupan menos años y menos horas a la crianza de los hijos. Lo mismo sucede con el hecho de que la propensión al aumento de las rupturas conyugales ha convertido a muchas de ellas en jefas de familia y que desafortunadamente por la persistencia en la segregación del empleo por sexo, o a la distribución desigual de los puestos de trabajo entre hombres y mujeres (hay tareas socialmente consideradas como propias de los hombres, mientras otras se suponen adecuadas para las mujeres), ubica a éstas últimas en los puestos de más bajos ingresos en la maquila.

Existe, además, entre las propias trabajadoras de la maquila, la idea generalizada de que sus manos son para trabajos delicados, no como las toscas manos masculinas que no sabrían desarrollar como ellas esa labor cotidiana en la fábrica.

No obstante, alguna de ellas señala que aprendió a pulir, actividad de hombre, labor de fuerza con los brazos, y que lo hizo tan bien que la ascendieron a supervisora de pulido en el área de volantes para automóviles.

Como ya se sabe, este tipo de industria ha sido generadora de empleo para gran cantidad de mujeres, ello no es por casualidad, pues representan la mano de obra más barata y fácilmente reemplazable. Sin embargo, es importante señalar que, pese al incremento de la participación femenina en la economía, esto no representa una mayor autonomía de las mujeres para tomar decisiones, ni la equidad de género. De hecho, tampoco implica la conquista de tiempo libre para las mujeres trabajadoras, ya que por las obligaciones familiares deben desempeñar una doble jornada laboral, dado que no existen las condiciones que hagan compatible el trabajo doméstico con el extradoméstico. Así, de acuerdo a cifras oficiales, en el 2003, 96.1% de las mujeres que participaban en el trabajo extradoméstico, efectuaban también actividad doméstica, y dedicaban en promedio 62.2% de sus horas semanales a ambas labores, de las cuales 24.8% corresponde al trabajo doméstico.

Pero ¿Qué significa ser mujer cuando se es madre y trabajadora en una maquila? De acuerdo al apartado "El hogar", que nos presenta el libro, es ésta la obligación que no perdona.

Quintero y Dragustinovis apuntan que el trabajo en la maquila no ha liberado a la mujer de sus labores domésticas: son ellas las que continúan cuidando a los hijos y encargándose del hogar; y si bien es cierto que hoy alcanzan más participación en las decisiones de la casa, no es porque cuentan con una pareja comprensiva, sino porque ellas han asumido el papel de padre y madre en muchos hogares. Han tenido que equilibrar el papel de trabajadoras y madres, y en este balance el tiempo resulta ser el reto principal a vencer.

La polivalencia requerida en la planta se repite en el hogar: "yo lavo, yo hago la casa, yo cuido bebés". La infinidad de labores hogareñas, donde el cuidado de los hijos resulta central, lleva a que las mujeres vean como una sola jornada laboral las distintas actividades que realizan diariamente. Para algunas, la jornada inicia con el alistamiento para ir a trabajar, para otras con el regreso al hogar después de trabajar toda la noche; no para dormir, sino para cumplir con sus actividades de enviar a los hijos a la escuela; es entonces cuando la noche se convierte en día y el día en noche.

El tiempo para descansar no existe, y el fin de semana es para ponerse al corriente de los quehaceres rezagados durante la semana. A pesar del desarrollo de las actividades, las evidencias muestran una insatisfacción y una culpabilidad de las trabajadoras por no cumplir del todo con sus actividades familiares y hogareñas; existen remordimientos por no ser la madre perfecta, la esposa ideal, ¿Pero, quién puede serlo cuando existen tantos roles por cumplir?

La realidad de las mujeres que laboran en la industria maquiladora es que no cuentan con el tiempo necesario para la recuperación de las energías gastadas durante la jornada asalariada; tal jornada cotidiana les implica levantarse entre las 4:30 y 5:00 de la mañana diariamente –algunas incluso los sábados–, preparar lonche, dejar listo el desayuno de los hijos, entre muchas actividades más, y correr a buscar transporte público que las lleve a la fábrica, pero que a esa hora va lleno y quizá no las levante para que puedan llegar a la maquila a las 6:30 de la mañana. Significa laborar bajo presión para cumplir con ciertos estándares de productividad que son generalmente más elevados de lo humanamente posible, además, realizar un trabajo repetitivo, siempre en la misma posición y que requiere en mucha ocasiones de grandes dosis de concentración para no accidentarse. Esto entraña posturas de trabajo incómodas, jornadas de más de ocho horas de pie, estrés y desgaste físico que a la larga, y a veces no tan a la larga, cobran factura.

Significa también, salir de prisa de la maquila para llegar a la casa a lavar ropa, preparar la comida del día siguiente para los hijos, ayudarlos con la tarea –si es posible–, limpiar la casa y dormirse lo más temprano que se pueda –que la mayoría de las veces no se puede–, para empezar al día siguiente la misma rutina. Eso si no se tiene otro trabajo adicional, como el de algunas de ellas que todavía cosen ropa en casa para obtener otro ingreso.

Esto es lo que sucede si acaso se tiene la suerte de cubrir un turno laboral por la mañana, porque si es el tercer turno las cosas son todavía más difíciles, ya que hay que batallar con un transporte público que las lleve a altas horas de la noche a la maquila, caminar a solas y con temor por calles obscuras donde ya otras mujeres han vivido incidentes de agresiones sexuales, y llegar a las empresas donde las casetas de vigilancia no están instaladas para proteger la seguridad y la integridad de las empleadas, sino para vigilar la seguridad de la producción.

A ello hay que sumar el problema de tener hijos pequeños que requieren mayor atención y necesitan guarderías para casi todo el día, mientras la madre está en la maquila; guarderías que, por cierto, no abundan.

La mujer asume que el varón cuenta con un tiempo privado para sí mismo y ejerce dominio sobre su tiempo libre; en cambio, la mujer lo tiene hipotecado.

Ésta ha asociado siempre lo privado con lo doméstico, es decir, el espacio en su casa cuando no está cumpliendo con una jornada de trabajo, pero en tanto realiza actividades en el hogar, como cuidar de los hijos, hacer la limpieza, organizando.

Pero lo privado no es igual a lo doméstico, pues aquéllos o aquéllas que disfrutan de algún tiempo privado es porque tienen resuelto de alguna forma lo doméstico, ya sea delegándolo a otra persona o resolviendo ellos o ellas mismas la infraestructura doméstica.

Entonces, carecer de vida privada no es sólo un matiz, sino un aspecto que incide en un desigual reparto de oportunidades personales hay consecuencias discriminatorias al efectuar la división entre lo público, lo privado y lo doméstico, ya que al asumir cada espacio, sea una responsabilidad masculina o femenina se está en contra de la igualdad de oportunidades.

En otras palabras, a la jornada pública de trabajo productivo, asalariado, bajo contrato, desempeñada en un espacio destinado para su ejecución, como la fábrica, se suma la jornada privada de trabajo reproductivo que realizan las mujeres en el ámbito doméstico, como una obligación que la sociedad les ha impuesto en función de su sexo; una actividad que se constituye como socialmente no reconocida y por lo tanto no remunerada. Faenas ambas que representan la situación de opresión que vive la mujer en la cultura dominante.

En suma, hablar de la doble jornada laboral de las mujeres de la maquila es muy distinto a vivirlo: significa tiempo, tiempo que corre muy aprisa y rebasa las capacidades de cualquiera para hacer todo lo que se supone que hay que hacer durante las 24 horas. Significa además, como ya se mencionó: culpa, culpa por no dedicarle suficiente tiempo a los hijos, por dejarlos solos, por no educarlos ellas mismas, por ponerlos en manos ajenas; por no ser una buena madre y ama de casa, que se supone que es lo que todas las mujeres debemos ser.

Una de ellas declara: "Las mujeres somos bien responsables, porque las mujeres somos madres, esposas, y tenemos la obligación de lavar la ropa y hacerles la comida... llevarlos a la escuela, hacerle lonche al esposo. Todo eso. Y el hombre nomás se levanta y se va".

Los principales problemas que señalan las trabajadoras de la maquila son: el bajo sueldo que perciben por el esfuerzo realizado, las deficiencias del transporte colectivo y la inseguridad pública cuando tienen que trasladarse de noche o durante las primeras horas del día a trabajar.

En lo que se refiere al espacio de la vida y las identidades laborales, los testimonios de que da cuenta el texto nos señalan que la formación de identidades maquiladora es posible, aun con la inestabilidad que caracteriza a estas empresas. Los autores plantean que ya existen familias donde las hijas están trabajando en la maquila y se consideran familias de obreras.

A diferencia de la identidades laborales tradicionales, como las de los mineros o ferrocarrileros, el orgullo por el oficio no es tan evidente; es decir, se es obrera por necesidad, no por elección. Además, el ser mujer le concede al espacio laboral otra perspectiva; ellas entrelazan cambios en su fábrica con etapas vitales, es decir, la introducción de tecnologías y la elaboración de productos se entremezclan con el nacimiento de los hijos, la celebración de cumpleaños, matrimonios, fiestas y otros eventos. A partir del trabajo, la mujer no sólo se identifica como trabajadora de estas plantas, sino reconstruye su vida y sus proyectos.

Estas mujeres tienen ya una experiencia sindical, algunas son delegadas del sindicato y están comprometidas con el mismo. Muchas de ellas han renunciado a sus estudios porque la necesidad las obligó a migrar y luego a trabajar. Lo que pasa, dice una de ellas, es que la gente se sale a buscar la vida donde haya más vida.

Pero luego viene el problema de la edad, porque en las maquiladoras las quieren de menos de 30, y a la gente de 40 la hacen a un lado, dice Rita. No obstante, reconoce que las maquiladoras han progresado por el trabajo de las mujeres.

"¿Y de casualidad" dice otra de ellas "no las quieren de 90–60–90?, porque para trabajar no se necesita la edad sino que quieras trabajar, el empeño, las ganas que tengas".

"Las expectativas" es el último apartado del texto, y trata sobre los sueños, las insatisfacciones los retos y los sentimientos que albergan los corazones de las mujeres de la maquila. Aquí se percibe su aceptación al trabajo como una necesidad, como una elección; el miedo a envejecer por temor a perder el empleo, los esfuerzos por completar el gasto dado el poco sueldo que reciben, así como la necesidad de ser reconocidas por la empresa gracias al esfuerzo; el deseo de ganar más, y la certeza de que a pesar de ser un empleo intensivo con bajos salarios, las maquiladoras siguen siendo la fuente principal de trabajo para estas mujeres; y seguirán allí hasta que las liquiden o hasta que las maquiladoras se vayan.

Mientras tanto, las manos de las mujeres de la maquila continúan moviéndose en los distintos ámbitos de las labores cotidianas: la fábrica y la casa, para responder a los fuertes requerimientos que una sociedad basada en criterios paternalistas y masculinos les han marcado.

A estas mujeres la sociedad les exige ser trabajadoras excelentes, madres modelo, sindicalistas participativas, ciudadanas responsables, etc. Ellas son evaluadas en función del cumplimiento de tales tareas. De no cumplir con ellas son sancionadas en el trabajo, en su sindicato y, por supuesto, en la sociedad en la que se desenvuelven.

Si bien, como dicen los autores, muchas de estas características podrían ser comunes a la gran mayoría de las trabajadoras mexicanas, la pertenencia a un espacio fronterizo, donde mucha de ellas son migrantes, y el trabajo en empresas vinculadas directamente a la economía internacional les asigna características muy propias a las respuestas que ellas dan a los requerimientos sociales.

Sus testimonios también señalan otro aspecto central: la absorción de la mayor parte del tiempo de las trabajadoras de la maquila en el cumplimiento de estas obligaciones sociales. El tiempo dedicado a las expectativas, a sus sueños, a sus planes, es mínimo. Para ellas todo es obligación, cumplimiento, responsabilidad pero pocas veces los evaluadores de esos comportamientos, y la sociedad en general, les pregunta acerca de sus expectativas y sus sueños.

No obstante, han aprendido a compaginar sus mundos no sólo para responder a exigencias sociales, sino para sentirse satisfechas y felices con ellas mismas, aunque la sociedad y sus empresas no les reconozcan los esfuerzos.

 Reseña de Gabriela García Figueroa sobre el libro cuya imagen se publica
Quintero, Cirila y Javier Dragustinovis (2006). Soy más que mis manos. Los diferentes mundos de la mujer en la maquila, México: Fundación Friedrich Ebert Stiftung, Representación en México y SJOIM (Sindicato de Jornaleros y Obreros de la Industria Maquiladora de Matamoros), 199 pp.




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