La dificultad para visualizar la violencia se debe a una serie de operaciones simbólicas que se utilizan para su ocultación, de manera que pueda ser admitida. Estas operaciones son: la naturalización, la invisibilización, la legitimación, la insensibilización y la banalización.
Todas ellas son mecanismos de protección ante la angustia que pueden provocar estas situaciones en quienes trabajan con mujeres. Estos mecanismos, efectivamente protegen a quien se enfrenta profesionalmente a estas situaciones, pero a la vez, le distancian y le dificultan la percepción y la comprensión de su tarea. De ahí la necesidad de detectarlos y desactivarlos para que no resulten un obstáculo en su quehacer profesional.
Esto se debe a que el abuso que aparece en una pareja, lo hace “de forma insidiosa, indetectable, con unos primeros incidentes de baja intensidad que no pueden calificarse como violentos por normales y por aislados. Estas primeras conductas resultan banales e inofensivas, pero poco a poco van creando un clima de coacción en el que todo adquiere otro significado, y van dando paso a manifestaciones más graves a la vez que debilitan a la mujer” (lorente Acosta, 2001).
Así mismo, el origen de la violencia hacia las mujeres, su desarrollo, su mantenimiento, las creencias y relaciones que la perpetúan tiene que ver con aspectos, mitos, creencias, prejuicios, actitudes presentes en la sociedad y en todos los sujetos que la componen.
las operaciones realizadas para invisibilizar la violencia deben ser detectadas y desarmadas, y esto requiere ejercer un juicio crítico sobre muchos e importantes mecanismos sociales y personales. Esta reflexión crítica debe ir dirigida a destacar la anormalidad de esas situaciones: “no debemos dejar que se instauren en las relaciones entre hombres y mujeres ese tipo de conductas impositivas que en un principio parecen ser totalmente inocuas, pero que por ese modelo de relación basado en un desequilibrio de fuerzas a favor del hombre, son consideradas como territorio al que nunca se renunciará” (lorente, 2001).
Múltiples dolencias y problemas psicofísicos considerados habitualmente como femeninos no son debidamente interpretados al desconocer su conexión causal con el sometimiento a relaciones de abuso, y por tanto pueden ser atribuidos, de forma estereotipada, a supuesto déficit o patologías de las mujeres.
Como se menciona en el libro Blanco de la Salud Pública de la Comunidad de Madrid, la Salud Pública desempeña una función de mediación entre lo individual y lo colectivo debiendo ejercer como traductor entre ambos lenguajes: medicalizar lo político, lo que implica traducir el coste en salud que suponen los problemas sociales como el que estamos abordando y politizar lo sanitario, es decir, transformar el conocimiento sobre la distribución de la violencia en medidas sociales y políticas para luchar contra ellas.
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