En contraposición, mujeres y hombres se quejan de que las mujeres se masculinizan en los espacios públicos y especialmente en los espacios políticos. Me asombra que la masculinización sea impropia aunque es notable que sólo es impropia para las mujeres. Casi nadie se perturba por la masculinización de los hombres. Pero volvamos a las mujeres. En una vertiente, el rechazo a la masculinización puede ser porque las mujeres migran de sus formas femeninas y dejan de ser verdaderamente femeninas, como un traición de género a los estereotipos naturalizados y normalizados y en otra, porque se considere inadecuada la masculinidad pública por su supremacismo, su autoritarismo y su sectarismo. Es posible que se critiquen aspectos tan graves como la corrupción, la violencia, el abuso de poder y la impunidad con la que actúan muchos hombres en los espacios público-políticos. Y qué decir de que además lo hagan por el bien de la comunidad, de las mujeres, de los niños y las niñas, por la libertad y la democracia.
Detecto también en esta queja contra la masculinización de las mujeres el anhelo de que las mujeres nos comportemos y actuemos de otra manera., ni femeninamente tradicionales ni como machos. Y, con una ceguera analítica no se observa que los espacios y las esferas políticas están marcados por la cultura política masculina y patriarcal y que las normas, las maneras de hacer las cosas, los procedimientos y las reglas de la política, su discurso y sus lenguajes están normalizados.
Para ser aceptadas con legitimidad, las mujeres que llegan ahí tienen que amoldarse a esa cultura. De no hacerlo la marginación será automática. Qué dilema. Si se adaptan deben hacer cosas con las que tal vez no están de acuerdo (desde el protocolo hasta la negociación política) si no lo hacen, ya saben.
Quienes han sobrevivido a estas contradicciones y con costos muy altos han sido mujeres muy hábiles, con una gran experiencia tanto en espacios políticos mixtos de formación, como son organizaciones y partidos, y en los movimientos y organizaciones de mujeres. Ellas pueden sintetizar su doble experiencia y avanzar siendo bilingües y biculturales. Sólo así es posible a la vez, desmontar la cultura política masculina e introducir como asuntos de interés general los intereses específicos de las mujeres y empezar a hacer política de "otra manera".
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