A propósito de la no violencia en contra de las mujeres, una tarea imprescindible es la de reaprender a amar. Si no logramos convencernos de que, aun en el más grande de los amores, nadie pertenece a nadie; si no nos preparamos a soportar y cargar frustraciones, celos y pérdidas, seguiremos presenciando los mal llamados crímenes pasionales que acaban con la vida de miles de mujeres y envenenan la existencia de niños, niñas y familias enteras.
Y digo "mal llamados", porque un crimen pasional es, ni más ni menos, un homicidio y, más exactamente, un feminicidio; o sea, uno de los crímenes más viles que existen y que, con esta denominación, pretende atribuirlo a un desbordamiento de amor; es decir, a una pasión amorosa: "la amaba tanto que la mató"...
Cuántas veces hemos oído esta frase, que busca disculpar a hombres cegados ante la pérdida de un amor -una pérdida que, muy a menudo, en una cultura tan patriarcal como la nuestra, se traduce en la pérdida de control sobre una mujer-, ante una infidelidad real o imaginada, ante la imposibilidad de reconocer que el famoso "siempre tú, sólo tú y nadie más que tú" o "si no es mía, no será de nadie" son solo mitos que circulan todavía en redes simbólicas como desafortunados temas de boleros, baladas, rancheras, tangos o telenovelas, produciendo estragos incalculables.
Sí, todos y todas, nosotras y ellos, tenemos que reaprender a amar, sabiendo además que este camino de saber decir adiós a un amor, saber separarse bien, probablemente con nostalgia pero sin rabia y sin odio, es diferente para nosotras y para ellos.
Claro, para los dos, tal vez la primera lección que deberíamos aceptar es que el amor es nómada, aventurero e imprevisible. Encerrarlo, enjaularlo sirve para una sola cosa: para matarlo. El amor no se deja domesticar y el día que nos enamoramos, que tomamos este enorme riesgo de amar, deberíamos recordar que el amor existe por su mismo carácter insaciable y móvil.
Así es, y esto es justamente lo que nos embriaga cuando caemos bajo su implacable poder. Miles de novelas de la literatura universal, miles de grandes películas, miles de obras de arte están allí para recordarnos este hecho. Sin embargo, no lo hemos podido aceptar aún.
Ahora bien, en el amor, el lugar de las mujeres y de los hombres es distinto. Para las mujeres se trata de lograr ser amadas, ser deseables y así calmar y colmar todas las carencias y cobrar a la vida lo que está no pudo darles a tiempo; entonces, para ellas la pérdida de amor es una prueba desmesurada en relación con su imagen identitaria, con su narcisismo: no fue capaz de retener el hombre que ama. Y es la depresión. Las ganas de morir.
Para el hombre que encarna una masculinidad hegemónica, cuando su amor se le escapa, las ganas que tiene no son las de morir, sino las de matar, real o imaginariamente, porque durante siglos para ellos el amor y el poder han estado tradicionalmente ligados. Y cuando pierde poder, pierde el control y esto representa aun un insoportable social porque, para la cultura patriarcal, las mujeres son objetos apropiables. "Es mi mujer. Mía. Me pertenece. Soy su hombre y no puede haber otro". Y no estoy inventando nada. Son frases corrientes de hombres autores de feminicidios. Sí, urgente reaprender a amar.
Reaprender a amar sin ansias de posesión debería ser un propósito para todas, pero sobre todo para todos; tal vez así empezaríamos a bajar las aterradoras cifras de feminicidios.
* Coordinadora del grupo Mujer y Sociedad
Florence Thomas
http://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-12392149
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