Te vas porque yo quiero
Que te vayas.
Y a la hora que yo quiero
Te detengo.
Yo sé que mi cariño te hace falta
Aunque quieras o no.
Yo soy tu dueño.
(Ranchera. La media vuelta. José Alfredo Jiménez)
Todo amor es fantasía;
Él inventa el año, el día,
la hora y su melodía;
Inventa el amante y, más,
la amada. No prueba nada
contra el amor, que la amada
no haya existido jamás.
(Machado).
Actualmente, la violencia doméstica se
ha convertido en una cuestión con una dimensión pública mayor que en otras
épocas debido a la gran cantidad de interpretaciones que sobre ella se
realizan desde diferentes instancias.
La idea de este artículo no es aportar
un análisis más sobre el tema, sino plantear una reflexión sobre un asunto
que nos afecta a todas las personas en alguna medida y que, en el caso de las
mujeres, es una de las muchas variables que sustentan las situaciones de
violencia. Me refiero al modelo amoroso de nuestra cultura occidental, al
mito del amor-pasión y a sus consecuencias en las relaciones de pareja
actuales.
Intentaré analizar brevemente este modelo y sus proyecciones en el
presente para plantear como hipótesis que uno de los factores (evidentemente
no elúnico ni el más importante) que facilita, fav orece y sustenta la
violencia de género más dramática y también las microviolencias cotidianas en
lasrelaciones de pareja, es el modelo de amor “romántico” presente en
n uestracultura. Mi reflexión comienza cuando observo que en los relatos de
las mujeres que han sufrido algún tipo de violencia por parte de su
pareja aparecen sistemáticamente elementos de esta idea del amor que he
llamado
romántico sobre el que estas mujeres han construido su universo y
su biografía.
La idealización del amor-pasión
Nuestra cultura
es excesivamente compleja como para explicar los asuntos de la pasión y el
corazón como si fuesen únicamente una cuestión de hipotálamo, de feromonas,
de olor corporal o de evolución (elegimos al más apto para procrear). Mi
experiencia en el campo de la clínica y la terapia
de pareja me hace pensar
que el tema del enamoramiento es mucho más complejo y tiene que ver, sobre
todo, con la construcción que nuestra cultura realiza sobre el amor. Explicar
cómo la ideología del amor y el cebo del romanticismo sustentan en nuestras
sociedades la estructura familiar supone, desde mi punto de vista, entender
cómo, a estas alturas de nuestra historia, el matrimonio y la pareja siguen
siendo núcleos fundamentales en la organización de nuestras
comunidades.
En una encuesta realizada por el sociólogo José Luis Sangrador
(1) aparece el dato significativo de que el 90% de las personas encuestadas
manifiestan que no se casarían con alguien del que no se sintiesen
enamoradas. ¿Cómo se consolida, pues, el matrimonio en sociedades no
utilitaristas y librepensadoras? Uniéndolo a la pasión. Lo que no parece que
aprendamos es que el amor novelesco triunfa sobre gran cantidad de
obstáculos, pero hay uno contra el que se estrellará siempre: la
duración.
Sin la idealización del amor-pasión es bastante probable que
nuestros escépticos y cada vez más laicos jóvenes no se unirían ni por lo
civil ni por la Iglesia para crear una familia. En todo caso, tendrían más
claro quee l matrimonio convenido para pagar el piso o la luz a medias,
construir una económica o tener hijos o mantener relaciones sexuales
es más una cuestión de contrato y no tanto una unión romántica o pasional.
Descubrir esta trampa, analizarla y asumirla genera bastante confusión en
nuestras vidas, algunas dificultades, frustración y muchas consultas. Lo que
más esquizofrenia produce en las parejas es que la pasión arruina la idea
misma de matrimonio precisamente cuando se les había presentado como
sustentadora y motivadora de él.
Para hablar de esta ideología del amor o
su construcción social me remito a un sociólogo e historiador suizo (2) y a
su ensayo El amor y Occidente. Para Denis de Rougemont, la cultura
occidental, a través de su lírica, nos presenta un modelo amoroso que tiene
una serie de características: la ideandel amor presupone el gusto por las
desgracias, por los amores imposibles (Tristán e Isolda, Romeo y Julieta), la
hiperidealización del amor y de la persona amada. De tal forma es así que el
amor feliz no tiene historia, sólo el amor amenazado y condenado es novelesco
y cinematográfico. Lo quenexalta el lirismo occidental no es el placer de los
sentidos ni la paz fecunda de la pareja, no es el respeto y el conocimiento
del otro, sino el amor como pasión sufriente.
El amor en la
literatura y el cine
En la literatura y el cine los personajes que
encarnan a los héroes románticos no se aman; lo que aman es el amor, el hecho
mismo de amar. Y actúan como si hubiesen comprendido que todo lo que se opone
al amor lo preserva y lo consagra en su corazón, para exaltarlo hasta el
infinito. Los amantes son más felices en la desgracia de amor que en la
tranquilidad cotidiana del afecto mantenido. Se necesitan uno a otro para
arder, pero no al otro tal y como es, y no la presencia del otro, sino más
bien su ausencia. Son los obstáculos más graves los que se prefieren por
encima de todo para engrandecer la pasión.
A veces no es el obstáculo lo
que está al servicio de la pasión fatal, sino que, al contrario, se ha
convertido en la meta, en el fin deseado por sí mismo. Pienso, por ejemplo,
en la sicología de los celos, deseados o provocados, solapadamente
favorecidos para volver a sentir como al principio, y en toda la literatura
que se ha generado en torno a ellos.
La literatura dotó de lenguaje a la
pasión. ¿Cuántas personas reconocerían el sentimiento amoroso si no hubiesen
oído hablar jamás de él? Pasión y expresión apenas son separables. A partir
del momento en el que el instinto se pierde, la pasión tiende a relatarse a
sí misma, sea para justificarse,
para exaltarse o simplemente para
mantenerse. La adopción de cierto lenguaje implica y favorece el desarrollo
de ciertos sentimientos: “mi vida ha sido una larga espera hasta
encontrarte”, “no puedo vivir sin ti”, “sin ti no soy nada”, “pasión que
aísla del mundo”, “quemadura suave”, “te quiero más que a mi vida”, “mátame
de pena pero quiéreme”.
Por supuesto que actualmente en la literatura y en el
cine se cuentan historias que nos dicen lo que pasa después del “fueron
felices y comieron perdices”, pero aquí estoy hablando de nuestros mitos. Lo
que hace que una historia se convierta en mito es precisamente ese imperio
que ejercen sobre nosotros y a pesar nuestro y generalmente sin que lo
sepamos.
Un mito es una historia, una fábula simbólica, simple y patente, que
resume un número infinito de situaciones más o menos análogas. El mito
permite captar de un vistazo ciertos tipos de relaciones constantes y
destacarlas del revoltijo de las apariencias cotidianas. En un sentido más
estricto, los mitos traducen las reglas de conducta de un grupo. El mito se
deja ver en la mayor parte de nuestras películas y novelas, en su éxito entre
las masas, en las complacencias y los sentimientos que despiertan, en
nuestros sueños de amores milagrosos. El mito de la pasión actúa en todos
los lugares en los que ésta es soñada como un ideal y no temida como una
fiebre maligna; en todos los lugares en que su fatalidad es requerida,
imaginada como una bella y deseable catástrofe. Vive de la misma vida de los
que creen que el amor es un destino, que nos ha de consumir con el más puro
y
más fuerte y más verdadero fuego, que arrastra felicidad, sociedad y
moral.
Vive de la misma vida que nuestro romanticismo.
Racionalmente,
sabemos que la pasión y el deseo se acaban, que la vida en común es
complicada e implica una negociación constante, que la convivencia transforma
irremediablemente el deseo; sin embargo, vivimos aún en la idea del mito del
amor-pasión que ha generado y genera un prototipo de relación.
Sabemos que el
amor es una cosa pero fantaseamos con otra: un amor eterno, único y
permanente en el tiempo.
Una construcción de Occidente
El mito
del amor pasional es una construcción de Occidente. En Oriente y en la Grecia
contemporánea de Platón el amor es concebido como placer, como simple
voluptuosidad física. Y la pasión, en su sentido trágico y doloroso, no
solamente es escasa, sino que además, y sobre todo, es despreciada por la
moral corriente como una enfermedad frenética.
El concepto de amor no existe
en China. El verbo amar es empleado sólo para definir las relaciones entre la
madre y los hijos. El marido no ama a la mujer, “tiene afecto por ella”. A
los chinos se les casa muy jóvenes y el problema del amor no se plantea. No
comparten las eternas dudas europeas: ¿es amor o no esto que siento?, ¿amo a
esta mujer, a este hombre o siento sólo afecto?, ¿amo a ese ser o amo al
amor? Tampoco sienten desesperación o dolor cuando descubren que han
confundido el amor con las ganas de amar. Un psiquiatra chino consideraría
síntomas de locura estas cuestiones. Mientras que en muchos países los
matrimonios son concertados previamente, en nuestras sociedades, la base de
una institución social básica, la familia, se fundamenta en el amor
romántico.
El ideal romántico construido culturalmente ofrece al individuo un
modelo de conducta amorosa, organizado alrededor de factores sociales
y psicológicos; durante nuestra larga socialización aprendemos lo
que significa enamorarse, le asociamos a ese estado determinados
sentimientos que debemos tener, el cómo, el cuándo, de quién y de quién no...
Algunos elementos son prototípicos: inicio súbito (amor a primera
vista), sacrificio por el otro, pruebas de amor, fusión con el otro, olvido
de la propia vida, expectativas mágicas, como la de encontrar un
ser absolutamente complementario (la media naranja), vivir en una simbiosis
que se establece cuando los individuos se comportan como si de verdad
tuviesen necesidad uno del otro para respirar y moverse, formando así, entre
ambos, un todo indisoluble.
Este concepto de amor aparece con especial
fuerza en la educación sentimental de las mujeres. Para nosotras, vivir el
amor ha sido un aspecto que empalidece a todos los demás. Nuestras heroínas
literarias como madame Bovary, la Regenta, Julieta, Melibea, la Dama de las
Camelias, Ana Karenina...viven el amor como proyecto fundamental de su vida.
La escritora Lourdes Ortiz (3) analiza cómo en la mayoría de estas historias
vemos que lo que para la protagonista es la vida entera, para el personaje
masculino es sólo una parte de su existencia. El amor como proyecto
prioritario y sustancial sigue siendo fundamental para muchas mujeres, sin el
cual sienten que su existencia carece de sentido.
A pesar de los cambios
profundos conseguidos en el siglo XX por el movimiento feminista, las
mujeres, en mayor medida que los hombres, asumen ese modelo de amor y de
romanticismo que nos hace ordenar nuestra biografía y nuestra historia
personal en torno a la consecución del amor. Muchas mujeres buscan aún la
justificación de su existencia dando al amor un papel vertebrador de la
misma, concediéndole más tiempo, más espacio imaginario y real, mientras que
los hombres conceden más tiempo y espacio a ser reconocidos y considerados
por la sociedad y sus iguales (4).
Mientras que, por lo general, solemos
elegir a las amistades entre aquellas que más nos gratifican, que más nos
respetan y que más compensaciones emocionales y afectivas nos reportan, sin
embargo, es posible que nos relacionemos a nivel de pareja con personas que
no sólo no nos gratifican, sino que nos llenan de amargura, sufrimiento y
daño físico y psíquico.
¿Cómo explicar la persistencia del amor o la relación
en estos casos? ¿Cómo se puede amar a quien te mortifica y anula? No es una
cuestión de irracionalidad, y me niego a creer que las personas, sobre todo
mujeres, que viven estas situaciones son tontas, masoquistas o descerebradas.
Es importante que comencemos a explicar esos amores patéticos y llenos
de sufrimiento, sacrificios personales y renuncias, sobre todo cuando,
en mayor o menos medida, muchas personas han vivido y soportado en
sus relaciones de pareja alguna que otra humillación, falta de respeto por
sus opciones u opiniones, limitaciones a la libertad, algún que otro
desprecio, presiones para hacer esto o lo otro, chantajes e
imposiciones.
La “espiral de violencia”
Las mujeres que “aman
demasiado”, aquellas que buscan el amor romántico obstaculizado por la
elección de personas difíciles, agresivas o controladoras tienen más
posibilidades de vivir en la violencia, consentirla y permanecer en ella,
porque esa relación es la que da sentido a su vida.
Una de las
características que tienen todas las historias relatadas por mujeres que
sufren maltrato es precisamente esa discontinuidad en la relación. No son
historias afectivas templadas por los años, sino que aparecen siempre
intervalos de paz y dolor, fases de “luna de miel” entre los episodios de
maltrato: hoy te maltrato y mañana te amo más que a mi vida, sin ti no soy
nada, perdóname, te quiero; todo ello acompañado de muestras extraordinarias
de cuidados y cariño hasta la próxima escena. Se le ha dado el nombre técnico
de “espiral de violencia”, en la que los episodios de maltrato son
cíclicos.
Cuando las mujeres se plantean abandonar al maltratador tienen
que reconstruir su nueva biografía en un contexto ajeno a sus tradiciones
y abandonar un lugar en el que se comportaban como amantes esposas y
madres.
Se trata de dejar su proyecto vital; renunciar al amor es el
fracaso absoluto de su vida, y es muy difícil que vean en ese cambio una
promesa de vida mejor. Las mujeres siguen interpretando la ruptura
matrimonial como un problema individual, como una situación estresante y
anómala y no como la liberación de una situación opresiva que, además, debe
ser tratada como problema colectivo y no individual. Y en este sentido, es
la sociedad la que debe rehabilitarse, la que debe ser llevada a terapia,
porque son las construcciones, las historias y los mitos de esa sociedad los
que están en el origen y la raíz del problema de la violencia
doméstica.
Nuestro modelo social es el máximo legitimador de éstos y
otros comportamientos, y como tal, la violencia doméstica será el plato de
todos los días si no somos capaces de cuestionarnos qué tipo de sociedad
genera maltratadores, qué sociedad genera esta patología del vínculo amoroso.
A su vez, debemos pensar qué tipo de cultura es la nuestra para que
mujeres capaces y adultas soporten, en nombre del amor, la humillación y
el sufrimiento; para que, en lugar de escapar de esas situaciones,
busquen soluciones peregrinas y absurdas como tener hijos, automedicarse
o disculpar a su pareja para no perder aquello que fundamenta su vida:
el amor.
Condenar la pasión en bloque sería querer suprimir uno de los
aspectos de nuestra creatividad y de nuestra historia. Además de imposible,
es una tarea titánica. Mi pretensión es sólo la de alertar, prevenir,
analizar, aislar la pasión, desmontarla, si se quiere, para observarla y
conocer mejor sus propiedades. Hacernos más conscientes de este proceso nos
hace más libres, y hablar de la utopía nos acerca más a ella y a
susposibilidades, a la búsqueda de más alternativas al modelo
al
uso, de mayor calidad, más plásticas y que nos ahorren sufrimiento.
Mi experiencia profesional y también personal me dice que quien da
mucha importancia a su vida amorosa en detrimento de otros aspectos vitales
sufre más, se suscribe antes al sufrimiento como meta, en comparación
con aquellas personas que muestran menos interés por el campo sentimental y
que ponderan en su justa medida la vivencia del amor.
Me gustaría educar a
las nuevas generaciones en un análisis más crítico de este modelo amoroso y
estaría más conforme si les hiciéramos planteamientos más realistas sobre la
arbitrariedad de la elección amorosa. Me gustaría que entendamos que no hay
nadie en el mundo que pueda colmarnos definitiva y eternamente, que los
afectos son múltiples, de diferente pelaje y complejidad, que el amor no
puede basarse en renuncias y sacrificios y que nunca deberíamos abandonar
nuestra individualidad, nuestros proyectos personales, nuestro espacio propio
en aras del amor.
Pilar Sanpedro*
*El mito del amor y sus consecuencias en los vínculos de pareja*
(Página Abierta, 150, julio de 2004)
http://www.pensamientocritico.org/pilsan0704.html
https://www.centropilarsampedro.es/images/pdfpublicaciones/el_mito_del_amor-2.pdf
___________________
(1) Sangrador, José Luis: “Consideraciones psicosociales sobre el amor
romántico”, Psicothema, 1993, vol 5, Suplemento, pp.181-196.
(2) De Rougemont, Denis (1979): El amor y Occidente, Editorial Kairós,
Barcelona.
(3) Ortiz, Lourdes (1997): El sueño de la pasión, Planeta, Barcelona.
(4) Altable Vicario, Charo (1998): Penélope o las trampas del amor, Nau
Llibres, Valencia
___________________
(1) Sangrador, José Luis: “Consideraciones psicosociales sobre el amor
romántico”, Psicothema, 1993, vol 5, Suplemento, pp.181-196.
(2) De Rougemont, Denis (1979): El amor y Occidente, Editorial Kairós,
Barcelona.
(3) Ortiz, Lourdes (1997): El sueño de la pasión, Planeta, Barcelona.
(4) Altable Vicario, Charo (1998): Penélope o las trampas del amor, Nau
Llibres, Valencia
Estupendo, Tensi. Un abrazo fuerte.
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