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miércoles, 31 de agosto de 2022

Instauración del patriarcado capitalista: la guerra contra las mujeres y establecimiento de la violencia como una herramienta política de disciplinamiento





En Calibán y la bruja, Silvia Federici (2015) devela que una de las estrategias fundamentales de consolidación del patriarcado en el sistema capitalista fue la guerra contra las mujeres, misma que tuvo varias expresiones violentas en el proceso de transición al capitalismo. La caza de brujas es una de las expresiones más importantes del intento por degradar, demonizar y destruir el poder social de las mujeres y por construir nuevos ideales “burgueses de feminidad y domesticidad” (2015: 256). 

Para ella, en la transición al capitalismo a través de la cacería de brujas y otros mecanismos violentos usados contra las mujeres, se instaura una nueva disciplina sobre su cuerpo y su vida. Esta despoja a las mujeres de toda autonomía y las condena a depender de los hombres económicamente y a realizar trabajo gratuito para ellos1 . La expropiación se realiza en términos laborales como reproductivos e instaura la sumisión al poder de los hombres, mediante una serie de estructuras2 y discursos denigrantes3 . Ambos generaron un orden sociopolítico y una categorización jerárquica de las personas según sus marcas corporales, donde las mujeres4 , su trabajo, su inteligencia son considerados inferiores y su cuerpo, un objeto de instrumentalización. Federici (2015) describe muy bien este proceso, como uno sistemático de cercamiento, despojo, expropiación, devaluación, degradación y violencia, realizado de forma consciente y pública por los gobiernos. 

Esta estrategia generó las bases económicas sobre las cuales las instituciones mencionadas -el matrimonio, la heterosexualidad, la monogamia y la familia nuclear reproductora- se convirtieron en las únicas opciones para que las mujeres pudiéramos sobrevivir. 

El matrimonio era visto como la verdadera carrera para una mujer hasta tal punto se daba por sentado la incapacidad de las mujeres para mantenerse que, cuando una mujer soltera llegaba a un pueblo, se la expulsaba incluso si ganaba un salario (Federici, 2015: 143). 

Se forjó una nueva división sexual del trabajo o, mejor dicho, un nuevo “contrato sexual”, siguiendo a Carol Pateman (1995), que definía a las mujeres -madres, esposas, hijas, viudas- en términos que ocultaban su condición de trabajadoras, mientras que daba a los hombres libre acceso a los cuerpos de las mujeres, a su trabajo y a los cuerpos y el trabajo de sus hijos (Federici, 2015: 145). 

Estas instituciones fueron consolidadas también a través de leyes que despojaron de derechos a las mujeres y que nos convirtieron en incapaces legales, ahondando la dependencia hacia los hombres. A esto se sumó toda la división de los espacios, que se expresó en la expulsión de las mujeres de los espacios públicos: se volvió peligroso caminar solas por la calle, sentarse en las aceras o ventanas. 

También se estigmatizaron las reuniones entre mujeres, se prohibió que viviéramos juntas solas sin hombres o que visitáramos a nuestras familias. Entonces, la familia nuclear reproductiva se convirtió en el único lugar legítimo para las mujeres, y la heterosexualidad, la única posibilidad económica: también se les prohibió vivir solas o con otras mujeres y, en el caso de las pobres, incluso ni con sus propias familias, ya que se suponía que no estarían controladas de forma adecuada. En definitiva, además de la devaluación económica y social, las mujeres experimentaron un proceso de infantilización legal (Federici, 2015:154


 Este régimen legal se acompañó de un discurso sobre la feminidad que planteaba la necesidad de vigilancia constante de las mujeres; nos consideraba emocionales, lujuriosas e incapaces de actuar de forma adecuada sin control masculino. Un discurso que veía a las mujeres como inferiores y deslegitimaba sus saberes, su cuerpo, su posibilidad reproductiva, su trabajo, su inteligencia y su sexualidad cuando no eran funcionales para los intereses institucionales. 

Fue a partir de todo esto que la violencia contra las mujeres tanto en el espacio público como privado fue legitimándose socialmente, como una herramienta para corregir a las “malas” y “desobedientes” mujeres y covertirlas. Así, la violencia feminicida, la violencia sexual, la violencia simbólica, el encarcelamiento, la penalización del aborto y la violencia de género se convirtieron en instrumentos que fueron y son usados de forma sistemática para disciplinar a las mujeres e imponerles este orden social. 

El castigo de la insubordinación femenina a la autoridad patriarcal fue evocado y celebrado (…) Mientras tanto, se introdujeron nuevas leyes y nuevas formas de tortura dirigidas a controlar el comportamiento de las mujeres dentro y fuera de la casa, lo que confirma (…) un proyecto político preciso que apuntaba a dejarlas sin autonomía ni poder social (Federici, 2015: 155). (…) 

la denigración literaria y cultural estaba al servicio de un proyecto de expropiación (…) el ataque librado contra las mujeres justificaba la apropiación de su trabajo por parte de los hombres y la criminalización de su control sobre la reproducción. Siempre, el precio de la resistencia era el exterminio (…) En el caso de las mujeres europeas, la caza de brujas jugó el papel principal en la construcción de su nueva función social y en la degradación de su identidad social (Federici, 2015: 156). 

La campaña del terror que acompañó este proceso en esa época fue la caza de brujas, que fue una estrategia de deshumanización femenina y que: 

justificó la represión, la persecución y la esclavitud (…) destruyó todo un mundo de prácticas femeninas, relaciones colectivas y sistemas de conocimiento que habían sido la base del poder de las mujeres (…) así como la condición necesaria para su resistencia en la lucha (…) (Federici, 2015: 157, 289). 

La caza de brujas fue una “guerra de clases” (Federici, 2015), un mecanismo del Estado para mermar el poder que las mujeres habían obtenido y las resistencias campesinas frente a la instauración de un nuevo modelo de Estado. En este sentido, instauró la sumisión de las mujeres a los hombres, pero también el control por parte del Estado de su cuerpo, sexualidad, posibilidad reproductiva y de trabajo, en tanto recursos económicos.

La caza de brujas en Europa fue un ataque a la resistencia que las mujeres opusieron a la difusión de las relaciones capitalistas y al poder que habían obtenido en virtud de su sexualidad, su control sobre la reproducción y su capacidad de curar (Federici, 2015: 233). 

Fue una herramienta política que permitió: 1. la legitimación de las formas de violencia más extremas con el objetivo de desaparecer grupos sociales y prácticas que se deseaban erradicar; 2. la persecución de las resistencias de las mujeres y las poblaciones y el desmoronamiento de la esperanza en la capacidad humana para transformar el mundo por fuera de la razón; 3. la destrucción de los tejidos comunitarios de solidaridad; 4. la instauración de una nueva forma de feminidad y 5. la instauración de instituciones sociales fundamentales para el capitalismo: heterosexualidad, familia nuclear procreadora, maternidad. Esto explica por qué fue utilizada de forma sistemática contra las mujeres de las clases populares, sus relaciones sociales-comunitarias y todas las implicaciones que tenían a nivel social. La caza de brujas fue una de las formas en que, a partir del terror, se rompieron los lazos comunitarios y se mermó el poder de resistencia al capitalismo. 

 Como brujas fueron juzgadas muchísimas mujeres y, a partir de este juzgamiento, se las fue disciplinando, para que cumplan el rol asignado en las instituciones patriarcales -capitalistas. Rompieron su posibilidad de control de la sexualidad, de control de la reproducción, de generación de lazos comunitarios (con hombres, pero espacialmente con otras mujeres), demonizaron las prácticas femeninas y destruyeron nuestros sistemas de pensamiento y saber. 

 De acuerdo con Federici (2015), uno de los principales objetivos de la caza de brujas era la instauración del control estatal de la producción de la fuerza de trabajo. Por ello, muchos procesos de juzgamiento a las brujas estuvieron fuertemente vinculados con el sexo no reproductivo, la criminalización de la anticoncepción, la expropiación a las mujeres de sus saberes y sus decisiones reproductivas: (…) 

Los crímenes reproductivos ocuparon un lugar prominente en los juicios. En el siglo XVII las brujas fueron acusadas de conspirar para destruir la potencia generativa de humanos y animales, de practicar abortos y de pertenecer a una secta infanticida dedicada a asesinar niños u ofrecerlos al Demonio. También en la imaginación popular, la bruja comenzó a ser asociada a la imagen de una vieja lujuriosa, hostil a la vida nueva, que se alimentaba de carne infantil o usaba los cuerpos de los niños para hacer sus pociones mágicas (…) (Federici, 2015: 247). 

El disciplinamiento y la apropiación por parte de los hombres y del Estado del cuerpo de las mujeres, como espacio privilegiado donde se han desplegado las técnicas y  las relaciones de poder en la transición al capitalismo, tuvo efectos terribles en la posición social de la mujer. Se desarrolló una condición estructural y sistemática de estas violencias dirigidas hacia las personas y cuerpos femeninos y feminizados, en “un orden ligado al sexismo y al pensamiento sexista” (hooks, 2017: 89). Esto fue impulsado por el Estado, como un proceso de ataque terrorista contra las mujeres y ha hecho que estos impactos se mantengan y se reproduzcan en el tiempo, generando importantes efectos en la subjetividad de las mujeres. 

 Una de sus consecuencias más importantes fue la instauración de “un nuevo modelo de feminidad: la mujer y esposa ideal -casta, pasiva, obediente, ahorrativa, de pocas palabras y siempre ocupada con sus tareas-”. Este prototipo generó las bases ideológicas para el sostenimiento de las instituciones patriarcales: el matrimonio, la heterosexualidad, la monogamia y la familia nuclear reproductora. Adicionalmente, originó la interiorización en la psique colectiva femenina de la sumisión5 y de los discursos que degradaban nuestro trabajo, nuestra capacidad, nuestra inteligencia, nuestros cuerpos, nuestra autonomía; nos llevó incluso a asumir y nombrar como producto de nuestra voluntad y nuestro deseo lo que nos fue impuesto: familias nucleares reproductoras, monogamia, heterosexualidad, maternidad, y sacrificio6


1 En esta época se desvalorizó el trabajo de las mujeres convirtiéndolo en no trabajo. En ese sentido, todas las productivas que realizaban las mujeres comenzaron a no tener valor. Así, por ejemplo, las actividades de cuidado (trabajo reproductivo) fueron consagradas como no productivas y, en los casos en que se pagaba, se lo hacía a los hombres, como parte de sus actividades. 

 2 Familia nuclear reproductiva, maternidad, heterosexualidad, monogamia, derecho, división sexual del trabajo, división de los espacios.

 3 Degradación de mujeres como seres humanos, degradación del trabajo de las mujeres. 

4 No pretendo reducir la jerarquización de las personas a las mujeres. Con Federici y otras teóricas feministas considero que el capitalismo en su jerarquización degrada también a muchos, muchas y muches otres sujetos sociales. No obstante, por los objetivos de este texto, me centraré en lo que sucede con las mujeres

5 Con esto no quiero decir que las mujeres no estuviéramos y no estemos en un constante proceso de resistencia. Las mujeres resistimos todos los días al patriarcado capitalista e inventamos formas de subvertirlo en la cotidianidad y la colectividad. Tampoco quiero plantear que no hubiera mujeres que rompieran estos esquemas ni que la organización colectiva de las mujeres no haya logrado subvertirlos y transformarlos. Pretendo mostrar únicamente cómo a partir de un proceso tan violento se instauraron estructuras sociales que posteriormente fueron resignificadas incluso por nosotras, pero que forman parte de la estructura que sostiene al patriarcado capitalista. Esto tampoco es una satanización de la familia, la heterosexualidad o la maternidad ni una premisa de que otras formas de vivir estas instituciones no son posibles; únicamente considero que, al ser instituciones estructurales, su vivencia individual privada, aunque sea muy diferente a la regla, no las afecta. Es necesario entonces pensar colectivamente cómo deconstruirlas en sus fundamentos opresivos. Además, deseo proponer que en esta época se generó un quiebre sobre lo que somos y debemos ser las mujeres, que durante siglos ha atravesado nuestra vivencia cotidiana de la vida, nuestra forma de construir relaciones y nuestros deseos. 

 6 En este punto considero que es necesario hacer una distinción entre la vivencia concreta que tenemos de cada una de estas instituciones y lo que implican en tanto estructuras de dominación para nosotras, las mujeres. En este texto, no pretendo analizar el deseo individual, personal o íntimo ni valorizar o jerarquizar los deseos desde un deber ser. Lo que busco es mostrar a la familia, la heterosexualidad, la maternidad también como instituciones desde las cuales se construye un deber ser femenino. Intento explicar que el deseo también es una construcción social muy fuerte cuando deviene de prácticas impositivas y violentas sobre nosotras y nuestros cuerpos que han durado cientos de años. Esto no hace que lo que deseemos sea menos legítimo, pero sí nos debe llevar a cuestionarnos cómo estas instituciones, que incluso podemos desear y vivir de forma diferente a la norma, aportan para reproducir y mantener un mundo patriarcal-capitalista. Considero que el reto está en pensar la forma de reestructurarlas desde lo colectivo para generar otro mundo posible. 


DE LA HOGUERA A LA CÁRCEL Criminalización de mujeres por aborto, parto y complicaciones obstétricas: un continuum de violencias y una nueva forma de cacería de brujas Ana Vera


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