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lunes, 15 de agosto de 2022

25 años de ser humanas 23/24

 


El pasado 25 de junio  (de 2018 )se cumplieron 25 años desde la celebración de la Conferencia Mundial sobre Derechos Humanos en Viena, preludio de tantos avances en materia de derechos humanos y especialmente en los DDHH de las mujeres. Sin embargo, ni siquiera la ONU celebró este acontecimiento como el cambio paradigmático que fue. En un momento voy a enumerar muchos de esos logros, pero antes quisiera contarles cómo fue que logramos ese cambio porque considero que sólo conociendo nuestra historia de lucha por nuestros derechos podremos defenderlos para que no nos sean arrebatados como está ya sucediendo en muchos países.

I Cómo empezó la organización para la Conferencia Mundial

Cuando a principios de 1990 me enteré de que habría una conferencia mundial de derechos humanos en 1993, me puse eufórica. Había utilizado un enfoque de derechos humanos en mi activismo feminista en América Latina durante casi una década y pensé que esta conferencia nos brindaría a las feministas otra oportunidad de trabajar más allá de las fronteras nacionales para promover los derechos de las mujeres. Como pueden imaginarse, no todas las organizaciones de mujeres estuvieron de acuerdo porque les preocupaba que declarar los derechos de las mujeres como derechos humanos socavaría la especificidad de las necesidades e intereses de las mujeres y las ONGs tradicionales de derechos humanos no querían diluir (léase contaminar) el contenido de los derechos humanos con los problemas de las mujeres. 

Pero para aquellas de nosotros que ya habíamos usado un marco de derechos humanos en nuestras luchas feministas, nos parecía que conectar nuestro activismo feminista a la próxima conferencia era una increíble oportunidad para fortalecer nuestros diversos movimientos y para demostrar que el Patriarcado estaba globalizado y que, por ende, para derrocarlo, necesitábamos un movimiento feminista internacional integrado por una gran diversidad de movimientos feministas y de mujeres de muchas partes del mundo. 

 Una estrategia que se nos ocurrió fue crear una actividad que permitiera la participación de miles de mujeres diversas: una campaña de peticiones. Traducida a veinticinco idiomas y distribuida en más de 120 países, la petición hizo un llamado a los gobiernos en la Conferencia Mundial de Viena para que incluyeran los derechos humanos de las mujeres en todas las discusiones de la conferencia. En el momento en que se completó el proceso de petición, se habían recogido más de medio millón de firmas y esto se logró antes de que existiera el correo electrónico o las redes sociales con las que hoy contamos para informarnos de lo que está pasando en otras localidades. 

 Otra estrategia que utilizamos fue la organización de tribunales o audiencias antes y durante la conferencia. Aquellas de nosotras que trabajamos en su organización así como en la del gran Tribunal de Viena sobre Violaciones de los Derechos Humanos de la Mujer que se realizó durante la Conferencia Mundial misma, usamos estos tribunales para ilustrar que el tratamiento que la doctrina de derechos humanos le daba a los abusos contra las mujeres tenían un sesgo androcéntrico y excluían un amplio espectro de violaciones de los derechos de las mujeres. Esta estrategia nos permitió desafiar la distinción público-privado que había sido una característica definitoria de la teoría y práctica de los derechos humanos hasta ese momento y nos dio argumentos adicionales para convencer a muchos y muchas activistas que sólo concebían los derechos humanos desde una perspectiva androcéntrica, de que la violencia contra las mujeres, así como otros abusos que sufríamos sólo, mayoritaria o desproporcionadamente las mujeres, eran de hecho una violación de los derechos humanos incluso cuando se perpetuaban por actores no estatales en la esfera privada. 

Cuando comenzó la planificación de las reuniones regionales, nos enteramos de que las reuniones más pequeñas convocadas por ONGs se designarían oficialmente como “reuniones satélites” para la conferencia mundial. ¡Esta fue una noticia emocionante que nos dio más energía para organizarnos! Más aún cuando nos enteramos de que la reunión regional para América Latina y el Caribe sería en Costa Rica. Inmediatamente nos dimos a la tarea de organizar una conferencia satélite sobre los derechos de las mujeres como derechos humanos antes o durante la Conferencia oficial regional. Titulada “La Nuestra”, la primera conferencia satélite de mujeres se celebró en diciembre de 1992 antes de la conferencia regional con la participación de cincuenta grupos de mujeres de la mayoría de los países de la región de América Latina y el Caribe. “La Nuestra” acordó un programa de diecinueve puntos para su presentación en la reunión regional oficial de LAC en enero de 1993. Los resultados de La Nuestra se compartieron en el Foro de ONGs que precedió a la convocatoria del gobierno en enero y luego se volvieron a compartir con las ONGs de mujeres de otros grupos regionales. Este documento de 19 puntos estableció el tono y el contenido de los esfuerzos de promoción global que hicimos miles de mujeres alrededor del mundo en preparación para la Conferencia Mundial. 

 El documento final de “La Nuestra” hace un llamado a la conferencia regional para que reconozca y declare los derechos de las mujeres como derechos humanos; declara que la violencia contra las mujeres es una violación de los derechos humanos; pide el nombramiento de una relatora especial sobre la violencia contra la mujer; pide un procedimiento de comunicación para la CEDAW, así como otros mecanismos para recibir quejas y llama a los Estados y a otros a tomar medidas contra las violaciones de los derechos humanos de las mujeres. También insta a adoptar nuevas medidas sobre los derechos y las necesidades de las mujeres con discapacidad, las mujeres indígenas, las mujeres afrodescendientes y todas las demás personas que son discriminadas por motivos raciales, étnicos, culturales, migratorios o de otro tipo. Finalmente, hizo un llamado para que la conferencia adoptara resoluciones específicas sobre derechos humanos y para pedir nuevos instrumentos sobre la trata y la explotación sexual. Y como explicaré en breve, la mayoría de nuestros esfuerzos dieron frutos.


2 Recordando el contexto.

Aun no siendo humanas y sin haber logrado erradicar en ninguno de nuestros Estados todas las estructuras económicas, políticas, culturales y mentales que todavía hoy mantienen la discriminación contra todas las mujeres, en el siglo pasado las mujeres logramos el derecho a votar en prácticamente todos los rincones del mundo, que aunque hoy en día está muy cuestionado debido a que los procesos electorales nunca han sido realmente democráticos, ha permitido que algunas pudieran convertirse en parlamentarias, juezas de las más altas cortes, consejeras de gobiernos, alcaldes, y hasta jefas de Estado. Y desde que se inició el Patriarcado hace más de 6 mil años, más mujeres que nunca estamos participando en el mercado laboral y un número creciente hemos logrado ser reconocidas como tomadoras de decisiones económicas, aún dentro de Estados con economías controladas casi exclusivamente por patriarcas capitalistas. Y, aunque la globalización neoliberal ha creado más pobreza en muchísimas partes del mundo, las mujeres hemos logrado que se reconozca que somos las más pobres de los pobres lo que significa que para eliminarla, es imprescindible tomar en cuenta las estructuras de género que mantienen y profundizan la pobreza de las mujeres. 

 También podemos afirmar que, en casi todo el mundo, más mujeres recibimos una educación superior, aunque lamentablemente ésta sigue siendo androcéntrica lo cual nos mantiene ignorantes de nuestras contribuciones a la sociedad. También nos mantiene divididas a las mujeres “educadas” de las que no han tenido ninguna instrucción formal, quienes irónicamente entienden mejor las estructuras que las oprimen. Y a pesar de que en muchas

de nuestras universidades hay hasta maestrías y doctorados en estudios de género, pareciera que, en vez de ser un instrumento para el logro de la igualdad entre mujeres y hombres, muchas de las múltiples teorías que desarrollan estos estudios universitarios más bien nos están separando en diferentes bandos dependiendo de la teoría con la que nos identificamos. A pesar de esto, también es cierto que, gracias a académicas, investigadoras e historiadoras feministas, muchas mujeres hemos sido reconocidas como artistas, humanistas, creadoras, científicas, filósofas, líderes espirituales, sanadoras, etc. en nuestras comunidades y países. Los estudios feministas han demostrado que aún sin educación formal, muchas mujeres deben ser estudiadas y reconocidas por sus aportes al conocimiento humano. También han demostrado que no existe una verdad única, que no hay un sujeto universal y que la Historia con H mayúscula es en verdad la historia de lo que han hecho ciertos hombres de las clases privilegiadas. 

Antes de Viena, los movimientos feministas y los que defendían derechos humanos trabajaban por separado en sociedades en las que nuestra discriminación como mujeres estaba invisibilizada o justificada. En nuestra región, el grueso del movimiento por los derechos humanos se había enfocado en la lucha contra las dictaduras o gobiernos represivos y no consideraban que los derechos de las mujeres fueran parte de su trabajo. Recordemos que en esos años ni siquiera el movimiento de derechos humanos tenía mucho acceso al Sistema Interamericano de Derechos Humanos con lo que menos aún lo tenían las organizaciones de mujeres, lo que resultaba en que los temas que hoy se consideran de derechos humanos de las mujeres quedaran fuera de la consideración del sistema. Similar situación pasaba en el sistema universal. 

 Es importante tomar en cuenta que aún sin ser reconocidas como humanas en ninguno de los sistemas de derechos humanos, las mujeres participamos en todas las negociaciones que crearon los instrumentos que sentaron las bases para que un día se reconocieran los derechos humanos de las mujeres, como la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948, que este año cumple 70, la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación racial del 65, el Pacto Internacional de los Derechos Civiles y Políticos y el de los derechos económicos, sociales y culturales del 66, así como la adopción de la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer (CEDAW) de 1979, convención que, como explico al principio, considero la Carta Magna de todas las mujeres aun cuando no era parte integral del sistema de derechos humanos de la ONU42 . Y, como ya dije, a pesar de no tener el estatus de humanas, las mujeres nos auto convocamos para asistir a la Conferencia Mundial de Derechos Humanos celebrada en Viena en 1993, en forma masiva y muy estratégica. Gracias a esa movilización por los derechos humanos nunca antes vista, esta conferencia mundial declaró que los derechos de las mujeres son derechos humanos y que la violencia contra las mujeres es un asunto de derechos humanos.

3 Logros de la Conferencia Mundial 

Siempre digo que esta Conferencia Mundial significó un cambio paradigmático porque después de Viena, las mujeres empezamos a ser entendidas y a entendernos como seres humanos plenos, no por todas las personas ni en todos los Estados, pero sí se puede afirmar que fue el nacimiento del sujeto “mujer” en el derecho internacional de los derechos humanos y por eso yo siempre he insistido que fue en 1993 que las mujeres adquirimos el estatus de “humanas”. Fue gracias a ello que la violencia contra nosotras empezó a discutirse en esferas gubernamentales y para el 94 se había creado por primera vez un mecanismo dentro del sistema de DDHH de la ONU conocido como el “sistema de procedimientos especiales” cuyo mandato se centra en las causas y consecuencias de esa violencia: la Relatoría Especial sobre la violencia contra las mujeres como un nuevo y único procedimiento especial del Consejo de DDHH dedicado exclusivamente a cuestiones de las mujeres y que en sus ya más de dos décadas de existencia ha creado mucha doctrina jurídica que luego ha sido ampliada a otras situaciones de vulneración de derechos humanos como la doctrina de la debida diligencia y la de reparaciones. 

 Entre los muchos logros de la Conferencia misma, está la recomendación de que se estableciera el cargo de Alto Comisionado para los Derechos Humanos. Poco tiempo después de la Conferencia, se creó la Oficina del Alto Comisionado de la ONU para los DDHH que se ha erigido en una imprescindible defensora de los derechos humanos en general, pero más importante aún, de los derechos de poblaciones históricamente discriminadas que no habían sido suficientemente tomadas en cuenta por la teoría y práctica de los derechos humanos, como las mujeres, las personas con discapacidad, los pueblos indígenas, las personas LGBTQ, las y los migrantes, las y los miembros de minorías discriminadas, entre otras. Con el apoyo de esta Oficina, la ONU ha establecido un marco jurídico internacional de derechos humanos dotado de mecanismos internacionales como el Consejo de DDHH, sus Procedimientos Especiales y el examen periódico universal (EPU), y los diez órganos creados en virtud de tratados. Todos constantemente enriquecen la doctrina jurídica de los derechos humanos que a su vez afecta muchos aspectos del derecho interno de cada Estado. 

Aunque los logros de Viena son muchos, el que más me interesa destacar aquí es el hecho de que en esa conferencia mundial se declarara que los derechos de las mujeres son derechos humanos porque esto tuvo un impacto enorme sobre el concepto de ser humano que a su vez tuvo y sigue teniendo un impacto inmenso sobre la doctrina jurídica, los sistemas de administración de justicia y la legislación, entre otros. Es decir, si antes de esa fecha los derechos de las mujeres no se consideraban derechos humanos, no podemos menos que inferir que las mujeres no éramos plenamente humanas para el derecho internacional de los derechos humanos y eso significaba que el tratamiento jurídico de las mujeres y el concepto de igualdad eran muy diferentes a lo que la doctrina jurídica establece hoy en día en la mayoría de nuestros países. Sobre este punto volveré en un momento. 

Entre otros logros directos de Viena puedo incluir el hecho de que las mujeres logramos que se aceptara que nuestra convención necesitaba un protocolo facultativo que permitiera a las mujeres denunciar la discriminación que habían sufrido. Este protocolo fue adoptado en el 2000 y hoy en día ha permitido que exista un cuerpo jurisprudencial sobre los derechos humanos de las mujeres. Además, debemos reconocer que debido a nuestro nuevo estatus de “humanas” declarado en Viena, el derecho de las mujeres a la igualdad se empezó a discutir más seriamente en foros internacionales, regionales y nacionales. Hoy en día, la igualdad como resultado de la eliminación de todas las formas de discriminación y no como trato idéntico, se ha establecido jurídicamente en la mayoría de los Estados, aunque no en la práctica. Pero lo más importante es que cada vez se entiende mejor que lograr la igualdad, y no solo declararla, es una obligación estatal aún para aquellos Estados que no han ratificado la CEDAW. 

Gracias a Viena y su declaración de que la violencia contra las mujeres es un asunto de derechos humanos, al año siguiente la Asamblea General de la ONU adoptó la Declaración sobre la eliminación de violencia contra la mujer, que ha servido de inspiración a tantas leyes sobre la violencia contra las mujeres en muchas partes del mundo. En el Sistema Interamericano se adoptó, en 1994, la Convención Interamericana para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra la mujer, conocida como la Convención de Belém do Pará. Esta convención es la primera en su materia gracias a la cual en prácticamente todos los países de nuestra región se cuenta hoy en día con leyes o reformas al código penal que la contemplan. Y, a pesar de que hay demasiada impunidad y mucha resistencia de parte de juezas y jueces para aplicar las nuevas disposiciones nacionales sobre las violencias machistas, se está produciendo un cambio en la forma de entender y tratar a las víctimas de esta pandemia, al menos en la doctrina jurídica si no en la práctica. 

 Gracias a los estándares internacionales comprendidos en Belém do Pará, se reconoce la desigualdad histórica entre hombres y mujeres y se establece que la violencia se da gracias a esa desigualdad al tiempo que la genera, todo lo cual dificulta el goce por las mujeres de sus derechos humanos. La convención habla expresamente de los alcances de la violencia y de la responsabilidad estatal aún cuando los agresores sean actores no estatales. Tal vez más importante aún, esta convención ha propiciado que los movimientos feministas se acerquen al sistema interamericano, lo que a su vez ha permitido un desarrollo impresionante de la doctrina y jurisprudencia que define las violaciones a los derechos humanos de las mujeres. 

Entre ellas recordemos el caso de María Eugenia Morales de Sierra, de Guatemala, sobre discriminación de la mujer en el Código Civil. Este caso trató por primera vez el tema de los estereotipos y la calidad de víctimas de colectivos afectados por leyes discriminatorias. También es importante recordar que hay una serie de casos sobre violencia sexual en conflictos armados que declaran que ésta es una herramienta de guerra o tortura y no un efecto colateral de ellas como se creía; que hay casos sobre esterilización forzada; sobre el derecho a la salud reproductiva; sobre discriminación en el mundo laboral y muchos más. 

 En 1998, CEJIL y CLADEM, dos organizaciones de la sociedad civil llevaron el caso de María da Penha ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Este caso es el primero que interpreta y aplica la Convención Belém do Pará. Debido al mismo, Brasil cuenta con la Ley María de Penha que abarca la previsión de implementación de políticas para prohibir la violencia doméstica y familiar contra mujeres. Es la primera vez que este tipo de violencia se tipifica como un crimen y una violación de los derechos humanos en la legislación brasileña. Se define a la violencia doméstica y familiar como cualquier acción u omisión basada en el género que le cause muerte, lesión, sufrimiento físico, sexual o psicológico, y daño moral o patrimonial a las mujeres. Esto incluye tanto el ámbito de la unidad doméstica definido como el espacio de convivencia permanente, así como el ámbito de la familia entendida como la comunidad formada por individuos que tienen ese vínculo y en cualquier relación íntima de afecto independientemente de la convivencia. 

Ya como humanas, miles de mujeres en la Conferencia de El Cairo de 1994 sobre Población y Desarrollo, logramos que se plasmara por primera vez en una conferencia internacional el concepto de derechos sexuales y derechos reproductivos tan indispensables para la salud y vida de las humanas mujeres. Gracias a El Cairo, poco a poco el movimiento feminista logró que se estableciera, al menos en las normas internacionales de derechos humanos, el estándar según el cual las mujeres pueden acceder a servicios de aborto, como mínimo, durante el primer trimestre en casos de riesgo para la vida o la salud, incluida la salud mental; en casos donde el embarazo es producto de una violación o incesto o; cuando el feto es inviable. En este último caso, el aborto se puede llevar a cabo después del primer trimestre si es necesario. Cada vez más se está contemplando permitir que las niñas y adolescentes embarazadas puedan interrumpir embarazos no deseados sin el permiso de sus madres y padres. También ya es un estándar internacional el que es obligación de los Estados incluir la educación sexual adecuada para cada edad desde la escuela. 

Después de Viena y Cairo, y ya asumiéndonos plenamente como humanas, la movilización más grande que jamás se había dado de mujeres de todo el mundo en la Conferencia Mundial sobre la Mujer de 1995, logró la consolidación de estos progresos y logros arduos, que se plasmó en un plan completo para promover el derecho de la mujer a la igualdad: la Plataforma de Acción de Beijing, lo que a su vez reforzaba la universalidad de los derechos humanos. Sin embargo, esta universalidad siempre ha sido cuestionada por múltiples actores entre los que se encuentran os diferentes actores anti-derechos que desde que las mujeres fuimos declaradas humanas se han unido para combatir esta idea, no directamente por supuesto, pero alegando que hombres y mujeres no podemos ser iguales porque tenemos roles muy distintos que cumplir. Así han tergiversado el concepto de género que es el que nos permitió argumentar que nuestra anatomía/ biología no debería justificar las múltiples discriminaciones que sufrimos todas las mujeres y que, por ende, hombres y mujeres podemos valer igual, aunque seamos diferentes biológicamente. 

 Otro resultado importante de Viena fue la integración del Comité CEDAW al sistema de derechos humanos de la ONU que se finalizó oficialmente en el 2007 cuando la secretaría del Comité pasó a ser un departamento de la Oficina del Alto Comisionado de Derechos Humanos y, con ello, se armonizan de manera mucho más eficiente las recomendaciones de este Comité con los otros nueve que componen el sistema de órganos de tratados de la ONU. 

A pesar de que los grupos anti-derechos se han fortalecido, no lograron impedir que en el 2010 el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, después de años de cabildeo por el movimiento internacional de los DDHH de las mujeres, estableciera el segundo mecanismo exclusivo sobre cuestiones de las mujeres en su sistema de procedimientos especiales, denominado el “Grupo de Trabajo sobre la discriminación contra la mujer y la niña” (WGDAWG) como parte de sus mecanismos independientes de monitoreo y establecimiento de estándares internacionales de los DDHH en todo el mundo. Este mecanismo, compuesto por cinco relatoras expertas provenientes de las cinco regiones del mundo, es el que hoy día tengo el honor de integrar como experta de la región LAC. Este mecanismo es el producto de que por fin se entienda que la discriminación contra las mujeres es un fenómeno mundial y no sólo de países pobres y no “desarrollados”. 

De hecho, el trabajo del Grupo de Trabajo ha cubierto a todas las mujeres, reconociendo que las mujeres no somos un grupo uniforme. Casi cuarenta años de informes de la CEDAW han demostrado que existen formas múltiples e interrelacionadas de discriminación contra las mujeres en todo el mundo, que se refuerzan y sostienen mutuamente. Todas las mujeres, en nuestra inmensa diversidad y circunstancias diferentes, nos vemos afectadas de manera diversa por leyes y prácticas discriminatorias. Sin embargo, existen aspectos de la discriminación contra nosotras que son comunes a todas las mujeres y que persisten en todas las culturas, aunque con diferentes niveles de intensidad e impactos diferenciados. 

A lo largo de los primeros 8 años de nuestro mandato, ha habido una necesidad de reiterar constantemente, incluso dentro del sistema de derechos humanos, que las mujeres no somos uno entre varios grupos vulnerables como muchas veces nos conciben. Somos la mitad de la población mundial y, en algunos casos, hasta somos mayoría dentro de los grupos vulnerables, como por ejemplo entre las personas en situación de pobreza o entre las víctimas de la explotación sexual. Cuando se entiende que las mujeres no somos ni un sector ni uno entre muchos grupos vulnerables o vulnerabilizados, los cambios que se requieren en la legislación, la jurisprudencia y en las prácticas judiciales se tornan obvios. El problema es que esto casi nunca se comprende, porque la mayoría de nosotras/os sigue percibiendo el mundo con lentes androcéntricos.


4 Pero la discriminación persiste. 


Mi experiencia en el WGDAW me ha confirmado que la discriminación contra nosotras persiste tanto en el ámbito público como en el privado, en tiempos de conflicto armado como en tiempos de paz y en todas las regiones. La participación de las mujeres en la vida política y pública sigue siendo demasiado baja: en promedio, el 20% de los parlamentarios/as y el 17% de las y los jefes de Estado o de gobierno y hasta en la ONU misma, la paridad, indispensable para lograr la verdadera igualdad, sigue sin alcanzarse y los pocos mecanismos que existen para la defensa y promoción de nuestros derechos están constantemente en peligro de desaparecer. Las mujeres seguimos siendo pagadas menos por un trabajo de igual valor y estamos sobre-representadas en el desempleo. Las mujeres afectadas por la migración sufrimos toda clase de vejámenes tanto si son nuestros compañeros los que emigran como si somos nosotras las que lo hacemos. Las mujeres estamos sumamente subrepresentadas en el liderazgo de los órganos decisorios en los sindicatos y cooperativas, así como en los de las finanzas y el comercio, tales como el FMI y la OMC. 

Aunque, como ya lo mencioné, en la mayoría de los Estados hay alguna legislación sobre la violencia contra las mujeres, ésta sigue siendo omnipresente, estimándose que afecta a una de cada tres mujeres en todo el mundo. En nombre del honor, la belleza, la moda, la pureza o la tradición, seguimos presenciando cómo tanto adultas como niñas somos víctimas de femicidios y feminicidios, muchas veces para “salvar” el honor de las familias. Demasiadas niñas son sometidas a matrimonios forzados a muy temprana edad y las mujeres seguimos siendo objeto de toda clase de mutilaciones genitales y modificaciones innecesarias de otras partes de nuestro cuerpo femenino. 

 Demasiadas mujeres están siendo privadas de su vida o salud a través de la negación de sus derechos sexuales y reproductivos. Cada año, unas 80.000 mujeres mueren como resultado de abortos inseguros y unas 5 millones de mujeres sufren de discapacidades debido a negligencia, violencia obstétrica o falta de servicios de salud reproductiva. Según un estudio reciente de la OMS, las muertes maternas completamente evitables siguen siendo muy elevadas en muchos países. Todavía hay Estados en donde el aborto está totalmente prohibido en todas las circunstancias, aun cuando la vida de la embarazada corre peligro. En El Salvador, por ejemplo, hay mujeres encarceladas acusadas de abortar, pero sentenciadas por homicidio agravado por hasta 40 años, incluso cuando el aborto fue espontáneo. En algunos Estados se criminaliza a las mujeres embarazadas fuera del matrimonio, aunque este embarazo sea producto de una violación sexual. 

Y como si eso fuera poco, esos mismos Estados que criminalizan a las mujeres, no proporcionan, y hasta prohíben, la educación sexual. Al mismo tiempo, la falta de información y servicios de planificación familiar para adolescentes y la práctica de matrimonios infantiles llevan a embarazos tempranos que expulsan a muchísimas niñas del sistema educativo, limitándoles así el acceso a mejores empleos y al disfrute de muchos otros derechos. El embarazo y el parto de las niñas es una de las causas más comunes de muerte en los países llamados “en desarrollo”, siendo las niñas menores de 15 años las que enfrentan cinco veces más ese peligro. 

 Ningún país del mundo ha alcanzado todavía la plena igualdad sustantiva de la mujer y lo que es peor, todavía persiste la idea de que la igualdad no es necesaria para eliminar las múltiples formas de discriminación y violencia que sufrimos las mujeres en todas partes. Es más, en algunos países del mundo se ha instalado la idea de que la igualdad no es deseable y que más bien debemos conformarnos con la equidad, la complementariedad o la dignidad, todos conceptos bellos pero que no incluyen la eliminación de las múltiples formas de discriminación contra nosotras. El aumento de todo tipo de fundamentalismos religiosos y la xenofobia creciente en todos los países gracias a partidos y movimientos políticos nacionalistas, populistas, o fundamentalistas religiosos ponen en peligro la existencia de instituciones y movimientos que defienden los derechos humanos, especialmente los de las mujeres. Las defensoras de los derechos de las mujeres cada vez encontramos más peligro para nuestras vidas y menos fondos para realizar nuestro trabajo a pesar de que por primera vez en la historia patriarcal empieza a reconocerse la importancia de nuestra labor. 

En los últimos años estamos viendo serios retrocesos, a menudo en nombre de la cultura, la religión o las tradiciones, que amenazan el duro progreso en el logro de la igualdad de las mujeres. En todas las regiones del mundo se están viendo intentos para homologar a las mujeres con la familia, sustituyendo los ministerios o institutos de la mujer que tanto costaron construir, por ministerios o institutos de la familia. A veces reformando códigos penales o de familia que de nuevo restringen a las mujeres al ámbito doméstico y nos expropian de nuestros cuerpos. 

 Hasta en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU estamos presenciando retrocesos cuando Estados miembros proponen que la protección a la familia sea un valor superior a los derechos individuales de las mujeres. Si bien la atención y el interés en el valor de la familia y la protección de la niñez son importantes, no son ni un equivalente ni un reemplazo de la igualdad de derechos y autonomía de las mujeres. Y, peor aún, sin igualdad dentro de la familia, es casi imposible que las mujeres podamos gozar de otros derechos humanos como el derecho a la educación, al trabajo y a la participación, entre muchos otros. 

 La protección de la familia debe incluir la protección de los derechos humanos de todos los miembros individuales de la familia, especialmente el derecho a la igualdad entre mujeres y hombres, así como entre niñas y niños. Por eso el WGDAWG expresó su preocupación de que la resolución sobre la familia del 2014 no mencionara el derecho de las mujeres a la igualdad en la familia y esto provocó mucho enojo en ciertos Estados miembros del Consejo de DDHH. A pesar de que se ha evidenciado reiteradamente que el reconocimiento del derecho de las mujeres a la igualdad en la familia es esencial para poder gozar de los derechos en la esfera pública, estamos viendo cómo esa igualdad, que era solamente jurídica y no real en la mayoría de los Estados, hoy día está siendo cuestionada y hasta derogada. Y lo más triste es que muchas veces son las mismas mujeres las que insisten en que no les interesa la igualdad. 

Otro retroceso enorme se está dando alrededor del concepto de género que, aunque nunca fue entendido correctamente por los Estados, hoy está siendo conscientemente distorsionado por grupos conservadores religiosos pero también por otros grupos que sin intención de debilitar los derechos de las mujeres, también han cambiado o debilitado el significado transformador del concepto. Este concepto, que fue desarrollado para visibilizar a las mujeres y lograr que se entendiera que la discriminación contra nosotras no se justificaba en nuestra diferencia biológica de los hombres, ni era natural o ineludible sino una construcción social, hoy día algunos grupos más bien lo utilizan para negar la existencia de la categoría “mujer” en tanto mitad de la población mundial y sin mujeres, no tiene sentido hablar de los derechos humanos de las mujeres, discriminación contra la mujer, o violencia contra la mujer, etc. 

 Ahora, aún en la agencia creada para “avanzar” la condición de las mujeres, ONU Mujeres, hay quienes propugnan porque se sustituya la palabra mujer por la de género. Consecuentes con esta postura, hay personas que siempre habían sido nuestras aliadas, que argumentan que hablar de mujeres es caer en binarismos o excluir a las personas trans. Ni el CEDAW ni el WGDAWG excluyen a las mujeres trans debido a que desde el principio hemos concordado con la Recomendación General 28 de la CEDAW en que “La discriminación de la mujer por motivos de sexo y género está unida de manera indivisible a otros factores que afectan a la mujer, como la raza, el origen étnico, la religión o las creencias, la salud, el estatus, la edad, la clase, la casta, la orientación sexual y la identidad de género.” En el WGDAWG estamos convencidas que eliminar la palabra mujer y sustituirla por la de “género” es de nuevo invisibilizar a las mujeres que por siempre estuvimos desaparecidas del discurso oficial. Además, afortunadamente, existe un mecanismo especializado sobre la discriminación por razones de orientación sexual e identidad de género creado recientemente. Nuestros dos mandatos garantizarán que ni las mujeres de cualquier orientación sexual o identidad de género que sean, ni las personas que no se identifican ni con mujeres ni con hombres sean discriminadas. Sin embargo, la lucha será ardua, tanto para mantener la palabra “mujer”, que molesta tanto a algunos, como para mantener nuestros dos mandatos vigentes, ya que hay muchos Estados que se oponen a nuestra existencia. 

Algo que me asusta mucho es la misoginia que ha aflorado en casi todos los espacios, pero especialmente en los políticos, tanto internacionales como nacionales. La igualdad entre mujeres y hombres fue un objetivo en las conferencias mundiales de los 90s y tomó bastante protagonismo, pero estamos viendo que casi todas las propuestas que nos estaban acercando al objetivo de la igualdad se están desdibujando debido a estrategias muy bien diseñadas de los grupos anti-derechos que hoy se han fortalecido en la ONU y que utilizan un lenguaje de derechos humanos precisamente para destruirlos. La derecha más conservadora se ha empoderado y decidido a usar el lenguaje de los derechos humanos para hacer creer a muchas personas que las religiones, las familias, los padres entre otras entidades, tienen derechos humanos que están siendo atacados por los derechos sexuales y derechos reproductivos de las mujeres y niñas y la población LGBTTI. Estos conservadores quieren hacernos volver a la época antes de Viena, cuando los derechos de las mujeres no eran derechos humanos y, por ende, el concepto de igualdad entre hombres y mujeres ni siquiera se estudiaba en términos de equivalencia. Y, por supuesto, tampoco quieren reconocer toda la doctrina que brota de entender que la humanidad es muy diversa y el hombre heterosexual, adulto y sin discapacidad NO es el modelo de lo humano. Hay un sector fascista que cada vez es más escuchado tanto por las clases más desposeídas a quienes no les ha llegado los beneficios de la igualdad, así como por las clases más adineradas que ven en esos discursos nacionalistas, misóginos, racistas, homofóbicos, etc. una manera de mantener sus privilegios. Es un reto enorme que tenemos que enfrentar. 

 Recordemos que, en las épocas de las conferencias de Viena, El Cairo y Beijing, la retórica del Vaticano en las Naciones Unidas estaba formulada en un lenguaje explícitamente religioso, aunque no debemos olvidar que fue la Santa Sede quien propuso que se sustituyera el término igualdad por el de equidad que tuvo tanta acogida en nuestra región y que ha causado tanto daño. Desde entonces, la Santa Sede se ha envalentonado y su lenguaje ha cambiado hacia expresiones seculares, citando la dignidad, los deberes y las responsabilidades para influir en las negociaciones y en la política internacional. Por ejemplo, la Santa Sede ahora reclama acuerdos que defiendan la ‘dignidad’ y los ‘derechos’ de “la pareja compuesta por un hombre y una mujer.” 

En su labor de incidencia en la ONU, el Vaticano se ha vuelto más estratégico en los últimos años refiriéndose frecuentemente a instrumentos de derechos humanos reinterpretados, como lo ejemplifica su discurso sobre la familia, que conceptualiza como natural, patriarcal y heteronormativa. Además, presenta el clamor por los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres como una “batalla de derechos” presentando el derecho al aborto como si estuviera en oposición al derecho a la vida, y oponiendo el derecho de los y las niñas y jóvenes a una educación sexual integral contra los “derechos de los padres” 

Este discurso sobre la familia también descansa en reforzar la masculinidad patriarcal, así como la feminidad tradicional. Y los fundamentalistas religiosos no lo tienen que hacer solos pues hay todo un gran aparato para reproducirlos. Los medios de comunicación son clave… series, películas, videojuegos… Y el modelo del héroe bélico o policial glorifica las virtudes del héroe que recurre a la violencia como único medio de “proteger” a su familia, comunidad o nación. Es un modelo poco sostenible si lo que queremos es una sociedad igualitaria, con justicia y en paz. Sin embargo, la masculinidad sádica y la feminidad masoquista se perpetúan, “50 Sombras de Grey” es un ejemplo paradigmático, pero no el único. Las grandes maquinarias mediáticas multinacionales como Disney, Sony, Netflix y tantas otras, recrean una y otra vez, con pequeñas variaciones, los mismos modelos. Es muy difícil crear imaginarios no sexistas o patriarcales porque la hegemonía cultural sigue trabajando para reproducir lo mismo.


5 El Backlash

Lo que tenemos ahora es lo que en inglés llaman backlash, una reacción. Cuando tocamos el estatus quo, a lo mejor durante un tiempo no hay reacción, pero cuando empezamos a avanzar socialmente y empezamos a erosionar al patriarcado con el feminismo, al poco tiempo, como hemos visto, empiezan a sonar las alarmas simbólicas. No es nada extraño que, en la capital del mundo globalizado, después de un presidente afroamericano como Obama, subió un Trump, un “nacionalista blanco” que tiene sus versiones nacionalistas en muchos de nuestros estados latinoamericanos. Brasil es un buen ejemplo de que es una tendencia global: Temer, la bancada evangélica y la destitución de Dilma, una presidenta socialdemócrata que ha sufrido una misoginia brutal. En el mes pasado de abril, en Costa Rica, un país de tradición democrática y sin ejército, nos enfrentamos a la posibilidad de un presidente evangélico que se considera el representante de Dios en nuestra tierra y no cree en los derechos humanos ni en la crisis climática y que a pesar de que prometió que su primera acción como presidente sería cerrar el Instituto Nacional de las Mujeres, más de la mitad de quienes votaron por él fueron mujeres. 

Otro motivo de preocupación es el impacto de los grupos antiderechos en discusiones sobre el desarrollo sostenible, como lo demuestran los logros de estos actores en cuanto a diluir el impacto de los derechos humanos en la Agenda 2030. En su primer borrador, el párrafo 19 de la Declaración Política incluía un fuerte reconocimiento de que la realización de todos los derechos humanos es el principal propósito del desarrollo sostenible. Allí se afirmaba que la Agenda se proponía “trabajar para asegurar que los derechos humanos y las libertades fundamentales sean disfrutadas por todos sin discriminación de ningún tipo, incluyendo el origen social y otras características”. Gracias al activismo de los grupos anti-derechos, la Declaración final diluye este lenguaje para atenuar las responsabilidades de los Estados: en vez de establecer que éstos están obligados a respetar, proteger y cumplir los derechos humanos, sustituye la palabra cumplir por promover. Además, socava la universalidad de los derechos humanos reduciendo la lista de categorías protegidas por la cláusula no discriminatoria al eliminar las palabras ‘todos’ y “otras características”.

 A pesar de que la consulta mundial con un amplio espectro de partes interesadas de todo el mundo fue sin precedentes y que los ODS están mucho más en línea con los principios de derechos humanos de universalidad, transparencia, participación, igualdad y no discriminación y rendición de cuentas que los ODM, éstos no están siempre fundamentados en el marco internacional de derechos humanos, marco que como he venido diciendo, nos dio el estatus de humanas. Las metas no se enmarcan en términos de estándares internacionales de derechos humanos, y con pocas excepciones, no se vinculan con los mecanismos internacionales para la rendición de cuentas. Pero más problemático aún es que la agenda internacional de desarrollo 2030 incorpora un marco basado en el mercado -como lo muestra, por ejemplo, el Objetivo 8 que vincula el pleno empleo y trabajo decente con el crecimiento económico- que no es coherente con las obligaciones internacionales de derechos humanos que tienen las naciones de todo el mundo. 

 Me parece que el Objetivo 8 nos da pistas para entender que en los ODS el desarrollo sigue centrado en el mercado y el crecimiento económico. Creo que la crisis climática nos está demostrando que este tipo de desarrollo no puede jamás ser sostenible y peor si el pleno empleo y el trabajo decente son degradados en los ODS de ser considerados derechos humanos fundamentales necesarios para la dignidad humana a dividendos del crecimiento económico. Es precisamente el credo del crecimiento económico el que ha alentado a los gobiernos a abolir muchas de las protecciones laborales, reducir los salarios y socavar la organización de las y los trabajadores. En muchos de nuestros Estados, este credo ha llevado a nuestros Estados a utilizar la violencia y la intimidación para proteger a los inversionistas a costa de la vida y salud de las y los trabajadores y hasta han asesinado a quienes se atreven a defender sus derechos. 

Es en este clima que se hacen muchas llamadas para “aumentar la participación de las mujeres en la economía” y no dejarlas atrás. Como tales llamadas no tienen en cuenta la posición explotada y precaria en que se encuentran las mujeres en la economía mundial actual y los factores estructurales que privan a las trabajadoras de su dignidad y sus derechos como seres humanos, esas llamadas son irrisorias. 

Especialmente si recordamos que el factor que más contribuye a la explotación de las mujeres en el lugar de trabajo es la desigualdad entre mujeres y hombres en la familia, la comunidad y en las leyes. En un sistema económico globalizado controlado en gran parte por las grandes transnacionales, estos poderosos actores se han aprovechado de la discriminación histórica contra las mujeres para garantizar que seamos una fuente de mano de obra barata para alimentar sus cadenas de suministro. Es por ello que tanto los poderes económicos como sus aliados religiosos se unen en la idea de que no se nos considere plenamente humanas al negarnos la igualdad sustantiva con los hombres, lo cual sólo es posible a través de considerarnos como iguales en nuestra diferencia mutua con los hombres. 

Pero tal vez donde más se evidencia la misoginia “reloaded” de nuestros tiempos es la forma en cómo los medios tratan y cómo la mayoría de la gente nos percibe a las feministas. Las teorías feministas, que tanto han hecho no sólo por nosotras las mujeres, sino por la paz, la democracia y la justicia, siguen estigmatizadas en vez de reconocidas como lo que son: teorías que no sólo nos abren caminos antes totalmente vedados a las mujeres, sino que nos muestran otras posibilidades para hacer de nuestro mundo un lugar más sostenible y feliz. Es desesperanzador que nuestros sueños, proyectos, preocupaciones y manifestaciones feministas sean percibidos, cuando lo son, como egoístas, marginales o superfluos y hasta que nos llamen feminazis cuando defendemos a las víctimas de las más atroces violencias. No se reconoce que los mitos que hemos desmontado las feministas han servido para crear nuevos imaginarios. Que las feministas no nos contentamos con demostrar nuestras incontestables semejanzas con los hombres, sino que siempre estamos haciendo evidente nuestras diferencias con ellos y entre nosotras lo que contribuye a visualizar y entender la diversidad humana. Tampoco se nos reconoce que las feministas siempre hemos acompañado a otros movimientos en sus anhelos de justicia, que luchamos contra el militarismo, la violencia policial, la apropiación de todos los bienes comunes por parte de las grandes transnacionales extractivistas, la lesbo, homo y transfobia, etc. Y, casi siempre, lo hacemos con amor y mucho humor.

6 Conclusión 

Para construir otro mundo posible, un mundo sin discriminaciones ni violencias de ninguna especie, un mundo soñado tanto por todos los feminismos diversos, es imprescindible que mantengamos viva la memoria de Viena para recordarnos que hace apenas 25 años que las mujeres fuimos declaradas humanas en la Conferencia Mundial de DDHH en Viena y que en estos pocos 25 años hemos logrado muchos más avances de los que hoy he podido recordar. Es importante que conozcamos nuestra historia porque sólo así sabremos defendernos de los ataques que hoy estamos sufriendo. No podemos permitir que los grupos anti-derechos nos devuelvan a los tiempos en que la discriminación contra las mujeres era considerada natural y ordenada por un Dios celestial. Y no podemos permitirlo no solo por nosotras, sino por nuestros hijos e hijas, por toda la especie humana en su maravillosa diversidad y por el futuro de nuestro planeta. 

42 El Comité CEDAW pasó a ser parte integral del Sistema de DDHH de la ONU en el 2007

Este texto esta tomado del libro de Alda Facio Montejo titulado La evolución de los derechos humanos de las mujeres en las Naciones Unidas 


 Alda nos dice : Este documento ha sido preparado con fines puramente pedagógicos. No pretende ser una historia oficial ni completa de estos años. Resume, desde la perspectiva de una latinoamericana que ha participado en muchos de los eventos que aquí se narran, una breve etapa de la larga historia de la lucha de las mujeres contra el patriarcado que también está dentro de la ONU. Este pedacito de la historia de resistencia y logros de las mujeres no pretende decir que sea dentro de la ONU o en esos años que hayan sucedido los acontecimientos más importantes para el logro de la igualdad y la justicia social para las mujeres de todo el mundo, de todas las razas/etnias, credos, culturas, edades, nacionalidades, capacidades, sexualidades, etc. 


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