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domingo, 27 de septiembre de 2020

La crítica de género a la ciencia androcéntrica 2/5


La ciencia se ha constituido como un ente objetivo y neutral carente de ideología, pero esta concepción de la ciencia queda en entredicho tras la publicación de La estructura de las revoluciones científicas, de Thomas S. Kuhn, en cuya obra se señala la importancia de los factores sociales e ideológicos en la formulación de hipótesis así como en la validación de las mismas. Los movimientos feministas han puesto de relieve cómo la ciencia posee sesgos de género que implican perspectivas parciales, androcéntricas, lo que conlleva la imposición de la objetivización de lo masculino sin considerar el punto de vista de las mujeres. La constitución de la ciencia androcéntrica ha supuesto la conceptualización y configuración de una perspectiva que ha marcado el punto de vista de los varones y que se plasma en la estructuración del pensamiento en categorías dicotómicas como son: público y privado; objetividad y subjetividad; razón y sentimiento. La parcelación de la realidad así establecida conlleva juicios de valor sobre los aspectos señalados al realizar una jerarquía  interesada sobre lo socialmente valorado, dando preponderancia a los considerados masculinos y obviando y/o minusvalorando los considerados femeninos. Las definiciones sociales quedan parceladas en una gran dicotomización social que enfrenta el ámbito femenino y masculino, lo que justifica la desigualdad implícita de las mujeres al reconocérseles unos valores femeninos (supuestamente innatos) que no poseen valor social. Son las concepciones adscritas al género masculino (lo público, el poder, la conquista, la competitividad) las que han impregnado el ámbito científico el cual ha estado históricamente en manos de los varones y está diseñado desde experiencias masculinas (Harding, 1996 y David, 1994), tomándose como referente universal de la humanidad al varón. 

La ciencia es dada a entenderse como un ente abstracto, inmanente, incontestable, sin poner en entredicho que ésta la llevan a cabo personas que poseen una carga de pensamiento e ideología propia, motivo por el cual sufre una fuerte carga de valores y juicios previos sobre la masculinidad y la feminidad, pudiendo afirmar que la neutralidad del conocimiento supone la legitimación del androcentrismo. La inclusión masiva de las mujeres en ciertos campos científicos ha supuesto la modificación de las categorías científicas. En este sentido podemos apreciar el gran cambio conceptual ocurrido en las ciencias educativas, donde no sólo se ha llevado a cabo una revisión de la epistemología científica sino también de sus metodologías, proponiendo otra visión de la educación y consecuentemente con ello otra forma de actuación. Parece imprescindible, por lo menos en un primer momento, el aumento de mujeres científicas que apuestan por dar voz a las mujeres, con el objeto de buscar la pluralidad en las categorías epistemológicas; no se trata de sumar la perspectiva «femenina» a la ciencia androcéntrica, sino de reconceptualizarla para hacerla más humana. El androcentrismo en la ciencia da como resultado la parcialidad de la misma. Es necesario el contraste con la perspectiva de la otra visión de la humanidad, es necesario usar otras lentes más apropiadas para observar aquello que nos rodea con mayor exactitud; en efecto, «Copérnico no necesitó cambiar de planeta para llegar a la conclusión de que la Tierra no era el centro del universo, sino que contempló la problemática planteada con ojos diferentes rechazando el geocentrismo» (Moreno, 1993: 19).

En las disciplinas denominadas «ciencias duras», donde las mujeres están menos representadas, no se ha conseguido esta «revolución científica», tal y como lo manifiestan científicas como Fox Keller, Bárbara MaClintock o Donna Haraway en el campo de la física, la biología molecular y la cyberciencia respectivamente. Estas investigadoras ponen objeciones a la ciencia que se está desarrollando en sus áreas de trabajo y proponen cambios en la interpretación de sus campos de investigación, que son todavía minoritarios. Estos campos de la alta investigación científica siguen estando en manos de varones, y la comunidad científica sigue sin tener en cuenta la importancia de las apreciaciones de las teorías de género para que la ciencia revierta sus beneficios en la consecución de una sociedad más equitativa y, por ende, más justa. Podríamos afirmar que la ciencia en estos términos es «mala ciencia» (Harding, 1996) ya que el conocimiento que se obtiene está parcializado, excluyendo a la mitad de la población; en palabras de Pérez Gómez: «la producción de conocimiento válido y relevante se concibe como un proceso de construcción de nuevos significados y representaciones a partir del contraste de las interpretaciones que los diferentes sujetos participantes ofrecen de la situación en la que viven» (Pérez Gómez, 1998: 61).

 La pedagogía ha construido un fuerte campo de crítica androcéntrica en la que se ha cuestionado la neutralidad de los conocimientos tradicionales, es decir, la concepción según la cual el conocimiento está libre de valores y, en concreto, en la ciencia educativa no está basada en los valores masculinos, en el punto de vista masculino del mundo; pero este hecho nos lleva a asegurar la parcialidad sobre lo que se considera positivo y negativo, sobre lo reseñable y lo que se invisibiliza. Las actuaciones pedagógicas tienden a orientarse en correspondencia con las percepciones y convicciones previas de las creencias asignadas a las mujeres y a los varones y este es un hecho que se traslada a la ciencia, por ello es de importancia capital revisar los conceptos científicos que revierten en la formación escolar.

Ana Sánchez Bello

Universidade de A Coruña

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